Read Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones Online
Authors: Charles Bukowski
Tags: #Erótico, Humor, Relato
—¿qué?
—claro, sólo me tocaron un poco, estamos en la Década Loca de los Asesinos. Kennedy. Oswald. el doctor King. Che G. Lumumba. olvido varios, seguro, tuve suerte, no era lo bastante importante para un asesinato.
—¿y quién te hizo aquello?
—todos.
—¿todos?
—claro.
—¿qué piensas del asunto de King?
—una chorrada, como todos los asesinatos desde Julio César.
—¿crees que los negros tienen razón?
—no creo que yo merezca morir a manos de un negro, pero creo que hay algunos blancos enfermos de fantasías que sí, quiero decir ELLOS quieren morir a manos de un negro, pero creo que una de las cosas mejores de la Revolución Negra es que ellos están INTENTÁNDOLO, la mayoría de nosotros los lindos blanquitos hemos olvidado ya esto, incluido yo. ¿pero qué tiene eso que ver con los tres verdes?
—bueno, a mí me dijeron que tenías contactos y necesito pasta, pero creo que estás un poco loco.
—FBI.
—¿cómo?
—¿eres del FBI?
—¿estás paranoico? —pregunta él.
—por supuesto, ¿qué hombre sano no?
—¡tú estás loco! —parece fastidiado y echa hacia atrás la silla y se va. Teddy, el nuevo propietario, llega con otra cerveza.
—¿quién era? —pregunta.
—un tío que quería liarme.
—¿sí?
—sí. así que le lié yo.
Teddy se alejaba nada impresionado pero así son los de los bares, termino la cerveza, salgo y bajo hasta el bar mejicano grande de la baranda de bronce, querían matarme allí dentro, yo era mal actor estando borracho, era agradable ser blanco y estar loco y ser tan desenvuelto, ella se acerca, la camarera, recuerdo la cara, la banda empieza «Vuelven los días felices», quieren engañarme, esto activa la navaja automática.
—necesito recuperar mis llaves.
ella busca en el delantal (le sienta bien ese delantal; a las mujeres siempre les sientan bien los delantales; algún día joderé a una que no tenga más que el delantal, quiero decir encima de ELLA) y coloca las llaves sobre la barra, allí estaban: las llaves del coche, las del apartamento, las llaves para llegar al interior de mi cráneo.
—anoche dijiste que volvías.
miro alrededor, hay por allí, por la barra, dos o tres, groguis. revolotean las moscas sobre sus cabezas, sin carteras, el asunto olía a droga en la bebida, en fin, ellos se lo merecen, yo no. pero los mejicanos eran fríos: nosotros les robamos su tierra pero ellos siguieron tocando sus trompetas, y yo digo:
—se me olvidó volver.
—la consumición es por mi cuenta.
—oye, ¿crees que soy Bob Hope contando chistes navideños a los soldados? un whisky con droga, fuerte.
se echa a reír y va a mezclar el veneno, vuelvo la cabeza para facilitarle las cosas, se sienta frente a mí.
—me gusta —dice—. quiero que jodamos otra vez. haces buenos trucos para ser un viejo.
—gracias, es por esa peluca blanca que llevas, soy un chiflado: me gustan las jóvenes que se fingen viejas, y las viejas que se fingen jóvenes, me gustan los ligueros, los tacones altos, las braguitas rosa, todo ese rollo picante.
—hago una escena en que me tiño el coño de blanco.
—perfecto.
—bebe tu veneno.
—oh sí, gracias.
—no hay de qué.
bebí el whisky con droga, pero les engañé, salí inmediatamente y tuve la suerte de ver un taxi allí mismo en Sunset, al sol, entré y cuando llegué a casa apenas pude pagar, abrir la puerta y cerrarla, luego quedé paralizado, un coño blanco, sí, ella no quería joder conmigo, quería joderme. conseguí llegar al sofá y quedar paralizado allí, salvo en el pensamiento, oh sí, tres verdes, ¿quién no lo aceptaría? al diablo el interés y la cláusula de penalización final, treinta y cinco días, ¿cuántos hombres han tenido treinta y cinco días libres en sus vidas? y luego, se puso oscuro, así que no pude contestarme mi propia pregunta.
ujjujj.
Duke tenía aquella hija, Lala, le llamaban, de cuatro años era su primer crío y él siempre había procurado no tener hijos, temiendo que pudiesen asesinarle, o algo así, pero ahora estaba loco y ella le encantaba, ella sabía todo lo que Duke pensaba, pues había una especie de cable que iba de ella a él y de él a ella.
Duke estaba en el supermercado con Lala, y hablaban, decían cosas, hablaban de todo y ella le decía todo lo que sabía, y sabía mucho, instintivamente, y Duke no sabía mucho, pero le decía lo que podía, y el asunto funcionaba, eran felices juntos.
—¿qué es eso? —preguntó ella.
—eso es un coco.
—¿qué tiene dentro?
—leche y cosa de masticar.
—¿por qué está ahí?
—porque se siente a gusto ahí, toda esa leche y esa carne mascable, se siente bien dentro de esa cáscara, se dice: «¡oh qué bien me siento aquí!».
—¿y por qué se siente bien ahí?
—porque cualquier cosa se sentiría bien ahí. yo me sentiría bien.
—no, tú no. no podrías conducir el coche desde ahí dentro, ni verme desde ahí dentro, no podrías comer huevos con jamón desde ahí.
—los huevos y el jamón no lo son todo.
—¿qué
es
todo?
—no sé. quizás el interior del sol, sólido congelado.
—¿el INTERIOR del SOL...? ¿SOLIDO CONGELADO?
—sí.
—¿cómo sería el interior del sol si fuese sólido congelado?
—bueno, el sol debe ser como una pelota de fuego, no creo que los científicos estuviesen de acuerdo conmigo, pero
yo
creo que debe ser eso.
Duke cogió un aguacate.
—¡oh!
—sí, eso es un aguacate: sol congelado, comemos el sol y luego podemos andar por ahí y sentirnos calientes.
—¿está el sol en toda esa cerveza que tú bebes?
—sí, lo está.
—¿está el sol dentro de mí?
—no he conocido a nadie que tenga dentro tanto sol como tú.
—¡pues yo creo que tú tienes dentro un SOL INMENSO!
—gracias, querida.
siguieron y terminaron sus compras. Duke no eligió nada. Lala llenó el cesto de cuanto quiso, parte de ello no comestible: globos, lapiceros, una pistola de juguete, un hombre espacial al que le salía un paracaídas de la espalda al lanzarlo al cielo, un hombre espacial magnífico.
a Lala no le gustó la cajera, la miró ceñuda, hosca, pobre mujer: le habían ahuecado la cara y se la habían vaciado. era un espectáculo de horror y ni siquiera lo sabía.
—¡hola bonita! —dijo la cajera. Lala no contestó. Duke no la empujó a hacerlo, pagaron su dinero y volvieron al coche.
—cogen nuestro dinero —dijo Lala.
—sí.
—y luego tú tienes que ir a trabajar de noche para ganar más. no me gusta que marches de noche, yo quiero jugar a mamá, quiero ser mamá y que tú seas un niño.
—bueno, yo seré el niño ahora mismo, ¿qué tal, mamá?
—muy bien, niño, ¿puedes conducir el coche?
—puedo intentarlo.
luego, en el coche, cuando iban conduciendo, un hijo de puta apretó el acelerador e intentó embestirlos en un giro a la izquierda.
—¿por qué quiere la gente pegarnos con sus coches, niño?
—bueno, mamá, es porque son desgraciados y a los desgraciados les gusta destrozar las cosas.
—¿no hay gente feliz?
—hay mucha gente que finge ser feliz.
—¿por qué?
—porque están avergonzados y asustados y no tienen el valor de admitirlo.
—¿tú estás asustado?
—yo sólo tengo el valor de admitirlo contigo... estoy tan asustado y tengo tanto miedo, mamá, que podría morirme en este mismo instante.
—¿quieres tu biberón, niño?
—sí, mamá, pero espera a que lleguemos a casa.
siguieron su camino, giraron a la derecha en Normandie. Por la derecha les resultaba más difícil embestir.
—¿trabajarás esta noche, niño?
—sí.
—¿por qué trabajas de noche?
—porque está más oscuro y la gente no puede verme.
—¿por qué no quieres que la gente te vea?
—porque si me viesen podrían detenerme y meterme en la cárcel.
—¿qué es cárcel?
—todo es cárcel.
—¡yo no soy cárcel!
aparcaron y subieron las compras a casa.
—¡mamá! —dijo Lala— ¡hemos comprado muchas cosas! ¡soles congelados,
hombres espaciales,
todo!
mamá (la llamaban «Mag») mamá dijo:
—qué bien.
luego dijo a Duke:
—diablos, no quiero que salgas esta noche, tengo un presentimiento, no salgas, Duke.
—
¿tú
tienes un presentimiento, querida? yo lo tengo siempre, es cosa del oficio, tengo que hacerlo, estamos sin blanca, la niña echó de todo en el carrito, desde jamón enlatado a caviar.
—¿pero es que no puedes controlar a la niña?
—quiero que sea feliz.
—no será feliz si tú estás en la cárcel.
—mira, Mag, en mi profesión, sólo tienes que hacerte a la idea de que pasarás temporadas en la cárcel, yo ya pasé una, muy corta, he tenido más suerte que la mayoría.
—¿y si hicieras un trabajo honrado?
—nena, trabajar a presión es espantoso, te hunde, y además no hay trabajos honrados, de un modo u otro te mueres, y yo ya estoy metido por este camino... soy una especie de dentista, digamos, que le saca dientes a la sociedad, no sé hacer otra cosa, es demasiado tarde, y ya sabes cómo tratan a los ex presidiarios, ya sabes las cosas que te hacen, ya te lo he dicho, yo...
—ya sé que me lo has dicho, pero...
—¡pero pero pero... perooo! —dijo Duke—. déjame acabar, condenada!
—acaba, acaba.
—esos soplapollas industriales de esclavos que viven en Beverly Hills y Malibu. esos tipos especializados en «rehabilitar» presidiarios, ex presidiarios, es algo que hace que la libertad vigilada de mierda huela a rosas, un cuento, trabajo de esclavos, los funcionarios de libertad vigilada lo saben, lo saben de sobra, y lo sabemos nosotros, ahorra dinero al estado, haz dinero para otro, mierda, mierda todo. todo, hacen trabajar el triple al individuo normal mientras ellos roban a todos dentro de la ley: les venden mierda por diez o veinte veces su valor real, pero eso está dentro de la ley,
su
ley...
—cállate ya, he oído eso tantas veces...
—¡pues lo oirás OTRA VEZ, maldita sea! ¿crees que no lo veo y no lo siento? ¿crees que debo callármelo? ¿delante de mi propia mujer? tú eres mi mujer, ¿no? ¿no jodemos? ¿no vivimos juntos? ¿eh?
—el jodido eres tú. ahora te pones a gritar.
—¡TU eres la jodida! ¡cometí un error, un error técnico! era joven; no entendía sus reglas de mierda...
—¡y ahora intentas justificar tu estupidez!
—¡ésa sí que es
buena
! eso ME GUSTÓ, mi mujercita, mi coñito. mi coñito. eres sólo un coñito en las escaleras de la Casa Blanca, abierto del todo y acribillado mentalmente...
—Duke, que nos oye la niña.
—bueno, terminaré, coñito mío. REHABILITADO, ésa es la palabra, eso es lo que dicen los mamones de Beverly Hills. son tan condenadamente decentes, tan HUMANOS, sus mujeres escuchan a Mahler en el centro musical y hacen caridad, donaciones libres de impuestos, y las eligen entre las diez mejores mujeres del año en el
Times
de Los Angeles, ¿y sabes lo que te hacen sus MARIDOS? te tratan como a un perro, te recortan el jornal y se lo embolsan, y no hay más que hablar, ¿cómo no verá la gente que todo es una mierda? ¿es que nadie lo ve?
—yo...
—¡CÁLLATE! ¡Mahler, Beethoven, STRAVINSKY! te hacen trabajar de más por nada, están siempre dándote patadas en el culo, y como digas una palabra, cogen el teléfono y hablan con el funcionario de libertad vigilada, y estás listo, «lo siento, Jensen, pero no tengo más remedio que decírtelo, tu hombre robó veinticinco dólares de la caja, empezaba a caernos simpático, pero...»
—¿y qué clase de justicia quieres tú? Dios mío, Duke, no sé qué hacer, gritas y gritas, te emborrachas y me cuentas que Dillinger fue el hombre más grande de todos los tiempos, te acunas en la mecedora, completamente borracho, y te pones a dar vivas a Dillinger. yo también estoy viva, escúchame...
—¡a la mierda Dillinger! está muerto, ¿justicia? en Norteamérica no hay justicia, sólo hay
una
justicia, pregunta a los Kennedy, pregunta a los muertos, pregunta a cualquiera.
Duke se levantó de la mecedora, se acercó al armario, hurgó debajo de la caja de adornos navideños y sacó la pipa, un cuarenta y cinco.
—ésta, ésta, ésta es la única justicia de Norteamérica, esto es lo
único
que entienden todos.
y agitó en el aire el condenado trasto.
Lala estaba jugando con el hombre espacial, el paracaídas no abría bien, lógico: una estafa, otra estafa, como la gaviota de los ojos muertos, como el bolígrafo, como Cristo dando voces al Papa con las líneas cortadas.
—oye —dijo Mag—, guarda ese maldito revólver, trabajaré yo. déjame trabajar.
—¡trabajarás tú! ¿cuánto hace que oigo eso? tú sólo sirves para joder, para andar sin hacer nada tumbada por ahí leyendo revistas y comiendo bombones.
—oh, Dios mío, eso no es cierto... yo te amo, Duke, de veras.
a él ya le cansaba.
—de acuerdo vale, entonces, recoge y coloca las compras, y prepárame algo de comer antes de que salga a la calle.
Duke volvió a guardar la pipa en el armario, se sentó y encendió un cigarrillo.
—Duke —preguntó Lala—, ¿quieres que te llame Duke o que te llame papá?
—como tú quieras, cariño, como tú quieras.
—¿por qué tienen pelo los cocos?
—ay, Dios mío, y yo qué sé. ¿por qué tengo yo pelos en los huevos?
Mag salió de la cocina con una lata de guisantes en la mano.
—no tienes por qué hablarle a mi hija de ese modo.
—¿
tu
hija? ¿es que no ves esa boca que tiene? como la mía. ¿y esos ojos? exactamente iguales que los míos, tu hija... sólo porque salió de tu agujero y mamó de ti. ella no es hija de nadie, ella es su propia niña.
—
insisto
—dijo Mag— ¡en que no le hables así a la niña!
—insistes... insistes...
—¡sí, insisto! —sostuvo en el aire la lata de guisantes, equilibrada en la palma de la mano izquierda—. ¡insisto!
—¡si no quitas esa lata de mi vista te juro por Dios que te la meto POR EL CULO!
Mag entró en la cocina con los guisantes, se quedó allí.
Duke sacó del armario el abrigo y la pistola, dio un beso de despedida a su hijita. era más dulce aquella niña que un bronceado de diciembre y seis caballos blancos corriendo por una loma verde, eso era lo que le evocaba; empezaba a dolerle. se largó deprisa, cerró la puerta despacio.