Expedición a la Tierra (13 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción, Cuento, Relato

BOOK: Expedición a la Tierra
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El Historiador comenzó a hablar. Recapituló brevemente lo poco que se había descubierto referente al Tercer Planeta y su gente. Mencionó los siglos de investigación infructuosa que habían fra­casado en la investigación de uno solo de los es­critos de la Tierra. Aquel planeta había sido ha­bitado por una raza de gran habilidad técnica; eso, por lo menos, quedaba demostrado por las escasas piezas de maquinaria que habían sido halladas bajo el montón de piedras de la montaña.

—No sabemos por qué se extinguió una civili­zación tan avanzada. Casi con seguridad sabía lo suficiente para sobrevivir un Período Glacial. Debe haber habido algún otro factor del cual nada sabemos. Quizá fue culpa de alguna enfer­medad o de alguna degeneración racial. Ha sido, incluso, sugerido que los conflictos de tribu, endémicos en nuestra propia especie en tiempos prehistóricos, pueden haber continuado en el Tercer Planeta después de la introducción de la tecnología. Algu­nos filósofos mantienen que los conocimientos de maquinaria no implican necesariamente un eleva­do grado de civilización, y que es teóricamente po­sible que haya guerras en una sociedad que posea fuerza mecánica, navegación aérea e incluso ra­dio. Tal concepción es extraña a nuestras ideas, pero debemos admitir su posibilidad, y evidente­mente explicaría la perdición de aquella raza.

»Se había siempre supuesto que nunca sabríamos algo respecto a la forma física de las criaturas que habitaron el Tercer Planeta. Durante siglos nues­tros artistas han estado representando escenas de la historia de aquel mundo muerto, poblándolo de toda clase de seres fantásticos. La mayor parte de tales creaciones se nos han asemejado más o menos, a pesar que se ha indicado con fre­cuencia que el hecho que nosotros seamos rep­tiles no significa que toda la vida inteligente deba necesariamente ser reptil. Ahora conocemos la respuesta a uno de los problemas más desconcer­tantes de la historia. Por fin, después de quinien­tos años de investigación, hemos descubierto la forma exacta y la naturaleza de la vida rectora del Tercer Planeta.

De los científicos allí reunidos se alzó un mur­mullo de asombro. A algunos les tomó tan de sor­presa, que desaparecieron un rato en la comodidad del océano, como acostumbran a hacer todos los venusianos en momentos de tensión. El Historia­dor esperó hasta que sus colegas hubiesen reapa­recido sobre el elemento que tan poco les agrada­ba. Él mismo se sentía cómodo, gracias a las pe­queñas salpicaduras que le llegaban continuamen­te al cuerpo; debido a ellas, podía vivir muchas ho­ras sobre tierra, sin tener que retornar al océano.

La agitación se calmó lentamente y el confe­renciante prosiguió:

—Uno de los objetos más desconcertantes entre los hallados en el Tercer Planeta era un recipien­te metálico plano que contenía una gran cinta de material plástico transparente, perforado por los bordes y arrollado apretadamente formando un carrete. Esa cinta transparente pareció al principio estar desprovista de rasgos característicos, pero al ser examinada con el nuevo microscopio subelectrónico se vio que no era así. A lo largo de la superficie del material, e invisibles a nuestros ojos, pero perfectamente definidas bajo una radiación adecuada, hay literalmente miles de pequeñas imágenes. Se cree que fueron impresas sobre el material por algún procedimiento químico, y que se han desvanecido al correr el tiempo.

»Tales imágenes forman, al parecer, un docu­mento de la vida tal como era sobre el Tercer Planeta en el apogeo de su civilización. No son independientes; imágenes consecutivas son casi idénticas, difiriendo solamente en detalles de mo­vimiento. El objeto de tal grabación es obvio; so­lamente se requiere proyectar las escenas en rápi­da sucesión para crear la ilusión de un movimien­to continuo. Hemos construido una máquina para hacerlo, y aquí tengo una reproducción exacta de la serie de imágenes.

»Las escenas que ahora van a contemplar, nos transportan a muchos miles de años atrás, a los grandes días del planeta hermano. Presentan una civilización muy compleja, muchas de cuyas acti­vidades sólo podemos comprender vagamente. La vida parece haber sido muy violenta y muy enér­gica, y mucho de lo que verán, es bastante des­concertante.

»Es evidente que el Tercer Planeta estaba habi­tado por cierto número de especies, ninguna de las cuales era reptil. Eso es un golpe para nuestro orgullo, pero la conclusión es inevitable. El tipo de vida dominante parece haber sido un bípedo de dos brazos, que caminaba erguido y cubría su cuerpo con una especie de material flexible, seguramente para resguardarse contra el frío, ya que incluso antes de la Edad de Hielo aquel pla­neta estaba a una temperatura muy inferior a la de nuestro propio mundo.

»Pero no quiero abusar más de vuestra pacien­cia. Ahora verán la grabación de la que les he estado hablando.

Una brillante luz salió del proyector. Se oyó un suave zumbido, y aparecieron sobre la pantalla cientos de extraños seres que se movían algo rígi­damente de un lado a otro. La imagen se ensanchó para abarcar a una de aquellas criaturas, y los científicos pudieron comprobar que la descripción del Historiador había sido correcta. La criatura poseía dos ojos, colocados bastante juntos, pero los demás adornos faciales resultaban algo confusos. Había un gran orificio en la parte inferior de la cabeza que estaba continuamente abriéndose y ce­rrándose, y que posiblemente estaba en cierto mo­do relacionado con la respiración de la criatura.

Los científicos contemplaron fascinados cómo aquellos extraños seres se veían complicados en una serie de aventuras fantásticas. Había una lu­cha increíblemente violenta con otra criatura algo diferente. Parecía cierto que ambos debían resul­tar muertos, pero no; al terminar, ninguno de los dos parecía haber sufrido nada. Luego venía una furiosa carrera sobre kilómetros de campo en un artefacto mecánico de cuatro ruedas capaz de ex­traordinarias hazañas de locomoción. La carrera terminaba en una ciudad llena de otros vehículos que se movían en todas direcciones a velocidades de espanto. Nadie se sorprendió al ver que dos de las máquinas chocaban de frente, con resultado devastador.

Después de aquello, los acontecimientos resulta­ban aún más complicados. Era evidente que se requerirían muchos años de investigación para analizar todo lo que allí ocurría. Se comprendía también claramente que aquello era una obra de arte, algo estilizada, más bien que una reproduc­ción exacta de la vida tal como había sido sobre el Tercer Planeta.

Cuando terminó la sucesión de imágenes, la ma­yor parte de los científicos estaban anonadados. Había una ráfaga final de movimiento, durante la cual la criatura que había sido el centro del inte­rés, se veía envuelta en una catástrofe tremenda, pero incomprensible. La imagen se contrajo hasta quedar reducida a un círculo, centrado en la ca­beza de aquella criatura. La última escena era la imagen ampliada de su cara, que evidentemente expresaba alguna fuerte emoción, sin que pudiera adivinarse si era de rabia, pena, desafío, resigna­ción, u otro sentimiento.

La imagen se desvaneció; por un instante apare­cieron en la pantalla algunas letras, y luego todo terminó.

Durante varios minutos reinó un completo si­lencio, salvo por el susurro de las olas sobre la arena. Los científicos estaban demasiado anonada­dos para hablar. Aquella pasajera visión de la civilización de la Tierra había producido un efecto devastador sobre sus mentes. Y entonces comenzaron a hablar en pequeños grupos, comentando, primeramente en murmullos, y luego en voz más alta, a medida que aparecía más claro el signifi­cado de lo que acababan de ver. Luego el Histo­riador reclamó de nuevo su atención:

—Proyectamos ahora —comenzó—, un vasto programa de investigación para extraer de esa grabación toda la información posible. Ya se da­rán cuenta de los problemas planteados; especial­mente los psicólogos se enfrentan con una tarea inmensa. Pero no dudo que tendremos éxito. Dentro de otra generación, ¿quién sabe lo que ha­bremos llegado a saber de esa maravillosa raza? Antes de terminar, contemplemos nuevamente a nuestros remotos parientes, cuya sabiduría quizá sobrepasó la nuestra, pero de quienes tan poco ha sobrevivido.

Una vez más apareció sobre la pantalla la ima­gen final, inmóvil esta vez, pues se había deteni­do el proyector. Con un sentimiento semejante al respeto, los científicos contemplaron aquella está­tica figura del pasado, mientras a su vez el pe­queño bípedo les contemplaba con su caracterís­tica expresión de un mal genio arrogante.

Para siempre este sería el símbolo de la raza humana. Los psicólogos de Venus analizarían sus acciones y observarían todos sus movimientos has­ta que pudiesen reconstruir su mente. Se escribi­rían sobre él miles de libros. Se idearían compli­cadas filosofías para explicar su comportamiento. Pero todo aquel trabajo, toda aquella investiga­ción, sería en vano.

Quizá aquella solitaria y orgullosa figura de la pantalla sonreía sardónicamente a los científicos, que comenzaban su trabajo, interminable e inútil. Su secreto estaría seguro en tanto durase el uni­verso, pues nadie conseguiría nunca leer el perdi­do lenguaje de la Tierra. Millones de veces en los siglos por venir, resplandecerían sobre la pantalla aquellas últimas palabras, y nadie adivinaría nun­ca su significado:

Una Producción Walt Disney.

SUPERIORIDAD

(Superiority, 1951)

Al hacer esta declaración —y la hago por vo­luntad propia—, deseo en primer lugar dejar per­fectamente sentado que no trato de ganarme sim­patías, ni espero mitigación alguna de cualquier sentencia que pueda pronunciar el Tribunal. Es­cribo esto para intentar refutar algunos de los mentirosos informes que han aparecido en la pren­sa que se me ha permitido ver, y que se han trans­mitido por la radio de la prisión, los cuales han proporcionado una idea absolutamente falsa de las verdaderas causas de nuestra derrota, y como jefe de las fuerzas armadas de mi raza al cesar las hostilidades, considero mi deber protestar contra tales calumnias sobre aquellos que sirvieron bajo mi mando.

Espero también que esta declaración aclare las razones de la solicitud que por dos veces he diri­gido al Tribunal, y que induzca a conceder un favor, para la denegación del cual no creo posible exista razón ninguna.

La causa fundamental de nuestro fracaso fue muy sencilla; a pesar de todas las afirmaciones en sentido contrario, no fue debida a falta de valor por parte de nuestros hombres, ni a falta ninguna de la Flota. Fuimos derrotados solamente por una cosa; por la inferior ciencia de nuestros enemigos. Lo repetiré; por la ciencia
inferior
de nuestros enemigos.

Cuando comenzó la guerra, no teníamos ningu­na duda acerca de nuestra victoria final. Las flo­tas combinadas de nuestros aliados excedían consi­derablemente en número y armamentos las que el enemigo podía alinear contra nosotros, y en casi todas las ramas de la ciencia militar éramos supe­riores a ellos. Estábamos seguros de poder mante­ner tal superioridad. Nuestra creencia fue, por desgracia, confirmada con exceso en la práctica.

Al comenzar la guerra, nuestras principales ar­mas eran el torpedo automático de largo alcance, el rayo esférico dirigible y diversas formas modi­ficadas del haz de Klydon. Todas las unidades de la Flota estaban equipadas con esas armas, y si bien el enemigo poseía otras semejantes, sus insta­laciones eran, en general, de potencia inferior. Además, estábamos respaldados por una Organi­zación de Investigación militar mucho más im­portante, y con tal ventaja inicial no podíamos posiblemente perder.

La campaña procedió según lo planeado hasta la Batalla de los Cinco Soles. Naturalmente, la ga­namos, pero la oposición fue más enérgica de lo que habíamos esperado. Se comprendió entonces que la victoria pudiera ser más difícil, y más len­ta, de lo que se había creído en un principio. Por tal razón se convocó una conferencia de comandantes supremos para discutir nuestra futura es­trategia.

Estaba presente por vez primera en nuestras conferencias de guerra, el profesor-general Nor­den, nuevo jefe del Personal de Investigación, quien acababa de ser nombrado para llenar el vacío que había dejado la muerte de Malvar, nues­tro científico más ilustre. La jefatura de Malvar, más que ningún otro factor por sí solo, había sido lo que había determinado la eficiencia y el poder de nuestro armamento. Su pérdida había sido un rudo golpe, pero nadie dejaba de creer en la bri­llantez de su sucesor, si bien muchos de nosotros habíamos dudado si procedía nombrar a un cien­tífico teórico para ocupar un cargo de importancia tan vital. Pero no se nos había hecho caso.

Recuerdo muy bien la impresión que Norden produjo en aquella conferencia. Los consejeros mi­litares estaban preocupados, y, como de costumbre, se dirigieron a los científicos en busca de asisten­cia. ¿Sería posible, preguntaron, mejorar nuestras armas actuales, a fin de aumentar más aún nues­tra presente ventaja?

La respuesta de Norden fue completamente inesperada. Con frecuencia se había dirigido tal pregunta a Malvar, y él siempre había hecho lo que le habíamos solicitado.

—Francamente, señores —dijo Norden—, lo dudo. Nuestras armas actuales han llegado ya prácticamente a su forma definitiva. No quisiera criticar a mi predecesor, o el excelente trabajo efectuado por el Personal de Investigación durante las últimas generaciones, pero ¿se dan ustedes cuenta que no ha habido cambio fundamental en los armamentos desde hace más de un siglo? Me temo que ello ha sido debido a una tradición que se ha hecho demasiado conservadora. El Per­sonal de Investigación se ha dedicado demasiado tiempo a perfeccionar viejas armas en lugar de desarrollar otras nuevas. Es una suerte para noso­tros que nuestros enemigos hayan hecho lo mismo, pero no debemos suponer que será siempre así.

Las palabras de Norden dejaron una impresión de malestar, como había sido sin duda su inten­ción. Rápidamente lanzó su ataque a fondo.

—Lo que necesitamos son
nuevas
armas, armas totalmente diferentes de las que se han utilizado hasta hoy. Tales armas son posibles; se necesitará algún tiempo, naturalmente, pero desde que he tomado posesión he reemplazado algunos de los más viejos científicos por hombres jóvenes, y he dirigido la investigación hacia varios campos inex­plorados que prometen mucho. Creo, en efecto, que muy pronto seremos testigos de una revolución en los armamentos.

Nos sentíamos escépticos. Había un tono pedan­te en la voz de Norden que nos hacía recelar de sus afirmaciones. Entonces no sabíamos que nunca prometía nada que no hubiese casi perfeccionado en el laboratorio.
En el laboratorio
, esa era la fra­se clave.

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