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Authors: Paulo Coelho

El vencedor está solo (43 page)

BOOK: El vencedor está solo
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Jasmine Tiger no está en la fiesta. Debe de haberse marchado.

—No importa. Tal vez hayan olvidado decirle que teníamos que vernos aquí.

Parece tranquilo, como el que está acostumbrado a situaciones semejantes. Pero, en realidad, le hierve la sangre: «¿Se ha ido de la fiesta? ¿Quién se cree que es?»

Es tan fácil morir. Aunque el organismo humano sea uno de los mecanismos mejor concebidos de la creación, basta con que un pequeño proyectil de plomo entre a cierta velocidad, corte aquí y allí sin criterio alguno, y ya está.

Muerte: según el diccionario, el final de una vida (aunque vida también sea algo que necesita una definición correcta). La paralización permanente de las funciones vitales del cuerpo, como el cerebro, la respiración, el riego sanguíneo y el corazón. Dos cosas resisten ese proceso durante algunos días o semanas: tanto el pelo como las uñas siguen creciendo.

La definición cambia cuando se piensa en las religiones: para algunas se trata de un paso a un estado superior, mientras que otras aseguran que se trata de un estado provisional, y que el alma que antes habitaba ese cuerpo tendrá que volver más adelante para pagar por sus pecados o para disfrutar en otra vida de las bendiciones que no le fueron otorgadas durante la reencarnación anterior.

La chica está quieta a su lado. O el efecto del champán ha llegado a su punto álgido, o ya se le ha pasado, y ahora se da cuenta de que no conoce a nadie, que puede ser su primera y última invitación, que, a veces, los sueños se convierten en pesadillas. Algunos hombres se acercaron cuando él se apartó con la chica triste, pero por lo visto ninguno la hizo sentirse cómoda. Al verlo otra vez, le pidió que la acompañase el resto de la fiesta. Le preguntó si tenía coche para volver, porque no tiene dinero, y su compañero por lo visto no va a volver.

—Sí, puedo dejarte en casa. Será un placer.

No estaba en sus planes, pero desde que vio a la policía vigilando a la multitud, debe aparentar que está acompañado; es otra de las muchas personas importantes y desconocidas que están presentes, orgulloso de tener a su lado a una mujer bonita, bastante más joven, lo que encaja perfectamente con las costumbres del lugar.

—¿No crees que debemos entrar?

—Sí, pero conozco este tipo de eventos, y lo más inteligente es esperar a que todos estén sentados. Al menos tres o cuatro mesas tienen sitios reservados, y no podemos correr el riesgo de pasar por una situación incómoda.

Nota que la chica se queda un poco decepcionada al enterarse de que él no tiene un sitio reservado, pero se conforma.

Los camareros están recogiendo las copas vacías esparcidas por todo el jardín. Las modelos ya han bajado de los ridículos pedestales sobre los que bailaban para demostrarles a los hombres que todavía hay vida interesante sobre la faz de la Tierra, y para recordarles a las mujeres que necesitan urgentemente una liposucción, un poco de Botox, una aplicación de silicona, cirugía estética.

—Por favor, vamos. Necesito comer o caeré enferma.

Ella lo coge del brazo y se dirigen hacia el salón del piso de arriba. Por lo visto, el mensaje para Ewa fue recibido y descartado, pero ahora sabe qué esperar de una persona tan corrompida como su ex mujer. La presencia del ángel de las cejas espesas sigue a su lado, fue ella la que lo hizo cambiar en el momento oportuno, ver al policía de paisano, cuando teóricamente su atención debería estar centrada en el famoso modisto que acababa de llegar.

—Está bien, entremos.

Suben la escalera y caminan hasta el salón. En el momento de entrar, le pide delicadamente a la chica que le suelte el brazo, ya que sus amigos podrían malinterpretar lo que ven.

—¿Estás casado?

—Divorciado.

Sí, Hamid está seguro, su intuición era acertada, los problemas de esa noche no significan nada al lado de lo que acaba de ver. Como no tiene absolutamente ningún interés profesional en participar en un festival de cine, sólo hay una razón para su presencia allí.

—¡Igor!

El hombre a distancia, acompañado de una mujer más joven, mira hacia él. El corazón de Ewa se dispara.

—¿Qué haces?

Pero Hamid ya se ha levantado sin excusarse. No, no sabe lo que hace. Se dirige a la Maldad Absoluta, sin límites, capaz de hacer cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa. Piensa que está ante un adulto y que puede enfrentarse a él, ya sea con la fuerza física o con argumentos lógicos. Lo que no sabe es que la Maldad Absoluta tiene un corazón de niño, sin ninguna responsabilidad en absoluto con respecto a sus actos, siempre convencido de que tiene razón. Y cuando no consigue lo que quiere, no duda en usar todas las artimañas posibles para satisfacer su deseo. Ahora entiende cómo el ángel se transformó en demonio con tanta rapidez: porque siempre ha albergado la venganza y el rencor en su corazón de niño, a pesar de afirmar que había crecido y superado todos sus traumas. Porque fue el mejor entre los mejores cuando tuvo que demostrar su capacidad para vencer en la vida, lo que le confirmó la condición de omnipotencia. Porque no sabe desistir, ya que ha sido capaz de sobrevivir a los peores tormentos por los que era capaz de caminar sin mirar nunca atrás, con ciertas palabras en su corazón: «Un día voy a volver. Y vais a ver de lo que soy capaz.»

—Al parecer, ha visto a alguien más importante que nosotros —dice irónicamente la ex miss Europa, sentada también en la mesa principal, junto a otras dos celebridades y el anfitrión de la fiesta.

Ewa procura disfrazar el malestar que se ha instalado, pero no sabe qué hacer. El anfitrión parece divertirse con eso; espera su reacción.

—Disculpen. Es un antiguo amigo mío.

Hamid se dirige hacia el hombre, que parece vacilar. La chica que está con él grita:

—¡Aquí estoy, señor Hamid Hussein! ¡Soy su nueva actriz!

La gente de otras mesas se vuelve para ver qué está pasando.

El anfitrión sonríe; siempre es bueno que suceda algo fuera de lo común, así los invitados tendrán mucho de qué hablar después. Para entonces Hamid se ha parado delante del hombre; el anfitrión nota que algo va mal, y se dirige a Ewa.

—Creo que es mejor ir a buscarlo. O, si quiere, podemos poner otra silla extra para su amigo, pero su compañera tendrá que sentarse lejos de aquí.

Los invitados desvían la atención hacia sus platos, sus conversaciones sobre yates, aviones privados, cotizaciones en la Bolsa de Valores. Sólo el anfitrión está atento a lo que sucede.

—Ve a buscarlo —insiste.

Ewa no está allí, como él piensa. Su pensamiento está a miles de kilómetros de distancia, en un restaurante de Irkutsk, cerca del lago Baikal. La escena era diferente; Igor conducía a otro hombre hacia afuera.

Con mucho esfuerzo, se levanta y se acerca.

—Vuelve a la mesa —le ordena Hamid en voz baja—. Nosotros dos vamos a salir para hablar.

Ése era precisamente el paso más absurdo que podía dar en ese momento. Ella lo agarra del brazo, finge que ríe y que está animada al reencontrarse con alguien al que no veía hacía tiempo, y dice con toda la tranquilidad del mundo:

—¡Pero van a servir la cena!

Evitó decir «Amor mío». No quiere abrir las puertas del infierno.

—Tiene razón. Mejor hablamos aquí mismo.

¿Ha dicho eso él? ¿Habrá imaginado cosas y no es nada de lo que piensa? ¿El niño por fin ha crecido y se ha transformado en un adulto responsable? ¿El demonio fue perdonado por su arrogancia y vuelve al reino de los cielos?

Quiere estar equivocada, pero los dos hombres mantienen la mirada fija el uno en el otro. Hamid puede leer algo perverso por detrás de las pupilas azules, y por un momento siente un escalofrío. La chica le tiende la mano.

—Es un placer. Mi nombre es Gabriela...

Él no le devuelve el saludo. Los ojos del otro hombre brillan.

—Hay una mesa en la esquina. Vamos a sentarnos juntos —dice Ewa.

¿Una mesa en la esquina? ¿Su mujer iba a dejar el lugar de honor para sentarse en una mesa en un rincón de la fiesta? Pero Ewa ya los ha cogido a los dos del brazo y los conduce a la única mesa disponible cerca de la puerta por la que salen los camareros. La «actriz» sigue al grupo. Hamid se suelta un momento, se dirige al anfitrión y le pide disculpas.

—Acabo de encontrar a un amigo de la infancia, que se va mañana, y no quiero perder bajo ningún concepto esta oportunidad para hablar un poco. Por favor, no nos esperéis, no sé cuánto vamos a tardar.

—Nadie ocupará vuestros lugares —responde sonriendo el anfitrión, sabiendo que las dos sillas van a quedar desocupadas.

—Creí que era un amigo de la infancia de su mujer —dice otra vez irónica la ex miss Europa.

Pero Hamid ya se dirigía a la peor mesa del salón, reservada para los asesores de las celebridades, que siempre consiguen alguna forma de colarse en los lugares en los que no deberían estar presentes, a pesar de todas las precauciones.

«Hamid es un buen hombre —piensa el anfitrión, mientras ve al famoso estilista alejarse con la cabeza erguida—, Y este comienzo de la noche debe de estar siendo muy difícil para él.»

Se sientan en la mesa de la esquina. Gabriela comprende que tiene una oportunidad única (otra de las oportunidades únicas que se le han presentado ese día). Dice lo contenta que está por la invitación, que hará lo posible y lo imposible para dar todo lo que esperan de ella.

—Confío en usted. He firmado el contrato sin leerlo.

Las otras tres personas no dicen ni una palabra, sólo se miran. ¿Va algo mal, o será el efecto del champán? Mejor seguir la conversación.

—Y también estoy muy contenta porque, a pesar de lo que dicen por ahí, el proceso de selección ha sido justo. Nada de peticiones, nada de favores. Hice una prueba por la mañana, e incluso antes de terminar de leer mi texto, me interrumpieron y me pidieron que fuera a un yate a hablar con el director. Es un buen ejemplo para todo el mundo artístico, señor Hussein. Dignidad en la profesión, honestidad en el momento de escoger con quién va a trabajar. La gente se imagina que el mundo del cine es totalmente diferente, que lo único que realmente cuenta...

Iba a decir «es acostarse con el productor», pero está al lado de su mujer.

—... es la apariencia de la persona.

El camarero trae los entrantes y comienza a recitar el monólogo que esperan de él:

—Como entrante tenemos corazones de alcachofa en salsa de mostaza de Dijon, aliñados con aceite de oliva, finas hierbas y acompañados de pequeñas lonchas de queso de cabra de los Pirineos...

Sólo la chica más joven, con una sonrisa, presta atención a lo que está diciendo. El camarero se da cuenta de que no es bienvenido y se aleja.

—¡Debe de ser delicioso!

Mira a su alrededor. Nadie ha llevado el tenedor al plato. Algo va mal.

—Ustedes tienen que hablar, ¿verdad? Tal vez sea mejor que me siente en otra mesa.

—Sí —dice Hamid.

—No, quédate aquí —dice la mujer.

¿Y ahora qué hacer?

—¿Estás bien en su compañía? —pregunta la mujer.

—Acabo de conocer a Gunther.

Gunther. Hamid y Ewa miran al impasible Igor a su lado.

—¿Y qué hace?

—¡Pero ustedes son sus amigos!

—Sí. Y sabemos lo que hace. Lo que no sabemos es lo que tú sabes de su vida.

Gabriela se vuelve hacia Igor. ¿Por qué él no la ayuda?

Alguien llega y pregunta qué tipo de vino quieren tomar:

—¿Blanco o tinto?

Acaba de salvarla un extraño.

—Tinto para todos —responde Hamid.

—Volviendo al tema, ¿qué hace Gunther?

No la ha salvado.

—Maquinaria pesada, por lo que he sabido. No tenemos ninguna otra relación, y lo único que tenemos en común es que los dos estábamos esperando a amigos que no han venido.

Buena respuesta, piensa Gabriela. Puede que esa mujer tenga una aventura secreta con su nuevo amigo. O una aventura conocida, que su marido acababa de descubrir esa noche, y de ahí la tensión en el ambiente.

—Su nombre es Igor. Es el dueño de una de las mayores operadoras de telefonía móvil de Rusia. Eso es muchísimo más importante que vender maquinaria pesada.

Y si es así, ¿por qué mintió? Decide quedarse callada.

—Esperaba encontrarte aquí, Igor —ahora ella se dirige al hombre.

—He venido a buscarte pero he cambiado de idea —es la respuesta directa.

Gabriela toca el bolso lleno de papel, y finge sorpresa.

—Está sonando mi móvil. Creo que mi acompañante acaba de llegar y tengo que buscarlo. Discúlpenme, pero ha venido desde muy lejos para acompañarme, no conoce a nadie aquí, y me siento responsable por su presencia.

Se levanta. La etiqueta dice que no se debe dar la mano al que está comiendo, aunque hasta el momento nadie haya tocado siquiera el tenedor. Pero las copas de vino ya están vacías.

Y el hombre que se llamaba Gunther hasta hacía dos minutos acababa de pedir que le llevaran una botella entera a la mesa.

—Espero que hayas recibido mis mensajes —dice Igor.

—He recibido tres. Puede que la telefonía aquí funcione peor que la que tú desarrollaste.

—No estoy hablando de teléfonos.

—Entonces no sé de qué estás hablando.

Tiene ganas de decir: «Claro que lo sé.»

Igual que Igor debe de saber que durante el primer año de su relación con Hamid esperó una llamada, un mensaje, algún amigo común que le dijese que la echaba de menos. No quería tenerlo cerca, pero sabía que lastimarlo era lo peor que podía hacer; al menos debía calmar la Furia, fingir que iban a ser buenos amigos en un futuro. Una tarde, tras beber un poco, decidió llamarlo, había cambiado el número de móvil. Cuando llamó al despacho le dijeron que «estaba en una reunión». En las llamadas siguientes —siempre que bebía un poco y se armaba de valor— descubría que Igor «estaba de viaje» o que «la iba a llamar pronto». Lo que nunca sucedía, claro.

Y ella empezó a ver fantasmas en todas las esquinas, a sentir que la vigilaban, que pronto su destino sería el mismo que el del mendigo y las demás personas sobre las que él había insinuado que «les había permitido pasar a una mejor situación». Mientras, Hamid no le preguntaba nunca por su pasado, alegando que es un derecho de todos guardar la vida privada en los subterráneos de la memoria. Lo hacía todo para que ella se sintiera feliz, decía que la vida tenía sentido desde el momento en que la conoció, y le demostraba que podía sentirse segura, protegida.

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