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Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (33 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
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Él sonrió, aliviado al ver que ella adoptaba un tono más familiar.

—Sí, me gustaría tomarme una, gracias.

—¿Te importa cogerla tú mismo? Tengo que preparar la salsa.

Jeremy abrió la nevera y separó dos botellas de Coors Light del paquete de cervezas. Abrió una y luego la otra antes de ponerla delante de ella. Lexie se quedó mirando la botella y se encogió de hombros.

—Lo siento, pero es que no me gusta beber solo —se excusó él.

Jeremy levantó la botella para hacer un brindis, y Lexie lo imitó. Chocaron los cascos de las botellas sin pronunciar ni una palabra, después él se apoyó en la encimera al lado de ella y cruzó una pierna por encima de la otra.

—Sólo para que lo sepas, se me da muy bien trocear las verduras; lo digo por si necesitas ayuda.

—Lo recordaré —repuso Lexie.

Él sonrió.

—¿Cuánto hace que este lugar pertenece a tu familia?

—Mis abuelos lo compraron después de la segunda guerra mundial. En esa época ni siquiera existía una carretera en toda la isla. Tenías que conducir a través de la arena para llegar hasta aquí. Hay algunas fotos en el comedor en las que se puede apreciar cómo era este lugar en esos años.

—¿Te importa si les echo un vistazo?

—No, adelante. Yo continuaré preparándolo todo. El baño está al final del pasillo, por si te apetece asearte un poco antes de cenar. Está en la habitación de invitados, a la derecha.

Jeremy se fue hasta el comedor y examinó las fotos de la vida rústica en la isla, entonces se fijó en la maleta de Lexie cerca de la butaca. Tras dudar unos instantes, la agarró y se la llevó hasta el final del pasillo. A mano izquierda vio una habitación aireada con una enorme cama sobre un pedestal, coronada por un edredón con dibujos de conchas marinas. Las paredes estaban decoradas con fotos adicionales de la Barrera de Islas. Supuso que ésa era la habitación de Lexie y depositó la maleta justo detrás de la puerta.

Cruzó el pasillo y entró en la otra habitación. Estaba decorada con motivos náuticos, y las cortinas de color azul marino le conferían un agradable contraste con las mesitas y la cómoda de madera. Mientras se descalzaba y se quitaba los calcetines sentado en uno de los extremos de la cama, se preguntó cómo se sentiría al dormir allí esa noche, al saber que Lexie estaba sola al otro lado del pasillo.

Se dirigió al lavabo, se miró en el espejo ubicado encima del lavamanos e intentó acicalarse el pelo despeinado con las manos. Tenía la piel cubierta por una fina capa de sal y, después de lavarse las manos, se echó agua en la cara. En cuestión de segundos empezó a sentirse mejor, acto seguido regresó a la cocina y escuchó las notas melancólicas de la canción de los Beatles
Yesterday
, provenientes de una pequeña radio que descansaba en la repisa de la ventana.

—¿Seguro que no necesitas ayuda? — se ofreció él de nuevo.

Al lado de Lexie había un bol de ensalada de tamaño mediano con tomates cuarteados y olivas. Ella estaba ocupada lavando la lechuga y señaló las cebollas.

—Casi ya he terminado con la ensalada, ¿te importaría pelar las cebollas?

—Claro que no. ¿Quieres que también las corte a dados?

—No, sólo pélalas. Encontrarás un cuchillo en ese cajón de ahí abajo.

Jeremy sacó un cuchillo afilado y se afanó con las cebollas que había encima de la encimera. Por un momento, los dos trabajaron sin hablar mientras escuchaban la música. Cuando ella terminó con la lechuga y la apartó a un lado, intentó ignorar el cosquilleo que le provocaba el estar tan cerca de él. Sin embargo, no pudo evitar observarlo con el rabillo del ojo, y admirar su gracia natural, junto con un primer plano de sus caderas y de sus piernas, de sus hombros fornidos y de sus angulosos pómulos.

Jeremy cogió una cebolla pelada, sin darse cuenta de lo que ella estaba pensando.

—¿Está bien así?

—Perfecto.

—¿Seguro que no quieres que la corte a dados?

—No; si lo haces, echarás a perder la salsa, y eso es algo que jamás te perdonaría.

—Pero si todo el mundo corta las cebollas a dados. Mi madre italiana lo hace así.

—Pues yo no.

—¿Así que piensas echar esta oronda cebolla entera en la salsa?

—No, hombre. Primero la cortaré por la mitad.

—¿Me dejas que la parta, por lo menos?

—No, gracias. No me gustaría darte demasiado trabajo. — Lexie sonrió—. Y además, soy la cocinera, ¿recuerdas? Tú dedícate a observar y a aprender. De momento considérate el… pinche de cocina.

Jeremy la miró fijamente. La temperatura en la cabaña era agradable; la cara de Lexie ya no estaba sonrosada por el frío, sino que su piel mostraba un brillo fresco y natural.

—¿El pinche de cocina?

Ella se encogió de hombros.

—Mira, me parece muy bien que tu madre sea italiana, pero yo me he criado con una abuela que tenía el defecto de probar cualquier receta de cocina que cayera en sus manos.

—¿Y por eso te consideras una experta?

—Yo no, pero Doris sí que lo es, y durante mucho tiempo fui su pinche de cocina. Aprendí a través de osmosis, y ahora te toca a ti.

Jeremy cogió otra cebolla.

—Y dime, ¿por qué es tan especial esta receta? Aparte de que incluye cebollas del tamaño de una pelota de béisbol.

Lexie cogió la cebolla pelada y la partió por la mitad.

—Puesto que tu madre es italiana, estoy segura de que habrás oído hablar de los tomates de San Marzano.

—Claro. Son tomates, de San Marzano.

—Qué ingenioso. Para que te enteres, son los tomates más dulces y sabrosos que existen, especialmente en salsas. Ahora mira y aprende.

Lexie asió un cazo que había dentro del horno y lo dejó a un lado, entonces encendió el gas y colocó una cerilla en el borde de uno de los fogones. La llama azul tomó vida, y después depositó el cazo vacío encima del quemador.

—He de admitir que me estás dejando impresionado —dijo Jeremy en tono burlón, mientras terminaba de pelar la segunda cebolla y la apartaba a un lado. Agarró su cerveza y volvió a apoyarse en la encimera—. Deberías de montar tu propio programa de cocina por televisión.

Sin prestarle atención, Lexie vertió el contenido de las dos latas de tomate en el cazo, luego agregó una cucharada de mantequilla a la salsa. Jeremy echó un vistazo por encima del hombro de Lexie y vio cómo la mantequilla empezaba a derretirse.

—Muy saludable —comentó él—. Mi médico siempre me dice que de he añadir un poco de colesterol a mi dieta.

—¿Sabías que muestras una desagradable tendencia a ser sarcástico?

—Eso me han dicho —respondió él, levantando su botella—. De todas maneras, gracias por recordármelo.

—¿Has acabado de pelar la otra cebolla?

—Sí, soy un pinche de cocina la mar de eficiente —proclamó al tiempo que le pasaba la segunda cebolla.

Lexie la partió en dos y luego echó las cuatro mitades en la salsa. Removió el contenido del cazo unos instantes con una cuchara de madera y esperó hasta que la salsa empezó a hervir, después bajó el fuego.

—Muy bien. Esto es todo, de momento. Estará listo de aquí a una hora y media —anunció ella, satisfecha.

Se dirigió al fregadero y se lavó las manos. Jeremy echó otro vistazo al cazo y frunció el ceño.

—¿Ya está? ¿Sin ajo? ¿Sin sal ni pimienta? ¿Sin salchichas? ¿Sin albóndigas?

Ella sacudió enérgicamente la cabeza.

—Sólo consta de tres ingredientes. Luego coceré la pasta, la mezclaré con la salsa y le echaré parmesano fresco rallado por encima.

—Pues no es una receta muy italiana, que digamos.

—Te equivocas. Es la forma como han preparado la pasta durante cientos de años en San Marzano, que, por si no lo sabías, es una población de Italia. — Le dio la espalda para secarse las manos con un trapo de cocina—. Como nos queda tiempo, me dedicaré a limpiar todo esto antes de la cena, lo cual significa que estarás solo durante un rato.

—No te preocupes por mí. Ya pensaré en algo para no aburrirme.

—Si te apetece, puedes ducharte. Ahora mismo te traigo una toalla.

Jeremy todavía sentía la sal en el cuello y en los brazos, por lo que sólo necesitó un instante para aceptar la oferta.

—Perfecto. Una ducha me sentará de maravilla.

—Dame un minuto para que te prepare las cosas, ¿vale?

Lexie sonrió y agarró su cerveza. Después abandonó la cocina con la sensación de tener la mirada de Jeremy clavada en sus caderas, y se preguntó si él se sentía tan turbado como ella.

Al final del pasillo, abrió la puerta del armario, tomó un par de toallas y depositó una encima de la cama de Jeremy. Debajo del lavamanos del lavabo de la habitación de invitados había varios champús y una nueva pastilla de jabón, que Lexie dispuso en la repisa de la bañera. Se miró un momento en el espejo y se imaginó a Jeremy envuelto en una toalla después de tomar una ducha. La imagen le provocó cierta agitación. Lanzó un prolongado suspiro, sintiéndose como una adolescente de nuevo. Entonces escuchó la voz de él.

—¿Lexie? ¿Dónde estás?

—En el baño —respondió ella, sorprendida por el tono tranquilo de su propia voz—. Me estoy asegurando de que tienes todo lo que necesitas.

Jeremy se plantó a su espalda.

—¿Por casualidad no tendrás una maquinilla de afeitar desechable en uno de esos armarios?

—No, lo siento. Miraré en mi cuarto de baño, pero creo que…

—Oh, no te preocupes —la interrumpió al tiempo que se pasaba la mano por encima de la barbilla—. Bueno, esta noche estaré un poco desaliñado.

Lexie se dijo que no le importaba que estuviera desaliñado y, sin saber por qué, notó cómo se ruborizaba. Rápidamente se dio media vuelta para que Jeremy no se percatara de su azoramiento y empezó a ordenar los champús.

—Puedes usar el que quieras. Y recuerda que el agua caliente tarda un poco en salir, así que ten paciencia.

—De acuerdo. ¿Te importa si uso el teléfono? Tengo que hacer un par de llamadas.

Ella asintió con la cabeza.

—El teléfono está en la cocina.

Al pasar por su lado, no pudo evitar rozarlo a causa del reducido espacio que había en el cuarto de baño, y nuevamente sintió cómo él la observaba por detrás, si bien prefirió no darse la vuelta para confirmar sus sospechas.

En lugar de eso, Lexie se dirigió a su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella, sintiéndose avergonzada por los pensamientos tan ridículos que la asaltaban. No había pasado nada, y no sucedería nada, se dijo una y otra vez. Cerró la puerta con llave, con la esperanza de que su acción fuera suficientemente simbólica como para bloquear sus pensamientos. Y funcionó, al menos durante unos instantes, hasta que vio su maleta, la que Jeremy había traído unos minutos antes.

Al pensar que él había estado en su habitación, se puso todavía más nerviosa, interpretándolo como un anticipo de lo que podría suceder. Cerró los ojos e intentó mantener la mente en blanco, pero al final no le quedó más remedio que aceptar que se había estado engañando a sí misma durante todo ese tiempo.

Jeremy regresó a la cocina después de la ducha tonificante y olió el delicioso aroma de la salsa que se cocía lentamente en el fuego. Apuró la cerveza, encontró el cubo de basura debajo del fregadero y tiró la botella, luego sacó otra de la nevera. En el estante inferior divisó un trozo de parmesano fresco y un bote de olivas Amfiso sin abrir, y por unos momentos tuvo la tentación de abrir el bote y tomar una, pero se contuvo.

Localizó el teléfono, marcó el número de la oficina de Nate y la secretaria lo pasó inmediatamente con el jefe. Durante los primeros veinte segundos, tuvo que mantener el aparato alejado de la oreja para no oír todo el sermón airado de Nate, pero cuando finalmente éste se calmó, reaccionó positivamente ante la sugerencia de Jeremy de mantener una reunión la semana siguiente. Jeremy concluyó la llamada con la promesa de que volvería a llamarlo a la mañana siguiente.

Con Alvin, sin embargo, no tuvo suerte. Después de marcar su número, escuchó el contestador del buzón de voz. Entonces esperó un minuto, volvió a intentarlo y de nuevo apareció el contestador. El reloj de la cocina marcaba casi las seis, y Jeremy imaginó que en esos momentos Alvin debía de estar probablemente conduciendo en dirección a Boone Creek. Deseó poder hablar con él antes de que su amigo saliera a cenar.

Sin nada más por hacer y con Lexie todavía fuera de vista, Jeremy decidió salir al porche que había en la parte trasera de la cabaña. El frío empezaba a ser más que notable. El gélido viento soplaba con fuerza, y a pesar de que no podía ver el océano, le llegaba el rumor de las olas. Se sintió acunado por esa grácil cadencia hasta que prácticamente entró en un estado de trance.

Al cabo de un rato regresó a la sala de estar, que ahora se encontraba prácticamente a oscuras. Echó un vistazo al pasillo y vio un pequeño halo de luz por debajo de la puerta de la habitación de Lexie. Sin saber qué hacer a continuación, encendió una lamparita que había cerca de la chimenea. La estancia se inundó de sombras, y Jeremy se dedicó a ojear los libros apilados encima del mantel hasta que se acordó de la libreta de Doris. Con las prisas por llegar hasta allí, se había olvidado por completo de ese material. Abrió su bolsa de viaje, cogió la libreta y se acomodó en la butaca. Al sentarse, notó cómo la tensión que sentía en los hombros desde hacía muchas horas se desvanecía lentamente.

En esos instantes lo invadió una fantástica sensación de placer, y pensó que la vida debería ser siempre así.

Un poco antes, cuando Lexie oyó que Jeremy cerraba la puerta de la habitación de invitados, se acercó a la ventana y tomó un trago de su cerveza, contenta de tener algo con que calmar sus nervios.

Los dos habían mantenido una conversación superficial en la cocina, manteniendo la distancia para no sentirse incómodos. Sabía que debería continuar comportándose de ese modo cuando saliera de la habitación, pero mientras dejaba la botella de cerveza a un lado, se dio cuenta de que ya no deseaba continuar manteniendo la distancia.

A pesar de que era consciente de los riesgos, la forma de comportarse de Jeremy la había seducido —la sorpresa al verlo caminar por la playa hacia ella, su sonrisa fácil y su pelo despeinado, la mirada nerviosa y traviesa—; en esos instantes, él se había comportado al mismo tiempo como el hombre que ella conocía y como el hombre que aún no conocía. Aunque se negó a admitirlo en ese momento, ahora se daba cuenta de que ansiaba conocer la parte de él que todavía permanecía oculta, fuera lo que fuese, sin temor a lo que pudiera descubrir.

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