Exilio: Diario de una invasión zombie (28 page)

BOOK: Exilio: Diario de una invasión zombie
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...INFORME DE SITUACIÓN a continuación:

Proyecto Huracán: un éxito. Ruta de evasión aceptablemente segura al suroeste con densidad de muertos vivientes escasa.

Reaper.— permanece en Sistema de Gestión de Vuelo con dos bombas guiadas por láser listas para su utilización.

Peligros: varón armado, no identificado, en camino desde el norte. Treinta muertos vivientes, dos de ellos irradiados, localizados en un radio de dieciséis kilómetros desde la situación actual mediante los sensores del Reaper...

El teléfono ha perdido la sincronización inmediatamente después de esta última palabra, y entonces he sacado en seguida los prismáticos y he iniciado la observación del área que quedaba a mis espaldas, en dirección al norte. No he visto ningún indicio de un hombre no identificado que me siguiera. El teléfono no me ha dejado ninguna posibilidad de hacerles preguntas, ni de enviarles comunicaciones de texto. Hay algo que no funciona en mi relación con la unidad que se halla al otro extremo de la línea de telefónica. Puede ser que la red de satélites tenga algún problema y que por eso tan sólo permita la conexión remota, o algo así. Pero tiene que haber un enlace de transmisión de datos en el Reaper que me sobrevuela y un área de control desde donde lo pilotan y hacen un seguimiento por los monitores. «Treinta muertos vivientes, dos de ellos irradiados.» Eso sólo puede significar una cosa: Dallas, Texas. He visto lo que pueden hacer los muertos vivientes de ese tipo y voy a redoblar esfuerzos para evitar el contacto con esas cosas ahora que sé que en mi zona hay dos criaturas radiactivas.

Ahora mismo llueve y me he refugiado en la cabina de un tractor abandonado en un campo muy extenso, rodeado por una cerca para ganado vacuno ya estropeada. El eje posterior de la bestia se ha enredado con varios metros de alambre de espino, porque pasó por encima de la cerca. Otra reliquia de hace unos meses. De vez en cuando, al bizquear, creo ver algo. Sería suficiente para que me asustara, abandonase de inmediato mi refugio y me adentrara en la noche de Texas.

Mi mente me engaña sin cesar, me hace creer que veo muertos refulgentes e irradiados a lo lejos, y que éstos se mueven con rapidez. Aquí dentro hace frío y he metido las piernas dentro del saco de dormir estilo momia. Parece que me va bien. Este tractor es un John Deere de color verde. Como el color que veo por las gafas electrónicas cada pocos minutos, cuando la paranoia se adueña de mí y tengo que echar un vistazo.

Me pregunto si el hombre que tal vez me siga sentirá el mismo miedo. Mañana reanudaré el camino hacia el sur por el área provisionalmente segura, de regreso a mi hogar.

15 de Octubre

8:00 h.

Me he despertado con el sol que asomaba por el horizonte dándome en la cara, y le he dado vueltas una vez más al mensaje que me transmitieron mediante la llamada telefónica de ayer. Hoy me voy a pasar el día volviendo la vista hacia atrás al tiempo que camino hacia el suroeste, listo para correr si hace falta. Si la situación de la que me ha informado el teléfono por satélite resultara cierta, podría ser que me enfrentara a dificultades en un futuro cercano. El saco de dormir tipo momia que me lanzaron me servirá para envolver la mochila civil y camuflarme mejor a ojos de cualquier persona que me siga. Ese hombre se desplaza a pie. Lo más práctico para escapar del individuo que me sigue sería encontrar un coche y ponerlo en marcha con el cargador solar, el tratamiento de combustible y el sifón de mano. El único inconveniente es que si quisiera emplear el cargador en una batería de coche, tendría que pasarme un día entero para intentar arrancarlo una vez, por no hablar de que después tendría que arrancar el vehículo con los cables. Tendría que encontrar un coche con las llaves puestas, y entonces, probablemente, el antiguo propietario también estaría dentro.

9:00 h.

He cavado un agujero en una tierra de cultivo que ha quedado cubierta de hierba. He tenido que utilizar el extremo de una de mis voluminosas trampas para ratas. He juntado ramitas y he logrado hacer un fuego semilibre de humo con una técnica que lo dispersa mediante hojas y maleza. Hoy he calentado una lata de chile y he consumido una cuarta parte de mis reservas de agua. Sé muy bien que no me conviene andar escaso de provisiones, pero cada vez que vuelvo los ojos hacia la mochila siento el deseo de comerme toda la comida enlatada y luego las raciones preparada hasta que tan sólo me queden los alimentos deshidratados. El límite de mi ansia por soltar lastre acaba en las municiones. Voy a conservarlas al máximo, por si tengo que defenderme de los peligros que me rodean, o que voy a encontrarme más adelante. A la luz de los recientes acontecimientos, es probable que no haya sido buena idea encender una hoguera, pero, antes de ponerme en marcha, necesitaba el refuerzo moral de un plato caliente.

16 de Octubre

21:43 h.

Esto se llama evasión. Para evitar a los muertos vivientes hay que seguir una fórmula preestablecida. No hacerse notar, no hacer ruido y planear con tiempo las próximas acciones. Estas normas no son válidas cuando se huye de un perseguidor humano. Los esfuerzos por no hacerse notar ni hacer ruido le dan tiempo al perseguidor para seguirte la pista, y atraparte, en el caso de que siga unas reglas distintas. Un delicado equilibrio entre ambas metodologías es lo único que ha impedido que cayera en la línea de visión de mi inmediato perseguidor. Hace más de treinta horas que no recibo llamadas de Remoto Seis. Ahora sé que la mera existencia de la cobertura por satélite no implica que la organización vaya a emplearla. Aunque no vea a mi perseguidor, tengo la sensación de que alguien me observa, y no sé si se debe a la paranoia, o si de verdad noto los ojos de un desconocido que me observa desde lejos. No tengo a nadie con quien turnarme para montar guardia durante las horas de oscuridad. He tratado de permanecer despierto durante la larga noche que he pasado durmiendo en el piso de arriba del granero de una granja, donde había crecido ya la hierba. Cada vez que la madera crujía, o se oía el aleteo de un ave nocturna, me incorporaba, inspeccionando a mi alrededor a través del resplandor verde de las gafas y mirando el punto rojo que refulgía en la mira cuando trataba de encontrar un blanco que no estaba allí. No había conocido el miedo hasta el día de mañana. Lo digo así porque sé que ayer conocí el miedo, pero, cada día que pasa, el miedo cobra un significado nuevo y de mayor peso. En el ejército tenía un amigo que siguió un camino diferente en el servicio. La frase «El único día fácil fue ayer» no era su divisa personal, pero a menudo la repetía, y en los tiempos que corren está más vigente que nunca.

Tengo la espalda magullada y me noto fatigado. Después de la torturada experiencia de la otra noche en el granero, he despertado y he visto a uno de ellos en el campo, con la cara vuelta hacia la ventana del piso de arriba donde me encontraba yo. He sacado los prismáticos y he visto que me miraba y avanzaba espasmódicamente hacia el granero. Esa cosa era una de las criaturas originales. Llevaba mucho tiempo muerta y su esqueleto se dejaba entrever en muchos puntos de su cuerpo.

No he querido que llegara a un sitio donde pudiese hacer ruido y atraer a otros, así que he sacado la pistola y he montado el silenciador para terminar con la criatura en un instante y sin hacer ruido. Me he alegrado al ver que, aparentemente, estaba sola. Tan pronto como me he cerciorado de no haber ajustado mal el silenciador, he cargado la recámara y he empezado a disparar. He necesitado dos disparos para abatir a la criatura. El primer disparo le ha dado en el cuello y el segundo, en el puente de la nariz. La criatura se ha desplomado, y la he observado, lejos de todo peligro, desde la ventana del piso de arriba, para tratar de ver si llevaría algo de valor. No tenía nada, salvo un cinturón de cuero que le sostenía unos pantalones podridos, y me ha parecido que le podía dejar todo lo que llevase en los bolsillos. En el piso de arriba del granero, mientras me comía la última lata de chile, esta vez sin calentar, me he dado cuenta de que me quedaba tan sólo una última lata de comida (estofado). Pienso que podría esperar un par de noches antes de abrirla.

La comida enlatada ya tiene mucho tiempo, y no me gusta fría, pero el comérmela me ha dado una excusa para escuchar todos los sonidos de mis alrededores antes de bajar por la escalera de mano. No quería que pareciese que únicamente lo hacía para conservar la cordura. Me he sentado y he comido, y aunque fingiera indiferencia, he buscado sonidos que me obligaran a quedarme más tiempo en el piso de arriba del granero.

Me he puesto en marcha esta mañana, a sabiendas de que la protección del Proyecto Huracán se terminaba, porque empezaba a ver criaturas en lugares cercanos. Eso me ha puesto de mal humor, pero he empezado a andar y he obligado a mi mente a entretenerse con el buen recuerdo del chile caliente que había comido hacía poco. Creo que saborear una buena comida es lo único que puedo esperar, y lo único que de verdad me motiva para volver a casa. Recuerdo todas esas veces en las que nos desplegamos en el desierto. Recuerdo la guerra y lo mucho que añoraba mi hogar, y que siempre encontraba algo que me hacía seguir adelante. El recuerdo de salir de acampada con la familia, o de comprarme el rifle nuevo con el dinero libre de impuestos que me habían pagado por la última misión, o con la idea de que algún día iba a tener un fin de semana libre si ponía todo mi empeño en ello y cumplía con mi deber.

Ahora tan sólo puedo pensar en comida caliente. Eso es lo que me motiva en el día de hoy. Mañana quizá será el poder lamentarme de que el helicóptero con el que me estrellé no cumplía los requisitos mínimos de mantenimiento y se lo habían comprado al proveedor que les hacia el precio más ajustado y no había un mecánico titulado con vida en varios cientos, probablemente varios miles de kilómetros a la redonda. La luz de alarma por virutas en el motor. Había tenido que sobrevivir en un territorio casi inhabitable porque una viruta de metal que se había introducido en el motor había provocado un fallo fatal en la capacidad del aparato para mantenerse en el aire. Todo aterrizaje es un buen aterrizaje si sales andando con vida del aparato. El problema es que puedes salir andando sin vida.

Esta noche me he guarecido en una gasolinera abandonada, una de esas tipo oasis que dejaron de funcionar mucho antes de la catástrofe. Ni rastro de vida, pero sí los restos de ratas que se habían acumulado allí a lo largo de los meses, o quizá a lo largo de los años. No habían dejado nada. Parecía que estuviese allí desde hacía varias décadas y, probablemente, había sido un negocio rentable en otros tiempos. Las bombas daban lecturas analógicas y no había cámaras de seguridad en el tejado. Dentro del establecimiento, debajo del viejo mostrador de madera, he encontrado lo que debió de ser un viejo estante para escopetas, de los tiempos en que eso era perfectamente aceptable.

Igual que hoy en día.

He encontrado un viejo juego de cadenas para nieve que me han servido para cerrar todas las posibles entradas. Frenarían a un asaltante humano y detendrían a uno o dos muertos. Me he instalado en una zona desde donde puedo ver bien las dos puertas de acceso. Al otro lado de las pesadas puertas tengo quince metros de visión despejada hasta que empiezan los árboles. Más allá del agrietado asfalto, las hierbas están muy altas, pero no impiden la visibilidad. El viento aúlla y oigo una antigua pieza de estaño que tintinea en el tope del medidor de gasolina. Cada vez hace más frío, y creo que este invierno va a ser todo un reto, si es que llego con vida.

17 de Octubre

8:00 h.

He dormido mal. Me he despertado varias veces por culpa de unos sueños perturbadores. He soñado cientos de cosas distintas, peto tan sólo recuerdo dos. Parece que las que quería recordar de verdad se me hayan escurrido entre los dedos. Estaba en lo alto de una colina y contemplaba a millones de muertos vivientes. Había varias ametralladoras de veinte milímetros a cargo de lo que parecían militares norteamericanos, con varios tipos distintos de uniformes. Me he visto a mí mismo como si fuera otra persona y me he mirado a los ojos mientras daba la orden de disparar. Los muertos vivientes aún se encontraban a más de un kilómetro de distancia, pero los cañones de veinte milímetros disparaban con tanta rapidez que se ha formado un charco a los pies de los monstruos desintegrados. He visto cañoneras AC-130 que volaban bajo y liquidaban a millares con sus armas. Viejos F-4 y A-4 volaban bajo y arrojaban napalm, con lo que diezmaban al enemigo, pero éste, de todos modos, seguía avanzando. He pasado a otro sueño, esta vez en el Hotel 23, con Tara. Se encontraba en la sala de control ambiental y lloraba al contemplar una caja con mis pertenencias. Mientras las lagrimas le resbalaban por las mejillas, le he oído decir: «¿Dónde está eso?», y entonces he abandonado el subconsciente y he regresado a la realidad de la situación. He hecho todo lo posible por no pensar en ella desde que nos estrellamos. No haría nada más que complicar mi situación.

Al despertar, me he acordado de que tan sólo me quedaba una lata de estofado con verduras, y en cierto sentido está bien que sea así, porque era lo último que me quedaba de provisiones pesadas, aparte de las dos raciones de comida preparada que ya he abierto, de las que he tirado el cartón para que no me pesaran tanto. He vuelto a encender la vela para calentar la lata de estofado. Esta mañana no me sentía bien, y no tenía claro si se debía a haber dormido mal, o al principio de un catarro que hacía que me sintiese débil y que me doliera todo. Me he bebido la mitad de las reservas de agua y he terminado la lata de comida, y luego he preparado de nuevo la mochila para las penas del día de hoy.

12:00 h.

Hoy he aprovechado el tiempo, por mucho que mi cuerpo parezca debilitarse. Ahora mismo estaría encantado de beberme un tercio de litro de zumo de naranja, porque eso siempre me ayudaba en un mundo que aún no estaba tan jodido. Esta mañana, al cabo de dos horas de caminata, he observado un destello de luz a mis espaldas, en la dirección por donde había venido. Tan sólo un reflejo sutil. He mirado con los prismáticos, pero no he visto nada. El viento era cada vez más frío, y a lo lejos, en un radio de unos trescientos metros, no se divisaba indicio alguno de movimiento, salvo el temblor del follaje. Por si hubiese una llamada, he enchufado el teléfono al cargador solar que cuelga de la mochila, al mismo tiempo que camino hacia la parte de abajo del mapa. He aceptado que no van a contactar conmigo a diario.

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