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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (38 page)

BOOK: Entrelazados
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Riley, Victoria y Mary Ann comenzaron a gritar de dolor. Cayeron de rodillas entre jadeos, sudando y retorciéndose.

Mientras Aden corría hacia ellos, Riley cambió a su forma humana, sus huesos se realinearon, su pelaje se escondió bajo la piel, y volvió a ser lobo otra vez, y después humano. Aquella visión era a la vez increíble y truculenta.

—Hasta entonces —dijo la bruja rubia, como si nada de aquello le importara.

Las brujas se alejaron, sin darles nunca la espalda, y pronto desaparecieron entre los árboles.

—¿Y cómo voy a saber dónde es la reunión? —gritó.

No obtuvo respuesta. Se arrodilló junto a Victoria y le palpó el cuerpo en busca de heridas.

—¿Estás bien?

Ella hizo un gesto de dolor y lo miró. Aden la ayudó a sentarse.

—Sí, estoy bien.

Riley ya se había recuperado y estaba ayudando a Mary Ann a ponerse en pie.

—Vamos —les dijo el lobo mientras caminaba hacia su ropa. Mientras se vestía, continuó—: Os llevaremos a casa. Se acabó el bosque, ¿entendido? Nadie más va a entrar en él.

—Eso era lo que yo pensaba, exactamente —dijo Aden. Rodeó a Victoria con un brazo y la puso en pie—. ¿Qué os han hecho?

—Nos han echado una maldición —dijo ella, y se estremeció—. De muerte.

Él se quedó helado, paralizado. Sus amigos iban a morir de verdad si él no asistía a aquella reunión.

—¿Vais a morir? ¿Aunque vaya a la reunión?

—No —respondió Riley con amargura—. Moriremos sólo si no vas. Cuando asistas, el encantamiento se deshará.

Qué maravilloso día, pensó Aden, mientras se frotaba la sien para intentar alejar la jaqueca que se avecinaba. Su novia estaba comprometida con otro, él era responsable de la vida de sus amigos y tal vez Caleb fuera el siguiente que iba a dejarlo por un grupo de brujas. Caleb, que en aquel momento estaba paseándose por los confines de la cabeza de Aden, murmurando sobre aquella rubia testaruda que debería haberse inclinado ante él.

Atravesaron el bosque a toda prisa, saltando sobre las ramas y asustando a conejos y ardillas, que también corrían hacia sus guaridas. Debían de haber sentido el peligro.

«Hay una manera de ganarle a Victoria a Dmitri», dijo Elijah.

—¿Y cómo? —preguntó él.

—¿Y cómo qué? —preguntó Victoria.

«Convenciendo a su padre de que tú eres más importante para su gente que Dmitri».

A él se le aceleró el corazón.

—¿Y podré hacerlo?

—¿Hacer qué? ¡Ah! —dijo ella, y sonrió débilmente—. No estás hablando conmigo, ¿verdad?

Aden negó con la cabeza. Por una vez, no se había avergonzado por el hecho de que lo sorprendieran hablando con la gente de su cabeza.

«Todo es posible», dijo Elijah evasivamente.

Lo cual significaba que Elijah no podía ver el resultado de aquel intento. Y eso significaba que Aden tendría que hacerlo a ciegas. Y eso significaba que podría ocurrir cualquier cosa. Buena o mala.

Aquella noche, Riley se quedó con Mary Ann. Aunque la ventana de su habitación estaba cerrada, oía los aullidos de los lobos que estaban vigilando. A pesar de los sucesos tan graves de aquel día, los dos hablaron y se rieron, y volvieron a besarse. Cuando salió el sol, los aullidos cesaron y entonces, Mary Ann se quedó dormida.

Y cuando despertó, el sol estaba en lo más alto del cielo y Riley estaba a su lado. Volvió a pensar inmediatamente en los lobos, como si su mente sólo hubiera estado esperando a que despertara para continuar. No estaba segura de que su presencia fuera beneficiosa. La noche anterior, las noticias habían anunciado la muerte del matrimonio Applewood y la habían atribuido al ataque de unos animales salvajes. Los hermanos de Riley corrían peligro de ser perseguidos y cazados por la gente de la ciudad, que querría proteger a sus familias.

—Vlad se aseguró de que supieran cuidar de sí mismos —dijo él, como si le estuviera leyendo el pensamiento. Y tal vez fuera así. Ella no sabía de qué color era su aura en aquel momento—. Además, han aullado para que yo supiera que han eliminado a un duende.

De acuerdo. Mary Ann no lo sabía.

—¿Cuántos aullidos ha habido? —preguntó. Había perdido la cuenta.

—Veintiocho.

Vaya.

—¿Y cuántos duendes hay?

—Como los lobos, van en manadas, y es difícil saberlo.

Ella se acurrucó contra él, y oyó los latidos de su corazón.

—Tal vez los duendes se coman a las brujas.

—Tal vez —dijo él, aunque no parecía muy convencido.

—Si yo anulo el poder de Aden, ¿por qué no anulo la maldición de las brujas?

—Yo anulo tu capacidad, ¿no te acuerdas? O tal vez incremento sus poderes. Todavía no lo sé. De todos modos, creo que eso significa que tú y yo debemos estar juntos —dijo. Evidentemente, quería animar el ambiente.

—Me gusta lo que piensas —dijo Mary Ann. Mucho—. ¿De verdad vamos a morir si Aden no puede ir a la reunión de las brujas?

Riley le besó la sien.

—No te preocupes. No permitiré que te ocurra nada.

Aunque él había evitado la pregunta, aquella evasiva era respuesta suficiente. Sí, iban a morir.

—¿Te han echado algún otro maleficio?

Él asintió de mala gana.

—Cuéntamelo, por favor.

Al principio, él no respondió, y ella pensó que no iba a hacerlo. Después, Riley suspiró.

—Hace unos años yo… salí con una bruja. Cuando intenté romper con ella, se enfureció y me maldijo. A mí, y a mis hermanos. Hasta el día en que muriéramos, le pareceríamos guapísimos a todos los que consideráramos amigos.

—Vaya. Eso no me parece un maleficio.

—Porque sólo es el principio de la maldición. Todas las personas a las que consideráramos algo más que amigos, que nos parecieran atractivas o con las que quisiéramos salir, nos encontrarían feos, incluso horribles.

—Pero a mí no me pareces feo. La maldición ha debido de terminar.

—Tú me ves tal y como soy porque yo morí, y el maleficio se rompió.

—¿Moriste? ¿Cómo? Entonces, ¿cómo es posible que estés aquí?

—Un hada que estaba intentando atacar a Victoria me vació. Y, al igual que vuestra medicina moderna puede traer a la gente de la muerte, la nuestra también. A mí me devolvieron la vida. Pero como morí, el maleficio quedó anulado. Mis hermanos, sin embargo, siguen malditos, y son inocentes en todo esto —dijo él, con la voz cargada de culpabilidad—. Ojalá pudieran morir y revivir como yo, pero como con vuestra medicina, con la nuestra no hay garantías. Existe la posibilidad de que no pudieran volver. Así que están solos, porque les resultan horribles a todas las mujeres a las que desean.

—¿Y no hay nada que pueda liberarlos?

—No. Una maldición, cuando se echa, es indestructible. Ni siquiera puede revocarla la misma bruja que la ha pronunciado. Adquiere vida propia, y su único propósito es reforzar las palabras que le dieron la existencia.

Así que no había esperanza para ellos. Cualquier chica a la que desearan se alejaría de ellos con disgusto. Y tampoco había forma de romper el maleficio que les habían echado a Riley, a Victoria y a ella.

—Pobres. «Pobre de mí. Pobres de nosotros».

Él se echó a reír.

—Que no te oigan decir nada de eso. Desprecian la lástima.

—Algún día encontrarán el amor. Lo sé.

—Espero que tengas razón —dijo él. Le dio otro beso y se sentó—. ¿Cuáles son tus planes para hoy?

El fin de semana ya había llegado, y eso significaba una cosa.

—Tengo que ir a trabajar. No he ido desde hace semanas.

Él volvió la cabeza y la miró con dureza.

—Y tampoco irás hoy. Llama para decir que estás enferma. Por favor.

—No puedo. Otra vez no. Creo que están a punto de despedirme.

—Mejor despedida que muerta. ¿Te acuerdas de todas las brujas y hadas que había en la ciudad? Antes era peligroso, pero ahora es suicida. Las brujas saben quién eres. Preferiría que te quedaras en casa.

Él podría habérselo ordenado. En vez de eso, se lo estaba pidiendo.

—Está bien —dijo Mary Ann con un suspiro.

Riley sonrió.

—Gracias.

—¿Y dónde vas a estar tú?

—Tengo que prepararme para el despertar de Vlad —dijo él, y se puso en pie—. Bueno, para la ceremonia del despertar. Volveré dentro de unas horas a recogerte para el baile.

Ella se incorporó de golpe.

—¿Quieres que vaya?

—Por supuesto. Yo no iría sin ti.

Mary Ann suspiró de alegría. Cuando él le decía aquellas cosas, ella quería darle su corazón en una bandeja de plata.

—No tengo traje.

—Mary Ann —dijo de repente su padre, a través de la puerta. Desde que ella había vuelto a casa, no habían hablado de su madre ni de las mentiras. Habían recuperado sus hábitos, pero se mantenían alejados el uno del otro siempre que era posible—. Baja a comer. Te has saltado el desayuno.

¿Llevaba tanto tiempo en la cama?

—Dentro de un minuto —dijo ella.

Mary Ann sabía que iban a reconciliarse. Tal y como le había dicho Eve, su padre era un buen hombre. Mary Ann ya lo había perdonado. Sin embargo, todavía no quería hablar del pasado con él. Perder a su madre una segunda vez todavía era algo muy nuevo, estaba muy fresco. Pero pronto tendría que decirle que lo perdonaba. Ella era todo lo que tenía su padre, y él la quería mucho.

Riley la abrazó con fuerza y le susurró:

—Victoria te ha traído un regalo. Está debajo de tu cama.

Con eso, Riley se apartó de ella y salió por la ventana.

Cuando él estuvo lejos, ella se puso en pie y miró bajo la cama. Había una caja atada con un lazo rojo. Mary Ann la sacó a la alfombra con las manos temblorosas, y abrió la tapa. Cuando vio lo que había dentro, no pudo evitar echarse a reír.

Esperaba que la noche también terminara con una sonrisa.

Aden estaba frente al espejo de su habitación, mirándose. Llevaba puesto el regalo de Victoria. Un traje. Era un caballero de brillante armadura. La armadura era delgada y ligera, así que no le pesaba mucho, y le cubría desde el cuello hasta los tobillos. Sólo se abría allí por donde las piezas no estaban soldadas: en los codos, las muñecas, el estómago y las rodillas.

—¿Qué tal estoy? —le preguntó a Shannon cuando el chico entró en la habitación.

—Estupendo, pero Dan no te-te va a dejar ir a la fiesta. Tenemos un invitado. Esta mañana, el señor Sicamore decidió tomarse unas vacaciones indefinidas, pero ha recomendado a alguien nuevo. Creo que a Dan le gustó el tipo y lo ha contratado directamente. La señora Reeves ha hecho una cena especial para todos, para que podamos sentarnos a la mesa y c-conocernos. Dan me dijo que avisara a todo el mundo y que los llevara a la casa.

Estupendo.

«Victoria te sacará de ésta», le dijo Elijah.

Se relajó. Aquella noche no iba a preocuparse por la reunión con las brujas, ni por el hecho de poder perder a Caleb. Aquella noche iba a hacerse valer ante el padre de Victoria y a liberarla de aquel estúpido compromiso.

—Dile a Dan que estoy enfermo, que me he contagiado de lo que tuviste tú —le rogó—. Dile que me has ayudado a acostarme.

—Si me pillan mintiendo…

—Pero no te van a pillar. Te lo juro.

Shannon titubeó. Después asintió y se marchó. Aden oyó a los otros chicos por el pasillo. Iban hablando sobre la cena, arrastrando los pies. Finalmente, la puerta del barracón se cerró. Aden metió la almohada en la cama para que pareciera que estaba en la cama, y apagó todas las luces. ¿Dónde estaba Victoria? Debería haber llegado…

Oyó el golpe de una piedrecita en la ventana. Se asomó y vio a Victoria a unos cuantos metros, bañada en luz de luna. Al verla, a Aden se le cortó la respiración. Llevaba más mechones azules en el pelo, y lo tenía, en parte, recogido en un moño, y en parte cayéndole como una cascada de rizos por la espalda. Se había puesto un vestido de terciopelo azul que le ceñía el pecho y la cintura, y que caía libremente hasta sus tobillos. Las sandalias dejaban a la vista sus uñas pintadas de rosa brillante.

Una damisela y su caballero andante, pensó Aden con una sonrisa.

Salió por la ventana con una agilidad sorprendente, teniendo en cuenta que llevaba una armadura, y se reunió con ella. No se besaron. Sólo se miraron fijamente. Desde que ella le había anunciado su compromiso con Dmitri, habían perdido la familiaridad, y a él no le gustaba.

Por fin, Aden dijo:

—Estás muy guapa.

—Gracias. Tú estás… para comerte.

Un gran cumplido, para una vampira.

—¿Tienes sed?

Ella se lamió los labios.

—¿De ti? Siempre.

—Entonces, bebe.

Ella le miró el cuello, y sus ojos cristalinos se llenaron de anhelo. Él le había dado mucha sangre aquella última semana.

—Esta noche no. Esta noche necesitas todas tus fuerzas. Y las mías —dijo Victoria, mientras alzaba la mano en la que llevaba el anillo de ópalo.

—No —dijo Aden—. No te cortes. No puedo soportar verte sufrir.

«Acepta su oferta, Aden», le dijo Elijah. «Por favor. Tengo el presentimiento de que vas a necesitarlo».

—Aden… —dijo Victoria.

—No —respondió él, para los dos.

Aunque necesitara la fuerza de Victoria para sobrevivir aquella noche, no iba a permitir que ella se cortara.

Lentamente, ella bajó el brazo y entornó los ojos.

—Si quiero puedo obligarte, ¿sabes?

—Pero no vas a hacerlo.

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