El vuelo del dragón (19 page)

Read El vuelo del dragón Online

Authors: Anne McCaffrey

BOOK: El vuelo del dragón
6.59Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se deslizó hacia abajo, incitándoles, divertida ante lo complicado de sus vuelos. A Hath no podía soportarlo. ¿Orth? Bueno, Orth era un animal joven y de fina estampa. Ramoth plegó sus alas para deslizarse entre Orth y Mnementh.

Cuando pasaba junto a Mnementh, éste cerró súbitamente sus alas y descendió hasta situarse a su lado. Desconcertada, Ramoth intentó planear y descubrió que sus alas se enredaban con las de Mnementh, que se había acercado peligrosamente a ella.

Entrelazados, cayeron. Mnementh, apelando a ocultas reservas de energía, extendió sus alas para controlar su caída en vertical. Sin posibilidad de maniobrar y sobresaltada por la aterradora velocidad de su descenso, Ramoth extendió también sus grandes alas. Y entonces...

Lessa se estremeció, extendiendo desesperadamente las manos en busca de algún apoyo. Su cuerpo parecía a punto de estallar, todos sus nervios vibraban...

—No te desmayes ahora. Quédate con ella —susurró roncamente la voz de F'lar en su oído. Sus brazos la sostuvieron con brusquedad.

Lessa trató de enfocar su mirada. Pero lo único que vio fueron las paredes de su propio weyr. Se aferró a F'lar, tocando piel desnuda, agitando la cabeza, aturdida.

—Haz que regrese.

—¿Cómo? —gritó Lessa, jadeante, incapaz de imaginar lo que podía arrancar a Ramoth de semejante gloria.

El dolor de unos golpes en su rostro le hizo adquirir una furiosa consciencia de la turbadora proximidad de F'lar. Los ojos del caballero bronce tenían una expresión salvaje, su boca estaba distorsionada.

—Piensa con ella. Ramoth no puede ir al
inter
. Quédate con ella.

Temblando al pensar que Ramoth podía perderse en el
inter
, Lessa llamó al dragón hembra, enlazada todavía ala con ala con Mnementh.

La pasión de los dos dragones en aquel momento ascendió en espiral hasta Lessa. Una marea subiendo torrencialmente desde el mar de su alma inundó a Lessa. Con un grito anhelante se aferró a F'lar. Sintió el cuerpo firme como una roca del caballero bronce contra el suyo, sus fuertes brazos levantándola, su boca pegándose implacablemente a la suya, mientras se sumergía profundamente en otra inesperada ola de deseo.

—¡Ahora! Les haremos regresar sanos y salvos —murmuró F'lar.

Dragonero, dragonero,

Entre nosotros,

Comparte conmigo ese destello de amor

Mayor que el mío.

F'lar se despertó súbitamente. Escuchó con atención, oyó y le tranquilizó el satisfecho murmullo de Mnementh. El bronce estaba posado sobre el saledizo en el exterior del weyr de la reina. Todo estaba apaciblemente en orden en el Cuenco, debajo.

Apacible pero distinto. F'lar, a través de los ojos y los sentidos de Mnementh, lo percibió inmediatamente. Algo estaba cambiando en el Weyr. F'lar se. permitió una sonrisa de satisfacción al recordar los tumultuosos acontecimientos del día anterior. Algo podía haber salido mal.

Algo estuvo a punto de salir mal
, le recordó Mnementh.

¿Quién había llamado a K'net y a él mismo para que regresaran?, se preguntó de nuevo F'lar. Mnementh se limitó a repetir que le habían llamado para que regresara. ¿Por qué no identificaba al informador?

Una obsesionante preocupación se había introducido subrepticiamente en las reflexiones de F'lar.

—Tengo que recordarle a F'nor... —empezó a decir en voz alta.

F'nor nunca olvida tus órdenes
, le tranquilizó Mnementh en tono impertinente.
Canth me ha dicho que la perspectiva al amanecer de hoy sitúa a la Estrella Roja encima del Ojo de Roca. El sol está todavía lejos también
.

F'lar deslizó unos dedos impacientes a través de sus cabellos. «Encima del Ojo de Roca. Más cerca, y más cerca llega la Estrella Roja», tal como predecían los Antiguos Archivos. Y el amanecer en el cual la Estrella brillara escarlata a
través
del Ojo de Roca, presagiaría un paso peligroso y... las Hebras.

No existía ninguna otra explicación para aquella cuidadosa disposición de piedras gigantescas y rocas especiales sobre el Pico Benden. Ni para su contrapartida sobre las murallas orientales de cada uno de los cinco Weyrs abandonados.

Primero, el Dedo de Piedra sobre el cual resbalaba brevemente el sol al amanecer en el solsticio de invierno. Luego, dos longitudes de dragón detrás de él, la rectangular y enorme Piedra de la Estrella, al nivel del pecho de un hombre alto, con su pulimentada superficie hendida por dos flechas, una apuntando al levante derecho hacia el Dedo de Piedra, la otra ligeramente al norte del levante derecho, apuntada directamente al Ojo de Roca, tan ingeniosa e inamoviblemente engastado en la Piedra de la Estrella.

Un amanecer, en el no demasiado lejano futuro, F'lar miraría a través del Ojo de Roca y encontraría el funesto parpadeo de la Estrella Roja. Y entonces...

Los sonidos de un vigoroso chapoteo interrumpieron las reflexiones de F'lar. Sonrió de nuevo al darse cuenta de que era la muchacha bañándose. Procedía a un aseo general, y desvestida... F'lar pensó perezosamente en cómo le recibiría Lessa. No podía tener ninguna queja. ¡Qué vuelo! El caballero bronce rió silenciosamente.

Desde la seguridad de su saledizo Mnementh comentó que F'lar haría mejor vigilando sus relaciones con Lessa.

¿Con Lessa?
, pensó F'Iar, en respuesta a su dragón.

Mnementh repitió enigmáticamente su advertencia. F'lar expresó con una risita su confianza en sí mismo.

Súbitamente, Mnementh estuvo alerta ante una alarma.

Los centinelas habían enviado a un caballero a identificar las anormalmente persistentes nubes de polvo en la meseta del Lago Benden, informó Mnementh a su jefe de escuadrón.

F'lar se levantó apresuradamente, recogió sus ropas dispersas y se vistió. Estaba abrochándose el ancho cinturón de jinete cuando la cortina de la sala de baños se apartó a un lado. Lessa se encaró con él, completamente vestida.

A F'lar le sorprendía siempre ver lo frágil que era Lessa, un recipiente desproporcionado para tanta fuerza mental. Sus cabellos recién lavados enmarcaban su estrecho rostro con una nube oscura. En sus serenos ojos no había el menor vestigio de la pasión despertada por los dragones que ayer habían experimentado juntos. No había en ella ninguna cordialidad. Ningún calor. ¿Era eso lo que Mnementh había querido decir? ¿Qué pasaba con la muchacha?

Mnementh dio un adicional informe alarmante, y F'lar cuadró su mandíbula. Tendría que aplazar la comprensión que Lessa y él debían alcanzar intelectualmente hasta después de esta emergencia. En su fuero interno maldijo la bisoñez con que R'gul había manejado a Lessa. El hombre había estropeado a la Dama del Weyr, del mismo modo que había arruinado al propio Weyr.

Bueno, F'lar, caballero del bronce Mnementh, era ahora caudillo del Weyr, y los cambios no tardarían en producirse.

No tardarán en producirse
, confirmó Mnementh secamente.
Los Señores de los Fuertes están reuniendo sus fuerzas en la meseta del lago
.

—Hay problemas —anunció F'lar a Lessa a guisa de saludo. Sus palabras no parecieron alarmarla.

—¿Han venido a protestar los Señores de los Fuertes? —preguntó fríamente ella.

F'lar admiró su serenidad a pesar de reprocharle el papel que había desempeñado en el desarrollo de los acontecimientos.

—Hubiera sido preferible que dejaras en mis manos el problema de los abastecimientos. K'net era demasiado joven para cargarle con esa responsabilidad. Era de prever que se excediera.

La leve sonrisa de Lessa estaba teñida de ironía. F'lar se preguntó fugazmente si no era aquello lo que ella se había propuesto. Si Ramoth no hubiera remontado el vuelo ayer, las cosas podrían ser hoy muy distintas. ¿Había pensado Lessa en eso?

Mnementh le advirtió que R'gul estaba en el saledizo. R'gul era todo pecho y mirada indignada, comentó el dragón, lo cual significaba que estaba sintiendo su autoridad.

—No tiene ninguna —exclamó F'lar en voz alta, completamente despierto y complacido con los acontecimientos, a pesar de su precipitación.

—¿R'gul?

Lessa era sumamente perspicaz, desde luego, admitió F'lar.

—Vamos, muchacha.

Hizo un gesto señalando hacia el weyr de la reina. La escena que estaba a punto de representar con R'gul debería redimir aquel día vergonzoso en la Sala del Consejo, hacía dos meses. F'lar sabía que a Lessa le había escocido tanto como a él.

Apenas habían entrado en el weyr de la reina cuando R'gul, seguido por un excitado K'net, penetró precipitadamente por el lado contrario.

—El centinela me informa —empezó R'gul— que hay un gran cuerpo de hombres armados, con banderas de muchos Fuertes, acercándose al Túnel. K'net —R'gul estaba furioso con el joven— confiesa que ha estado realizando sistemáticas incursiones de pillaje... contra todo motivo y, desde luego, contra mis órdenes estrictas. Naturalmente, nos ocuparemos de él más tarde —declaró en tono ominoso—, es decir, si continúa existiendo un Weyr después de que los Señores hayan tratado con nosotros.

Se volvió hacia F'lar, frunciendo el ceño al darse cuenta de que el caballero bronce se estaba riendo de él.

—No creo que haya motivos para reírse —gruñó R'gul—. Tenemos que pensar en la manera de aplacarles.

—No, R'gul —contradijo F'lar al excitado R'gul, sin dejar de sonreír—; la época de aplacar a los Señores ha quedado atrás.

—¿Qué? ¿Acaso has perdido el juicio?

—No. Pero

has perdido el mando —dijo F'lar, desaparecida su sonrisa, con una expresión severa en el rostro.

Los ojos de R'gul se desorbitaron mientras miraba fijamente a F'lar, como si le viera por primera vez.

—Has olvidado un hecho muy importante —continuó F'lar implacablemente—. La política cambia cuando el caudillo del Weyr es reemplazado. Yo, F'lar, jinete de Mnementh, soy ahora caudillo del Weyr.

Mientras resonaba aquella frase, S'lel, D'nol, T'bor y S'lan entraron en la estancia. Se detuvieron, desconcertados, como si no acabaran de dar crédito a sus oídos.

F'lar esperó, dándoles la oportunidad de absorber el hecho de que la disensión en la estancia significaba realmente que la autoridad había pasado a sus manos.

—Mnementh —dijo finalmente en voz alta—, llama a todos los segundos jefes de escuadrón y caballeros pardos. Tenemos que arreglar algunas cosas antes de que lleguen nuestros... huéspedes. Como la reina está dormida, dragoneros, pasemos a la Sala del Consejo, por favor. Tú delante, Dama del Weyr.

Se apartó a un lado para ceder el paso a Lessa, observando el leve rubor en sus mejillas. Ella no dominaba por completo sus emociones, después de todo.

Apenas se habían sentado alrededor de la Mesa del Consejo cuando empezaron a presentarse los caballeros pardos. F'lar tomó cuidadosa nota de la sutil diferencia en sus actitudes. Andaban más erguidos, decidió. Y... sí, el aire de derrota y frustración había sido reemplazado por una tensa excitación. Si ocurría lo mismo con todos los demás, los acontecimientos de hoy resucitarían el orgullo y la determinación del Weyr.

F'nor y T'sum, sus propios lugartenientes, entraron. No cabía duda de que su estado de ánimo era excelente, optimista. Miraron a su alrededor con ojos llameantes, desafiando a cualquiera que se atreviera a poner en tela de juicio lo legítimo de su ascenso. De acuerdo con su nueva categoría, F'nor fue a situarse detrás de la silla de F'lar, no sin antes detenerse para inclinarse profunda y respetuosamente ante Lessa. F'lar notó que la muchacha enrojecía y entrecerraba los ojos.

—¿Quién está a nuestras puertas, F'nor? —preguntó afablemente el nuevo caudillo del Weyr.

—Los Señores de Telgar, Nabol, Fort y Keroon, para nombrar las principales banderas —respondió F'nor en un tono similar.

R'gul se levantó de su silla; la protesta a medio formar murió en sus labios cuando captó la expresión de los rostros de los caballeros bronce. S'lel, a su lado, empezó a murmurar, pellizcándose el labio inferior.

—¿Fuerza calculada?

—Superior a mil. En perfecto orden y bien armada —informó F'nor con aire indiferente.

F'lar dirigió a su lugarteniente una mirada de reproche. La confianza era una cosa, la indiferencia preferible al derrotismo, pero no resultaba juicioso negar que la situación era difícil.

—¿Contra el Weyr? —inquirió S'lel, con voz apenas audible.

—¿Somos dragoneros o cobardes? —exclamó D'nol, poniéndose en pie y golpeando la mesa con el puño—. Este es el insulto final.

—Ciertamente —asintió F'lar calurosamente.

—Esto tiene que acabar. No tragaremos ninguno más —continuó D'nol con vehemencia, estimulado por la actitud de F'lar—. Unas cuantas llamas...

—¡Basta! —ordenó F'lar secamente—. ¡Somos dragoneros! Recordad eso, y recordad también, no lo olvidéis nunca, que nuestra comunidad nació para
proteger
. —Subrayó la última palabra, fijando en cada uno de los hombres una ardiente mirada—. ¿Ha quedado claro este punto?

Miró a D'nol con aire interrogador. Hoy no habría aquí héroes particulares.

—No necesitamos pedernal —continuó, seguro de que D'nol le había comprendido— para dispersar a esos necios Señores. —Se reclinó hacia atrás y añadió, con más calma—: Durante la Búsqueda observé, como supongo que todos vosotros hicisteis, que los habitantes de los Fuertes no han perdido ni un ápice de su... digamos... respeto hacia la dragonería.

T'bor sonrió, y alguien dejó oír una expresiva risita.

—Sí, siguen a sus Señores con bastante rapidez, estimulados a base de indignación y de raciones de vino nuevo. Pero enfrentarse con un dragón es harina de otro costal. Y no digamos si hay que hacerlo a pie, sin muralla ni un Fuerte a la vista. —Pudo captar la aprobación de los caballeros—. En cuanto a los hombres montados, estarán demasiado ocupados con sus animales para entablar una lucha seria —añadió con una risita de ironía, coreada por la mayoría de los presentes.

«Pero, por tranquilizadoras que resultan esas reflexiones, hay factores más poderosos a favor nuestro. Dudo de que los buenos Señores de los Fuertes se hayan molestado en revisarlos. Sospecho —miró a sus jinetes con una expresión sardónica en los ojos— que los han olvidado... del mismo modo que han olvidado oportunamente tantas cosas acerca de la dragonería... y de la Tradición. Ha llegado el momento de reeducarles.

Other books

Infected: Lesser Evils by Andrea Speed
Bridal Chair by Gloria Goldreich
Meeting by Nina Hoffman
The Fortunate Pilgrim by Mario Puzo
Such Sweet Sorrow by Jenny Trout
A Recipe for Bees by Gail Anderson-Dargatz