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Authors: Paulo Coelho

El vencedor está solo (37 page)

BOOK: El vencedor está solo
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¿Y ahora esa mujer quiere saber lo que piensa? ¿Cómo se siente? Tiende la mano hacia la copa de champán que estaba allí esperándolo y bebe todo el contenido de una vez.

Ella debe de pensar que forma parte del grupo de Hamid Hussein, que tiene alguna influencia, quiere su colaboración y su ayuda para saber los pasos que debe dar. Él sabe los pasos, pero sólo lo contrataron para trabajar durante el festival, para hacer determinadas cosas, y se va a limitar a cumplir con su cometido. Cuando se acaben los días de lujo y glamour, volverá a su apartamento en uno de los suburbios de París, donde sus vecinos lo discriminan simplemente porque su aspecto no encaja en los cánones establecidos por algún loco que un día gritó: «Todos los seres humanos son iguales.» No es verdad: todos los seres humanos son diferentes, y deben ejercer ese derecho hasta sus últimas consecuencias.

Se quedará viendo la televisión, yendo al supermercado que está al lado de casa, comprando y leyendo revistas, saliendo de vez en cuando al cine. Como es una persona responsable, a veces recibirá llamadas de agentes que seleccionan auxiliares con «mucha experiencia» en el sector de la moda; que sepan vestir a las modelos, escoger los accesorios, acompañar a personas que todavía no saben comportarse correctamente, evitar errores de etiqueta, explicarles lo que hay que hacer y lo que no se puede tolerar bajo ningún concepto.

Sí, tiene sueños. Es único, repite para sí. Es feliz, porque no espera nada más de la vida; aunque parece mucho más joven, ya tiene cuarenta años. Sí, intentó seguir la carrera de estilista, no consiguió ningún trabajo decente, se peleó con las personas que podrían haberlo ayudado y actualmente ya no espera nada más de la vida, aunque tiene cultura, buen gusto y una disciplina férrea. Ya no cree que nadie vea su manera de vestir y diga: «Fantástico, nos gustaría que viniera a hablar con nosotros.» Recibió una o dos ofertas para posar como modelo, pero de eso hace muchos años; no aceptó porque no formaba parte de su proyecto de vida, y no se arrepiente.

Se hace su propia ropa, con telas que sobran en los talleres de alta costura. En Cannes se hospeda, con otras dos personas, en lo alto de la montaña, puede que no muy lejos de la mujer que está a su lado. Pero ella tiene su oportunidad y, por más que crea que la vida es injusta, no debe dejarse dominar por la frustración ni por la envidia; dará lo mejor de sí, de lo contrario, no volverán a llamarlo para ser «ayudante de producción».

Claro que es feliz: una persona que no desea nada es feliz. Mira el reloj; puede que sea un buen momento para entrar.

—Vamos. Hablaremos en otro momento.

Paga las bebidas y pide la factura para poder hacer cuentas de cada céntimo cuando esos días de lujo y glamour se acaben. Algunas personas se levantan y hacen lo mismo; tiene que darse prisa para que no confundan a la chica con la multitud que empieza a llegar. Caminan por el salón del hotel hasta el principio del pasillo; él le entrega las dos invitaciones que guardaba cuidadosamente en el bolsillo: después de todo, una persona importante jamás se preocupa de esos detalles, siempre tiene a un asistente para hacerlo.

Él es el asistente. Ella es la mujer importante y empieza a dar muestras de grandeza. Muy pronto sabrá lo que significa este mundo: absorber el máximo de su energía, llenarle la cabeza de sueños, manipular su vanidad, para que la descarten precisamente cuando crea que es capaz de todo. Fue lo que le pasó a él, y a todos los que llegaron antes que él.

Bajan la escalera. Se detienen en el pequeño recibidor antes del «pasillo»; la gente anda despacio porque justo después de la curva están los fotógrafos y la posibilidad de aparecer en alguna revista, aunque sea en Uzbekistán.

—Yo iré delante para avisar a algunos fotógrafos que conozco. No te apresures; esto es diferente de la alfombra roja. Si alguien te llama, vuélvete y sonríe. En ese caso, lo más probable es que los demás también comiencen a sacar fotos, ya que al menos uno de ellos conoce tu nombre y debes de ser alguien importante. No poses más de dos minutos, porque sólo se trata de la entrada a una fiesta, aunque parezca algo del otro mundo. Si quieres ser una celebridad, debes estar a la altura.

—¿Y por qué entro sola?

—Parece que ha habido algún contratiempo. Él ya debería estar aquí, al fin y al cabo, es un profesional. Pero debe de haberse retrasado.

«Él» es la Celebridad. Podría haberle dicho lo que pensaba realmente: «Seguro que ha conocido a alguna chica loca por acostarse con él y, al parecer, no salió de la habitación a la hora prevista.» Sin embargo, eso podía herir el corazón de esa principiante, que seguro que albergaba sueños de una hermosa historia de amor, aunque no tuviese razón alguna para ello.

No debía ser cruel, como tampoco debía ser su amigo; bastaba con cumplir con su deber y podría salir de allí. Además, si la inocente chica no era capaz de controlar sus emociones, las fotos en el pasillo iban a salir mal.

Se coloca delante de ella en la fila y le pide que lo siga, pero dejando algunos metros de distancia entre los dos. En cuanto pase por el pasillo, irá directamente a los fotógrafos, para ver si consigue despertar el interés de alguno.

Gabriela espera unos segundos, pone su mejor sonrisa, agarra el bolso correctamente, cambia de postura y echa a andar con seguridad, preparada para enfrentarse a los flashes. La curva daba a un lugar fuertemente iluminado, con una pared blanca cubierta con los logotipos del patrocinador; al otro lado, una pequeña grada en la que diferentes objetivos apuntaban en su dirección.

Siguió caminando, procurando ser consciente de cada paso: no quería repetir la frustrante experiencia de la alfombra roja, que acabó antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba viviendo. Tiene que vivir el momento como si la película de su vida pasase a cámara lenta. En algún momento los flashes empezarían a disparar.

—¡Jasmine! —gritó alguien.

¿Jasmine? ¡Pero su nombre era Gabriela!

Se detiene por una fracción de segundo, con una sonrisa congelada en la cara.

No, su nombre ya no era Gabriela. ¿Cómo era? ¡Jasmine!

De repente, oye el ruido de las cámaras, objetivos que se abren y se cierran, pero todas las lentes apuntan a la persona que está detrás de ella.

—¡Muévete! —le dice un fotógrafo—. Tu momento de gloria ya ha pasado. ¡Déjame trabajar!

No puede creerlo. Sigue sonriendo, pero empieza a moverse más rápidamente hacia el túnel oscuro que parece comenzar donde termina el pasillo de luz.

—¡Jasmine! ¡Mira hacia aquí! ¡Aquí!

Los fotógrafos parecen poseídos por la histeria colectiva.

Ha llegado al final del «pasillo» sin que nadie se haya molestado siquiera en gritar su nombre, que por cierto ha olvidado totalmente. El andrógino la esperaba allí.

—No te preocupes —dice, mostrando por primera vez un poco de humanidad—. Verás que eso también le pasará a otra gente esta noche. Peor: verás a gente cuyo nombre se gritaba hace algún tiempo y que hoy pasa sonriendo, esperando alguna foto, sin que absolutamente nadie tenga la piedad de disparar un solo flash. Debes mantener la sangre fría. Controlarte. No es el fin del mundo, los demonios ya no pueden aparecer.

—No estoy preocupada. Al fin y al cabo, he empezado hoy. ¿Quién es Jasmine?

—También ha empezado hoy. Al final de la tarde anunciaron un gran contrato con Hamid Hussein. Pero no es para hacer películas, no te preocupes.

No estaba preocupada. Simplemente quería que la Tierra se abriese y la tragase entera.

20.12 horas

Sonríe.

Finge que no sabe por qué tanta gente está interesada en su nombre. Camina como si fuera una alfombra roja y no una pasarela.

Atención, hay gente entrando, los segundos necesarios para las fotos se han agotado, mejor seguir adelante.

Pero los fotógrafos no dejan de gritar su nombre. Se siente incómoda, porque la siguiente persona —en realidad, una pareja— tiene que esperar hasta que todos están satisfechos, lo cual no va a suceder nunca, porque siempre quieren el ángulo ideal, la foto única (¡como si eso fuera posible!), una mirada directa al objetivo de su cámara.

Ahora dice adiós, sonriendo como siempre. Y sigue adelante.

Al llegar al final del pasillo se ve rodeada por un grupo de periodistas. Quieren saberlo todo sobre el gran contrato con uno de los estilistas más importantes del mundo. Lo que le gustaría decir es: «No es verdad.»

—Estamos estudiando los detalles —responde.

Insisten. Una televisión se acerca, la reportera con el micrófono en la mano. Le pregunta si está contenta con las novedades. Sí, cree que el desfile ha sido perfecto, y que el siguiente paso de la estilista —dice su nombre— será la Semana de la Moda de París.

La periodista parece no saber que han presentado una colección durante la tarde. Las preguntas continúan, pero esta vez las están filmando.

«No te relajes, responde únicamente a lo que te interese y no a lo que quieren sonsacarte. Finge que no conoces los detalles y habla del éxito del desfile, del merecido homenaje a Ann Salens, el genio olvidado porque no tuvo el privilegio de nacer en Francia.» Un chico que quiere hacerse el gracioso le pregunta qué le parece la fiesta. Ella responde con la misma ironía: «Todavía no me has dejado entrar.» Una ex modelo, convertida en presentadora de una televisión por cable, le pregunta cómo se siente al ser contratada para ser la imagen exclusiva de la próxima colección de HH. Un profesional mejor informado quiere saber si es verdad que va a ganar al año una cantidad de más de seis cifras:

—Deberían haber puesto siete cifras en la nota de prensa, ¿no crees? De más de seis cifras suena un poco absurdo, ¿no crees? O podrían decir que es más de un millón de euros, en vez de obligar a los espectadores a contar las cifras, ¿no te parece? Además, podrían llamarlos «ceros», en vez de «cifras», ¿no crees?

No cree nada.

—Lo estamos estudiando —repite—. Por favor, dejadme respirar un poco de aire puro. Dentro de un rato os contesto a todo lo que pueda.

Mentira. Dentro de un rato cogerá un taxi para volver a casa.

Alguien le pregunta por qué no lleva un Hamid Hussein.

—Siempre he trabajado para esta estilista.

Vuelve a decir su nombre. Algunos lo anotan. Otros simplemente lo ignoran; están allí por una noticia que quieren publicar, no para descubrir la verdad detrás de los hechos.

Se ve salvada gracias al ritmo que las cosas siguen en una fiesta como ésa: en el «pasillo», los fotógrafos están gritando otra vez. Como en un movimiento orquestado por un maestro invisible, los periodistas que la rodean se vuelven y descubren que una Celebridad mayor, más importante, acaba de llegar. Jasmine aprovecha el segundo de duda del grupo y decide caminar hasta la barandilla del bonito jardín convertido en salón donde la gente bebe, fuma y anda de un lado a otro.

Dentro de un rato también podrá beber, fumar, mirar al cielo, dar media vuelta y marcharse.

Sin embargo, una mujer y una criatura extraña —parece un androide de película de ciencia ficción— tienen los ojos fijos en ella, siguen sus pasos. Sí, no saben qué están haciendo allí; mejor acercarse y charlar un poco. Se presenta. La criatura extraña saca el teléfono móvil del bolsillo, hace una mueca, se disculpa y se aparta por algún tiempo.

La chica se queda callada, mirándola, como diciendo «me has estropeado la noche».

Se arrepiente de haber aceptado la invitación a la fiesta. Llegó gracias a dos personas, cuando ella y su compañera se preparaban para ir a una pequeña recepción ofrecida por la BCA (Belgium Clothing Association, el órgano que controla y fomenta la moda en su país). Pero no todo son nubes negras en el horizonte: verán su vestido si publican las fotos, y puede que alguien se interese por lo que lleva puesto.

Los hombres que le llevaron la invitación parecían muy educados. Le dijeron que había una limusina esperando fuera; estaban seguros de que una modelo con su experiencia no tardaría más de quince minutos en estar lista.

Uno de ellos abrió el maletín, sacó un ordenador y una impresora también portátil y le dijo que estaban allí para cerrar el gran contrato de Cannes. Ahora todo era cuestión de detalles. Negociarían las condiciones y su agente —sabían que la mujer que estaba a su lado también era su agente— se encargaría de firmar.

Le prometieron a su compañera todas las facilidades posibles para su siguiente colección. Sí, claro que sería posible mantener el nombre y la etiqueta. ¡Por supuesto que podrían usar su servicio de prensa! Es más: a HH le gustaría comprar la marca e inyectar el dinero necesario para que tuviese buena visibilidad en la prensa italiana, francesa e inglesa.

Pero había dos condiciones. La primera, que el asunto se decidiera inmediatamente para poder enviar una nota a la prensa antes de que las redacciones de los periódicos cerrasen la edición del día siguiente.

La segunda: que tendría que transferir el contrato de Jasmine Tiger, que pasaría a trabajar exclusivamente para Hamid Hussein. No faltaban modelos en el mercado, así que la estilista belga en seguida podría encontrar una para sustituirla. Además, como también era su agente ganaría bastante dinero.

—Acepto transferir el contrato de Jasmine —respondió inmediatamente su compañera—. En cuanto al resto, hablamos después.

¿Aceptó así de rápido? ¿Una mujer que era la responsable de todo lo que le había sucedido en la vida y ahora parecía alegrarse de separarse de ella? Se sentía apuñalada por la espalda por la persona a la que más quería en el mundo.

El hombre saca una blackberry del bolsillo.

—Mandaremos un comunicado de prensa ahora. Ya está escrito: «Me emociona la oportunidad...»

—Un momento. Yo no estoy emocionada. No sé exactamente de qué estáis hablando.

Su compañera, sin embargo, revisa el texto, cambiando «emocionada» por «alegre», y «oportunidad» por «invitación». Estudia cuidadosamente cada palabra y cada frase. Exige que mencionen un precio desorbitado. Ellos no estaban de acuerdo, si lo hacían podían infraccionar el mercado. Entonces no hay trato, es la respuesta. Los dos hombres se disculpan, salen, usan los móviles y vuelven en seguida. Dirían algo vago: un contrato de más de seis cifras, sin decir exactamente la cuantía. Les dan la mano a las dos, dedican algunos elogios a la colección y a la modelo, guardan el ordenador y la impresora en el maletín, le piden que graben en el teléfono de uno de ellos un acuerdo formal, para tener alguna prueba de que las negociaciones sobre Jasmine han sido aceptadas. Salen con la misma rapidez con la que entraron, con los teléfonos móviles en acción, y le piden que no tarde más de quince minutos; la fiesta de esa noche formaba parte del contrato que acababan de cerrar.

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