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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (17 page)

BOOK: Entrelazados
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Ozzie se puso rígido, y Casey lo encañonó de nuevo.

Tal vez hubiera sido mejor tener la boca cerrada. Sin embargo, por el rabillo del ojo había vislumbrado a Victoria, que se deslizaba hacia ellos sigilosamente, como un fantasma, y las palabras se le habían escapado de entre los labios.

Ni Ozzie ni Casey se dieron cuenta.

Aden habría sabido que ella estaba allí aunque no la hubiera visto. Irradiaba un poder que inundaba toda la zona, y que cargaba el aire de electricidad. Tenía la piel más blanca que nunca, tanto que casi le brillaba. Su túnica negra se mecía al viento.

«Te dije que todo iba a salir bien», dijo Elijah con petulancia.

Otro presentimiento que había resultado cierto. Si seguían así, Elijah iba a ser capaz de predecirlo todo.

—No vas a disparar a nadie —dijo Victoria, que había aparecido de repente enfrente de Casey. Agitó la mano delante de la cara de la muchacha, y su anillo de ópalo atrapó rayos de luna y envió dardos de colores en todas las direcciones.

Casey se quedó paralizada.

—Tira la pistola y márchate. No tendrás recuerdos de lo que ha sucedido.

Casey obedeció al instante. El arma cayó al suelo, y la muchacha se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás. Aden estaba anonadado y avergonzado a la vez. Los poderes de Victoria eran mucho más grandes de lo que había imaginado. Y acababa de salvarlo una chica. Él era quien debía de estar salvándola a ella.

—¿Qué demonios…? —quiso preguntar Ozzie.

—Tú también vas a marcharte, y no tendrás recuerdos de lo que ha sucedido.

Los ojos del chico se pusieron vidriosos. Se dio la vuelta y se alejó.

—Necesito que se acuerde —dijo Aden.

De lo contrario, cuando ambos se despertaran con la cara llena de moretones y cortes, Ozzie sabría que se habían peleado, pero no sabría que había perdido contra Aden. Aden quería que Ozzie lo supiera, y que tuviera miedo de volver a enfrentarse a él.

Victoria asintió de mala gana.

—Muy bien. Le devolveré los recuerdos mañana por la mañana.

—Gracias por todo —dijo Aden mientras la miraba. Tenía el pelo recogido en una coleta que le caía por un hombro, y sus labios estaban rosados, en vez de rojos—. ¿Cómo me has encontrado?

—Estás sangrando —dijo ella, en vez de responder.

O tal vez aquélla fuera su respuesta. Mientras hablaba, sus ojos se oscurecieron porque las pupilas se le dilataron e invadieron todo el iris azul. Victoria se acercó flotando a él, pero se detuvo antes de alcanzarlo, y retrocedió.

—No debería haberme mostrado.

—Yo me alegro de que lo hicieras —respondió Victoria, mirando la sangre que le brotaba de los labios a Aden—. Puedo detener la hemorragia, si quieres —dijo, y se pasó la lengua por los colmillos afilados—. No… No significaría nada. Es sólo algo que puedo hacer.

Él no sabía cómo pensaba hacerlo, pero asintió.

—No te voy a hacer daño. Seré delicada. No seré como un animal.

Aden no sabía si aquellas palabras eran para él o para sí misma, pero de nuevo, Victoria se acercó a él. Y entonces unió su boca con la suya y lo apretó suavemente, con delicadeza. Lamió con su lengua cálida las gotas de color rojo.

Él se quedó inmóvil, saboreándola, percibiendo su fragancia de madreselva. Tuvo que apretar los puños a los lados del cuerpo para no abrazarla. Allí donde ella lamía, él sentía un cosquilleo… un dolor… pero era un dolor bueno. «No pares», pensó. «No pares nunca».

Pero ella paró. Alzó la cabeza con los ojos medio cerrados y con una expresión de dicha.

—Delicioso.

—Puedes tomar más, si quieres —dijo él con la voz entrecortada, y ladeó la cabeza para mostrarle el cuello. Si así era como iba a sentirse cuando ella lo mordiera, estaba dispuesto a dejarse.

—Sí, yo… no —dijo Victoria, y retrocedió de nuevo—. No. No puedo. ¿Por qué me has dejado que hiciera eso? ¿Y por qué me pides que lo haga otra vez? ¿Es que no tienes sentido común? ¿Quieres ser mi esclavo de sangre? ¿Quieres convertirte en un adicto a mi mordisco, y ser incapaz de pensar en otra cosa?

—No me voy a hacer adicto.

—¿Cómo lo sabes?

Él no tenía respuesta para aquella pregunta, así que la ignoró.

—¿Duele?

Victoria se relajó un poco.

—Me han dicho que es maravilloso —dijo. Sin embargo, después desapareció.

Él pestañeó, intentando no sentir pánico. Miró a la izquierda y a la derecha.

—Pero el hecho de que te gustara sería el menor de tus problemas —le dijo ella, a su espalda.

Aden se dio la vuelta.

Victoria estaba apoyada contra el tronco de un árbol.

—No deberías tentarme a que lo hiciera, ¿sabes?

Él suspiró.

—Si bebieras una vez sola de mí, ¿me convertiría en un esclavo?

—No. Hace falta que ocurra varias veces. Pero no voy a morderte. Nunca.

—De acuerdo —respondió Aden, observándola e intentando controlar los latidos del corazón. Parecía que ella iba a salir corriendo y no iba a volver nunca. Lo más inteligente le parecía dejar aquel tema. Por el momento. No había ningún motivo para decirle que al final ella iba a morderlo, cambiara de opinión o no—. ¿Cómo puedes moverte tan rápidamente?

—Todos los de mi raza podemos hacerlo. ¿Qué estás haciendo aquí, Aden? Este bosque es peligroso para los humanos.

¿Por qué era peligroso para los humanos aquel bosque? Cuando él se dio cuenta de lo que acababa de preguntarse, agitó la cabeza. Era raro referirse a sí mismo como humano, aunque supiera que lo era en realidad.

—Te estaba buscando. La otra noche te marchaste muy deprisa, y yo tengo muchas preguntas.

—Preguntas que seguramente no puedo responder.

Victoria arrancó una hoja del árbol, la arrugó y dejó caer los pedacitos. Cayeron al suelo flotando en círculos.

Aden sentía mucha curiosidad y no podía permitirse el lujo de rendirse. Sin embargo, en vez de presionarla, decidió preguntarle algo inocente, algo fácil. Tal vez así consiguiera que responderle fuera más fácil para Victoria, de modo que pudiera contestarle después a preguntas más difíciles. Sus médicos habían usado aquel método con él una o dos veces.

—¿Por qué llevas túnicas? Yo hubiera creído que tú preferirías ponerte algo más moderno para encajar mejor.

—Encajar nunca ha sido nuestro objetivo —respondió ella, y se encogió de hombros—. Además, mi padre quiere que llevemos túnicas.

—¿Y siempre haces lo que dice él?

—Los que desobedecen terminan deseando estar muertos —dijo ella—. Tengo que irme.

—No, por favor. Espera. Quédate conmigo un poco más. Yo… te he echado de menos.

Victoria se volvió hacia él y lo miró. En sus rasgos se reflejaron mil emociones distintas. Esperanza, arrepentimiento, felicidad, tristeza y miedo. Finalmente ganó la esperanza.

—Ven —le dijo—. Quiero enseñarte una cosa.

Le tendió la mano. Él se preguntó qué era lo que había causado tal torbellino en ella, pero no vaciló a la hora de entrelazar sus dedos con los de Victoria. El calor de su piel casi le quemó mientras se adentraban cada vez más en el bosque.

—Eres muy caliente. Quiero decir —añadió rápidamente, al darse cuenta con horror de cómo sonaba aquello—. Quiero decir que la temperatura de tu piel es muy alta.

—Oh, disculpa —dijo Victoria, y lo soltó.

—No, me gusta —respondió Aden, y volvió a agarrarle la mano—. Sólo me preguntaba por qué es tan alta tu temperatura.

—Oh —dijo ella de nuevo, y se relajó—. Los vampiros tenemos más sangre que los humanos. Mucha más. Y no sólo por lo que consumimos, sino porque nuestro corazón late a mucha más velocidad.

Tomaron una curva. Aden no reconocía aquella zona.

—¿Adónde vamos?

—Ya lo verás.

Él no quería alejarse del rancho, por si acaso Dan se despertaba e iba a buscarlo, pero no protestó. Por estar con Victoria merecía la pena correr el riesgo. Cualquier riesgo.

De repente, oyó el murmullo del agua.

—¿Hay un río por ahí?

—Ya lo verás —repitió ella.

Salieron de entre unas ramas y Aden vio ante sí una laguna. Había piedras muy grandes amontonadas a un lado, y de ellas caía una cascada que formaba burbujas en la superficie del agua. Él se quedó boquiabierto.

—Esto sólo era un charco cuando llegué —le dijo Victoria—. He trabajado durante toda la semana amontonando las piedras. Riley, mi guardaespaldas, redirigió el curso del agua.

Riley. Su guardaespaldas. Debía de ser el chico a quien había visto Aden aquella mañana en el rancho, junto a Victoria. Eso significaba que no eran hermanos. Peor todavía, seguramente pasaban juntos mucho tiempo.

Él observó las piedras, aprovechando aquellos instantes para contener los celos. Eran demasiadas piedras como para contarlas, y tan grandes, que nadie del tamaño de Victoria hubiera podido alzarlas.

—Has hecho un trabajo increíble —le dijo.

—Gracias.

«Aquí hay tanta paz… No quiero marcharme», dijo Eve.

«Tal vez te haya traído aquí para que os besuqueéis», dijo Caleb esperanzadamente. «¿Quién iba a decir que ser agradable tendría sus frutos?».

«Eh, yo», dijo Eve.

¡Ay!

—Chicos. Callaos, por favor. Os lo ruego —dijo Aden. Sus compañeros refunfuñaron, pero le hicieron caso.

Victoria lo miró con el ceño fruncido.

—No te lo decía a ti —le dijo él—. Pero si quieres saber con quién estaba hablando, tendrás que darme información por información.

Ya estaba. Así iba a conseguir respuestas de ella. Si acaso Victoria sentía curiosidad por él. Pero, si la tenía y él le decía la verdad, tal vez ella pensara que era un chico demasiado extraño, y no querría estar con él, como parecía que había ocurrido con Mary Ann.

—Me encantaría hacer un trueque —le dijo ella—. Podemos hacerlo mientras nos bañamos.

¿Cómo?

—¿Bañarnos? ¿Los dos?

Ella se echó a reír.

—Pues claro. Yo vengo aquí todas las noches. Disfrutarás en el agua, te lo prometo.

—Pero no tengo traje de baño.

—¿Y qué?

Sin darse la vuelta, ella se deslizó la túnica por los hombros y la dejó caer. Cuando la tela estuvo en el suelo, Aden se quedó boquiabierto de nuevo. Nunca había visto nada tan bello. Ella llevaba un traje de baño de encaje rosa. Era la primera vez que Aden veía a una chica con tan poca ropa en persona. Era tan blanca como la nieve y tenía un cuerpo de curvas perfectas y músculos suaves.

«¿Se me estará cayendo la baba?», se preguntó Aden.

Victoria se metió en el agua, salpicando, y se hundió en ella. No cesó de nadar hasta que llegó al centro, y lentamente, se giró hacia él con una sonrisa.

—¿Vas a venir?

Demonios, sí. Aden se quitó la ropa, se quedó tan sólo con los calzoncillos puestos, y entró en la laguna. El agua estaba fría, y él sintió que se le ponía toda la carne de gallina. Sin embargo, disimuló y fingió que le encantaba. No quería que ella pensara que era un quejica.

Él hacía pie en el centro, y el agua le llegaba por los hombros. Sin embargo, Victoria tenía menos estatura, y él se dio cuenta de que ella no podía hacer pie en el fondo musgoso. A pesar de ello, no parecía que estuviera moviendo las piernas. En el agua no había una sola onda.

Giraron uno alrededor del otro, sin dejar de mirarse.

—Bueno, ¿preparada para el trueque de información? —le preguntó él.

Ella vaciló un momento, pero después asintió.

—Primero deberíamos establecer las normas.

—¿Como por ejemplo?

—Como por ejemplo, la regla número uno. Tú eres una chica, así que vas primero. Regla número dos. Tú me haces una pregunta y yo la respondo. Regla número tres. Yo te hago una pregunta y tú la respondes. Regla número cuatro. Tenemos que decir la verdad.

—De acuerdo. Empezaré yo, entonces. ¿Con quién estabas hablando antes?

Lógicamente, Victoria había empezado con la pregunta más embarazosa. Era de esperar.

—Estaba hablando con las almas que hay atrapadas dentro de mi cabeza.

Ella abrió unos ojos como platos.

—¿Almas atrapadas en tu cabeza? ¿Qué…?

—No. Ahora me toca a mí. ¿De quién bebes sangre? Y, ¿tienes algún esclavo de sangre?

—Eso son dos preguntas, así que después me deberás una. La respuesta a la primera pregunta es de los humanos. La respuesta a la segunda pregunta es no. No tengo esclavos de sangre. Prefiero beber de mis presas sólo una vez.

—Yo ya sabía que bebes sangre humana. No me refería a eso —dijo Aden, y pensó en los periódicos que había leído aquellos días, y en las últimas noticias que había visto en la televisión—. No hay artículos sobre ataques recientes. Nadie ha dicho nada sobre vampiros en esta zona. Parece que nadie sabe que existes. No entiendo cómo es posible eso si tu familia y tú estáis tomando… varias comidas al día.

—Hay un motivo para eso, pero tienes que darme algo a cambio de esa información —dijo ella—. ¿A qué te refieres con que hay almas encerradas en tu cabeza?

—Almas, personalidades, otros humanos. Son cuatro, y siempre han estado conmigo. Por lo menos, desde que tengo uso de razón. Hemos elaborado muchas teorías acerca de cómo han llegado aquí, y lo que nos parece más probable es que yo las atrajera hacia mi interior. Más o menos como te he atraído a ti, sólo que a ellos los absorbí al interior de mi mente. Hablan todo el tiempo —dijo él, y se apresuró a continuar antes de que pudieran protestar—: Cada uno de ellos posee una habilidad. Una puede viajar en el tiempo. El otro despierta a los muertos, el otro puede poseer otros cuerpos y el cuarto puede ver el futuro, normalmente, las muertes de otros.

—Entonces, ¿tú también puedes hacer esas cosas?

Él asintió.

—Y ahora estamos empatados.

Ella ladeó la cabeza con una expresión pensativa.

—Eres más poderoso de lo que yo pensaba. Me pregunto cómo va a reaccionar mi padre ante esto.

Aden también se lo preguntaba. Aquel hombre había tenido ganas de matarlo sólo por el viento que habían creado Mary Ann y él juntos. Aquello era mil veces peor.

—Tal vez no deberías decírselo.

—Sí, seguramente tienes razón. Bueno, cuéntame más cosas sobre esas almas. Has dicho que hablan todo el tiempo. ¿Son muy ruidosas?

Él se encogió de hombros, y el agua se movió a su alrededor.

—Muchos días sí. Por eso todo el mundo cree que soy raro. Porque siempre le estoy diciendo a alguno de ellos que se calle, o peor todavía, conversando con ellos. Y ahora, me toca a mí.

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