El Último Don (32 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—Eso es porque yo no representaba sus intereses —dijo Molly. Antes de que lleguemos a un acuerdo tiene usted que decirme qué piensa hacer para conseguir que Athena vuelva al trabajo. La abogada hizo una pausa. He oído ciertos rumores sobre usted.

—Y yo los he oído sobre usted. ¿Recuerda cuando hace años era usted abogada defensora y consiguió librar a un chico de una condena por asesinato? Mató a su novia y usted consiguió la absolución, alegando enajenación mental transitoria. Menos de un año después, el chico ya estaba paseando por la calle. Cross hizo una pausa para mostrar deliberadamente su irritación. Entonces no se preocupó usted por la mala fama del chico.

—No há contestado usted a mi pregunta —dijo Molly, mirándolo fríamente.

Cross llegó a la conclusión de que no estaría de más una mentira.

—Molly —dijo. ¿Me permite que la llame Molly? Ella asintió con la cabeza, y Cross añadió: —Usted sabe que yo dirijo un hotel en Las Vegas. He aprendido una cosa. El dinero es mágico, y con dinero se puede superar cualquier clase de temor. Por consiguiente voy a ofrecerle a Athena el cincuenta por ciento del dinero que yo gane con la película; usted redacta bien el acuerdo y si tenemos suerte, eso podría suponer una ganancia de treinta millones de dólares para ella. Cross hizo una pausa de un minuto antes de añadir: —Vamos, Molly, ¿no correría usted un riesgo por treinta millones de dólares?

Molly sacudió la cabeza.

—A Athena no le interesa el dinero.

—Lo que no entiendo es por qué los estudios no le ofrecen este mismo trato —dijo Cross.

Por primera vez durante la reunión, Molly lo miró sonriendo.

—Usted no sabe realmente cómo son los estudios cinematográficos —dijo. Si sentaran este precedente, temerían que todos los actores utilizaran el mismo truco. Pero sigamos. Creo que los estudios aceptarán su oferta porque ganarán un montón de dinero sólo con la distribución. Insistirán mucho en ello. Además exigirán un porcentaje sobre los beneficios. Pero le repito que Athena no aceptará su ofrecimiento. Hizo una breve pausa y miró a Cros con una burlona sonrisa en los labios. Yo creía que ustedes, los propietarios de Las Vegas, nunca jugaban.

Cross le devolvió la sonrisa.

—Todo el mundo juega. Yo lo hago cuando los porcentajes son adecuados. Y además tengo en proyecto vender el hotel y ganarme la vida en la industria del cine. Se detuvo un minuto para que ella lo estudiara y viera su sincero deseo de formar parte de aquel mundo. Creo que es más interesante.

—Comprendo —dijo Molly. O sea que no es un capricho pasajero.

—Un primer intento —dijo Cross. Si consigo introducirme, necesitaré que usted me siga ayudando.

A Molly le hizo gracia.

—Yo representaré sus intereses —dijo, pero en cuanto a los de seguir colaborando, veamos primero si usted pierde esos cien millones.

Cogió el teléfono y habló con alguien. Colgó y le dijo a Cross:

—Tenemos una cita con la gente de Asuntos Comerciales para fijar las condiciones. Y dispone usted de tres días para reconsiderar su decisión.

Cross la miró, impresionado.

—Qué rapidez —dijo.

—No he sido yo sino ellos —dijo Molly. Les está costando una fortuna mantener a flote esta película.

—Sé que no tendría que decirlo, pero la oferta que pienso hacerle a la señorita Aquitane es confidencial, entre usted y yo —dijo Cross.

—No, no tendría que decirlo —dijo Molly

Se estrecharon la mano. En cuanto Cross se hubo ido, Molly recordó algo. ¿Por qué le había mencionado Cross de Lena aquella famosa victoria de su pasado, aquel lejano caso en que había conseguido la absolución de aquel chico? Por qué se había referido a aquel caso en particular? Ella había conseguido librar de la cárcel a muchos asesinos.

Tres días después, antes de dirigirse a los estudios de la LoddStone, Cross de Lena y Molly Flanders se reunieron en el despacho de esta última para que ella pudiera examinar los documentos financieros que él pensaba entregar a los representantes de la otra parte. Después, Molly se sentó al volante de su Mercedes SL 300.

Una vez superado el control de la entrada, Molly le dijo a Cross:

—Eche un vistazo al aparcamiento. Le doy un dólar por cada automovil americano que vea.

Pasaron por delante de lustrosos vehículos de todos los colores, Mercedes, Aston Martins, BMW; RollsRoyces. Cross vio un Cadillac y lo señaló con el dedo.

—Será de algún pobre guionista de Nueva York.

Los Estudios LoddStone ocupaban un enorme recinto en cuyo interior se levantaban varios pequeños edificios que albergaban algunas productoras independientes. El edificio principal sólo tenía diez pisos de altura y parecía un decorado cinematográfico. Conservaba todo el sabor de los años veinte, cuando fue construido, y sólo se habían hecho las reparaciones estrictamente necesarias. A Cross le recordó el Enclave del Bronx.

Los despachos del edificio de la Administración de los estudios eran pequeños y estaban atestados de papeles y muebles, a excepción de los de la décima planta, donde Elí Marrion y Bohby Bantz tenían sus suites ejecutivas. Las dos suites de despachos estaban conectadas por una enorme sala de reuniones, al fondo de la cual había un bar atendido por un camarero, y una pequeña cocina anexa. Los asientos que rodeaban la mesa eran unos cómodos sillones de color rojo oscuro. En las paredes colgaban varios pósters enmarcados de películas de la LoddStone.

Elí Marrion, Bobby Bantz y Skippy Deere, el principal consejero de los estudios, los estaban esperando con otros dos abogados; Molly le entregó al principal consejero los documentos financiero y los tres abogados de la otra parte se sentaron para examinarlos. El camarero les sirvió las consumiciones que habían pedido y se retiró. Skippy Deere hizo las presentaciones.

Como siempre, Elí Marrion insistió en que Cross lo llamara por su nombre de pila y después contó una de sus anécdotas preferidas; cosa que hacía muy a menudo para desarmar a sus oponentes en el transcurso de una negociación. Su abuelo había fundado la empresa a principios de los años veinte, —dijo Elí Marrion. Quería llamar los
Estudios Lode Stonex
, pero el pobre hombre todavía conservaba un fuerte acento alemán que confundió a los abogados. Era una empresa de apenas diez mil dólares, y cuando se descubrió el error, consideraron que no merecía la pena cambiarle el nombre. Y ahora aquella empresa, valorada en siete mil millones de dólares, tenía un nombre que no significaba nada. Pero tal como Marrion señaló, él nunca contaba una anécdota que no sirviera para demostrar algo, la letra impresa no tenía importancia. El logotipo que había convertido los estudios en una empresa tan poderosa era la imagen visual del imán que atraía la luz de todos los rincones del universo.

Molly expuso a continuación la oferta: Cross pagaría a los estudios los cincuenta millones de dólares que éstos habían gastado, cedería a los estudios los derechos de distribución, y mantendría a Skippy Deere como productor. Cross aportaría el dinero necesario para terminar la película. Los estudios LoddStone cobrarían además el cinco por ciento de los beneficios.

Todos la escucharon con atención. Después Bobby Bantz dijo:

—El porcentaje es ridículo, tendría que ser más alto. ¿Y cómo sabemos que vosotros y Athena no os habéis unido en una conspiración?

—¿Pero esto es un atraco o qué?

Cross se quedó de piedra al oír la respuesta de Molly. Por una extraña razón había imaginado que las negociaciones serían más civilizadas de lo que solían ser en el mundo de Las Vegas.

Molly habló casi a gritos, y su rostro de bruja se encendió de furia.

—Vete a que te den por el culo, Bobby —le dijo a Bantz. Tienes la maldita desfachatez de acusarnos de conspiración. Eso tu póliza de seguros no lo cubre, aprovechas esta reunión para salir del apuro y encima nos insultas. Si no te disculpas ahora mismo me llevo al señor De Lena y ya puedes empezar a comer mierda.

Skippy Deere se apresuró a intervenir.

—Vamos, Molly, Bobby. Aquí estamos tratando de salvar una película. Procuremos discutirlo por lo menos...

Marrion estaba observando la escena en silencio con una leve sonrisa en los labios. Sólo hablaría para decir que sí o que no.

—Creo que es una pregunta muy razonable —dijo Bobby Bantz. ¿Qué puede ofrecerle a Athena este hombre para que vuelva que no podamos ofrecerle nosotros?

Cross permaneció sentado sin decir nada. Molly le había dicho que le dejara contestar a ella siempre que fuera posible.

—Está claro que el señor De Lena tiene algo especial que ofrecer —contestó Molly. ¿Por qué tendría que decírtelo a ti? Si le ofreces diez millones para que te facilite esa información, lo estudiaré con él. Diez millones sería muy barato.

Hasta Bobby Bantz soltó una carcajada al oír sus palabras.

—Mis amigos creen que Cross no arriesgaría todo este dinero si no tuviera algo seguro en sus manos —explicó Skippy Deere. Y eso los induce a sospechar un poco.

—Skippy —dijo Molly, te he visto desembolsar un millón por una novela de la que jamás se hizo una película. ¿Qué diferencia hay entre eso y lo de ahora?

—La de que Skippy quiere que en este caso sean los estudios los que desembolsen el millón —dijo Bobby Bantz.

Todos estallaron en una carcajada. Cross no sabía qué pensar. Estaba empezando a perder la paciencia pero sabía que no tenía que parecer excesivamente interesado en llegar a un acuerdo, así que no estaría de más que diera muestras de una cierta irritación.

—Tengo un mal presentimiento —dijo en voz baja. Si es demasiado complicado olvidemos el asunto y sanseacabó.

—Aquí estamos hablando de mucho dinero —dijo Bantz en tono enojado. Esta película podría obtener unos ingresos brutos de quinientos millones de dólares en todo el mundo.

—Siempre y cuando consigáis convencer a Athena de que regrese al trabajo replicó rápidamente Molly. Os digo que he hablado con ella esta mañana. Yá se ha cortado el cabello para demostrar que habla en serio.

—Le podemos poner una peluca. Malditas, actrices —dijo Bantz, mirando enfurecido a Cross como si quisiera adivinar sus intenciones. Se le acababa de ocurrir una cosa. Si Athena no regresa al trabajo y usted pierde los cincuenta millones y no se puede terminar la película, ¿quién se queda con el metraje ya rodado?

—Yo —contestó Cross.

—Claro —dijo Bantz, y entonces usted lo distribuye tal como está. Quizá como porno blando.

—Es una posibilidad —dijo Cross.

Molly sacudió la cabeza en dirección a Cross, advirtiéndoh que no dijera nada.

—Si estáis de acuerdo con el trato —le dijo a Bantz, se podrán negociar los detalles de los derechos extranjeros, vídeo, televisión y participación en los beneficios. Sólo hay una condición. Este acuerdo tiene que ser secreto. El señor De Lena sólo quiere figurar en los créditos como coproductor.

—A mí me parece bien —dijo Skippy Deere. Pero mi acuerdo económico con los estudios sigue en pie.

Marrion habló por primera vez.

—Eso es algo aparte —dijo, queriendo decir que no. Cross, ¿le concede usted carta blanca a su abogada en las negociaciones?

—Sí, —contestó Cross.

—Quiero que esto quede bien claro —dijo Marrion Debe usted saber que tenemos previsto descartar la película y asumir las pérdidas. Estamos convencidos de que Athena no volverá. No queremos inducirle a creer que ella volverá. Si aceptamos el trato y nos paga usted los cincuenta millones, nosotros no respondemos de nada. Tendría usted que demandar a Athena, y ella no tiene tanto dinero.

—Jamás la demandaría —dijo Cross. Perdonaría y olvidaría.

—¿No tiene usted que responder ante las personas que han aportado el dinero?

Cross se encogió de hombros.

—Eso es una irresponsabilidad. Su actitud personal no puede poner en peligro el dinero que otras personas le han confiado, por el simple hecho de que sean personas ricas.

—Nunca me ha parecido una buena idea ganarme la enemistad de los ricos —dijo Cross con cara muy seria.

—Aquí tiene que haber gato encerrado —dijo Bantz sin poder disimular su exasperación.

—Me he pasado toda la vida convenciendo a la gente —dijo Cross, procurando ocultar su rostro bajo una máscara de benévola confianza. En mi hotel de Las Vegas tengo que convencer a hombres muy listos de que se jueguen el dinero, aunque las circunstancias les sean adversas. Y lo consigo haciéndolos felices, lo cual quiere decir dándoles lo que realmente desean. Eso es lo que haré con la señorita Aquitane.

A Bantz no le gustaba la idea. Estaba seguro de que aquello era una estafa.

—Como nos enteremos de que Athena ya ha accedido a trabajar con usted, presentaremos una querella y no cumpliremos los términos de este acuerdo —dijo con firmeza.

—A largo plazo tengo intención de entrar en el negócio cinematográfico —dijo Cross. Quiero colaborar con los Estudios LoddStone. Habrá dinero suficiente para todos.

Elí Marrion se había pasado toda la reunión tratando de calibrar a Cross. Era un hombre muy discreto, nada fanfarrón ni cuentista. La Pacific Ocean Security no había podido establecer algún nexo con Athena y no era probable que se tratara de una conspiración. Tenían que tomar una decisión, lo cual en realidad no era tan difícil como parecían dar a entender las personas reunidas en aquella sala. Marrion se sentía tan cansado que hasta le molestaba el peso de la ropa sobre los huesos. Quería terminar de una vez.

—Puede que Athena esté algo chiflada o loca de remate. En tal caso podríamos salvarnos con el seguro —dijo Skippy Deere.

—Está más cuerda que cualquiera de los presentes en esta sala —replicó Molly Flanders. Antes de que vosotros pudierais acabar con ella, yo conseguiría que os incapacitaran a todos por locos.

Bobby Bantz miró a Cross directamente a los ojos.

—¿Está usted dispuesto a firmar unos documentos declarando que, en el momento presente, no ha concertado ningún acuerdo con Athena Aquitane?

—Sí, —contestó Cross sin disimular la antipatía que le inspiraba Bantz.

Mientras contemplaba la escena, Marrion sintió una profunda satisfacción. Por lo menos aquella parte de la reunión se estaba de sarrollando según lo previsto. Bantz había conseguido afianzarse en su papel de malo. Era curioso que suscitara tanta antipatía espontánea en la gente, por más que él no tuviera la culpa. Era el papel que le había tocado jugar, pero no se podía por menos que reconocer que encajaba a la perfección con su personalidad.

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