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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #thriller

Espía de Dios (8 page)

BOOK: Espía de Dios
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—¿Y eso hacían? —preguntó Pontiero, quien parecía muy afectado por el tema. Paola le comprendía, ya que el subinspector tenía dos hijos de trece y catorce años.

—No. Intentaré resumir mi experiencia allí de la forma más sucinta posible. Cuando llegue, encontré un lugar profundamente laico. No parecía una institución religiosa. No había crucifijos en las paredes, ninguno de los religiosos llevaba hábito ni sotana. He pasado muchas noches al aire libre, en campaña o en el frente, y nunca jamás dejé de lado mi alzacuellos. Pero allí todo el mundo campaba a sus anchas, se entraba y se salía. La escasez de fe y de control eran patentes.

—¿Y no se lo comunicó a nadie? —preguntó Dicanti.

—¡Por supuesto! Lo primero que hice fue escribir una carta al obispo de la diócesis. Se me acusó de estar demasiado influenciado por mi paso por el ejército, por la «rigidez del ambiente castrense». Se me aconsejó que fuera más «permeable». Fueron tiempos complejos para mí, ya que en mi carrera en las Fuerzas Aéreas sufrió ciertos altibajos. No quiero entrar ahí, ya que no tiene nada que ver con el caso. Baste decir que no me convenía aumentar mi fama de intransigente.

—No hace falta que se justifique.

—Lo sé, pero aún me persigue mi mala conciencia. En aquel lugar no se curaba la mente y el alma, simplemente se empujaba «un poquito» en la dirección en que el interno menos estorbara. Ocurría exactamente lo contrario de lo que la diócesis esperaba que ocurriera.

—No lo comprendo —dijo Pontiero.

—Ni yo tampoco —dijo Boi.

—Es complicado. Para empezar, el único psiquiatra titulado que había en la plantilla del centro era el padre Conroy, el director del Instituto en aquella época. El resto no tenían titulación superior alguna, por encima de enfermería o alguna diplomatura técnica. ¡Y se permitían el lujo de hacer evaluaciones psiquiátricas!

—Demencial —se asombró Dicanti.

—Totalmente. El mejor aval para entrar en la plantilla del Instituto era pertenecer a
Dignity
, una asociación que promueve el sacerdocio para las mujeres y la libertad sexual para los sacerdotes varones. Aunque personalmente no esté de acuerdo con los postulados de esa asociación, no es mi deber juzgarlos en absoluto. Lo que sí puedo es juzgar la capacidad profesional del personal, y ésta era muy, muy escasa.

—No veo donde nos lleva todo esto —dijo Pontiero, encendiéndose un cigarro.

—Déme cinco minutos más y lo verá. Como les decía, el padre Conroy, gran amigo de
Dignity
y liberal de puertas para adentro, dirigió el Saint Matthew de manera absolutamente errática. Llegaron sacerdotes honestos que habían enfrentado alguna acusación infundada (que los hubo) y gracias a Conroy acabaron abandonando el sacerdocio, que era la luz de sus vidas. A otros muchos se les dijo que no lucharan contra su naturaleza y que vivieran la vida. Se consideraba un éxito que algún religioso se laicizara y emprendiera una relación homosexual.

—¿Y eso es un problema? —preguntó Dicanti.

—No, no lo es si es lo que la persona de verdad quiere o necesita. Pero las necesidades del paciente no le importaban nada al doctor Conroy. Primero marcaba el objetivo y luego lo aplicaba a la persona, sin conocerla previamente. Jugaba a Dios con las almas y las mentes de aquellos hombres y mujeres, algunos con graves problemas. Y lo regaba todo con buen whisky de malta. Bien regado.

—Dios santo —dijo Pontiero, escandalizado.

—Puede creerme, Él no estaba allí, subinspector. Pero lo peor no es eso. Debido a graves errores en la selección de los candidatos, ingresaron durante los años 70 y 80 en los seminarios católicos de mi país muchos jóvenes que no eran aptos para conducir almas. Ni siquiera eran aptos para conducirse a sí mismos. Esto es un hecho. Con el tiempo, muchos de éstos chicos acabaron vistiendo una sotana. Hicieron mucho daño al buen nombre de la Iglesia Católica, y lo que es peor, a muchos niños y jóvenes. Muchos sacerdotes acusados de abuso sexual, culpables de abuso sexual, no fueron a la cárcel. Se les apartaba de la vista; se les cambiaba de parroquia en parroquia. Y algunos acababan finalmente en el Saint Matthew
[7]
. Una vez allí, y con suerte, se les encauzaba hacia la vida civil. Pero por desgracia a muchos de ellos se les devolvía al ministerio, cuando debían estar entre rejas. Dígame,
dottora
Dicanti, ¿cuántas posibilidades existen de rehabilitar a un asesino en serie?

—Absolutamente ninguna. Una vez que se ha cruzado la línea, no hay nada que hacer.

—Pues es lo mismo para un pedófilo compulsivo. Por desgracia en este campo no existe la bendita certeza que tienen ustedes. Saben que entre manos tienen una bestia que hay que cazar y encerrar. Pero es mucho más difícil para el terapeuta que atiende al pedófilo saber si éste ha cruzado definitivamente la línea o no. Sólo hubo un caso en el que jamás tuve la más mínima duda. Y fue un caso en el que, debajo del pedófilo, había algo más.

—Déjeme adivinar: Viktor Karoski. Nuestro asesino.

—El mismo.

Boi carraspeo antes de intervenir. Una costumbre irritante que repetía a menudo.

—Padre Fowler, ¿sería tan amable de explicarnos cómo está tan seguro de que es él quien ha hecho pedazos a Robayra y a Portini?

—Como no. Karoski llegó al Instituto en agosto de 1994. Había sido trasladado de varias parroquias, con su superior evitando el problema de una a otra. En todas ellas hubo quejas, algunas más graves que otras, aunque ninguna con violencia extrema. Según las denuncias recogidas, creemos que en total abusó de 89 niños, aunque podrían ser más.

—Joder.

—Usted lo ha dicho, Pontiero. Verá, la raíz de los problemas de Karoski residía en su infancia. Nació en Katowice, en Polonia, en 1961, allí…

—Espere un momento, padre. ¿Tiene por tanto ahora 44 años?

—En efecto,
dottora
. Mide 1,78 y pesa en torno a 85 kilos. Es de constitución fuerte, y sus test de inteligencia arrojaban un coeficiente entre 110 y 125, según cuándo los hiciera. En total hizo siete en el Instituto. Le distraían.

—Tiene un pico elevado.


Dottora
, usted es psiquiatra, mientras que yo estudié psicología y no fui un alumno especialmente brillante. Las psicopatías más agudas de Fowler se revelaron demasiado tarde como para que leyera literatura sobre el tema, así que dígame: ¿es cierto que los asesinos en serie son muy inteligentes?

Paola se permitió media sonrisa irónica y miró a Pontiero, quien le devolvió la mueca.

—Creo que el subinspector responderá más contundentemente a la pregunta.

—La
ispettora
siempre dice: Lecter no existe y Jodie Foster debería ceñirse a los dramas de época.

Todos rieron, no por la gracia del chiste sino para aliviar un poco la tensión.

—Gracias, Pontiero. Padre, la figura del superpsicópata es un mito creado por las películas y por las novelas de Thomas Harris. En la vida real no podría haber nadie así. Ha habido asesinos reincidentes con coeficientes altos y otros con coeficientes bajos. La gran diferencia entre ambos es que los que tienen coeficientes altos suelen actuar durante más tiempo porque son más precavidos. Lo que sí que se les reconoce unánimente a nivel académico es una gran habilidad para ejecutar la muerte.

—¿Y a nivel no académico,
dottora
?

—A nivel no académico, padre, le reconozco que alguno de éstos hijoputas es más listo que el diablo. No inteligente, sino listo. Y hay algunos, los menos, que tienen un elevado coeficiente, una habilidad innata para su despreciable tarea y para disimular. Y en un caso, en un solo caso hasta la fecha, estas tres características coincidieron con que el criminal era una persona de gran cultura. Estoy hablando de Ted Bundy.

—Su caso es muy famoso en mi país. Estranguló y sodomizó con el gato de su coche a unas 30 mujeres.

—36, padre. Que sepamos —le corrigió Paola, que recordaba muy bien el caso de Bundy, ya que era materia de estudio obligada en Quantico.

Fowler, asintió, triste.

—Como le decía,
dottora
, Viktor Karoski vino al mundo en 1961 en Katowice, irónicamente a pocos kilómetros del lugar de nacimiento del papa Wojtyla. En 1969 la familia Karoski, compuesta por él, sus padres y dos hermanos se trasladan a Estados Unidos. El padre consiguió trabajo en la fábrica de General Motors en Detroit, y según todos los registros era un buen trabajador, aunque muy irascible. En 1972 hubo un reajuste ocasionado por la crisis del petróleo y Karoski padre fue a la calle el primero. En aquel momento el padre había conseguido la ciudadanía americana, así que se sentó en el estrecho apartamento donde vivía toda la familia a beberse su indemnización y el subsidio de desempleo. Se empleó a fondo en la tarea, muy a fondo. Se convirtió en otra persona, y comenzó a abusar sexualmente de Viktor y de su hermano pequeño. El mayor, de 14 años, se largó un día de casa, sin más.

—¿Karoski le contó todo esto? —dijo Paola, intrigada y extrañada a la vez.

—Sólo después de intensas terapias de regresión. Cuando llegó al centro su versión era que había nacido en una modélica familia católica.

Paola, quien anotaba todo con su menuda letra de funcionaria, se pasó la mano por los ojos, intentando arrastrar fuera el cansancio antes de hablar.

—Lo que relata, padre Fowler, casa perfectamente con indicios comunes a una psicopatía primaria: Encanto personal, ausencia de pensamiento irracional, escasa fiabilidad, mentiras y falta de remordimientos. Las palizas paternas y el consumo generalizado de alcohol en los progenitores también se han observado en más del 74% de psicópatas violentos conocidos
[8]
.

—¿Es la causa probable? —preguntó Fowler.

—Más bien un condicionante más. Puedo citarle miles de casos de personas que han crecido en hogares desestructurados mucho peores que ese que describe y han alcanzado una madurez bastante normal.

—Espere,
ispettora
. Apenas ha rozado la superficie del océano. Karoski nos contó como su hermano pequeño murió de meningitis en 1974, sin que a nadie pareciera importarle mucho. Me sorprendió mucho la frialdad con que narraba éste episodio en particular. A los dos meses de la muerte del joven, el padre desapareció misteriosamente. Viktor no ha contado si tuvo algo que ver en la desaparición, aunque creemos que no, ya que contaba sólo 13 años. Sí sabemos que en esa época comenzó a torturar pequeños animales. Pero lo peor para él fue quedarse a merced de una madre dominante, obsesionada con la religión, que incluso llegaba a vestirle de niña para «jugar juntos». Al parecer le tocaba bajo las faldas, y solía decir que le cortaría sus «bultos» para que el disfraz estuviese completo. El resultado: Karoski aún mojaba la cama a los 15 años. Llevaba ropas de saldo, pasadas de moda o roídas, pues eran pobres. En el instituto sufrió burlas y estuvo muy solo. Un día un compañero hizo un comentario desafortunado sobre su atuendo al pasar él, y éste, enfurecido, le golpeó con un grueso libro repetidas veces en la cara. El otro niño llevaba gafas, y los cristales se le clavaron en los ojos. Quedó ciego de por vida.

—Los ojos… al igual que en los cadáveres. Ése fue su primer crimen violento.

—Al menos que sepamos, sí. Viktor fue enviado a un reformatorio en Boston, y lo último que le dijo su madre antes de despedirse de él fue «Ojala te hubiera abortado». Meses después se suicidó.

Todos guardaron un horrorizado silencio. No hacía falta decir nada.

—Karoski estuvo en el reformatorio hasta finales de 1979. De ese año no tenemos nada, pero en 1980 ingresó en un seminario en Baltimore. Su expediente de ingreso en el seminario afirma que su historial estaba limpio y que provenía de una familia de tradición católica. Contaba entonces con 19 años, y parecía haberse enderezado. Desconocemos casi todo de su estancia en el seminario, sólo sabemos que estudiaba hasta desmayarse y que estaba profundamente asqueado por el ambiente abiertamente homosexual de la institución
[9]
. Conroy insistía en que Karoski era un homosexual reprimido que negaba su verdadera naturaleza, pero eso es incorrecto. Karoski no es ni homosexual ni heterosexual, no tiene una orientación definida. El sexo no está integrado en su personalidad, lo que ha causado graves daños a su psique, desde mi punto de vista.

—Explíquese, padre —pidió Pontiero.

—Cómo no. Yo soy sacerdote, y he decidido mantener el celibato. Ello no me impide sentirme atraído por la doctora Dicanti, aquí presente —dijo Fowler, señalando a Paola, quien no pudo evitar ruborizarse—. Sé, por tanto, que soy heterosexual, pero elijo de manera libre la castidad. De esa forma he integrado la sexualidad a mi personalidad, aunque sea de una forma no práctica. En el caso de Karoski es muy diferente. Los profundos traumas de su infancia y adolescencia le crearon una psique escindida. Lo que Karoski rechaza de plano era su naturaleza sexual y violenta. Se odia y se ama profundamente a sí mismo, todo ello a la vez. Ello devino en brotes de violencia, esquizofrenia, y finalmente en el abuso de menores, repitiendo los abusos de su padre. En 1986, durante su año de pastoral
[10]
, Karoski tiene su primer incidente con un menor. Era un chico de 14 años, y hubo besos y tocamientos, nada más. Creemos que no fueron consentidos por el menor. En cualquier caso no hay constancia oficial de que éste episodio llegase a oídos del obispo, por lo que Karoski finalmente se ordena como sacerdote. Desde aquel día tiene una obsesión insana con sus manos. Se las lava entre treinta y cuarenta veces diarias y las cuida de manera excepcional.

Pontiero rebuscó entre el centenar de macabras fotografías expuestas en la mesa hasta dar con la que buscaba y se la lanzó a Fowler. Éste la cazó al vuelo con dos dedos, sin hacer apenas esfuerzo. Paola admiró secretamente la elegancia del movimiento.

—Dos manos, cortadas y lavadas, colocadas sobre un lienzo blanco. El lienzo blanco es símbolo en la Iglesia de respeto y reverencia. Hay múltiples referencias a él en el nuevo Testamento. Como saben, Jesús fue cubierto en su sepulcro con un lienzo blanco.

—Ahora ya no está tan blanco —bromeó Boi
[11]
.

—Director, estoy convencido de que le encantaría aplicar sus instrumentos sobre el lienzo en cuestión —afirmó Pontiero.

—No le quepa duda. Continúe, Fowler.

BOOK: Espía de Dios
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