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Authors: Paulo Coelho

El vencedor está solo (46 page)

BOOK: El vencedor está solo
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El cielo es el límite.

23.11 horas

—¿Pero ya has vuelto?

—Y habría llegado mucho antes, si no hubiera sido por el tráfico.

Jasmine deja los zapatos a un lado, el bolso en otro, y se tira en la cama exhausta, sin quitarse el vestido.

—Las palabras más importantes en todas las lenguas son palabras cortas. «Sí», por ejemplo. O «Amor». O «Dios». Son palabras que salen con facilidad y llenan espacios vacíos en nuestro mundo. Sin embargo, hay una palabra, también muy corta, que me cuesta mucho decir. Pero voy a hacerlo ahora.

Mira a su compañera:

—No.

Da unos golpes sobre la cama para pedirle que se siente a su lado. Le acaricia el pelo.

—El «no» tiene fama de maldito, egoísta, poco espiritual. Cuando decimos «sí», nos creemos generosos, comprensivos, educados. Pero eso es lo que te estoy diciendo ahora: «No.» No voy a hacer lo que me pides, lo que me obligas, pensando que es lo mejor para mí. Ya sé que vas a decir que sólo tengo diecinueve años y que todavía no sé lo que es la vida. Pero me basta una fiesta como la de hoy para saber lo que deseo y lo que no quiero bajo ningún concepto.

»Nunca pensé en ser modelo. Es más, nunca pensé que sería capaz de enamorarme. Sé que el amor sólo puede vivir en libertad, pero ¿quién te ha dicho que soy esclava de alguien? Sólo soy esclava de mi corazón, y en este caso la carga es ligera, y el peso inexistente. Te elegí a ti incluso antes de que tú me escogieses. Me entregué a una aventura que parecía imposible, soportando sin quejarme todas las consecuencias, desde los prejuicios de la sociedad hasta los problemas con mi familia. Lo he superado todo para estar contigo aquí esta noche, en Cannes, saboreando la victoria de un excelente desfile, sabiendo que tendría otras oportunidades en la vida. Sé que las tengo, junto a ti.

Su compañera se tumbó en la cama, a su lado, y apoyó la cabeza en su regazo.

—El que me hizo ver todo esto fue un extranjero que conocí esta noche, mientras estaba allí, perdida en medio de la multitud, sin saber qué decir. Le pregunté qué hacía en la fiesta; me respondió que había perdido a su amor, que había venido a buscarla, y que ya no estaba seguro de querer precisamente eso. Me pidió que mirara a mi alrededor: estábamos rodeados de personas llenas de seguridad, de gloria, de conquistas. Comentó: «No se están divirtiendo. Creen que han llegado a la cima de sus carreras, y la inevitable bajada los asusta. Han olvidado que todavía les queda todo el mundo para conquistar, porque...»

—...porque se han acostumbrado.

—Exacto. Tienen muchas cosas y pocas aspiraciones. Están llenos de problemas resueltos, proyectos aprobados, empresas que prosperan sin necesidad de ninguna interferencia. Ahora sólo les queda el miedo al cambio, y por eso van de fiesta en fiesta, de reunión en reunión, para no tener tiempo para pensar. Para ver a la misma gente, y pensar que todo sigue igual. Las seguridades han sustituido a las pasiones.

—Quítate la ropa —le dice su compañera, intentando evitar cualquier comentario.

Jasmine se levanta, se quita la ropa y se mete debajo de las mantas.

—Desvístete tú también. Y abrázame. Necesito que me abraces, porque hoy creí que me ibas a dejar marchar.

Su compañera también se quita la ropa y apaga la luz. Jasmine se queda dormida en seguida entre sus brazos. Permanece despierta algún tiempo mirando al techo, pensando que, a veces, una chica de diecinueve años, con su inocencia, puede ser más sabia que una mujer de treinta y ocho. Sí, por más que lo temiese, por más insegura que se sintiera en ese momento, se vería forzada a crecer. Tendrá un poderoso enemigo al que enfrentarse: seguro que HH va a ponerle todas las dificultades posibles para no dejarla participar en la Semana de la Moda, en octubre. Primero, insistirá en comprarle la marca. Como eso va a ser imposible, intentará desacreditarla delante de la federación, diciendo que no cumplió su palabra.

Los meses siguientes serían muy difíciles.

Pero lo que ni HH ni nadie más sabe es que ella tiene una fuerza absoluta, total, que la ayudará a superar todas las dificultades: el amor de la mujer que ahora dormía entre sus brazos. Por ella, lo haría absolutamente todo, salvo matar.

Con ella sería capaz de todo, incluso de vencer.

1.55 horas

El jet de su compañía ya tiene los motores encendidos. Igor ocupa su asiento preferido —segunda fila, lado izquierdo— mientras espera el despegue. Cuando las señales de abrocharse el cinturón se apagan, va hasta el bar, se sirve una generosa dosis de vodka y la bebe de un trago.

Por un instante piensa si realmente le envió correctamente los mensajes a Ewa, mientras iba destruyendo mundos a su alrededor. ¿Tendría que haber sido más claro, dejando un billete, un nombre, cosas así? No, demasiado arriesgado: podrían pensar que era un asesino en serie.

No lo era: tenía un objetivo que afortunadamente había sido corregido a tiempo.

El recuerdo de Ewa ya no le pesaba tanto como antes. No la ama como la amaba, y no la odia como la odiaba. Con el paso del tiempo desaparecerá completamente de su vida. Qué pena; a pesar de todos sus defectos, difícilmente volvería a encontrar a una mujer como ella.

Se dirige otra vez al bar, abre otra botellita de vodka y vuelve a beber. ¿Se darán cuenta de que la persona que destruía los mundos de los demás era siempre la misma? Eso ya no le importa; si hay algo de lo que se arrepiente, es del momento en el que quiso entregarse a la policía, por la tarde. Pero el destino estaba de su lado, y había podido terminar su misión.

Sí, ha vencido. Pero el vencedor no está solo. Sus pesadillas se han acabado, un ángel de cejas espesas vela por él, y le enseñará el camino que tiene que recorrer a partir de ahora.

Día de San José, 19 de marzo de 2008

AGRADECIMIENTOS

Hubiera sido imposible escribir este libro sin la ayuda de muchas personas que, de manera abierta o confidencial, me permitieron tener acceso a la información aquí contenida. Cuando empecé la investigación, no creí que fuera a encontrar tantas cosas interesantes detrás del lujo y el glamour. Además de los amigos que me han pedido que omita —y lo haré— sus nombres, quiero darles las gracias a Alexander Osterwald, Bernadette Imaculada Santos, Claudine y Elie Saab, David Rothkopf (creador del término «Superclase»), Deborah Williamson, Fátima Lopes, Fawaz Gruosi, Franco Cologni, Hildegard Follon, James W. Wright, Jennifer Bollinger, Johan Reckman, Jórn Pfotenhauer, Juliette Rigal, Kevin Heienberg, Kevin Karroll, Luca Burei, Maria de Lourdes Débat, Mario Rosa, Monty Shadow, Steffi Czerny, Victoria Navaloska, Yasser Hamid y Zeina Raphael, que colaboraron directa o indirectamente en este libro. Debo confesar que, en su mayor parte, colaboraron indirectamente, ya que nunca suelo comentar el tema sobre el que estoy escribiendo.

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