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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Evento (40 page)

BOOK: Evento
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—Muy bien, ya conocen el plan. Los del equipo de seguridad saltaremos primero desde los helicópteros, y luego despejaremos el terreno para que los cuatro Blackhawk, junto con el resto del equipo material y humano, puedan aterrizar en el valle, un poco más arriba de la zona donde están los restos. Créanme, preferiríamos entrar desde fuera del valle, pero la cuesta es demasiado pronunciada y no tenemos tiempo suficiente.

Cierta sensación de tristeza invadió al senador mientras presenciaba la escena. A la rabia que sentía a causa de la debilidad de su cuerpo se sumaba ahora la certeza de que él debería participar en esta misión. Levantó lentamente el brazo derecho y lo movió para que Collins lo viera.

—Sí, señor —correspondió Jack, agachándose para que el senador no tuviera que levantarse.

—Jack, me gustaría que cambiara de opinión en lo que respecta al equipo médico —dijo Lee.

Collins consideró un instante la presencia o no del equipo médico del Grupo. Si alguno de los alienígenas había sobrevivido y estaba herido, sería muy útil pero suponía tener más gente por en medio en caso de que se diera el peor de los escenarios posibles.

—Bueno, señor, el equipo médico estará en el quinto Blackhawk a solo dos minutos del lugar del accidente, y la doctora Gilliam podrá ir ocupándose de quien más lo necesite hasta que lleguen los demás. Haremos el reconocimiento inicial lo más rápidamente posible y si encontramos algún miembro de la tripulación con vida, conseguiremos ayuda inmediata.

Collins se puso de pie y le tendió la mano; el viejo la estrechó casi sin fuerzas.

Entonces Niles Compton se le acercó y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Ojalá pudiera ir con usted, Jack.

Collins se quedó un momento más mirando a Lee, luego volvió la vista hacia la cansada mirada del exhausto director.

—Niles, en el poco tiempo que lo conozco, lo he visto hacer el trabajo más increíble que haya visto en mi vida. Ahora necesita descansar y dejarnos llevar un poco la carga a nosotros. El presidente ha llamado a algunos contactos que yo tenía en el sector privado: el campo de pruebas de Aberdeen es uno de ellos. Van a enviar unos cuantos artilugios en los que han estado trabajando y que nos pueden servir de ayuda. Un poco de tecnología de última generación no nos vendrá nada mal. Los peces gordos de la CIA nos han conseguido una novísima armadura que nos va a proporcionar el Ejército, debería de llegar por la mañana. Confío en que no la necesitemos, pero en cualquier caso, lo que puede hacer ahora, Niles, es asegurarse de que recibimos todo ese material cuanto antes. Hasta que llegue ese momento, tómese un descanso.

Jack extendió su mano y estrechó la de Compton, luego se dio la vuelta e hizo una señal al resto del equipo de reconocimiento para que se dirigieran hacia la puerta. La primera respuesta a un ataque de origen extraterrestre se acababa de poner en marcha.

Capítulo 24

Dieciséis kilómetros al sur de Chato's Crawl, Arizona

9 de julio, 2.30 horas

La bestia había salido una vez más a la superficie. Por el momento había saciado su hambre y tenía más alimentos almacenados en el nido que había preparado en el interior de la tierra. Ahora se dedicaba a contemplar el nuevo paisaje que la rodeaba. El animal vio las luces en la distancia y parpadeó mientras se relamía el espacio que tenía entre las garras. Hasta los millones de poros alojados en su acorazada piel de color negro purpúreo llegó el aroma de nuevas presas. Su cuerpo se adaptaba cada vez más rápido conforme se alimentaba de las ricas y extrañas proteínas. Su fortaleza aumentaba progresivamente.

Dentro de poco utilizaría el nido para poner sus crías, ellas ya nacerían perfectamente aclimatadas a este nuevo mundo.

La criatura se quedó mirando de repente las distantes luces a través del desierto. El cálido viento del norte le traía el tentador aroma de la comida.

La bestia posó entonces pausadamente sus garras sobre el suelo y se inclinó hacia delante. Desplegó los apéndices blindados del cuello, y su garganta empezó a producir un zumbido proveniente de la laringe y modulado por el paladar. El sonido, nunca oído antes por ningún hombre o animal, agitó la arena y el polvo hasta cambiar nuevamente la dinámica de los átomos que componían el suelo. El animal se zambulló luego suavemente en la tierra. El aroma de la nueva presa había sido demasiado fuerte como para pasarlo por alto.

De tanto en tanto, el Destructor emergía del suelo como lo haría un delfín de las aguas, elevándose cinco metros en el aire, a veces seis, para inspeccionar el terreno, y dejando caer después su inmenso peso hasta el suelo, abriéndose paso entre la arena, formando una nueva ola mientras penetraba más y más en la tierra, camino de su siguiente fuente de alimento.

A lo lejos, el pequeño pueblo seguía todavía ajeno a la amenaza y a la triste celebridad que se le venía encima: pronto todos los canales de noticias del mundo hablarían de él, pues la bestia había elegido la tierra que había debajo para poner sus huevos.

El nombre de Chato's Crawl, en Arizona, estaba a punto de convertirse en un sinónimo de la palabra «terror».

Montañas de la Superstición

Equipo de reconocimiento Odín (operación terrestre)

Los tres Blackhawk volaban a ras de suelo. Los radares de prevención de colisiones se encontraban activados, de manera que los pilotos podían estar tranquilos, ya que eran los ordenadores los que se ocupaban de esquivar los objetos que se podían ver tras los cristales. Al suboficial Jerry Brannon le daba igual toda esa historia de los pilotos automáticos. Llevaba doce años en el seno del Grupo Evento y no era capaz de acostumbrarse a eso de volar sin llevar los mandos del enorme helicóptero. Para su mentalidad de piloto, las nuevas tecnologías resultaban algo repulsivo. Se quedó mirando el colectivo, el control a su izquierda que parecía un freno de emergencia. Para elevarse había que girar el mando hasta el fondo y subirlo, y bajarlo si lo que se deseaba era descender. Observarlo ahora moverse por sí solo era algo que lo ponía nervioso.

Observaba por el cristal el terreno que iban dejando atrás. En la mágica e inquietante imagen verdosa de la pantalla de visión nocturna se podía ver la superficie del desierto que sobrevolaba el veloz aparato.

—En cuatro minutos llegamos al lugar del accidente —comunicó por radio al resto de pasajeros.

La tripulación y el equipo de seguridad del equipo de reconocimiento notaron el repentino incremento en las potentes turbinas del Blackhawk y la variación en el rumbo mientras el helicóptero pintado de negro ascendía por la ladera de la montaña. Las otras tres aeronaves del equipo de reconocimiento se despegaron de la primera y se mantuvieron suspendidas en el aire, en el valle que había justo debajo, a la espera de los acontecimientos. Collins sintió cómo el aparato reducía un poco la velocidad; luego Brannon encendió las luces anticolisión, que proyectaban una luz roja parpadeante contra el basto terreno de enormes rocas apiladas que parecían montañas y que todo el mundo conocía como las de la Superstición en esta región de Arizona.

Al aterrizar, Collins sintió de nuevo la adrenalina de otras ocasiones. Las luces del interior se encendieron y apagaron una vez, luego se encendieron unas de color rojo para que los ojos de los miembros del equipo se acostumbraran con más facilidad a la oscuridad. Tras recibir la orden de Jack, Mendenhall cargó y echó el seguro a su M16; luego observó cómo su reducido escuadrón hacía lo mismo: insertaban cargadores de veinte cartuchos y echaban hacia atrás la palanca de carga de sus rifles automáticos. Todas las armas tenían puesto el seguro. Lisa llevaba una pistola automática de 9 mm dentro de una funda adherida al hombro, al igual que Jason Ryan, que aún estaba algo sorprendido de que Collins le hubiese incluido en el equipo de reconocimiento. Después de todo, él era piloto y no sabía nada de operaciones terrestres o de las tácticas que utilizaba aquel equipo. Pero Jack había explicado que necesitaba gente que reaccionara deprisa y sabía perfectamente que los pilotos de la Marina eran rápidos de reflejos y no tenían miedo a correr riesgos. Le gustaba la idea de asignarle tareas a Ryan en el grupo inicial y de que tuviera más tarde funciones en el trabajo en el pueblo. Sabía que Ryan tenía el tipo de personalidad necesaria para tratar con civiles en los primeros momentos de la operación.

El Blackhawk disponía a cada lado de dos cañones extensibles, de cinco tubos cada uno, capaces de girar sobre sí mismos, manejados por dos hombres que llevaban gafas de visión nocturna. A la izquierda había ubicadas unas tolvas repletas de cartuchos que podrían hacer trizas cualquier objetivo antes de que escuchase siquiera el ruido que hacía el arma eléctrica.

El potente Blackhawk UH-60 redujo la velocidad hasta detenerse a unos treinta metros del campo donde se encontraban los restos del accidente y se quedó allí parado automáticamente.

—Pasamos a modo manual, listos para salir, buena suerte —dijo Brannon por la radio; a continuación, apagó la luz roja que iluminaba el interior.

—¡Muy bien, tened cuidado al bajar; no caigáis sobre nada si podéis evitarlo! ¡No sabemos que nos vamos a encontrar ahí abajo! —gritó Collins en medio del silbido que generaban las dos turbinas—. ¿Todos preparados?

Uno a uno, los cuatro integrantes de su equipo de seguridad levantaron el pulgar y contestaron por los micrófonos incrustados en los cascos.

—Listos.

Collins abrió la puerta deslizándola por la vía, una ráfaga de aire fresco proveniente del desierto entró en el helicóptero. Jack se colocó sus gafas de visión nocturna y se ajustó el casco modelo Kevlar. Ajustó también el arnés donde llevaba agua y cargadores extra, y tiró de la primera de las cuatro cuerdas que había, dos a cada lado del helicóptero. Iban a hacer un descenso desde el helicóptero en una zona de combate sin ningún tipo de cobertura; tenía que ser lo más rápido posible, no se podía desperdiciar ni un solo instante.

—Muy bien, vamos allá.

Cogió la cuerda por la extensión de acero que había un metro más allá de la puerta abierta. Entonces introdujo la cuerda por la anilla de metal había bajo su ombligo y se dio la vuelta hacia el interior del helicóptero. Mendenhall reprodujo como en un espejo los mismos movimientos en el otro lado de la nave. A continuación, los dos saltaron a la par. Everett y Jackson los siguieron un segundo después. En la parte de delante, Brannon se preparó para reducir un poco la potencia y compensar así la pérdida de carga y procurar que el Blackhawk se mantuviera a la altura precisa.

Conforme se aproximaron al campo plagado de restos del accidente, los cuatro hombres redujeron la velocidad a la que se deslizaban por las cuerdas de nailon recubiertas de goma. Cinco metros antes de llegar al suelo se detuvieron y examinaron la zona donde cada uno iba a tocar tierra. Un extraño resplandor verdoso, al que resultaba imposible acostumbrarse, era emitido sobre la zona donde estaban a punto de descender por los aparatos de iluminación desarrollados por el Ejército para llevar a cabo las operaciones nocturnas.

Collins redujo la presión ejercida con las manos y recorrió el resto del trayecto hasta el suelo, esquivando por muy poco una extraña pieza metálica de más de un metro de longitud. Rápidamente dejó la cuerda y abrió el enganche de la anilla, luego tiró la cuerda a un lado y sacó el M16 de cañón corto de la mochila que llevaba en el vientre. Jack cambió el seguro a modo semiautomático y observó cómo Mendenhall hacía lo propio, como si se tratara de la segunda mitad de un mismo equipo, y cambiaba el seguro a modo automático.

Collins sintió cómo el enorme Blackhawk incrementaba la potencia de los motores y volvía a elevarse en el aire. Brannon era muy bueno y muy rápido. Había observado cómo se llevaba a cabo la operación y no le hacía falta esperar ninguna señal para elevar el helicóptero a una altura que fuese segura y desde donde pudiese sobrevolar la zona en círculos y dar cobertura de fuego al equipo si surgía la necesidad.

El comandante se colocó el pequeño micrófono a un par de centímetros de la boca. Su voz no llegaría solo al equipo de tierra y al helicóptero, sino también al Grupo en Nevada.

—Muy bien, señoras, despliéguense y mantengan los ojos bien abiertos.

Everett y el soldado de primera clase Jackson formaban el otro equipo, y caminaban uno al lado del otro, apuntando con sus armas, barriendo todo el terreno que tenían delante. Carl no se podía creer la cantidad de chatarra que había allí. Se giró y fue mirando la zona que había detrás del equipo; vio también que Collins le daba la vuelta a un contenedor de grandes dimensiones y continuaba. No le concedió mucha importancia hasta que lo vio repetir la misma operación con otro recipiente de forma extraña. Cuando volvió para girarse, con la cabeza puesta aún en Collins, no acertó a ver el agujero. Al instante, se percató de que la tierra que pisaba cedía, y de no ser por sus rápidos reflejos, habría caído del todo. Se quedó colgando por los hombros. Al caer, el M16 le había dado un buen golpe en la barbilla: en el lado izquierdo de la mandíbula tenía ahora una brecha de unos cinco centímetros de largo. Los pies le colgaban en el vacío y enseguida fue consciente de que había estado a punto de caer en el interior de una enorme grieta.

—Necesito ayuda —alertó, manteniendo la calma, por el micrófono que se activaba con la voz.

Jack se acercó corriendo y vio lo que sucedía. Soltó el arma, que quedó colgando de la correa a la altura de su vientre, cogió por las axilas a Everett y lo levantó. Una vez lo sacó del agujero, los dos se quedaron asombrados mirando el interior de las oscuras fauces.

—¿Crees que se trata de una antigua mina? —preguntó Jackson.

—No —contestó Everett, mirando más de cerca la tierra y la arena con el visor nocturno—. Fíjate en la tierra que hay alrededor de la parte superior, esto ha sido excavado recientemente.

Mirando más detenidamente la profunda excavación, vieron que los bordes estaban muy pulidos y que las paredes caían casi en vertical. Everett rompió una bengala fluorescente y la lanzó dentro del agujero. La luz que generó les permitió ver en tonos verdosos que, a unos quince metros de profundidad, el agujero describía una curva. Se quedaron pensando en qué hacía aquel agujero en medio del campo donde se había estrellado la nave. Sin dejar de pensar en lo extraño que era todo aquello, examinaron el espacio que tenían alrededor y empuñaron sus M16 con renovado entusiasmo.

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