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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Evento (41 page)

BOOK: Evento
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Cabaña de Gus

3.20 horas

Gus estaba profundamente dormido. Los fuertes ronquidos no dejaban descansar a Palilo, y los dolores tampoco contribuían lo más mínimo. Pero lo que más le inquietaba, más que los ronquidos de Gus o los dolores que sentía en las costillas, era la sensación de que la pequeña casa estaba siendo vigilada. Palilo abrió los ojos aún más y se echó la manta hasta la altura de la barbilla cuando, de pronto, escuchó un ruido de pisadas afuera.

—Gussss —susurró.

Como única respuesta obtuvo un ronquido aún más fuerte.

—Gussss —dijo un poco más alto.

Un sonido extraño se escuchó delante de la casa, parecían pequeñísimos estallidos. Gus no se movió. Luego se escucharon unos ruidos en la puerta mosquitera, como si alguien estuviera intentando abrirla.

—Gussss.

Palilo reunió finalmente el valor necesario para salir de la cama y, sin prestar atención al dolor que sentía en las costillas, se apoyó contra la vieja pared hecha de tablones, echó un vistazo a la puerta delantera y escuchó con atención. Había algo que estaba rascando la puerta de madera. El alienígena miró después a Gus, recostado en la silla con la cara mirando hacia el techo. Volvió a mirar la endeble puerta y, aterrorizado, escuchó de nuevo cómo algo trataba de abrir la puerta mosquitera. El viejo pomo de vidrio giró lentamente y luego se detuvo. No lo habían movido lo bastante como para poder abrir la puerta, pero a Palilo eso le dio igual, ya había tenido más que suficiente.

—¡Gussss! —gritó.

Del susto, Gus extendió las piernas hacia arriba y cayó despatarrado al suelo. Al mismo tiempo, el filo de una pequeña hacha golpeó contra la puerta haciendo saltar algunas astillas. Palilo se quedó mirando la escena, pero Gus, que todavía trataba de entender qué hacía en el suelo, no se dio cuenta de nada.

El pequeño alienígena se alejó corriendo, subió a la cama e intentó trepar por la pared; después de escalar unos cuantos centímetros, volvió a caer sobre el viejo colchón. Aterrorizado, empezó a decir cosas sin sentido mientras el hacha volvía a hundirse en la puerta delantera, esta vez un fuerte ruido sibilante se oía a través de la grieta formada en la madera.

—Pero ¿qué…?

Fue todo lo que alcanzó a decir Gus antes de que la tabla central de la puerta cediera y apareciera un brazo delgado y fino. Unas pequeñas garras arañaron el aire al tiempo que iban abriéndose y cerrándose. Gus se quedó impresionado al observar el brazo de color grisáceo, cubierto por una piel de apariencia húmeda y enfermiza, bajo la cual corrían venas de color negruzco. Mientras Gus comenzaba a volver en sí, escuchó gritar a Palillo.

Fuera lo que fuera lo que hubiese tras la puerta, aquella cosa se retiró de pronto. Un momento después, lo que quedaba de puerta salió volando y cayó en el interior de la casa.

—¡Por Dios santo! —exclamó Gus cuando el Gris atravesó el umbral de la puerta.

La criatura se quedó en el borde de la oscuridad que había afuera. Estaba apoyada en el lado izquierdo, Gus vio la pequeña hacha meneándose delante de él. El Gris era casi tan alto como Gus, tenía la piel oscura moteada de manchas entre marrones y negras que parecían pecas y que se iban moviendo en la superficie de los músculos. La cabeza era enorme, pero los ojos eran tan Pequeños como los de un humano, si bien toda similitud terminaba ahí. Las Pupilas eran de color amarillo, el resto de los ojos era negro, y miraba directamente a Gus. Abrió la boca y emitió un fuerte silbido, al mismo tiempo que mostraba los dientes y hacía que Gus se estremeciera. Dio un paso con poca convicción hacia la luz que venía de la cocina. Arrastraba la pierna derecha, y Gus pudo ver la sangre oscura que caía sobre el suelo por su pie dotado de un prominente talón.

Palillo cesó en su intento de trepar por el muro y se giró de cara al Gris. Trató de mantener las pequeñas piernas firmes sobre el esponjoso colchón. De pronto, Palillo comenzó a gritar una serie de frases en el idioma más extraño que Gus había escuchado en su vida.

El Gris clavó la pequeña hacha sobre la superficie de la mesa de madera. Gus se cogió de una de las patas de la silla. El Gris volvió a coger el hacha y avanzó en dirección a la cocina.

Gus trató de incorporarse lentamente, pero sus botas tropezaron con las patas de la silla.

—Tú estabas antes en las montañas, ¿verdad? —le dijo, como si fuera un bicho que estuviera a punto de ser pisado—. ¿Qué es lo que quieres, asqueroso hijo de puta?

La criatura se pasó el hacha a la mano izquierda y se lanzó de pronto contra Gus. El viejo intentó sujetarse a la encimera, pero cogió el plato con el bote de sopa. La sopa salió volando por la cocina y Gus volvió a caer hacia atrás, si bien vio justo a tiempo el afilado filo de la pequeña hacha que iba directamente hacia su pecho. El arma fue a clavarse en la madera a pocos centímetros de la cara de Gus, después de que este se apartase. El Gris gritó de rabia; Gus le dio un fuerte puñetazo en la mandíbula: su mano chocó con el hueso que había detrás de la enferma piel y el alienígena retrocedió, si bien aún consiguió volver a coger el hacha. Gus oyó el crujido de la madera mientras aquella cosa recuperaba su arma.

Sin darles tiempo a Gus o al Gris de reaccionar, Palilo gritó con fuerza y se unió a la refriega. De la cama había saltado a la mesa y de allí a los hombros del Gris. Empezó a atacar la cabeza y el cuello de la terrorífica criatura. El alienígena recién llegado, que era más grande, olvidó por un momento el hacha, cogió a Palilo y lo lanzó contra la pared de la habitación. El cuadro de los perros jugando al póquer se soltó del clavo que lo sostenía y cayó contra la alargada cabeza del alienígena de color verde. Palillo permaneció un instante viendo las estrellas. A continuación, mientras se frotaba su vendada cabeza, el arco y la flecha cayeron justo a su lado.

—¡Hijo de la gran puta! —gritó Gus mientras golpeaba al Gris con todas sus fuerzas.

El alienígena utilizó la mano que tenía libre para agarrar la cabeza de Gus y estamparla contra el suelo, mientras que con la otra intentaba desclavar el hacha otra vez. Gus escuchó el espantoso sonido de la oxidada herramienta saliendo de la madera y supo que la situación era desesperada.

—¡Gussss! —gritó Palilo.

El Gris se detuvo y levantó la vista. El viejo cogió el brazo derecho de la criatura e intentó que soltara el hacha, pero la tenía sujeta con una fuerza descomunal. Gus miró a Palillo, y pese a estar cabeza abajo, lo que vio lo espeluznó tanto como la visión del Gris con el hacha. Palillo llevaba una flecha en la pequeña mano, lista para ser lanzada contra el Gris.

Palillo no dudó ni un instante. Efectuó la maniobra con precisión: lanzó hacia delante la mano derecha y soltó la flecha, que pasó por encima del hombro del Gris y fue a caer cerca de la cabeza de Gus.

El Gris sonrió al ver que la flecha fallaba su objetivo y levantó el hacha para golpear a Gus. Luego hizo un extraño gesto; el viejo enseguida vio la causa: una flecha le había atravesado la espalda. Luego, Palillo se lanzó contra el Gris, y lo lanzó a cierta distancia de Gus. Cuando el viejo se incorporó para ayudar a Palillo, vio al pequeño alienígena subido encima del Gris, golpeándolo una y otra vez con otra flecha. El Gris farfullaba y escupía lleno de rabia, pero cada vez se movía con mayor lentitud. Gus se puso de rodillas, cogió el hacha y fue a toda prisa a ayudar a Palillo. Alzó el hacha en el aire y la descargó con todas sus fuerzas contra el pecho del Gris. El alienígena soltó un alarido de dolor. Palillo rodó por el suelo y se fue hasta el otro lado de la habitación. Gus se quedó un momento quieto, sentado.

—¿Estás bien, hijo? —preguntó Gus mientras intentaba ponerse en pie y resbalaba con la sangre que había por el suelo.

Palillo dijo que no con la cabeza. Con sus alargadas manos se palpó la parte superior de la cabeza y se quedó luego mirando los dedos llenos de sangre.

—Estás sangrando otra vez, muchacho. —Gus se puso en pie y se acercó hasta donde estaba el pequeño ser. Se agachó y con cuidado lo cogió y lo llevó de vuelta a la cama.

Palillo se quedó allí tumbado mientras Gus iba a por algo de agua, pasando lo más lejos posible del Gris. Cuando regresó, Palillo estaba boca arriba y lo miraba.

—Gra… gra… gracias.

—Sí, ya no nos molestará más; gracias a ti y a tu puntería con esa flecha india.

Gus intentaba limpiarle la sangre que había traspasado la venda, pero Palillo le cogió la mano con mucha delicadeza.

—Gra… gra… gracias.

—No hace falta darle las gracias a un amigo por hacer lo que hay que hacer. Además, he de recordarte que has sido tú el que me ha salvado el pellejo a mí, así que gracias a ti —dijo Gus, sonriendo—. Ahora dime, ¿eso que hay en el desierto es peor que este de aquí?

Palillo se quedó un momento mirando a Gus, luego se giró y miró hacia el techo.

—Venga, dime, ¿este era uno de tu especie o era ese Destructor del que hablas?

—Era… un Gris… Un amo de los de mi especie.

—Bueno, pues me parece a mí que ya se habrá enterado de que no queremos ver a esos amos Grises rondando por aquí.

Palillo cerró los ojos. Gus pensaba que se había quedado dormido cuando de pronto se incorporó apoyándose en uno de los codos.

—El Destructor de Mundos está ahí fuera. Debemos encontrar hombres, encontrar hombres buenos que puedan ayudar rápido. Rápido, Gus, muy rápido.

Las Vegas, Nevada

4.30 horas

—Hendrix —llamó la adormilada voz al otro lado de la línea telefónica.

—Johnson al habla.

—Sí —dijo la voz, con tono molesto.

—Tenemos un problema.

—Le escucho.

—Tengo un informe verbal de nuestro efectivo en el servicio secreto. El presidente ha informado al Consejo de Seguridad de que se ha localizado el platillo. El Grupo Evento ha hallado el lugar donde se han estrellado nuestros visitantes y están ya sobre el terreno. Parece que el director Compton está solicitando efectivos militares para ayudar a controlar la zona y convertirla en una zona segura. He llamado a nuestro Black Team para asegurarme de que nuestro antiguo amigo francés ya no participaba en todo esto, pero no ha contestado nadie. Llevan toda la noche sin poder ser localizados, así que imagino que se tomaron demasiado a la ligera el encargo y que han pagado un precio por ello. Por consiguiente, debemos suponer que el francés va tras el platillo.

Del otro lado del teléfono no se oyó nada, luego una pequeña risa entre dientes.

—¿Qué se cree que va a hacer ese hijo de puta con lo que consiga sacar de ahí?, ¿venderlo?, ¿añadirlo a su colección privada? Me temo que si lo que puede estar ahí está de verdad, no va a tener ningunas ganas de llevárselo con él a casa. Si nosotros no podemos desplazar un equipo hasta allí, dudo que él pueda hacerlo.

—Espero que no lo subestime, tiene muchos recursos.

—No, amigo mío, esperemos que haya sido él el que haya subestimado a la corporación. Y al hacerlo ha subestimado a los Estados Unidos, y ese ha sido el mismo error que han cometido muchos de nuestros enemigos. —La línea se cortó.

Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada

9 de julio, 5.20 horas

El senador estaba en su mesa. Compton, que había descansado un poco tras una siesta de dos horas, se sentó con la doctora Pollock y Alice, que estaban detrás de él viendo la transmisión de vídeo recién recibida procedente del lugar del accidente.

—El campo donde se extienden los restos coincide con el que se encontró el Ejército en 1947, doctor Compton —informó Collins. Sus rasgos parecían sucios bajo el amarillento resplandor de los focos—. Hasta ahora no hemos encontrado rastro de supervivientes. —Jack se giró y miró a su alrededor, luego volvió a mirar a la cámara de vídeo—. Tenemos dos cuerpos, están totalmente destrozados. El tercero, si es que existe un tercero, no aparece.

El senador se quedó mirando a Alice y se mordió un labio con gesto preocupado. Después habló a través del pequeño micrófono que había colocado sobre su mesa.

—Jack, ¿ha encontrado el contenedor?

El comandante se quitó el casco, miró hacia los lados y luego a la cámara.

—Sí, señor, estaba muy deteriorado pero vacío, no había ningún tipo de resto biológico; a solo unos metros de distancia hemos encontrado las latas.

—¿Cuáles son sus primeras impresiones, comandante? —preguntó Niles.

Collins movió la cabeza con gesto incierto.

—Niles, antes de atreverme a contestar a eso necesito doscientos hombres más y que el sol salga por encima de esas montañas. Aparte de ese agujero por donde ha caído Everett, no hay nada aparte de pedazos de metal retorcidos —contestó Collins, sin ocultar su frustración.

Lo de que las cosas fueran a tener una solución sencilla ya podía darse por descartado.

—¿Agujero? ¿Qué agujero, Jack? —preguntó Virginia, acercándose al micrófono.

—Es uno muy extraño, no pertenece a ninguna antigua mina ni nada por el estilo, tiene una forma demasiado perfecta.

—¿Y por qué le resulta extraño? —preguntó Lee.

—Porque cuando miro en el interior de un agujero, senador, nunca tengo sensación de peligro, pero cuando miro dentro de este, me da la sensación de que estoy asomándome a la puerta del infierno, y en este tipo de circunstancias he aprendido a hacer caso de mi instinto.

—Gracias, Jack. Si cree que el emplazamiento es seguro, le enviaremos más gente para allá. Supongo que debemos suponer que nos encontramos ante el peor de los escenarios posibles. —Niles hizo una pausa y se quedó mirando al resto de personas que había en la habitación, luego dijo—: Espero que no sea demasiado tarde, Jack, ¿es consciente de lo importante que es encontrar a la tripulación?

Collins asintió mirando a la cámara y no dijo nada.

—Muy bien, en cuanto organicen la seguridad, tiene órdenes de echar una cabezadita. Lo necesitamos bien fresco. Virginia estará ahí dentro de una hora o dos para ocuparse de las operaciones sobre el terreno desde el punto de vista de la investigación. Los de la CIA, junto con los centros para el control y la prevención de enfermedades, se han inventado una historia de un brote de brucelosis originado por el ganado de la zona. Es muy contagioso y puede transmitirse a los humanos y producir fiebre ondulante, así que el Ejército tiene que destruir cientos de reses, quizá miles. Eso servirá para que lleven las armas necesarias. Pero de momento, esperen a Virginia, ella se encargará de todo —concluyó Niles.

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