Exilio: Diario de una invasión zombie (25 page)

BOOK: Exilio: Diario de una invasión zombie
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A medida que pasaba el tiempo, disminuían las posibilidades, y por eso he buscado por la carretera un sitio donde poder colgar el arma automática. No tenía muchas opciones. He encontrado una autocaravana Winnebago, pero la he descartado, porque no podría escapar de ella si la rodeaban. Más adelante he visto un furgón volcado de UPS. También en este caso, he pensado que era demasiado pequeño para servirme, porque lo podrían rodear con facilidad. Lo siguiente que he encontrado ha sido un semicamión grande con un largo remolque para el transporte de pienso.

He sacado los prismáticos y he buscado indicios de muerte por el camión. Las ventanas de la cabina tenían los cristales subidos. El camión era demasiado alto como para que las criaturas se encaramasen al capó, y detrás de los asientos había espacio para dormir. Llevaba la inscripción «Camiones Boaz S. A.» pintada sobre la puerta del conductor. Dos de los neumáticos que quedaban de mi lado se habían deshinchado. Por ello, la cabina había quedado un poco inclinada. Me ha parecido que lo mejor sería no entrar todavía y echar una ojeada a mi alrededor para asegurarme de que no hubiese peligro. He escuchado y observado durante media hora hasta que por fin he dejado la mochila en el suelo y me he acercado a la cabina. En el mismo momento en que he puesto el pie sobre el asfalto, he podido controlar la carretera en ambas direcciones.

Lejos, al norte, había una ambulancia abandonada, y al sur, un cartel de color verde que me ha parecido que debía de indicar los kilómetros hasta la siguiente ciudad. He ido corriendo a subirme al estribo con la intención de entrar en la cabina. La puerta del conductor estaba cerrada, pero la otra no. No había ningún indicio de peligro dentro de la cabina. He saltado al suelo, he corrido hasta el otro lado, y he abierto la puerta. El viejo camión apestaba a envases de comida rápida amontonados bajo el asiento, y el cuadro de instrumentos, deteriorado por el calor del sol, me ha dado a entender que hacía mucho tiempo que nadie entraba allí.

Al trepar a su interior, he echado una ojeada al espacio para dormir que había detrás de los asientos. La cama no estaba hecha, pero me serviría igualmente. Dentro del camión todo parecía normal, aparte de los envases de comida rápida estropeados sobre el cuadro de instrumentos. He bajado del camión, satisfecho de que fuese seguro, y he ido a recuperar la mochila. En el momento de regresar al camión ya estaba demasiado oscuro como para tratar de leer el rótulo que se encontraba más adelante, y por ello he pensado que lo mejor sería que me preparase para pasar la noche. He dejado la mochila sobre el asiento del conductor y he echado las cortinas de la cabina para que no se me pudiera localizar fácilmente. Una vez cerradas las puertas, he mirado por toda la cabina en busca de algo de valor. He encontrado un mechero desechable y una lata de salchichas de Viena, así como una bonita estilográfica y un rotulador. He devorado las salchichas. Inspeccionaré el resto del vehículo mañana por la mañana, cuando haya salido el sol. Así no gastaré la batería de la linterna. Las puertas están cerradas y sospecho que no se podrán bajar las ventanillas.

13 de Octubre

8:22 h.

Anoche dormí bien, aunque, mientras me dormía, oí algo fuera. Estaba exhausto. Se me ocurrió que lo mejor sería tratar de permanecer inmóvil y en silencio, y entonces caí en un sueño profundo y no he despertado hasta las 6.30. La luz del sol atravesaba las cortinas. Sin apartarlas, me he puesto las botas y me he atado los cordones, y me he echado agua por la cara. He pasado al asiento del conductor y he mirado afuera por entre las cortinas. Me ha parecido ver algo que se movía a lo lejos, en el sur. He agarrado los prismáticos y he tratado de verlo bien. Era un único cadáver que deambulaba en la distancia, entre los coches abandonados. No he visto indicios de ninguna amenaza más inmediata. He abierto sólo un poco las cortinas para que entrara más luz y he empezado un registro exhaustivo de la cabina.

No he encontrado nada en la guantera, salvo una tarjeta de una compañía de seguros que había expirado seis meses antes Y una foto de un hombre con su familia que estaban frente a El Álamo. Me han venido a la cabeza San Antonio y la catástrofe final en El Álamo. Arrojaron una bomba nuclear sobre esa zona y ahora es un desierto poblado por muertos vivientes radiactivos. No regresaría allí ni que me pusieran un millar de cañoneras AC-130 en la cabeza. En el reverso de la foto estaba escrita una fecha de diciembre del año pasado. He contemplado la foto y he sentido el deseo de regresar a esos tiempos. Daría muchas cosas por volver a tener un día de vida normal como los de antes de que todo esto empezara. Detrás de la familia había otras personas que se reían y vivían su vida. No tenían ni idea de lo que le iba a suceder al mundo treinta días después de que el fotógrafo turista abriese el objetivo de la cámara.

PAQUETE AÉREO

13 de Octubre

15:33 h.

Tengo tanta información por escribir y procesar que no sé por dónde empezar. Esta mañana, después de abandonar el camión, me he puesto en camino hacia el sur, y he leído el rótulo que descubrí ayer. No he tenido que acercarme mucho, porque los prismáticos, una vez más, me han permitido ahorrar tiempo y energías. En el rótulo decía: «Marshall, 9,5 km.» No era la primera vez que oía hablar de Marshall, Texas, y he pensado que si había oído hablar de ella, es que era demasiado grande como para ir allí en busca de suministros. Cuando me disponía a emprender mi ruta habitual, paralela a la carretera, he oído una vez más el zumbido. El cielo estaba despejado, por lo que he sacado de inmediato los prismáticos y me he puesto a buscar por las alturas. Nada. He reanudado el camino en dirección sureste, cada vez más lejos de la carretera, a fin de rodear Marshall y no tener que pasar por su centro. Esa maniobra añadiría varios kilómetros a mi viaje. Cuando llevaba aproximadamente una hora de camino, ha empezado el ruido más fuerte que haya oído después de aquella explosión.

He escuchado a lo lejos el inconfundible ruido de los señuelos sonoros. Recuerdo su timbre característico, porque los utilizaron al inicio de la plaga de los muertos vivientes para atraer a las criaturas hacia las cargas nucleares. Me he imaginado en seguida lo peor, y me he preguntado: ¿Estoy a punto de transformarme en una llama en la oscuridad?

Es obvio que no es eso lo que ha sucedido, porque, si no, no lo escribiría ahora. El ruido no era ensordecedor, porque su origen se encontraba demasiado lejos de mí. Parecía que procediera del este, de un punto muy lejano. No era, en absoluto, tan potente como el señuelo que oí cuando arrojaron las bombas nucleares, y por eso pienso que debía de encontrarse mucho más lejos que el primero.

Nervioso y confuso, he seguido caminando en dirección sureste sin aminorar la marcha, hasta que he oído el inconfundible sonido de motores de avión que se aproximaban. Al mirar hacia el este, he visto un avión que se me acercaba en vuelo muy bajo. He sacado al instante el lanzabengalas, pero antes de que haya podido cargarlo, el avión ha virado hacia arriba y ha desaparecido en las alturas. He estado a punto de llorar, y luego a punto de morir bajo un voluminoso palé que descendía a tierra, al extremo de un gran paracaídas verde. Ha tocado tierra a unos seis metros de mí, y la violencia del impacto ha hecho que me saltasen grumos de tierra y hierba a la cara. El paracaídas ha quedado horizontal y he corrido a sujetado antes de que arrastrase por el suelo lo que fuera la mierda esa. He desenganchado el paracaídas, lo he plegado de cualquier manera y le he puesto una roca grande encima. La carga del palé estaba envuelta en capas muy gruesas de plástico y debía de medir un metro veinte, por un metro veinte, por un metro.

He sacado el cuchillo Randall y he empezado a cortar el envoltorio de plástico. Alguien había escrito «Org. Gub. Equipamiento 2b con rociador de pintura sobre algunas de sus capas». Después de retirarlo en su totalidad, he abierto los mosquetones y he sacado la red que mantenía los objetos en su sitio. He encontrado varias cajas de plástico duro marca Pelican, de tamaños diversos, sobre un palé también de plástico. Encima de las otras había una caja de color amarillo brillante marcada tan sólo con el número 01. He echado una ojeada por todo el perímetro, he agarrado la caja y he abierto sus cierres. Al levantar la tapa, lo primero que he encontrado ha sido un teléfono móvil. He visto en seguida que no era un teléfono normal, aunque tan sólo fuese por la voluminosa antena que llevaba plegada a un lado. La palabra que se leía sobre el teléfono era «Iridio». He sacado el teléfono de su caja y he pulsado el botón del menú. El teléfono se ha activado, me ha indicado que la batería estaba llena y se ha abierto una ventana que decía «Conectando». He dejado el teléfono a un lado y he inspeccionado con más detalle la caja amarilla. En la tapa de la caja había un diagrama en el que se indicaban las rutas orbitales de los satélites de Iridio sobre esta región, fechadas en este mes, estando el 80 por ciento de los satélites fuera de servicio. De acuerdo con el diagrama, tan sólo dispondría de dos horas diarias de cobertura por satélite.

Dicho espacio de tiempo abarcaba de las 12.00 a las 14.00 horas, cada día, con un margen de error de más o menos diecisiete minutos según las condiciones atmosféricas. Un asterisco remitía a una nota que indicaba que su disponibilidad se desplazaría dos minutos y doce segundos a la derecha por año transcurrido, de acuerdo con la configuración actual de los satélites. La gomaespuma en la que había estado alojado el teléfono contenía también un pequeño cargador solar. Cuando me disponía a abrir la caja siguiente para examinar sus contenidos, ha sonado el teléfono...

La estupefacción me ha paralizado durante un par de segundos, hasta que he pulsado el botón verde y he respondido con un «hola», y entonces un pitido de módem se ha transformado en una conexión sólida. He oído una voz lenta y mecánica en el auricular. «Ésta es una grabación de Remoto Seis. Por favor, lea el texto que está a punto de aparecer en la pantalla.»

Obedeciendo las instrucciones, he leído el texto de la pantalla.

Quedan seis minutos de cobertura por satélite. Oficial al mando notificó por radio la desaparición de helicóptero FM del silo de lanzamiento Nada hace doce días. Desde entonces esta estación ha empleado capacidades aún existentes de captación de Imagen desde el délo, y aviones no tripulados Global Hawk y Reaper para localización. Búsqueda abortada hasta que se detectó señal de socorro por radio. La señal siguió en activo durante tiempo suficiente para precisar su posición para cobertura activa por avión no tripulado. Remoto Seis es una
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Instal
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misión como centro de mando y punto de control para
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...gob
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. El mantenimiento
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operaciones aéreas para dicha misión
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mayor parte de aeronaves atmosféricas.

Gracias a los sesenta
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satélites de Iridio en órbita
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recursos y capacidad computacional para mantener las rutas orbitales y los algoritmos de compresión de datos para una cobertura de dos horas diarias.

Quedan tres minutos de cobertura por satélite. Amplia disponibilidad de sistemas de soparte
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para aviones no tripulados Reaper. con lo que tenemos recursos para cobertura activa desde el aire durante doce horas/día. Los aviones no tripulados de Remoto Seis están equipados con dos bombas de 225 kg guiadas por láser
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carga diaria, con sensor electro-óptico/infrarrajos completo. En la entrega por C-I30 hallara dispositivo de control de bombas guiadas por láser del Reaper. así como dispositivo de señales de bajo consumo. El equipamiento lleva sus propias instrucciones. Sólo puede designar objetivos
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durante el periodo de tiempo de operación del Reaper. en ubicación próxima al Reaper. y marcar el objetivo por medio de láser
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diez segundos. Todo marcaje de menos de diez segundos conllevará no lanzamiento. Instale dispositivo de señales de bajo consumo en el exterior de la ropa para garantizar seguimiento. Los aviones no bajarán de los tres mil metros
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evitar detección auditiva por muertos vivientes.

Queda un minuto de cobertura por satélite.

Utilice el teclado del teléfono para responde a la[s] siguiente[s] pregunta[s]:

¿Oye un tono agudo?

He respondido que sí.

La pantalla del teléfono por satélite se ha quedado en blanco. El señuelo sonoro que se oía en la distancia se ha debilitado hasta volverse a duras penas audible. En ese momento he tenido la impresión de que el señuelo sonoro se oía por todo mi alrededor... pero que apenas era audible.

La pantalla de texto me ha preguntado de nuevo:

¿Oye un sonido agudo de
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estática
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?

Sí.

El sonido ha dejado de oírse, y la pantalla siguiente me ha preguntado:

¿Oye un sonido muy agudo?

He respondido que no.

Por favor, repita el texto.

No.

El siguiente texto ha aparecido de inmediato en la pantalla:

La eliminación por sonido variable del Proyecto Huracán se ha activado en tres dimensiones. Todas las vari
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infectadas se alejarán del ojo del huracán. Le quedan vein
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horas de batería de eliminación variable. Degradación de la cobertura por satélite Iridio inmin

Al parecer, el mismo dispositivo que se había utilizado para atraer a los muertos vivientes al holocausto nuclear se estaba empleando para crear una zona segura, por el sencillo procedimiento de hacer que los muertos vivientes la abandonaran. Tenia el nombre, muy apropiado, de Proyecto Huracán, indudablemente por la calma que reina en el ojo del huracán, en comparación con las turbulencias que lo circundan. La voz que había sonado en el teléfono antes de recibir el texto parecía sintética, pero era imposible que la operación entera estuviese automatizada. John debió de informar de la desaparición del helicóptero tan pronto como se dio cuenta de que tardábamos demasiado en regresar.

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