Cuando la orquesta dejó de tocar, Jimmy sacó a Pippi al centro de la pista de baile y lo presentó a los más de doscientos invitados. Éste es Pippi de Lena —dijo, el que ha entregado a la novia en representación de la familia Clericuzio. Es mi más querido amigo. Sus amigos son mis amigos. Sus enemigos son mis enemigos. Después levantó la copa. Vamos a brindar todos por él. Será el primero en bailar con la novia.
Mientras bailaba con Pippi Rose Marie le preguntó en voz baja. —Tú unirás a las dos familias; verdad, Pippi?
—Dalo por hecho —contestó Pippi mientras evolucionaba con ella por la pista.
Pippi fue el asombro de la fiesta por su simpatía y su jovialidad. No se perdió un solo baile, y sus pies parecían mucho más ligeros que los de otros invitados más jóvenes que él. Bailó con Jimmy; después con sus hermanos Fonsa, Italo, Benedict, Gino y bailó también con los niños y con las mujeres de edad. Bailó vals con el director de la orquesta y cantó con los miembros de la orquesta picantes canciones en dialecto siciliano. Comió y bebió con tanta despreocupación que se manchó el esmoquin con salsa de tomate, zumo de fruta y vino. Después jugó a las bochas con entusiasmo tal que la pista se convirtió en el centro de atención de toda la fiesta durante una hora.
Cuando hubo terminado, Jimmy Santadio habló aparte con Pippi. —Cuento contigo para que todo se arregle —le dijo. Si nuestras dos familias se juntan, nada nos podrá detener. Tú y yo añadió Jimmy Santadio, echando mano de todo su encanto.
Pippi hizo acopio de toda la sinceridad que le quedaba.
—Lo haré contestó. Lo haré.
Se preguntó si Jimmy Santadio era tan sincero como parecía. Para entonces ya debía de haberse enterado de que alguien de su familia había cometido el asesinato.
Jímmy pareció leer sus pensamientos.
—Te lo juro, Pippi —dijo, yo no tuve nada que ver con lo que ocurrió. Tomó la mano de Pippi entre las suyas. —Nosotros no tuvimos nada que ver con la muerte de Silvio. Nada. Te lo juro sobre la cabeza de mi padre.
—Te creo —dijo Pippi, estrechando sus manos.
Tuvo un momento de duda, pero ya era demasiado tarde. El rojo sol del desierto cedió el paso a las sombras del crepúsculo y entonces se encendieron las luces en todo el recinto. Era la señal de que estaba a punto de iniciarse la cena. Todos los hermanos, Fonsa, Italo, Gino y Benedict, propusieron un brindis por los novios, por la felicidad del matrimonio y las excepcionales dotes de Jimmy, y por Pippi de Lena, su nuevo y gran amigo.
El anciano Don Santadio estaba demasiado enfermo como para poder abandonar su lecho pero envió a los novios sus mejores deseos, mencionando el aparato que le había regalado a su hijo mayor, lo cual suscitó entusiastas vítores por parte de los invitados. Después la novia cortó un buen trozo de la torta nupcial y ella misma en persona lo llevó al dormitorio del anciano. Don Santadio estaba durmiendo. Rose Marie le entregó el trozo de torta a la enfermera, la cual prometió dárselo cuando se despertara.
La fiesta terminó hacia la medianoche. Jimmy y Rose Marie se retiraron a su habitación nupcial, diciendo que iniciarían su viaje de luna de miel a Europa a la mañana siguiente y que necesitaban descansar. Los invitados empezaron a abuchearlos en broma y a hacer comentarios subidos de tono. Todos rebosaban de euforia y buen humor. Los centenares de automoviles abandonaron el recinto de la casa en dirección al desierto. Las furgonetas de la empresa de catering recogieron la vajilla y la cubertería, el personal desmontó las carpas, recogió las mesas y las sillas; retiró el estrado e incluso efectuó un rápido recorrido por el jardín para asegurarse de que no quedara ningún desperdicio. Al día siguiente los criados terminarían de recogerlo todo.
A petición de Pippi se había preparado una reunión ritual con los cinco hermanos Santadio después de la retirada de los invitados. En su transcurso, todos se intercambiarían regalos y celebrarían la nueva amistad entre las dos familias.
A medianoche todos se reunieron en el gran comedor de la mansión Santadio. Pippi llevaba una maleta llena de relojes Rolex (auténticos, no de imitación). Había también un precioso quimono japonés con un estampado de escenas de amor orientales pintadas a mano.
—Vamos a llevárselo a Jimmy ahora mismo! gritó Fonsa.
—Demasiado tarde —replicó Ítalo entre risas. Jimmy y Marie ya van por el tercer asalto.
Todos se rieron alegremente.
La luna del desierto aislaba el recinto de la mansión con su blanco y gélido resplandor. Los farolillos chinos que colgaban de los muros dibujaban unos círculos rojos en los blancos rayos luna. Un camión de gran tamaño con la palabra CATERING pintada con letras doradas en su costado se aproximó ruidosamente a la verja del recinto.
Uno de los guardias se acercó al camión y el conductor le dijo que tenían que recoger un generador que se habían olvidado.
—¿A esta hora? —preguntó el guardia.
Mientras hablaba, el conductor descendió del vehículo con ademán de acercarse al otro guardia. Los dos guardias estaban un poco adormilados debido a la comida y la bebida del banquete de bodas.
En un solo movimiento sincronizado ocurrieron dos cosas, el conductor bajó la mano hacia su entrepierna, sacó un arma con silenciador y disparó tres veces contra el rostro del guardia. El ayudante del conductor sujetó al otro guardia con una llave de lucha y le cortó la garganta de un rápido tajo con un enorme y afilado cuchillo.
Los dos hombres quedaron muertos en el suelo. Se oyó el zumbido de un motor cuando se abrió la gran plataforma metálica de la parte posterior del vehículo, y por ella bajaron a toda prisa veinte soldados de los Clericuzio. Con los rostros cubiertos con medias, vestidos de negro y provistos de armas con silenciador, se distribuyeron por todo el recinto, encabezados por Giorgio, Petie y Vincent. Un equipo especiál cortó los cables telefónicos. Otro equipo se desplegó por el recinto para controlarlo. Diez de los enmascarados irrumpieron en el comedor con Giorgio, Vincent y Petie.
Los hermanos Santadio, con las copas de vino en alto, se disponían a brindar por Pippi. Éste se apartó de ellos. No se pronunció ni una sola palabra. Los invasores abrieron fuego y los cinco hermanos Santadio quedaron destrozados por una lluvia de balas. Uno de los enmascarados, Petie, se acercó a ellos y les dio a los cinco el tiro de gracia con una bala bajo la barbilla. En el suelo brillaban los fragmentos de las copas de cristal. Pippi, todavía desarmado, acompañó a Giorgio, a lo largo del pasillo que conducía al dormitorio del Don Santadio. Empujó la puerta.
Don Santadio se había despertado y se estaba comiéndo el trozo de la torta nupcial, Echó un vistazo a los cuatro hombres, se santiguó y se cubrió el rostro con una almohada. El plato del trozo de pastel resbaló al suelo.
La enfermera estaba leyendo en un rincón de la estancia. Petie se abalanzó sobre ella como un gigantesco gato e inmediatamente la amordazó y la ató a la silla con una cuerda de nailon.
Fue Giorgio quien se acercó a la cama. Alargó pausadamente la mano y retiró la almohada que cubría la cabeza de Don Santadio. Vaciló un instante y efectuó dos disparos, el primero en el ojo y el segundo levantando primero la calva cabeza, en sentido ascendente bajo la barbilla.
Después, todos se reagruparon. Finalmente, Vincent le entregó un arma y una larga cuerda plateada a Pippi.
Pippi encabezó la marcha, abandonó el dormitorio del viejo, bajó por el largo pasillo y subió hasta el segundo piso donde se encontraba el dormitorio nupcial. El pasillo estaba lleno de flores y cestas de fruta.
Pippi empujó la puerta del dormitorio. Estaba cerrada. Petie se quitó un guante y sacó una ganzúa, con la que abrió la puerta sin la menor dificultad, y la empujó hacia dentro.
Rose Marie y Jimmy estaban tendidos sobre la cama. Acababan de hacer el amor y parecía que sus cuerpos hubieran adquirido una consistencia casi líquida tras haber desahogado el apetito sexual. El camisón transparente de Rose Marie estaba enrollado hasta la cintura, y los tirantes habían resbalado sobre los brazos, dejando al descubierto sus pechos. Su mano derecha descansaba sobre el cabello de Jimmy, y la izquierda sobre su estómago. Jimmy estaba completamente desnudo pero se incorporó de un salto en cuando vio a los hombres e inmediatamente cogió una sábana para cubrirse. Lo comprendió todo.
—¡Aquí no, fuera! les dijo, acercándose a ellos.
Durante una décima de segundo, Rose Marie no entendió nada; cuando Jimmy echó a andar hacia la puerta trató de retenerlo, pero él se zafó de su presa. Cruzó la puerta rodeado por Giorgio, Petie y Vincent.
—Pippi, Pippi, por favor, no lo hagas —dijo entonces Rose Marie. Sólo cuando los tres hombres se volvieron a mirarla, ésta se dio cuenta de que eran sus hermanos. Giorgio, Petie y Vincent, no. ¡No, por favor!
Fue el momento más difícíl para Pippi. Si Rose Marie hablara, la familia Clericuzio estaría perdida. Su deber sería matarla. El Don no le había dado instrucciones precisas, ¿cómo hubiera podido perdonar el asesinato de su hija? ¿obedecerían los hermanos? Cómo había descubierto Rose Marie que eran ellos? Tomó una decisión. Salió al pasillo con Jimmy y los tres hermanos de Rose Marie, y cerró la puerta a su espalda.
En eso el Don había sido muy explícito. Jimmy Santadio debería ser estrangulado. Tal vez por compasión, el Don decidió que en su cuerpo no hubiera agujeros por los que tuvieran que llorar sus seres queridos. Quizá fue la tradición de no derramar la sangre de un ser querido sentenciado a muerte. De repente Jimmy Santadio dejó caer la sábana al suelo y arrancó la máscara que cubría el rostro de Pippi. Giorgio le agarró un brazo y Pippi el otro. Vincent se arrodilló en el suelo y le inmovilizó las piernas. Después Pippi le rodeó el cuello con la cuerda y lo obligó a agacharse en el suelo. Jimmy esbozó una torcida y curiosa sonrisa de compasión mientras clavaba los ojos en el rostro de Pippi; pensaba que aquel acto sería vengado por el destino o por un Dios misterioso.
Pippi apretó la cuerda, Petie alargó los brazos para aplicar presión y todos se arrodillaron en el suelo del pasillo, donde la blanca sábana recibió el cuerpo de Jimmy Santadio como si fuera un sudario. En el interior del dormitorio nupcial, Rose Marie se puso a gritar...
El Don había terminado de hablar. Encendió otro puro italiano y tomó un sorbo de vino.
—Pippi lo planeó todo —dijo Giórgio, Nos retiramos sin el menor incidente y los Santadio fueron borrados de la faz de la Tierra. Fue una brillantísima operación.
—Y lo resolvió todo —dijo Vincent no hemos tenido ningún problema desde entonces.
Don Clericuzio lanzó un suspiro.
—La decisión fue mía y me equivoqué. Pero ¿cómo hubiéramos podido saber que Rose Maríe se volvería loca? Estábamos en crisis, y aquella era nuestra única oportunidad de asestar un golpe decisivo. En aquel entonces yo aún no había cumplido los sesenta y estaba muy pagado de mi poder y de mi inteligencia. Pensé que sería una tragedia para mi hija, pero las viudas no se pasan toda la vida llorando, y además ellos habían matado a mi hijo Silvio. ¿Cómo podía yo perdonar eso, por mucho que tuviera que sufrir mi hija? Pero he aprendido. No se puede llegar a una solución razonable con personas estúpidas. Los hubiera tenido que eliminar a todos al principio, antes de que los enamorados se conocieran. Hubiera salvado a mi hijo y a mi hija. El Don hizo una breve pausa. Así que Dante es el hijo de Jimmy Santadio, y tú, Cross, compartiste un cochecito infantil con él cuando los dos erais pequeños durante tu primer verano en esta casa. A lo largo de todos estos años he tratado de resarcir a Dante de la pérdida de su padre y he intentado ayudar a mi hija a recuperarse de su dolor. Dante ha sido educado como un Clericuzio y será mi heredero, junto con mis hijos.
Cross trató de comprender lo que estaba ocurriendo. Todo su cuerpo se estremeció de repugnancia al pensar en los Clericuzio y en el mundo en que vivían.
Pensó en su padre Pippi, interpretando el papel de Satanás y se duciendo a los Santadio para matarlos. ¿Cómo era posible que hubiera tenido por padre a semejante hombre? Pensó en su amada tía Rose Marie, que había vivido todos aquellos años con el cerebro y el corazón rotos, sabiendo que su marido había sido asesinado por su padre y sus hermanos, y que su propia familia la había traicionado. Incluso se compadeció un poco de Dante, ahora que su culpabilidad ya no ofrecía ninguna duda. Pensó en el Don. No era posible que se hubiera tragado la historia del atraco sufrido por Pippi. ¿Por qué razón parecía aceptarla, él que jamás había creído en la casualidad? ¿Qué mensaje encerraba aquel hecho?
Cross nunca había conseguido entender a Giorgio. ¿Se creía lo del atraco? Estaba claro que Vincent y Petie sí. Ahora comprendía el estrecho vínculo que unía a su padre con el Don y sus tres hijos. Todos habían participado como soldados en la matanza de los Santadio. Y su padre había perdonado la vida a Rose Marie.
—¿Y Rose Marie nunca ha hablado? —preguntó Cross.
—No —contestó el Don en tono sarcástico. Hizo otra cosa mejor. Se volvió loca. Hubo cierta nota de orgullo en su voz. La envié a Sicilia y la mandé volver justo a tiempo para que Dante naciera en territorio estadounidense. Quién sabe... puede que algún día llegue a ser presidente de Estados Unidos. Soñaba otras cosas para mi nieto, pero la combinación de la sangre de los Clericuzio con la de los Santadio ha sido demasiado para él.
—¿Y sabes lo peor de todo? añadió el Don. Tu padre Pippi cometió un error. Jamás hubiera tenido que dejar con vida a Rose Marie, aunque yo le agradecí que lo hiciera. Don Clericuzio lanzó un suspiro, tomó un sorbo de vino, y mirando a Cross directamente a los ojos le dijo:
—Ten cuidado. El mundo es lo que es, y tú eres lo que eres.
Durante el vuelo de regreso a Las Vegas, Cross pensó en el enigma. ¿Por qué motivo el Don le había contado finalmente la guerra de los Santadio? ¿Para evitar que él visitara a Rose Marie y ésta le contara otra versión? Acaso le había querido hacer una advertencia, diciéndole que no vengara la muerte de su padre pues Dante estaba mezclado en ella? El Don era un misterio, pero de una cosa Cross estaba seguro. El que había matado a su padre era Dante, y por tanto Dante lo tendría que matar a él. Y no cabía duda de que Don Domenico Clericuzio también lo sabía.
Dante Clericuzio no necesitába que le contaran la historia. Su madre Rose Marie se la había susurrado a su pequeño oído desde que tenía dos años, siempre que sufría uno de sus ataques; siempre que se afligía al recordar el amor perdido de su marido y de su hermano Silvio, siempre que la vencía el terror que le inspiraban Pippi y sus hermanos.