Como Jack esperaba, ni siquiera la persona más exigente podía encontrar fallos. Cuando estaban en el castillo Broke preguntó, para satisfacción de Jack, si tenía alguna sugerencia que hacer.
—Puesto que me lo has preguntado, sugiero que se usen mechas de combustión lenta aunque los cañones tengan llave de chispa —dijo—. La llave de chispa puede fallar y, como consecuencia, esparcirse la carga, y si se introduce una mecha, el cañón podría disparar y se aprovecharía la carga.
Entonces, señalando con la cabeza la
Chesapeake
, que aún estaba lejos, pero no demasiado, añadió:
—No puedes permitirte desperdiciar ni una sola bala con semejante caballero frente a ti. Además, eso es lo que usábamos antiguamente y a mí me gustan las cosas antiguas tanto como las modernas.
El condestable tosió para indicar que aprobaba su idea y el señor Watt, en relación con ese comentario, dijo:
—Sí, eso es lo que usaban nuestros progenitores.
Broke estuvo pensando unos momentos y luego dijo:
—Está bien. Gracias, primo. Verdaderamente, no podemos desperdiciar ni una bala. Señor Watt, encárguese de que así sea. ¡Oh, Dios mío! Se me había olvidado… ¿Cómo está la bodega de proa?
—Tan limpia y arreglada como es posible, señor. No es como la morada de los ángeles ni como la cabina del oficial de derrota, pero por lo menos huele tan bien como… como el heno recién cortado.
—Debo hacer una visita a la dama —dijo el capitán Broke y miró hacia la
Chesapeake
y luego hacia el sol—. Díganle al doctor Maturin que quiero verle. Doctor Maturin, gracias por venir. ¿Cree usted que la señora Villiers se encuentra lo suficientemente bien para recibirme? Me gustaría presentarle mis respetos y explicarle que tiene que trasladarse a la bodega de proa porque probablemente entablaremos un combate dentro de poco.
—Está bastante bien hoy, señor, y estoy seguro de que estará encantada de que le haga una visita —respondió Stephen.
—Muy bien. Entonces tenga la amabilidad de decirle que dentro de quince minutos iré a visitarla y que será un honor para mí conocerla.
Terminaron de revisar los cañones y los oficiales se fueron a la sala de oficiales a comer. Broke tocó a la puerta de la cabina.
—Buenas tardes, señora —dijo—. Me llamo Philip Broke y estoy al mando de esta fragata. He venido a saber cómo se encuentra y a decirle que las circunstancias me obligan a pedirle que cambie de alojamiento. Probablemente dentro de poco habrá mucho ruido… habrá una batalla, pero no debe alarmarse. En la bodega de proa no correrá peligro y el ruido será mucho menor. Lamento que sea un lugar muy pequeño y oscuro, pero confío en que no tendrá que permanecer allí largo tiempo.
—No tengo miedo, señor, se lo aseguro —dijo Diana con tono convincente—. Lo único que siento es ser una carga, no poder ser útil. Si usted me da su brazo, iré a la bodega ahora mismo y así no estorbaré.
Diana había tenido tiempo de prepararse y cambiarse. Vestía un traje de chaqueta y tenía un aspecto muy elegante. Broke la condujo hasta la proa por entre las filas de atónitos marineros que les lanzaban una rápida mirada y luego miraban hacia afuera por las portas. Llegaron a la proa y descendieron hasta la bodega, que se encontraba muy por debajo de la línea de flotación. Era un espacio triangular sin ventilación y con un repugnante olor a agua de colonia. Ya la luz mortecina del farol que colgaba del techo, pudieron ver que en el coy había un montón de ratas y cucarachas.
—Mandaré a un par de marineros a matar a las ratas —dijo Broke.
—Por favor, no se moleste por mí —dijo ella—. Yo misma puedo matarlas.
Entonces le cogió las manos al capitán y dijo:
—Capitán Broke, deseo de corazón que consiga la victoria. Estoy segura de que ganará, confío en la Armada.
—Es usted muy amable, señora —dijo él emocionado—. Ahora tengo otro motivo, y mucho más importante, para hacer todo lo posible por ganar.
—Jack, no me habías dicho que la señora Villiers era tan hermosa —dijo Broke cuando Jack estaba terminando el pastel de carne.
—Sin duda, es una mujer agraciada —dijo—. Perdóname por haber empezado a comer antes que tú, Philip, pero tenía mucha hambre.
—¿Agraciada? Mucho más que eso… Es una de las mujeres más hermosas que he visto, aunque está muy pálida. ¡Qué gracia tiene! ¡Y qué presencia de ánimo! Sin quejarse y sin hacer preguntas se fue enseguida a la bodega de proa, que está asquerosa y llena de ratas, y lo único que hizo fue desearnos que triunfáramos. Dijo que confiaba plenamente en la Armada… Es una mujer extraordinaria, te lo aseguro. No me extraña que tu amigo esté impaciente. Es la clase de mujer por la cual un hombre lucharía gustoso. Yo estaría orgulloso de ser su primo.
—Sí, Diana tiene presencia de ánimo, y la energía de un caballo pura sangre —dijo Jack, pensando en la señora Broke—. Y se mueve como uno de ellos.
Broke permaneció en silencio unos minutos mientras comía el pastel de carne y los restos del pudín de sebo del día anterior cubiertos de mermelada.
—Voy a cambiarme de ropa —dijo—. Creo que no te sirven mis uniformes, pero algunos de mis oficiales tienen tu misma talla. Les mandaré a pedir ropa.
—Gracias, Philip, pero sería mucho más importante que me consiguieras un sable o algún objeto pesado y con filo —dijo Jack—. Además, quisiera un par de pistolas apropiadas para el abordaje.
—Pero Jack, tu brazo… Había pensado pedirte solamente que te encargaras de los cañones del alcázar, pues el guardiamarina que estaba a cargo de ellos se fue en una de esas malditas presas. ¡Cuánto lo lamento!
—Con mucho gusto prestaré ayuda allí o en cualquier otro lugar —dijo Jack—. Pero si hay que abordar la fragata enemiga o repeler a los hombres que aborden la nuestra, es lógico que ayude también. Le diré a Maturin que ponga el vendaje de modo que el brazo quede pegado al cuerpo. Por otra parte, mi brazo izquierdo está fuerte, más fuerte que nunca y puedo defenderme muy bien.
Broke asintió con la cabeza. Tenía una expresión grave, pues pensaba en las innumerables cosas que tenía bajo su responsabilidad por ser capitán. Jack sabía muy bien lo que era soportar el peso de esa responsabilidad y ahora notaba su ausencia. Antes de terminar la comida, Broke pudo resolver algunos problemas de poca importancia y, entre otras cosas, mandó a la bodega de proa al encargado de las bodegas de la fragata y a un marinero de apellido Raikes que anteriormente tenía el oficio de cazador de ratones. Poco después, cuando el despensero trajo un montón de ropa, los dos se cambiaron, y Broke ayudó a Jack porque no podía mover bien el brazo.
—¿Qué te parece si intercambiamos las cartas antes de hacer zafarrancho de combate?
—Me parece muy bien —dijo Jack—. Estaba a punto de sugerirlo.
Entonces se sentó en el escritorio de Broke y escribió:
A bordo de la Shannon
Frente a Boston.
Amor mío:
Espero y confío en que nos enfrentaremos con la Chesapeake antes de que acabe el día. No podría pedir nada mejor, cariño. Eso borrará la tristeza que siento desde hace tanto tiempo.
Si muero, esta carta será portadora del inmenso cariño que siento por ti y por los niños. Y quiero que sepas que ningún hombre podría morir más feliz que yo.
Tu amante esposo, John Aubrey.
Lacró la carta y se la entregó a Broke y entonces Broke le entregó la suya. Luego, sin hablar, fueron hasta el alcázar, donde ya estaban todos los oficiales. Todos estaban uniformados, algunos de ellos, como Broke y los guardiamarinas, con uniformes modernos con sombrero hongo y botas hessianas, y otros, como Jack, con el tradicional sombrero con lazos dorados, calzones blancos y medias de seda. Pero todos se habían puesto los mejores uniformes, por respeto al enemigo y por la importancia de la ocasión. Ahora observaban cómo se acercaba por popa la
Chesapeake
, cuyo casco ya podía verse. Se había alejado mucho de la costa y, debido a que el viento era bastante fuerte y la marea baja, ganaba velocidad y formaba grandes olas de proa.
El teniente de Infantería de marina de mayor antigüedad, un fornido joven, se acercó a Jack con dos sables en la mano.
—¿Le sirve alguno de estos dos, señor? —inquirió.
—Éste me servirá —dijo, escogiendo el más pesado—. Le estoy muy agradecido, señor Johns.
—¡Cubierta! —gritó el serviola—. ¡La fragata está virando!
En efecto, la lejana
Chesapeake
estaba virando. Su proa fue cambiando de dirección poco a poco hasta que su costado quedó de frente a la
Shannon y
sus alas dejaron de estar tensas. Entonces disparó un cañonazo y volvió a cambiar de dirección y las alas volvieron a hincharse. Obviamente, estaba invitando a la
Shannon
a disminuir vela y luchar ahora, en aquellas aguas, aunque todavía había a su alrededor algunos barcos de recreo y pequeñas embarcaciones.
—Muy bien —dijo Broke—. Señor Watt, terminemos de desembarazar de estorbos la fragata. Creo que ya hay muy poco que hacer.
* * *
—¿Qué ocurre, Stephen? —preguntó Diana cuando Stephen llegó a la bodega de proa con un cuenco de sopa—. No le pregunté al capitán Broke porque no quise molestarle. ¿Qué ocurre? ¿Nos están persiguiendo? ¿Crees que nos van a capturar?
—Según creo —respondió Stephen mientras echaba trozos de galleta en la sopa—, el capitán Broke ha entrado en el puerto de Boston para desafiar a la
Chesapeake y
ahora las dos fragatas, de común acuerdo, se dirigen a alta mar para entablar un combate. Esto no es una persecución.
—¡Oh! —exclamó Diana y distraídamente tomó tres cucharadas de sopa—. ¡Dios mío! ¿Qué es esto?
—Sopa. Sopa en polvo. Te ruego que tomes un poco más. Te ayudará a eliminar los gases.
—No está caliente y parece engrudo, pero baja bastante bien si uno aguanta la respiración. Gracias por traérmela, Stephen.
Siguió comiendo hasta que cayó dentro una cucaracha que caminaba por un bao. Entonces Stephen cogió el cuenco y lo puso en el suelo, entre un montón de cucarachas.
Se sentaron los dos en el coy y Diana rodeó el brazo de él con el suyo. Ella no solía demostrar su afecto, tal vez porque no tenía mucho afecto que demostrar. Era apasionada, pero no cariñosa, por eso Stephen se sorprendió al ver ese gesto.
—Quizá me precipité al decir que habíamos escapado —dijo ella—. Tendría que haber tocado madera. Dime, Stephen, ¿qué probabilidades tenemos de ganar?
—No soy un marino, cariño, pero sé que la Armada ha perdido las tres últimas batallas y creo que la
Chesapeake
tiene una tripulación mucho más numerosa que la de nuestra fragata. Sin embargo, las dos tienen casi el mismo número de cañones, lo que no ha ocurrido en las batallas anteriores, y Jack está muy satisfecho con las condiciones en que su primo mantiene las piezas de artillería. Creo que el señor Broke es un capitán competente y enérgico y que tenemos las mismas probabilidades de ganar, aunque mi opinión no vale nada.
—¿Qué nos harán si nos capturan? ¿Qué nos harán a ti a mí y a Jack Aubrey?
—Nos colgarán, cariño.
—Estoy segura de que Johnson está en esa fragata —dijo Diana después de unos momentos de silencio.
—Yo también lo creo —dijo, mirando fijamente el ojo redondo pequeño y brillante de una rata que estaba en la esquina de la bodega—. Es un hombre apasionado y tiene muchos motivos para perseguirnos.
Se sacó la pistola del bolsillo y disparó a la rata cuando estaba acercándose a la sopa. Luego, sacando otra pistola, dijo:
—Las he traído para ti. Aquí están las balas y los frascos con la pólvora. Te recomiendo que las cargues sólo con un cuarto de libra. Procura matar las ratas en cuanto aparezcan y así, aparte de mantener ocupada tu mente, lograrás que este lugar sea menos desagradable.
—No podrías haber tenido una idea mejor, Maturin —dijo.
Entonces cargó de nuevo la humeante pistola, atacó la carga y, con la mirada feroz y desafiante de un halcón, añadió:
—Ahora no tengo por qué sentir miedo.
Desde que había salido de Estados Unidos, ésa era la primera vez que Stephen veía a la mujer que había amado desesperadamente y estaba desconcertado. Se dirigió entonces a la bañera, donde los ayudantes del cirujano y el barbero de la fragata estaban preparando los instrumentos. El cirujano de la
Shannon
todavía estaba en el alcázar pensando con satisfacción en la batalla y era poco probable que se reuniera con ellos antes de que se produjera la primera baja.
Jack bajó para que le vendaran el brazo y Stephen, convencido de que oponerse a él no serviría de nada, cogió tres trozos de venda muy largos y un plato y le llevó a un rincón. Le puso el plato a la altura del corazón, le colocó el brazo encima y empezó a pasar las vendas alrededor de su ancho pecho. Entonces Jack le preguntó por Diana.
—Está muy bien, gracias —dijo Stephen—. Le he llevado unas galletas y un poco de sopa en polvo que me ha dado mi colega y le sentaron muy bien. Está distraída con las ratas… Le di nuestras pistolas… También piensa mucho en la inminente batalla. Casi se ha recuperado del todo y no ha perdido ni un ápice de valentía.
—Estoy seguro de ello —dijo Jack—. Siempre ha sido muy valiente.
Luego, bajando la voz, añadió:
—Broke está muy disgustado por no poder casarte hoy y espera poder hacerlo mañana.
Stephen simplemente preguntó:
—¿Cuándo crees que va a empezar?
—Me parece que dentro de una hora más o menos —respondió Jack.
Pero cuando volvió al alcázar, comprendió que se había equivocado. La
Shannon
había orzado y rizado las velas y la
Chesapeake
, con tres banderas izadas, se acercaba rápidamente formando grandes olas con la proa.
Broke llamó a los tripulantes a la popa y se dirigió a ellos en su característico tono grave. Jack observó que los tripulantes le escuchaban muy atentamente y que el gesto de algunos dejaba traslucir una emoción tan profunda como la que el capitán había logrado ocultar. Era evidente que estaban compenetrados. Puesto que empezó a pensar en el sable prestado y en lo raro que era llevarlo colgado en el lado derecho y dejó de atender al breve discurso del capitán y, además, estaba detrás de éste, sólo pudo oír las palabras: «Dicen que los ingleses han olvidado cómo luchar. Ustedes les demostrarán que hay ingleses en la
Shannon
que todavía saben cómo luchar. No intenten desarbolar la fragata. Disparen a las aletas, a la cubierta principal, al alcázar… Maten a sus tripulantes y la fragata será suya… Ocupen rápidamente sus puestos y no den vivas. Estoy seguro de que cumplirán con su deber…». Aunque Jack no lo pudo oír todo, oyó el murmullo de aprobación que recorrió la abarrotada cubierta y los pasamanos y se llenó de alegría. Un marinero que estaba en el pasamano de estribor, un antiguo tripulante de la
Guerrière
, gritó: