—Ojalá supiera cómo te llamas. No me gusta pensar en ti como en «el lobo».
Silencio.
—¿Por qué no me muestras tu forma humana? Sabes que quiero verte, y no es de buena educación que sigas escondiéndote de mí.
De nuevo, silencio.
—¿Eres alguien a quien conozco? ¿O estás desfigurado?
Cuando él giró la cabeza para mirarla, su pelaje negro brilló como el ébano pulido. Sus ojos eran de un verde tan claro como de costumbre.
—¿Es que no puedes cambiar de forma? ¿Estás atascado?
Él negó con la cabeza.
Mary Ann sonrió.
—¡Milagro de los milagros, nos estamos comunicando! ¿Ves qué fácil es? Yo hago una pregunta y tú la respondes.
Él levantó los ojos al cielo con resignación.
—Entonces, ¿por qué no me muestras tu forma humana?
Siguió el silencio.
—Vamos a intentarlo de otra forma. ¿Vas a mi instituto?
Hubo una negativa. Después, un asentimiento.
Ella frunció el ceño. ¿Qué quería decir?
—Puedes hablarme dentro de la cabeza para responder. No me importa.
Otra negativa.
—¿Por qué no?
Otro silencio.
Mary Ann se sintió frustrada. Entonces, intentó usar la psicología.
—Muy bien. No me lo cuentes. Me alegro de que no me hables con la mente. De todos modos, seguro que ya no puedes hacerlo.
«¡Por supuesto que puedo! Humana tonta», murmuró él.
Surtía efecto incluso con los animales. Ella apenas pudo contener la sonrisa. Claramente, iba por el buen camino.
—Entonces, ¿por qué no lo has hecho?
De nuevo, más silencio.
—Chucho sarnoso —refunfuñó ella.
El lobo enseñó los dientes, pero su expresión fue más de diversión que de enfado.
—Vamos a intentarlo de nuevo. ¿Tienes pensado hacerle daño a Aden?
En vez de ignorarla como había hecho las veces anteriores, él asintió.
—Si Aden no hubiera poseído tu cuerpo, tú lo habrías hecho añicos. Lo que hiciera después de eso, lo que hizo —ninguno de los dos se lo había dicho—, no fue para herirte a ti, sino para protegerse a sí mismo. No puedes culparlo por eso. Estoy segura de que tú habrías hecho lo mismo.
De nuevo, silencio.
—Aden es un chico estupendo, ¿sabes?
Eso provocó un nuevo gruñido.
Salieron del bosque y apareció el muro alto de ladrillo que rodeaba el barrio de Mary Ann.
—Si le haces daño, ya no podré seguir paseando contigo. Sé que a ti no te importará, pero a mí has empezado a caerme bien. Un poco. Quiero decir que eres tolerable. Terco, pero tolerable. Y sabes cosas del mundo que yo acabo de descubrir. Tengo muchas preguntas…
En vez de rodear el muro, Mary Ann trepó para saltarlo. El lobo prefería aquella ruta, tal y como ella había aprendido durante la primera vez que habían vuelto juntos a casa, cuando él la había empujado con la nariz hasta que ella había cedido. De aquel modo, él podía permanecer entre las sombras en vez de caminar a plena vista de todo el mundo.
—Si seguimos así, voy a desarrollar unos músculos enormes —murmuró ella, cuando llegaron a la parte superior del muro—. Eso no es muy bonito en una chica, así que no creas que te lo voy a agradecer.
El lobo flexionó las patas traseras y saltó. Un segundo después, estaba a su lado.
Ella miró al suelo con resignación. Había un macizo de flores y dos capas de mantillo por los que ella había rodado accidentalmente más de una vez.
—Allá voy —dijo.
Se dejó caer, aterrizó sobre las flores y se tambaleó hacia delante.
En cuanto se irguió, vio al lobo a su lado, caminando con calma.
—No es justo —dijo ella.
Como estaban en una zona bastante populosa y la gente volvía a casa del trabajo, él se mantuvo cerca de las casas, escondido en parte entre los arbustos. Era muy grande, y a Mary Ann le sorprendía que nadie hubiera llamado todavía a la perrera para que lo cazaran. Una semana antes, ella lo habría hecho.
Mary Ann vio su casa en la distancia, y aminoró el paso. Sin embargo, llegaron pronto al porche.
Aquélla era una parte del día que había empezado a odiar. Sus últimos minutos con el lobo antes de que él se marchara a algún sitio y no volviera a aparecer hasta la mañana siguiente. Sí, su silencio la irritaba. Y sí, estaba alejándola de Aden. Pero eso no disminuía la emoción que sentía a su lado.
Cuando rodeó el enorme arce, se detuvo en seco y abrió unos ojos como platos.
—¿Tucker?
Tucker se levantó del columpio del porche. Se metió las manos en los bolsillos y hundió un poco los hombros.
—Hola, Mary Ann.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella. Sabía que él tenía entrenamiento.
—Sólo quería…
El lobo se colocó junto a ella.
Al verlo, Tucker retrocedió hasta que se topó con la puerta.
—¿Qué demonios es esa cosa?
—Es mi… mascota.
Por lo menos, el lobo no gruñó cuando ella dijo que le pertenecía. Estaba completamente concentrado en Tucker.
—Pero si no te gustan los animales —jadeó Tucker.
—¿Qué estás haciendo aquí? —repitió ella, mientras subía los escalones del porche. El lobo la siguió, permaneciendo cerca de ella. ¿Pensaba en protegerla, como ella se había imaginado antes?
—Quería hablar contigo —dijo él, y miró al lobo—. En privado.
—De acuerdo. Habla.
—¿Entramos?
—No. Aquí está bien.
La última vez que habían estado solos dentro de la casa, lo único que él quería era manosearla.
Tucker miró de nuevo al lobo y tragó saliva.
—De acuerdo. Bueno, es que últimamente has estado muy distante, ¿sabes? Y no me gusta. Quiero que las cosas sean como antes. Cuando me sonreías cada vez que me veías, y contestabas a mis llamadas todas las noches.
Ella sintió una punzada de culpabilidad. Era cierto que no había respondido a sus llamadas.
—Creo que sé por qué es todo esto —prosiguió él, y añadió con desprecio—: Es por Penny, ¿verdad?
—No lo entiendo. ¿Por Penny?
Él perdió algo de bravuconería, y volvió a agachar los hombros.
—Sabía que eras demasiado lista como para creerla.
—¿Creer qué?
—Me dijo que te lo había dicho. Pero no importa. Lo que importa somos tú y yo.
«Tú y yo». A ella se le encogió el estómago.
—Vamos a salir esta noche. Así podríamos hablar. Por favor.
A ella se le encogió el estómago de nuevo.
—Mira, Tucker, yo no quería herir tus sentimientos al no contestarte a las llamadas, pero en este momento, tienes que creerme, mi vida se ha vuelto un caos. Tal vez deberíamos… No sé, tomarnos un descanso.
—No. No tenemos que tomarnos un descanso —dijo él mientras sacudía la cabeza con vehemencia y la miraba de manera suplicante—. No puedo perderte.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que ves en mí? No lo entiendo. No soy tan guapa ni tan admirada como Christy Hayes, que se dejaría cortar una pierna con tal de salir contigo. Odio el fútbol americano, y no sé nada de ese deporte. Y me paso el día estudiando en vez de salir contigo.
—Escúchame —dijo él, y se acercó a ella con los brazos extendidos para posarlos sobre sus hombros—. Nada de eso tiene importancia para…
El lobo gruñó.
Tucker se quedó inmóvil y volvió a tragar saliva.
—Eres guapa y lista, y me siento mejor cuando estoy contigo. No sé cómo describirlo, y no sé cómo lo haces. Lo único que sé es que consigues que me sienta normal por primera vez en mi vida.
¿Normal? ¿Tucker no se había sentido siempre normal? Aquello la sorprendió, y le demostró lo poco que lo conocía en realidad. A ella siempre le había parecido el chico más centrado y seguro de sí mismo que había conocido. Bueno, aparte del lobo, pero él no contaba.
—Ésa no es razón para que estemos juntos, Tucker —dijo ella.
Y se dio cuenta de que era cierto. No estaban hechos el uno para el otro. Ella había sido una mala novia. Distante y desapasionada. Sólo se habían besado, y poco. Siempre que él había intentado ir un poco más allá, ella lo había parado. Había pensado que era porque no estaba preparada, pero bueno, mirando atrás, entendía que no estaba lista con él. Él no era la persona adecuada para ella. Eran demasiado distintos.
—Si no quieres salir conmigo, por lo menos sé amiga mía —dijo él con desesperación—. Por favor. Como te he dicho, no puedo perderte. Y te prometo que yo no soy el padre del niño de Penny. No dejes que te convenza de lo contrario, prométemelo.
Mary Ann se echó a reír.
—Penny no está embarazada —dijo.
Si estuviera embarazada, su amiga se lo habría dicho.
A menos… a menos que el padre fuera de verdad el novio de Mary Ann.
Miró con atención a Tucker. Estaba pálido y sudoroso.
—No está embarazada, ¿verdad?
Él apartó la mirada.
—Se ha acostado con la mitad del equipo de fútbol. Eso debes saberlo. Podría ser de cualquiera.
—Ella está… Tú…
—¡No soy el padre, te lo prometo! No estoy preparado para tener hijos.
Entonces asimiló sus palabras; Penny estaba embarazada de verdad, y Tucker se había acostado con ella. No había dicho algo como «No puedo ser el padre porque nunca la he tocado». Sólo había dicho que él no era el padre porque no quería serlo.
Ella se cubrió la boca con la mano. El hecho de que Tucker la hubiera engañado la avergonzaba profundamente. ¿Acaso lo sabía todo el mundo menos ella? ¿Se habían estado riendo de ella a sus espaldas? Pero lo que más le dolía, lo que la destrozaba, era la traición de Penny. Penny, a quien ella quería. Penny, en quien confiaba.
—¿Cuánto tiempo? —le preguntó—. ¿Cuántas veces habéis estado juntos? ¿Cuándo habéis estado juntos?
El lobo le acarició la pierna con la nariz, y ella buscó automáticamente el calor de su pelaje con la mano. En el mero hecho de acariciarlo encontró consuelo.
Tucker se movió con inquietud.
—Como te he dicho, nada de eso tiene importancia.
—¡Dímelo! O te juro que no seremos amigos.
No iban a serlo de todos modos, pero él no tenía que saberlo en aquel momento.
—Sólo una vez, te lo prometo. Poco después de que tú y yo empezáramos a salir. Vine a verte, pero tú no estabas en casa, así que pasé por la de Penny para preguntarle dónde estabas, porque no respondías a mis llamadas. Si hubieras contestado… —dijo él, cabeceando suavemente—. Empezamos a hablar, y sucedió. No significó nada. Tienes que creerme, Mary Ann.
No había significado nada para él. Oh, muy bien, con eso todo mejoraba, y además negaba lo que habían hecho Penny y él. Mary Ann tuvo ganas de zarandearlo. Lo que habían hecho le causaba dolor. Por supuesto que significaba algo.
—Tienes que irte —musitó ella.
—Podemos solucionarlo —dijo él, y avanzó hacia ella nuevamente—. Sé que podemos. Sólo tienes que…
El lobo gruñó mientras ella gritaba:
—¡Vete!
Tucker apretó la mandíbula. Durante un largo instante se limitó a mirarla. Finalmente, el lobo se hartó y dio un paso hacia delante, enseñándole los dientes.
Tucker soltó un gritito, y dibujó un amplio círculo alrededor del animal para abandonar el porche y salir corriendo hacia su furgoneta, que estaba aparcada en la calle de Penny, por cierto. ¿Habían estado hablando antes de que él fuera a su casa? ¿Se habían acostado y se habían reído de la mojigatería de Mary Ann?
El lobo volvió a acariciarle la pierna con la nariz.
—Tú también tienes que irte —le dijo suavemente.
Mary Ann se acercó a la puerta para abrir con manos temblorosas. Cuando la puerta se abrió, el lobo pasó a la casa por delante de ella. Aquello era algo que nunca había hecho antes.
—Lobo —le dijo Mary Ann entre dientes—. Éste no es el momento.
Él se paseó por la casa y olisqueó los muebles.
«Si crees que puedes obligar a un animal de cien kilos a que se marche, inténtalo, por favor».
—¿Has decidido hablar conmigo otra vez? Qué afortunada soy —dijo ella—. Muy bien. Haz lo que quieras. No te sorprendas si mi padre saca su revólver cuando te vea —añadió. Era mentira que su padre tuviera un revólver, pero el lobo no tenía por qué saberlo—. Y no te hagas pis en la alfombra.
Aquello último fue mezquino, pero los últimos cinco minutos de su vida habían terminado con su filtro de chica agradable.
Subió a su habitación y dejó la mochila en el suelo. Con los ojos llenos de lágrimas, se tumbó en la cama y se abrazó a la almohada. La impresión estaba empezando a dejar paso a un dolor agudo en el pecho.
Podría llamar a Penny, gritarle, despotricar, llorar, pero no lo hizo. No quería manejar aquella situación de ese modo. En realidad, no estaba muy segura de que quisiera manejarla de algún modo.
El lobo subió a la cama de un salto y se acurrucó contra ella. Era caliente y suave.
«Mírame».
—Vete.
«Mírame».
—¿Es que no puedes hacer nada de lo que te pido? ¿Nada en absoluto?
«Por favor».
Era la primera vez que le pedía algo amablemente. Ella se dio la vuelta y le acarició el cuello. Se le cayó una lágrima, y Mary Ann intentó que no se le notara. No quería añadir el llanto a su lista de vergüenzas de aquel día.
«Siento mucho que estés sufriendo, pero no me da pena que él haya salido de tu vida. Eras demasiado buena para ese chico».
—Lo de él lo superaré —respondió ella con la voz temblorosa.
«Entonces, es por la chica. Penny. ¿Es tu amiga?».
—Era. Era mi amiga. Mi mejor amiga.
Oh, Dios. Tantos años de amor y de confianza, tirados por la borda.
«¿Y no va a seguir siéndolo? La gente comete errores, Mary Ann».
—Sé que la gente comete errores. Voy a ser psicóloga, ¿sabes? Sé muy bien que hay impulsos más difíciles de contener que otros. Sé que el miedo a las consecuencias nos hace guardar secretos. Sin embargo, nuestras acciones cuando nos enfrentamos a una tentación son las que nos definen. Y nuestro valor a la hora de admitir que hemos hecho algo mal. Ella se acostó con mi novio, y después hizo como si no hubiera ocurrido nada.
«¿Y tú eres perfecta? ¿Nunca has tomado una decisión equivocada? ¿Nunca has intentado ocultarle tus acciones a tu padre?».
—No, no es eso lo que quiero decir. Pero yo nunca le he mentido a Penny, ni le he quitado nada.
El lobo soltó un resoplido.
«¿Y qué es lo que te ha quitado ella? Una porquería. Deberías darle las gracias, y después compadecerla, porque ahora es ella la que se ha quedado con él».