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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #thriller

Espía de Dios (16 page)

BOOK: Espía de Dios
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Paola salió al pasillo. Fowler la esperaba mirando fíjamente a la pared, sentado en un banco de madera. Se puso en pie al verla.


Dottora
, yo…

—Está bien, padre.

—No está bien. Sé por lo que está pasando. Usted no está bien.

—Por supuesto que no estoy bien. Mierda, Fowler, no voy a volver a caer en sus brazos otra vez derrumbada de dolor. Eso solo pasa en las películas.

Se marchaba ya cuando apareció Boi junto a ambos.

—Dicanti, tenemos que hablar. Estoy muy preocupado por usted.

—¿Usted también? Qué novedad. Lo siento, pero no tengo tiempo para charlas.

El doctor Boi se interpuso en su camino. La cabeza de ella le llegaba al científico a la altura del pecho.

—No lo entiende, Dicanti. Voy a retirarla del caso. Ahora las apuestas son demasiado grandes.

Paola alzó la vista. Se le quedó mirando fijamente y habló despacio, muy despacio, con la voz helada, átona.

—Escúchame bien, Carlo, porque solo lo diré una vez. Voy a coger al que le hizo esto a Pontiero. Ni tú ni nadie tiene nada que decir al respecto. ¿Me he expresado con claridad?

—No parece tener muy claro quién es el jefe aquí, Dicanti.

—Tal vez. Pero sí tengo claro qué es lo que tengo que hacer. Hazte a un lado, por favor.

Boi abrió la boca para responder pero en lugar de ello se apartó. Paola, encaminó sus enfurecidos pasos hacia la salida.

Fowler sonreía.

—¿Qué es tan gracioso, padre?

—Usted, por supuesto. No me engaña. No pensó en retirarla del caso en ningún momento, ¿verdad?

El director de la UACV fingió asombro.

—Paola es una mujer muy fuerte e independiente, pero necesita centrarse. Toda ésta rabia que está sintiendo ahora puede ser enfocada, canalizada.

—Director… oigo palabras pero no escucho verdades.

—De acuerdo. Lo reconozco. Siento miedo por ella. Necesitaba saber que tiene dentro la fuerza necesaria para seguir. Cualquier otra respuesta que no fuera la que me ha dado habría hecho que la quitase de en medio. No nos enfrentamos a alguien normal.

—Ahora sí está siendo sincero.

Fowler vio que tras el cínico político y administrador había un ser humano. Le vio tal cual era en aquel momento de la madrugada, con la ropa acartonada y el alma rasgada tras la muerte de uno de sus subordinados. Puede que Boi dedicase mucho tiempo a autopromocionarse, pero le había cubierto las espaldas a Paola casi siempre. Aún sentía una fuerte atracción por ella, eso era evidente.

—Padre Fowler, he de pedirle un favor.

—En realidad no.

—¿Cómo dice? —se asombró Boi.

—No ha de pedírmelo. Tendré cuidado de la
dottora
, a su pesar. Para bien o para mal, solo quedamos tres en esto. Fabio Dante, Dicanti y yo mismo. Tendremos que hacer frente común.

Sede central de la UACV

Via Lamarmora, 3

Jueves, 7 de abril de 2005. 08:15

—No puede confiar en Fowler, Dicanti. Es un asesino.

Paola levantó su ojerosa vista del expediente de Karoski. Había dormido apenas unas horas y había vuelto a su mesa al rayar el alba. Algo inhabitual: Paola era de las que gustaban de largos desayunos y llegar al trabajo con calma, para luego marcharse bien entrada la noche. Pontiero le insistía que de esa forma se perdía el amanecer romano. La inspectora no lo apreció aquella mañana porque estaba honrando a su amigo de una manera bien distinta, pero desde su despacho el amanecer era particularmente bello. La luz se arrastraba perezosa por las colinas de Roma, mientras los rayos de sol se demoraban en cada edificio, en cada cornisa, saludando el arte y la belleza de la Ciudad Eterna. Las formas y colores del día aparecían tan delicadamente como si llamaran a la puerta para pedir permiso. Pero quien entró sin llamar, y con una sorprendente acusación, fue Fabio Dante. El superintendente se presentó media hora antes de lo acordado. Llevaba un sobre en la mano y serpientes en la boca.

—Dante, ¿ha bebido usted?

—Nada de eso. Le digo que es un asesino. ¿Recuerda que le dije que no se fiara de él? Su nombre hizo saltar una alarma en mi cerebro. Un recuerdo en el fondo de la cabeza, ya sabe. Así que investigué un poco sobre su supuesto militar.

Paola sorbió un café cada vez más frío. Estaba intrigada.

—¿Y no es militar?

—Ah, por supuesto que lo es. Capellán militar. Pero no está a las órdenes de la Fuerza Aérea. Es de la CIA.

—¿La CIA? Está usted de broma.

—No, Dicanti. Fowler no es un hombre a tomarse a broma. Escuche: Nació en 1951, en una familia adinerada. El padre tenía una industria farmacéutica o algo así. Estudió Psicología en Princeton. Terminó la carrera con veinte años y
magna cum laude
.


Magna cum laude
. La máxima calificación. Me mintió entonces. Dijo que no había sido un alumno especialmente brillante.

—Le ha mentido en eso y en más cosas. No fue a recoger su título universitario. Al parecer discutió con su padre y se alistó en 1971. Voluntario en plena guerra de Vietnam. Estuvo cinco meses de instrucción en Virginia y diez meses en Vietnam, con el rango de teniente.

—¿No era un poco joven para teniente?

—¿Está de broma? ¿Un licenciado universitario voluntario? Seguro que se plantearían hacerle general. No se sabe qué pasó por su cabeza en aquellos meses pero no volvió a Estados Unidos tras la guerra. Estudió en un seminario en Alemania occidental y se ordenó sacerdote en 1977. Después hay rastros de su pista en muchos lugares: Camboya, Afganistán, Rumanía. Sabemos que estuvo en China de visita y tuvo que salir a toda prisa.

—Todo eso no justifica que sea agente de la CIA.

—Dicanti, está todo aquí —Mientras hablaba le iba mostrando a Paola fotos, la mayoría en blanco y negro. En ellas se veía a un Fowler curiosamente joven, que iba perdiendo pelo progresivamente según las imágenes iban acercándose al presente. Vio a Fowler encima de una pila de sacos terreros en una jungla, rodeado de soldados. Llevaba galones de teniente. Le vio en una enfermería, junto a un soldado sonriente. Le vio el día de su ordenación, recibiendo el sacramento allí mismo, en Roma, del mismísimo Pablo VI. Le vio en una gran explanada con aviones al fondo, vestido ya con
clergyman
, rodeado de más jóvenes soldados…

—¿De cuando es ésta?

Dante consultó sus notas.

—Es de 1977. Tras su ordenación Fowler volvió a Alemania, a la Base Aérea de Spangdahlem. Como capellán militar.

—Luego su historia concuerda.

—Casi… pero no del todo. Un expediente que no debería estar aquí, pero está, dice que «John Abernathy Fowler, hijo de Marcus y Daphne Fowler, teniente de la USAF, recibe un aumento de empleo y sueldo tras completar con éxito el entrenamiento de campo y especialidades de contraespionaje». En Alemania Occidental. En plena guerra fría.

Paola hizo un gesto ambiguo. No lo acaba de ver claro.

—Espere, Dicanti, que ahí no acaba la cosa. Como le dije antes, viajó a muchas partes. En 1983 desaparece unos meses. La última persona que sabe algo de él es un sacerdote en Virginia.

Ahí Paola comenzó a darse por vencida. Un militar que desaparece unos meses en Virginia sólo podía ir a un sitio: a la sede de la CIA en Langley.

—Continúe, Dante.

—En 1984 Fowler reaparece brevemente por Boston. Sus padres fallecen en un accidente de coche en julio. Él acude al despacho del notario y le pide que reparta todo su dinero y sus posesiones entre los pobres. Firma los papeles necesarios y se larga. Según el notario la suma de todas las propiedades de sus padres y de la empresa era de ochenta millones y medio de dólares.

Dicanti soltó un silbido inarticulado y desafinado de puro asombro.

—Eso es mucho dinero, y más en 1984.

—Pues se desprendió de todo. Una pena no haberle conocido antes, ¿eh, Dicanti?

—¿Qué insinúa, Dante?

—Nada, nada. Bueno, para rematar la locura, Fowler se larga a México y desde allí a Honduras. Es nombrado capellán de la base militar de El Aguacate, ya con el rango de mayor. Y aquí es donde se convierte en un asesino.

El siguiente bloque de fotografías deja helado a Paola. Hileras de cadáveres en polvorientas fosas comunes. Trabajadores con palas y mascarillas que apenas podían ocultar el horror de sus rostros. Cuerpos desenterrados, pudriéndose al sol. Hombres, mujeres y niños.

—¿Dios mío, qué es esto?

—¿Que tal sus conocimientos de Historia? Los míos son lamentables. Tuve que mirar en Internet de que iba toda la puñetera cosa. Al parecer, en Nicaragua hubo una revolución sandinista. La contrarrevolución, llamada la Contra Nicaragüense, quería volver a colocar un gobierno de derechas en el poder. El gobierno de Ronald Reagan apoyó bajo cuerda y sobre cuerda a los guerrilleros rebeldes, guerrilleros que en muchas ocasiones hubieran merecido mejor el nombre de terroristas. ¿Y a que no adivina quién era embajador de Honduras en aquella época?

Paola empezaba a atar cabos a gran velocidad.

—John Negroponte.

—¡Premio para la belleza de pelo negro! Fundador de la base aérea del Aguacate, en la mismísima frontera con Nicaragua, base para el entrenamiento de miles de guerrilleros de la Contra. Según el Washington Post, El Aguacate era «un centro clandestino de detención y tortura, más parecido a un campo de concentración que a una base militar de un país democrático». Esas fotos tan hermosas y gráficas que le he enseñado se realizaron hace diez años. Había 185 hombres, mujeres y niños en esas fosas. Y se cree que aún hay un número indeterminado de cuerpos, que podría llegar hasta los 300, enterrado en las montañas.

—Dios mío, todo esto es horrible —el horror de ver aquellas fotos, sin embargo, no impidió a Paola hacer un esfuerzo por concederle el beneficio de la duda a Fowler—. Pero tampoco prueba nada.

—Estaba allí. ¡Era el capellán de un campo de torturas, por Dios! ¿A quién cree que acudirían los condenados antes de morir? ¿Cómo podía él no estar al tanto?

Dicanti le miró en silencio.

—De acuerdo
ispettora
, ¿quiere algo más? Hay material de sobra. Un expediente del
Sant'Uffizio
. En 1993 fue llamado a Roma para declarar sobre el asesinato de 32 monjas siete años antes. Las religiosas huyeron de Nicaragua y acabaron en El Aguacate. Las violaron, les dieron un paseo en helicóptero y finalmente plaf, tortilla de monja. De paso también declaró sobre 12 misioneros católicos desaparecidos. La base de la acusación era que él estaba al corriente de todo lo sucedido y que no denunció estos casos flagrantes de violación de los Derechos Humanos. A todos los efectos sería tan culpable como si hubiera pilotado él mismo el helicóptero.

—¿Y qué dictaminó el Santo Oficio?

—Eh, bueno, no había pruebas suficientes para condenarle. Se libró por los pelos. Eso sí, cayó en desgracia en ambas partes. Creo que salió de la CIA por decisión propia. Estuvo un tiempo dando tumbos, y acabó en el Instituto Saint Matthew.

Paola estuvo un buen rato mirando las fotografías.

—Dante, voy a hacerle una pregunta muy, muy seria. ¿Usted, como ciudadano del Vaticano, diría que el Santo Oficio es una institución descuidada?

—No, inspectora.

—¿Me atrevería a decir que no se casa con nadie?

Dante asintió, a regañadientes. Ya veía a donde quería ir a parar Paola.

—Por tanto, superintendente, la institución más rigurosa de su Estado Vaticano ha sido incapaz de encontrar indicios de culpabilidad en Fowler ¿y usted entra en mi despacho vociferando que es un asesino y sugiriéndome que no confíe en él?

El aludido se puso en pie, hecho una furia, inclinándose sobre el escritorio de Dicanti.

—Escúcheme, bonita… no crea que no sé con qué ojos mira a ese pseudo cura. Por una desgraciada jugarreta del destino tenemos que cazar a un puto monstruo bajo sus órdenes, y no quiero que piense con las faldas. Ya ha perdido a un compañero, y no quiero que me cubra las espaldas ese americano cuando estemos frente a Karoski. Vaya usted a saber cómo reaccionará. Parece que es una persona muy leal a su país… igual se pone de parte de su compatriota.

Paola se levantó y con total tranquilidad le cruzó la cara dos veces. Plas plas. Las dos bofetadas fueron de campeonato, de las que atronan bien los oídos. Dante se quedó tan sorprendido y humillado que no supo ni reaccionar. Se quedó clavado, con la boca abierta y las mejillas rojas.

—Ahora escúcheme usted a mi, superintendente Dante. Si estamos clavados en ésta puta investigación sólo tres personas es porque su Iglesia no quiere que salga a la luz que un monstruo que violaba niños y que fue castrado en uno de sus tugurios anda matando cardenales a sólo unos días de que elijan mandamás. Esa y no otra es la razón de que Pontiero haya muerto. Le recuerdo que fueron ustedes quienes vinieron a pedirnos ayuda. Al parecer su organización funciona estupendamente a la hora de recabar información sobre las actividades de un cura en una selva del tercer mundo pero no se le da tan bien el controlar a un delincuente sexual que reincidió decenas de veces en diez años, a la vista de sus superiores y en un país democrático. Así que arrastre fuera de aquí su patética jeta antes de que empiece a pensar que su problema es que está celoso de Fowler. Y no vuelva hasta que esté dispuesto a trabajar en equipo. ¿Me ha comprendido?

Dante recuperó la compostura suficiente para respirar hondo y darse la vuelta. En ese momento entraba Fowler en el despacho, y el superintendente descargó su frustración contra él arrojándole a la cara las fotos que aún llevaba en la mano. Dante se escabulló sin acordarse siquiera de dar un portazo, tan furioso como estaba.

La inspectora se sintió tremendamente aliviada por dos cosas: primero, por haber tenido la oportunidad de hacer lo que ya había imaginado que haría unas cuantas veces. Y segundo por haber podido hacerlo en privado. Si idéntica situación se hubiera producido con alguien más presente o en plena calle, Dante no hubiera olvidado jamás las bofetadas en público. Ningún hombre olvida algo así. Aún había maneras de recanalizar la situación y de poner un poco de paz. Miró de reojo a Fowler. Éste seguía sin moverse, junto a la puerta, con la vista fija en las fotografías que ahora cubrían el suelo del despacho.

Paola se sentó, dio un sorbo al café y, sin alzar la cabeza del expediente de Karoski, dijo:

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