Cross tenía que conseguir que Athena asistiera a la fiesta de despedida y a la proyección de la película.
—Me resulta necesario para el hotel y será una ocasión para volver a verte —le dijo.
Athena accedió a su petición. Ahora Cross tenía que conseguir que Dante y Losey asistieran también a la fiesta, de modo que invitó a Dante a trasladarse a Las Vegas para hablarle de la LoddStone y de los proyectos de Losey sobre una película basada en sus aventuras en el Departamento de Policía. Todo el mundo sabía que Dante y Losey eran muy buenos amigos.
—Quiero que le hables a Losey de mí —le dijo a Dante. Quiero ser coproductor de su película y estoy dispuesto a aportar un cincuenta por ciento del presupuesto.
A Dante le hizo gracia.
—¿De veras quieres introducirte en el negocio del cine? —le preguntó. ¿Por qué?
—Por la pasta —contestó Cross. Y por las tías. Dante soltó una carcajada.
—Ya tienes mucha pasta y te sobran las tías —dijo.
—Pero yo quiero clase. Mucha pasta y tías con clase.
—Y por qué no me invitas a esta fiesta? —preguntó Dante. ¿Por qué nunca me has ofrecido una villa?
—Háblale bien de mí a Losey —dijo Cross y conseguirás las dos cosas. Y tráete a Losey. Si te interesa una chica, te puedo concertar un encuentro con Tiffany. Ya la has visto en el espectáculo.
Para Dante, Tiffany era la máxima encarnación del placer en estado puro, con su exuberante busto, su terso y ovalado rostro de boca grande y labios carnosos, su impresionante estatura y sus largas y bien torneadas piernas. Por primera vez, Dante se mostró entusiasmado.
—¿En serio? —dijo. Es el doble de alta que yo. ¿Te imaginas? Trato hecho.
—Se le veía demasiado el plumero, pensó Cross, confiando en que la prohibición de los actos de violencia en Las Vegas por parte de todas las familias fuera suficiente para tranquilizar a Dante. Después Cross añadió con indiferencia:
—Athena también asistirá a la fiesta. Ella es el principal motivo de que yo quiera seguir en la industria del cine.
Bobby Bantz, Melo Stuart y Claudia volaron a Las Vegas en el jet de los estudios. Athena y los demás actores del reparto se desplazaron desde el lugar del rodaje en sus caravanas personales, al igual que Dita Tommey.
El senador Wavven representaría al estado de Nevada juntamente con el gobernador de Nevada, elegido por el precapió Wavven para aquel acontecimiento. Dante y Losey ocuparían dos apartamentos en una de las villas. Lia Vazzi y sus hombres se instalarían en los cuatro apartamentos restantes. El senador Wavven, el gobernador y sus acompañantes ocuparían otra villa. Cross les había organizado una cena privada con varias coristas especialmente seleccionadas. Confiaba que su presencia contribuyera a eliminar la presión de las investigaciones policiales que sin duda se llevarían a cabo, y que la influencia política de ambos suavizara las actuaciones legales y la publicidad del caso.
Cross estaba quebrantando todas las reglas. Athena ocupaba una villa, pero Claudia, Dita Tommey y Molly Flanders también tenían apartamentos en aquella villa. Los dos apartamentos restantes estaban ocupados por un equipo de cuatro hombres de Lia Vazzi encargados de proteger a Athena.
Una cuarta villa fue asignada a Bantz, Skippy Deere y sus acompañantes, y las tres villas restantes serían ocupadas por veinte hombres de Lia que sustituirían a los habituales guardias de seguridad. Sin embargo, ninguno de los equipos de Vazzi participaría directamente en la acción y ningún hombre estaba al corriente del verdadero objetivo de Cross. Los únicos verdugos serían Lia y Cross.
Cross decidió cerrar durante dos días el casino Perla de las villas. La mayoría de los personajes de Hollywood, por muy famosos que fueran, no podía permitirse el lujo de hacer las elevadas apuestas que se hacían en aquel lugar. Los acaudalados clientes que ya habían hecho reservas fueron informados de que las villas estaban en obras y no podían acogerlos.
Según el plan que habían elaborado Cross y Vazzi, Cross mataría a Dante, y Lia mataría a Losey. En caso de que el Don los considerara culpables y descubriera que Lia había eliminado efectivamente a Dante, cabía la posihilidad de que exterminara a toda la familia de Lia. En cambio, si descubría que quien había eliminado a Dante había sido Cross, no extendería su venganza a Claudia pues a fin de cuentas por sus venas corría la sangre de los Clericuzio.
Además Lia quería vengarse personalmente de Losey pues odiaba a todos los representantes del Gobierno y le apetecía aderezar aquella peligrosa operación con un poco de placer personal.
El verdadero problema era cómo aislar a los dos hombres y hacer desaparecer los cadáveres. Todas las familias de Estados Unidos se habían atenido siempre a la norma de no llevar a cabo ninguna ejecución en Las Vegas para preservar con ello la pública aceptación del juego, y el Don siempre había insistido en que dicha norma se cumpliera a rajatabla.
Cross confiaba en que Dante y Losey no sospecharan que se les preparaba una trampa. Ignoraban que Lia había descubierto el cuerpo de sharkey y que por tanto conocía sus intenciones. El otro problema era prepararse para el golpe que Dante pensaba descargar contra Cross. Lia colocó un espía en el campamento de Dante.
Molly Flanders tomó un vuelo a primera hora del día de la fiesta. Tenía unos asuntos que resolver con Cross. Iba acompañada de un juez del Tribunal Supremo de California y de un obispo de la diócesis católica de Los Ángeles. Ambos actuarían como testigos cuando Cross firmara el testamento que ella le había preparado y que llevaba consigo. Cross sabía que sus posibilidades de salvar la vida eran muy escasas y había reflexionado con mucho cuidado sobre el destino del cincuenta por ciento de la propiedad del hotel Xanadú. Su participación estaba valorada en quinientos millones de dólares, que no era precisamente un grano de anís.
En el testamento, Cross dejaba una cómoda pensión vitalicia para la mujer y los hijos de Lia. El resto se repartía a partes iguales entre Claudia y Athena, pero Athena tendría la suya en usufructo, y la parte pasaría a su hija Bethany cuando su madre muriera. De pronto Cross se dio cuenta de que no había nadie más en el mundo a quien apreciara lo bastante como para dejarle dinero.
Cuando Molly, el obispo y el juez Llegaron a su suite de la última planta del hotel, el juez le felicitó por su madurez al otorgar testamento a una edad tan temprana. El obispo estudió en silencio el lujo de la suite como si calibrara el salario del pecado.
Ambos eran buenos amigos de Molly, la cual había trabajado gratuitamente para ellos con fines benéficos, y a petición especial de Cross había solicitado su colaboración. Cross quería unos testigos que no se dejaran corromper ni intimidar por los Clericuzio.
Cross les ofreció unas copas y después se procedió a la firma de los documentos; a continuación, los dos hombres se retiraron. Aunque habían sido invitados, no querían manchar su reputación asistiendo a una fiesta cinematográfica de despedida en el infierno del juego de Las Vegas. Al fin y al cabo, ellos no eran unos representantes elegidos del Estado.
Cross y Molly se quedaron solos en la suite. Molly entregó a Cross el original del testamento.
—Tú te quedas una copia, ¿verdad? le preguntó Cross.
—Pues claro —contestó Molly. Permíteme que te diga que tus instrucciones me dejaron sorprendida. No tenía ni idea de que tú y Athena estuviérais tan unidos; y además ella ya es muy rica.
—Puede que alguna vez necesite más dinero del que tiene —dijo Cross.
—¿Te refieres a su hija? —preguntó Molly. Sé que tiene una niña, soy la abogada personal de Athena. Tienes razón, puede que Bethany necesite algún día el dinero. Te tenía en otro concepto.
—¿De veras? —dijo Cross. En cuál?
—Pensaba que habías eliminado a Boz Skannet —contestó Molly en voz baja. Pensaba que eras un despiadado tipo de la Mafia. Recuerdo el comentario que hiciste sobre aquel pobre chico al que yo libré de la condena por asesinato y que después al parecer fue asesinado en un ajuste de cuentas entre traficantes de droga.
—Y ahora comprendes que estabas equivocada —dijo Cross, mirándola con una sonrisa.
Molly lo miró fríamente.
—Y me llevé una sorpresa cuando permitiste que Bobby Bantz te estafara tu parte de los beneficios de Mesalina
—Eso fue simple dinero de bolsillo —dijo Cross. Pensó en el Don y en David Redfellow.
—Athena se va a Francia pasado mañana —dijo Molly y permanecerá algún tiempo allí. ¿Vas a acompañarla?
—No —contestó Cross. Tengo demasiadas cosas que hacer aquí.
—Pues muy bien —dijo Molly. Nos veremos en la proyección de la película y en la fiesta de despedida. A lo mejor el pase de la película te dará cierta idea de la fortuna que Bantz te ha estafado.
—No importa —dijo Cross.
—¿Sabes una cosa? Dita ha colocado una tarjeta al comienzo de la copia de la película. Dedicada a Steve Stallings. Bantz se pondrá furioso.
—¿Por qué?
—Porque Steve folló con todas las mujeres con quienes Bantz no pudo hacerlo —contestó Molly. Los hombres son una mierda añadió antes de retirarse.
Cross salió a la terraza y se sentó. La calle de abajo estaba abarrotada de gente y el público iba entrando poco a poco en los distintos casinos que flanqueaban el Strip. Las marquesinas de neón exhibían los nombres Caesars, Sands, Mirage, Aladdin, Desert Inn, Stardust... Todo parecía un multicolor arco iris sin fin hasta que uno levantaba la vista hacia el desierto y las montañas del otro lado. El ardiente sol vespertino no podía amortiguar su resplandor.
La gente de Mesalina no empezaría a llegar hasta las tres de la tarde. Entonces él vería a Athena por última vez, en caso de que las cosas fallaran. Cogió el teléfono de la terraza, marcó el número de la villa donde se hospedaba Lia Vazzi y le pidió que subiera a su suite del último piso para revisar una vez más los planes.
El rodaje de Mesalina terminó a mediodía. Dita Tommey había querido que la última toma mostrara la terrible matanza del campo de batalla romano iluminado por los rayos del sol naciente mientras Athena y Steve Stallings contemplaban la escena. Utilizó a un doble para sustituir a Steve y le cubrió el rostro con una sombra para disimular sus facciones. Ya eran casi las tres de la tarde cuando la furgoneta de las cámaras, las enormes caravanas que se utilizaban como viviendas durante el rodaje, las cocinas moviles de la empresa de catering, los remolques del vestuario y los vehículos que transportaban las armas de la época anterior a Jesucristo llegaron a Las Vegas y se unieron a otros muchos vehículos pues Cross había querido hacerlo todo al estilo del viejo Las Vegas.
Había decidido invitar a todos los que habían participado en el rodaje de Mesalina, tanto a los más modestos como a los más importantes, con habitación, comida y bebida gratis. La LoddStone le había enviado una lista de más de trescientas personas. Era un ofrecimiento muy generoso que sin duda sería unánimemente apreciado, aunque aquellas trescientas personas dejarían una considerable parte de sus salarios en las arcas del casino. Era algo que Cross babía aprendido de Gronevelt. Cuando la gente se encuentra a gusto y quiere celebrar algo, lo hace jugando.
El montaje provisional de Mesalina se pasaría a las diez de la noche; aunque sin música ni efectos especiales. La fiesta de despedida empezaría cuando terminara la proyección. El inmenso salón de baile del Xanadú donde se había celebrado la fiesta en honor de Big Tim se había dividido en dos mitades, una para la proyección de la película y otra más grande para el bufé y la orquesta.
A las cuatro de la tarde todo el mundo estaría en el hotel y en las villas. Nadie se perdería nada; todo gratis en la confluencia de dos mundos esplendorosos, Hollywood y Las Vegas.
La prénsa estaba indignada por las estrictas medidas de seguridad que se habían adoptado. El acceso a las villas y al salón de baile estaba prohibido. Ni siquiera se podría fotografiar a los protagonistas de aquel sugestivo acontecimiento. No se podrían captar imágenes ni de los actores de la película ni del director, el senador, el gobernador, el productor ni el presidente de los estudios. Ningún reportero podría asistir siquiera a la proyección del montaje provisional de la película. Todos ellos merodeaban por los alrededores del casino, ofreciendo elevadas sumas de dinero a los participantes más modestos a cambio de unos documentos de identidad que les permitieran entrar en el salón de baile. Algunos tuvieron éxito. Cuatro dobles sin escrúpulos y dos empleadas de la empresa de catering vendieron a los reporteros sus documentos de identidad a mil dólares cada uno.
Dante Clericuzio y Jim Losey estaban disfrutando del lujo de su villa. Losey sacudió la cabeza, asombrado.
—Un ladrón podría vivir un año sólo con el oro que hay en el cuarto de baño —dijo en voz alta.
—No, no podría —replicó Dante. Moriría antes de seis meses.
Estaban sentados en el salón del apartamento de Dante. No habían llamado al servicio de habitaciones porque el enorme frigorífico de la cocina estaba lleno de bandejas de bocadillos y de canapés de caviar, botellas de cerveza de importación y vinos de las mejores cosechas.
—O sea que ya lo tenemos todo listo —dijo Losey.
—Sí —dijo Dante, y cuando hayamos terminado le pediré el hotel a mi abuelo. Entónces ya tendremos la vida resuelta.
—Lo importante es conseguir que venga solo aquí —dijo Losey.
—De eso me encargo yo, no te preocupes —dijo Dante. Y en el peor de los casos, nos lo llevaremos en el coche al desierto.
—¿Y qué harás para atraerlo a esta villa? —preguntó Losey. Eso es lo más importante.
—Le diré que Giorgio ha volado aquí en secreto y quiere verle —contestó Dante. Entonces haré el trabajo, y tú lo limpiarás todo cuando yo termine. Ya sabes lo que busca la policía en el escenario de un crimen. —Lo mejor será dejarlo en el desierto —añadió en tono pensativo. Lo más seguro es que nunca lo encuentren. Hizo una breve pausa. —Tú ya sabes que Cross esquivó a Giorgio la noche en que murió Pippi. No creo que ahora se atreva a hacerlo de nuevo.
—Pero, ¿y si lo hace? —preguntó Losey.
—Yo me quedaré aquí tocándome los cojones toda la noche.
—Athena está en la villa de al lado —dijo Dante. Llama a la puerta y a lo mejor tienes suerte.
—Demasiado peligroso —dijo Losey.