Mary Ann estaba a punto de abrir el paquete de los certificados cuando se dio cuenta de que Penny estaba subiendo, tímidamente, los escalones.
—Hola —le dijo su amiga.
Mary Ann se quedó helada.
Se miraron durante una eternidad, en silencio. Mary Ann la había estado evitando con tanta firmeza, que su amiga había dejado de llamar, había dejado de intentar hablar con ella en el instituto. O tal vez no había ido a clase. Por desgracia, Mary Ann no lo sabía. Había estado demasiado preocupada con otras cosas.
—Hola —dijo Penny de nuevo.
—Hola.
Penny se miró las manos. Tenía los dedos entrelazados. Su aspecto era malo. De derrota. Hacía mucho tiempo que Mary Ann no veía la chispa habitual de su amiga.
—¿Cómo estás? —le preguntó Mary Ann.
—Podría estar mejor. Tengo muchas náuseas por las mañanas —dijo Penny con la voz apagada—. Mis padres quieren que me deshaga del bebé.
—¿Y tú?
—Sí. No. Tal vez —dijo, y suspiró—. Creo que no. Odio a Tucker, pero el bebé también es parte de mí. Creo que lo quiero.
Tucker era un demonio. ¿Significaba eso que el bebé de Penny también iba a llevar esa marca? Mary Ann se lo había preguntado más veces a sí misma, pero en aquel momento, delante de Penny, parecía que no tenía importancia.
—Me alegro.
Sí o no, un bebé era un bebé. Inocente y precioso.
Hubo un silencio opresivo, pesado.
—Te echo de menos —dijo Penny de repente—. Quiero que volvamos a estar como antes. Siento mucho lo que te hice. Estaba bebiendo, pero eso no es excusa. Sabía que no debía hacerlo. Oh, Dios, Mary Ann, lo siento muchísimo —dijo, con las mejillas llenas de lágrimas—. Tienes que creerme.
Mary Ann esperó a que apareciera la sensación de haber sido traicionada, pero no ocurrió. Que ella supiera, tal vez Tucker le hubiera creado alguna ilusión a su amiga para hacerla más vulnerable a él. Además, ella odiaba ver así a Penny, tan herida, tan hundida.
—Te creo —le dijo—. No creo que podamos estar como antes, todavía no. Pero te creo.
Penny la miró durante un instante y después se echó a sus brazos. Mary Ann se quedó asombrada, pero mientras Penny lloraba, ella no pudo evitar abrazarla y susurrarle palabras de consuelo.
Tal y como había dicho Riley, todo el mundo cometía errores. Aquél era el de Penny, y si Mary Ann quería que la chica formara parte de su vida, tenía que perdonarla.
—Lo siento muchísimo. Te lo prometo. Nunca volveré a hacerlo. Puedes confiar en mí. He aprendido la lección. Te lo juro.
—Shh, shh. Ya está. Ya no estoy enfadada contigo.
Penny se apartó, aunque no dejó de abrazar a Mary Ann.
—¿De verdad?
—Eres una parte importante de mi vida. No sé cuánto tiempo tardaré en confiar de nuevo en ti, pero ya no me parece tan imposible.
—No te merezco —dijo Penny, y se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Sé que no te merezco, que debería dejarte en paz para siempre, pero no puedo. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Me entiendes como nadie, y me he odiado a mí misma desde que ocurrió esto con Tucker. Quería decírtelo, de verdad, pero tenía mucho miedo de perderte.
—No vas a perderme. Yo también te necesito. Además, me hiciste un favor. Tenía que romper con Tucker. Me diste el empujón que necesitaba para hacerlo.
Aquello provocó a Penny una sonrisa temblorosa.
—Es tonto, ¿verdad?
—Sin duda. ¿Va a ayudarte con…?
Penny estaba negando con la cabeza antes de que Mary Ann pudiera terminar la pregunta.
—Me ha dicho que no quiere saber nada de mí ni del bebé. Estoy sola.
—Bueno, tienes a la tía Mary Ann. Nunca he estado con niños pequeños, pero estoy dispuesta a aprender.
Penny volvió a sonreír.
—Tengo que volver a casa. Estoy castigada por ser una cualquiera, como dice mi madre, pero quiero volver a estar contigo muy pronto. Quiero que hablemos.
—Muy bien. Yo quiero enterarme de todo lo del bebé.
Penny se acarició el vientre, que tenía ligeramente hinchado. Mary Ann no se había dado cuenta hasta aquel momento.
—Te quiero, chica —le dijo Penny, y le dio un beso en la mejilla. Después se alejó hacia su casa.
Mary Ann la observó hasta que desapareció por la puerta. Qué día.
Abrió con ganas el paquete de los certificados. Leyó primero el de Aden y anotó el nombre del hospital donde había nacido, el Santa María, los nombres de sus padres, Joe y Paula Stone, y la fecha de su cumpleaños, el doce de diciembre. Qué coincidencia. Ella también había nacido en esa fecha.
Después leyó su certificado. Agitó la cabeza. Volvió a leerlo, pero las palabras no habían cambiado. Se tambaleó hacia atrás. No podía ser correcto. Ella también había nacido en el Santa María, pero lo peor era que la mujer a la que había llamado mamá durante toda su vida no era su madre.
Todo cobró sentido de repente. Entendió el motivo por el que se parecía tanto a la mujer que la había criado, pero que no era su madre biológica. Y entendió por qué su padre hablaba de dos esposas.
La alegría que había sentido después de hablar con Penny desapareció por completo, y sólo sintió rabia. Mary Ann tenía la respiración entrecortada cuando entró en el despacho de su padre. Estaba temblando, y tenía un zumbido en los oídos.
Él la miró, y al ver su expresión, dejó los papeles que tenía entre las manos.
—¿Qué te ocurre, cariño?
—Explícame esto —le gritó, y le tiró el certificado al escritorio.
Él lo vio y se quedó helado.
—¿Dónde lo has conseguido? —le preguntó suavemente.
—Eso no importa. ¿Por qué no me dijiste que mi tía Anne es mi madre, y que dejaste que su hermana me criara como si fuera suya?
Su padre bajó la cabeza y la apoyó entre las manos. Se quedó así, encorvado, durante un largo instante. Finalmente, respondió:
—No quería que lo supieras. No quiero.
—Pero me lo vas a decir. ¡Ahora!
Mary Ann estaba tan dolida y tan furiosa que no pudo seguir quieta. Se puso a caminar por la habitación, hundiendo los pies en la alfombra, golpeando la madera.
—Por favor, siéntate —le rogó su padre—. Vamos a hablar de esto como seres racionales.
Ella no se sentía racional en aquel momento.
—Me quedaré de pie. Habla tú.
Él suspiró.
—¿De verdad tiene importancia, Mary Ann? Carolyn era tu madre en todos los sentidos, salvo biológicamente. Ella te quiso y te crió.
—Y yo la quiero por ello. Pero me merezco saber la verdad. Me merezco saber quién era mi madre de verdad.
Con otro suspiro, su padre se apoyó pesadamente contra el respaldo de la silla. Estaba muy pálido, tanto que se le veían las venas por debajo de la piel.
—Quería decírtelo, pero cuando fueras mayor. Cuando estuvieras preparada. ¿Y si no te gustaba lo que estabas oyendo? ¿Y si, una vez que lo supieras, hubieras preferido que no te lo dijera nunca?
—Deja de manipularme. Tal vez no tenga la licenciatura, pero he leído los libros de psicología que me has dado. No puedes convencerme como si fuera una paciente. Soy tu hija y me merezco lo que siempre me has prometido que tendría por tu parte: sinceridad.
Al oírlo, él asintió.
—Está bien, Mary Ann. Te lo contaré. Con sinceridad. Espero que estés preparada.
Hizo una pausa, esperando que ella le dijera que no lo estaba. Mary Ann se mantuvo en silencio, así que él cerró los ojos brevemente y comenzó a hablar.
—Yo empecé a salir con tu madre, con Carolyn, la mujer que te crió, cuando estaba en el instituto. Tenía diecisiete años. Creía que la quería. Hasta que un día fui a su casa con ella y conocí a su hermana pequeña, Anne. Ella tenía dieciséis años, la edad que tienes tú ahora. Fue un amor a primera vista. Para los dos. Dejé de salir con Carolyn inmediatamente. Anne y yo no íbamos a salir, porque habríamos hecho daño a Carolyn, y los dos la queríamos. Pero no pudimos mantenernos alejados, y en poco tiempo estábamos viéndonos en secreto.
Mary Ann se dejó caer en el asiento que había frente al escritorio. Ya no la sostenían las piernas. Todo aquello era demasiado.
—¿Quieres que continúe?
Ella asintió. Era demasiado, pero tenía que saber el resto. ¿Por qué nunca había sospechado nada? Incluso tenía una fotografía de Anne en su habitación. Apenas había pensado en aquella mujer, su verdadera madre, durante años.
—Cuanto más tiempo pasaba con Anne, más me daba cuenta de que era un poco… inusual. Desaparecía durante horas y decía…
—Decía que había viajado hasta una versión más joven de sí misma.
Él abrió mucho los ojos y asintió.
—¿Cómo lo sabes? Aden. Ya veo que te ha estado contando mentiras.
No. Aden sólo le había contado la verdad.
—Esto no tiene nada que ver con él. Tiene que ver contigo y con las mentiras que me has contado durante años. Y creo que los dos sabemos, en el fondo, que Aden no estaba mintiendo.
—Creía que había dejado bien claro que no quiero que vayas con ese chico, Mary Ann. Es peligroso. Era peligroso de niño, pegaba a los demás pacientes y a los guardias, y es peligroso ahora. ¿Quieres pruebas? He hecho averiguaciones. Está viviendo en el Rancho D. y M. Todo el mundo sabe que los chicos que viven allí son problemáticos. Mantente apartada de él.
—¡No me digas lo que tengo que hacer! —exclamó ella—. Lo conozco y sé que no me va a hacer daño. En este momento me parece que lo conozco mejor que a ti.
Él palideció.
—La gente puede traicionarte. Él…
—Él sabía que nos conoceríamos algún día. Incluso te lo dijo. Pero tú, con tu terquedad, no lo creíste. Después de tu experiencia con Anne, tú eres precisamente el que debería haberle dado a Aden la oportunidad de demostrar que decía la verdad. Sin embargo, prefieres desacreditarlo incluso ahora, cuando las pruebas le dan la razón.
—Cuando supo tu nombre, lo único que tuvo que hacer fue buscarte más tarde. Encontrar a la gente es muy fácil hoy en día.
—¿Así que esperó cinco años para encontrarme, sólo para asustarte a ti? Y el hecho de que supiera el nombre del chico con el que yo iba a salir tantos años antes era sólo una coincidencia, ¿verdad? —dijo ella, y se echó a reír sin humor—. Deja de intentar entretenerme y dime la verdad sobre mi madre. O me ayudas, o haré las maletas y me marcharé. No volverás a verme.
Él asintió con tirantez.
—Anne se quedó embarazada cuando todavía estaba en el instituto. Su familia se disgustó mucho, sobre todo Carolyn, y con razón. Anne terminó marchándose de casa, y nosotros nos casamos. Su embarazo tuvo una ventaja, y fue que dejó de desaparecer durante aquellos nueve meses. Yo pensé que la maternidad la había cambiado. Fuimos tan felices durante aquellos días, pese a la situación… Entonces, tu madre comenzó a debilitarse. Nadie sabía por qué. De hecho, estaba tan débil que a veces pensábamos que te iba a perder. Pero no ocurrió. Ella aguantó. Entonces naciste tú y Anne… ella… ella… murió después del parto. Los médicos no pudieron explicarlo. No era un embarazo de riesgo, y nunca había tenido problemas de salud, pero en cuanto te pusieron en sus brazos, ella se desvaneció y murió.
Él había hecho lo correcto, se había casado con su madre, a quien quería. Pese a todo, Mary Ann se sintió orgullosa de su padre. Tucker no iba a hacer lo mismo con Penny. No muchos adolescentes lo harían.
Él carraspeó, con la barbilla temblorosa.
—Ahí estaba yo, un chico de dieciocho años con un bebé al que criar. Como sabes, tus abuelos no nos han apoyado nunca. No quisieron tener nada que ver con nosotros. La única persona que quiso ayudarme fue Carolyn, pero sus padres me odiaban. Me culpaban de la muerte de Anne. Así que te criamos juntos. Ella siempre había querido casarse, todavía me quería, así que me casé con ella. Sin embargo, nunca dejé de querer a Anne, y Carolyn lo sabía. De todos modos se quedó conmigo, aunque yo no la mereciera. Le debía mucho, y ella te quería como si fueras hija suya. Tenía miedo de que si te enterabas de la verdad, tú no la querrías a ella, que querrías más a Anne. Le prometí que no iba a decírtelo y, hasta hoy, he cumplido mi palabra.
En aquel momento cobraron sentido muchas cosas, pero su mundo se había desmoronado, había dejado de existir y se había erguido sobre algo distinto y extraño. Sobre la verdad, y no sobre mentiras.
Acababa de perdonar la traición de una amiga, y se enfrentaba a otra traición, la de alguien que se suponía que debía protegerla en todas las adversidades y decirle la verdad, por muy dolorosa que fuera.
Mary Ann se puso en pie con esfuerzo.
—Me voy a hacer la maleta. No me voy a marchar —le dijo a su padre cuando él se levantó de un salto—. Sólo necesito un poco de tiempo. Me iré a casa de una amiga. Necesito hacer esto, y tú me lo debes.
—¿Qué amiga? ¿Y la escuela? ¿Y el trabajo?
—Todavía no lo sé, pero no te preocupes. No voy a faltar ni un solo día al instituto. En cuanto al trabajo, llamaré para decir que estoy enferma.
Y eso último no sería una mentira. Nunca había sentido tanto dolor en el corazón.
—Por lo menos llévate el coche.
—No, yo…
Él alzó una mano para interrumpirla.
—Llévate el coche, o si no quédate aquí. Ésas son tus únicas opciones —sacó las llaves de un cajón del escritorio y se las dio a Mary Ann. Después sacó un cuaderno amarillento—. Llévate esto también. Era de tu madre. Anne.
Durante todo aquel tiempo él había tenido algo de su madre y se lo había ocultado. En silencio, Mary Ann subió a su habitación y metió algunas cosas en la mochila. Después salió y se alejó de la casa en la que había vivido siempre, con las mejillas llenas de lágrimas incesantes y ardientes. Sufría por la madre a la que nunca había conocido, por su padre, que se había convertido en un desconocido, y por la inocencia que había perdido.
Condujo durante horas intentando recuperar el control de sus emociones, pero no lo consiguió. El diario la obsesionaba. Rodeó el vecindario y pasó cerca del Rancho D. y M., y se detuvo, pero sabía que tenía las emociones a flor de piel y que no debía entrar a ver a Aden. Volvió a su barrio. La luna ascendió por el cielo de un color dorado, y el tráfico comenzó a disminuir. La gente estaba en los jardines de sus casas, trabajando o simplemente relajándose. Sin embargo, ¿había algo entre las sombras, esperando para atacar? Mary Ann tenía miedo de la respuesta.