—Cross, tú lo conoces personalmente porque juega en Las Vegas —dijo Giorgio. ¿Qué te parece?
Cross reflexionó un instante.
—Tarda mucho en pagar las deudas de los marcadores, pero al final siempre paga. Es un jugador muy listo, no un degenerado. Es un tipo más bien antipático, pero como es muy rico tiene montones de amigos y se los lleva a Las Vegas. Aunque amañe algunos partidos y nos estafe un poco de dinero, nos es muy útil. Dejadlo correr.
Mientras lo decía, Cross vio la sonrisa de Dante y comprendió que éste sabía algo que él ignoraba.
—No lo podemos dejar correr —dijo Giorgio—, porque ese Buscavidas es un maldito chiflado. Está urdiendo un descabellado plan para amañar el partído de la Super Bowl.
Don Domenico habló por primera vez y se dirigió a Cross:
—Sobrino, ¿te parece posible?
La pregunta era un cumplido, un reconocimiento por parte del Don de que Cross era un experto en la materia.
—No —contestó Cross. No se puede sobornar a los directivos de la Super Bowl porque nadie sabe quiénes serán, y no se puede sobornar a los jugadores porque los más importantes ganan mucho dinero. Además nunca se puede amañar un partido de cualquier deporte con una seguridad del ciento por ciento. Cuando uno se dedica a amañar partidos tiene que ser capaz de amañar cincuenta o cien partidos. De esta manera no pasa nada si pierde tres o cuatro. Así que si no puedes amañar muchos, no merece la pena correr el riesgo.
—Muy bien —dijo el Don. Pues entonces, ¿por qué el hombre que es tan rico quiere hacer algo tan arriesgado?
—Quiere ser famoso —contestó Cross. Para intentar amañar la Super Bowl tendría que hacer algo tan temerario que lo descubrirían con toda seguridad. Es algo tan disparatado que ni siquiera se me ocurre qué podría ser. El Buscavidas pensará en algo muy inteligente, y es un hombre que siempre está convencido de que podrá salir de los follones en que se mete.
—Jamás he conocido a un hómbre así —dijo el Don.
—Sólo se crían en América —dijo Giorgio.
—Pero eso significa que es muy peligroso para lo que nosotros queremos hacer —dijo el Don. Por lo que me decís, es un hombre que no atiende a razones. Por tanto, no hay alternativa.
—Un momento —dijo Cross. Ese hombre equivale a por lo menos medio millón de dólares de beneficios anuales para el cassino.
—Es una cuestión de principios —dijo Vincent. Los corredores de apuestas nos pagan dinero para que los protejamos.
—Dejadme hablar con él —dijo Cross. A lo mejor a mí mi hará caso. Todo eso no es más que una bobada. No puede amañar el partido de la Super Bowl. No merece la pena que emprendamos ninguna acción.
La mirada de su padre le hizo comprender que su comentario no era prudente.
—Ese hombre es muy peligroso —dijo el Don con enérgica de terminación. No hables con él, sobrino. Él no sabe quién eres tu en realidad. ¿Por qué darle esta ventaja? Ese hombre es peligroso porque es más estúpido que un animal y quiere chupar de todo. cuando lo atrapen querrá causar los mayores estragos posibles y comprometerá a todo el mundo tanto si es verdad como si no. El Don hizo una breve pausa y miró a Dante. Nieto —le dijo—, creo que tú tendrías que hacer el trabajo, pero deja que lo organice Pippi, él conoce el territorio.
Dante asintió con la cabeza.
Pippi sabía que estaba pisando terreno peligroso. Si le ocurríá algo a Dante, él sería considerado responsable. Y otra cosa estaba clara: el Don y Giorgio estaban firmemente decididos a que Dante se convirtiera algún día en el jefe de la familia Clericuzio; aunque de momento no se fiaban de su criterio.
Dante se instaló en una suite del Xanadú. Faltaba una semana para la llegada del Buscavidas Snedden a Las Vegas, y durante esos días Pippi y Cross se dedicaron a adoctrinar a Dante.
—El Buscavidas es un gran jugador explicó Cross pero no lo bastante importante como para ocupar una villa. No pertenece a la categoría de los árabes y los orientales. Su cuenta de Cliente de la Casa es enorme, lo quiere todo gratis. Incluye a sus amigos en la cuenta del restaurante, pide los mejóres vinos e incluso intenta colocar en la cuenta los gastos en las tiendas de regalo, y eso es algo que ni siquiera les permitímos a los de las villas. Es un artista de las reclamaciones, y los directores del juego lo tienen que vigilar constantemente. Dice que ha hecho una puesta poco antes de que el número caiga en la mesa de craps, intenta hacer una puesta en el bacará cuando ya ha aparecido la primera carta, y en el blackjack dice que quería conseguir un dieciocho cuando la siguiente carta es tres. Además tarda mucho en saldar las deudas de los marcadores, pero nos reporta medio millón de dólares al año, incluso descontando lo que defrauda en las apuestas deportivas. El tipo es muy listo. Saca fichas para sus amigos y las coloca en su marcador para que pensemos que juega más de lo que realmente juega, pero todo eso son mierdas sin importancia, como las que solían hacer los tipos de los centros de la confección en los viejos tiempos. Sin embargo, cuando no tiene suerte se vuelve loco. El año pasado perdió dós millones de dólares y nosotros le ofrecimos una fiesta y le regalamos un Cadillac. Se quejó porque no era un Mercedes.
Dante se escandalizó.
—¿Saca fichas y dinero de la caja y no lo juega?
—Pues claro —contestó Cross. Eso lo hace mucha gente. No nos importa. Nos gusta hacernos pasar por tontos. Eso les da más confianza en las mesas. Allí también nos quieren estafar.
—¿Por qué lo llaman el Buscavidas? peguntó Dante.
—Porque se lleva cosas sin pagar —contestó Cross. Cuando se lleva chicas a la cama, las muerde como si quisiera arrancarles un trozo de carne, y ellas se lo toleran. Es un consumado artista de la estafa. Nunca pudo convencer a Gronevelt de que le cediera una villa y por tanto yo tampoco se la cedo.
Dante lo miró con dureza.
—¿Y a mí por qué no me has instalado en una villa?
—Porque eso podría costarle al hotel entre cien mil y un millón de dólares por noche —contestó Cross.
—Pero Giorgio siempre ocupa una villa —dijo Dante.
—Muy bien —dijo Cross, le pediré permiso a Giorgio. Ambos sabían que Giorgio se mostraría indignado ante la petición.
—Ni se te ocurra —dijo Dante.
—Cuando te cases dispondrás de una villa para tu luna de miel.
—Mi plan operativo depende del carácter de Big Tim —dijo Pippi. Cross, tú tienes que colaborar para que podamos atrapar al tipo. Tienes que dejar que Dante saque crédito ilimitado de caja y hacer desaparecer después sus marcadores. Al mismo tiempo se tomarán las disposiciones necesarias en Los Ángeles. Tienes que asegurarte de que el tipo venga y no anule la reserva. Ofrecerás una fiesta en su honor y le regalarás un Rolls Royce. Cuando esté aquí nos lo tendrás que presentar a Dante y a mí. Después, tu colaboración habrá terminado.
Pippi tardó más de una hora en exponer el plan con todo detalle.
—Giórgio siempre ha dicho que tú eras el mejor —dijo Dante admirado. Me ofendí cuando el Don te puso por encima de mí en este asunto, pero ahora veo que tenía razón.
Pippi escuchó el cumplido con la cara muy seria. Recuerda que eso es una
comunión,
no una
confirmación
. Tiene que parecer que se fugó. Con sus antecedentes y con las querellas que tiene pendientes resultará verosímil. Dante, no te pongas uno de tus malditos sombreros en la operación. La gente tiene memoria muy rara, y no olvides que el Don dijo que le gusta que el tipo nos facilita información sobre el tamaño de los partidos, aunque eso no es estrictamente necesario. Él es el jefe. Cuando ya no esté, todo el tinglado desaparecerá, así que no cometas ninguna locura.
—Me siento desgraciado sin el sombrero —dijo fríamente Dante.
Pippi se encogió de hombros.
—Otra cosa. No intentes estafar con tu crédito ilimitado. Eso viene directamente del Don, y él no quiere que el hotel pierda una fortuna con esta operación. Bastante les ha dolido el gasto del Rolls.
—No te preocupes —dijo Dante. Mi mayor placer es el trabajo. Hizo una breve pausa antes de añadir con una taimada sonrisa: Espero que hagas un buen informe sobre la operación.
Cross sé quedó sorprendido. Estaba claro que esistía entre ellos cierta hostilidad. Le sorprendió también que Dante quisiera intimidar a su padre. Aquello podía ser desastroso, por muy nieto del Don que fuera Dante.
Sin embargo, Pippi pareció no darse cuenta.
—Eres un Clericuzio —dijo. ¿Quién soy yo para presentar un informe sobre ti? Después le dio a Dante una palmada en el hombro. Tenemos que hacer un trabajo juntos, procuremos pasarlo bien.
Cuando llegó el Buscavidas Snedden, Dante lo estudió con detenimiento. Era alto y corpulento, pero la grasa de su cuerpo era dura, de esa que se pega a los huesos y no se mueve. Llevaba una camisa de algodón azul con un gran bolsillo a cada lado de la pechera y un botón blanco en el centro. En un bolsillo se guardaba las fichas negras de cien dólares, y en el otro las blancas y doradas de quinientos. Las rojas de cinco y las verdes de veinticinco se las guardaba en los bolsillos de los anchos pantalones de algodón blancos. Calzaba unas flexibles sandalias marrones.
El Buscavidas jugaba sobre todo al craps, el juego que ofrecía el mejor porcentaje. Cross y Dante sabían que ya había apostado diez mil dólares en dos partidos universitarios de baloncesto y cinco mil con los corredores ilegales de apuestas en una carrera de caballos de Santa Anita. El Buscavidas no pagaría los impuestos, y no parecía demasiado preocupado por sus apuéstas. Se lo estaba pasando en grande con el juego del craps.
Parecía el alcalde de la mesa de craps, aconsejaba a los demás jugadores que se dejaran llevar por sus dados y les gritaba alegremente que no fueran cobardes. Apostaba las fichas negras, colocaba montoncitos sobre los números, jugando siempre a la derecha Cuando los dados llegaban hasta él, los lanzaba con fuerza con la pared del otro lado de la mesa para que rebotaran. Entonces trataba de agarrarlos, pero el jefe de juego siempre estaba alerta para recogerlos con la raqueta y retenerlos de tal forma que los demás jugadores también pudieran hacer sus apuestas.
Dante ocupó su puesto junto a la mesa de craps y apostó a Big Tim para ganar. Después hizo toda una serie de apuestas dudosas que no tenían más remedio que hacerle perder, a no ser que tuviera una suerte extraordinaria. Pidió un marcador de veinticinco mil dólares y, tras firmar la petición de fichas negras, las distribuyó por toda la mésa. Después pidió otro marcador. Para entonces ya había conseguido llamar la atención de Big Tim.
—Oye tú, el del sombrero. A ver si aprendes a jugar —le dijo Big Tim. Dante lo saludó alegremente con la mano y siguió adelante con sus descabelladas apuestas. Cuando Big Tim anunció un si, Dante cogió los dados y pidió un marcador de cincuenta mil dólares. Después distribuyó las fichas negras por toda la mesa, confiado en que la suerte no estuviera de su parte. No lo estuvo. Big Tim lo estaba observando con creciente interés.
Big Tim el Buscavidas comió en la cafetería, donde se servían sencillos platos de cocina norteamericana. Big Tim raras veces lo hacía en el lujoso restaurante francés del Xanadú, el restaurante Norte de Italia o el genuino restaurante inglés Royal Pub. Sus amigos lo acompañaron en la cena. Big Tim el Buscavidas pidió cartones de keno para él y sus amigos. De este modo podrían ver el tablero de los números mientras cenaban. Dante y Cross ocuparon un reservado de una esquina. Con su corto cabello rubio, el Buscavidas parecía un alef burgués flamenco de un lienzo de Brueghel. Pidió platos equivalentes a tres cenas pero se los comió todos él, e incluso hizo algunas incursiones en los de sus amigos.
—Es una auténtica lástima —dijo Dante. Jamás he conocido a nadie que disfrutara tanto de la vida.
—Es una manera decrearse enemigos —dijo Cross, sobre todo cuando la disfrutas a expensas de los demás.
Observaron cómo Big Tim firmaba la cuenta que no tendría que pagar, y le ordenaba a uno de sus amigos que diera una propina en efectivo. Cuando el grupo se retiró, Cross y Dante se relajaron mientras tomaban café. A Cross le encantaba aquella enorme sala a través de cuyas paredes de cristal se podía contemplar la noche iluminada por unas lámparas de color de rosa, y en la que el verdor de la hierba los árboles del exterior suavizaba la luz de las arañas del techo.
—Recuerdo una noche de hace tres años —le dijo Cross a Dante, el Buscavidas había tenido una extraordinaria racha de suerte en la mesa de craps. Creo que ya llevaba ganados cien mil dólares. Eran aproximadamente las tres de la madrugada. Cuando el director de las mesas llevó sus fichas a la caja, el Buscavidas se subió a la mesa de craps y soltó una meada.
—¿Y tú qué hiciste? —preguntó Dante.
—Mandé que los guardias de seguridad lo acompañaran a su habitación y le cargué cinco mil dólares por orinar sobre la mesa. Pero jamás los pagó.
—Yo le hubiera arrancado los cojones —dijo Dante.
—¿Si un hombre te permitiera ganar medio millón de dólares anuales, no dejarías que se meara en una mesa? —preguntó Cross. Pero la verdad es que nunca se lo perdoné. Sin embargo, si lo hubiera hecho en el casino de las villas, quién sabe...
Al día siguiente Cross almorzó con Big Tim para hablarle de la fiesta que se celebraría en su honor y del regalo del Rolls Royce. Pippi se acercó a ellos, y Cross lo presentó.
Big Tim siempre pedía más.
—Os agradezco el Rolls, pero ¿cuándo me cederéis una de vuestras villas?
—La verdad es que te lo mereces —dijo Cross. La próxima vez que vengas a Las Vegas tendrás una villa. Te lo prometo, aunque tenga que echar a patadas a alguien.
Big Tim el Buscavidas le dijo a Pippi:
—Tu hijo es mucho más amáble que aquel viejo pelmazo de Gronevelt.
—En los últimos años de su vida se comportaba de una manera un poco rara —dijo Pippi. Creo que yo era uno de sus mejores amigos, y jamás me cedió una villa.
—Bueno, pues que se vaya a la mierda —dijo Big Tim. Ahora que tu hijo dirige el hotel podrás disfrutar de una villa siempre que quieras.
—Eso jamás —dijo Cross. Mi padre no es jugador. Todos se echaron a reír.
Pero Big Tim ya había cambiado de tema.
—Hay por aquí un tipejo que lleva un sombrero muy raro y el peor jugador de craps que he visto en mi vida —dijo. En menos de una hora ha firmado marcadores por valor de casi doscientos mil dólares. ¿Qué puedes decirme de él? Ya sabes que yo siempre busco inversores.