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Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (39 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
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Lo que no esperaba era que lo tratara como si fuera un paria, o que Lexie actuara como si no hubiera sucedido nada entre ellos dos, o que se comportara como si creyera que la noche anterior había sido un craso error.

Jeremy contempló la pila de diarios sobre la mesa mientras se disponía a sentarse. Empezó a separar los que ya había ojeado de los que todavía no había tocado; le quedaban cuatro por revisar. Hasta ese momento, ninguno de esos materiales le había resultado particularmente práctico; en dos de ellos se mencionaban funerales familiares que habían sido oficiados en Cedar Creek. Finalmente abrió uno de los que todavía no había examinado. En lugar de leerlo desde la primera línea, se apoyó en la silla y ojeó pasajes de forma aleatoria, intentando determinar si la joven propietaria del diario, una adolescente llamada Anne Dempsey, escribía sobre ella o sobre el pueblo. Narraba acontecimientos desde 1912 hasta 1915, y la mayoría de las notas eran una relación personal de su vida diaria durante ese período: quién le gustaba, qué comía, lo que pensaba acerca de sus padres y sus amigos, y la confirmación de que nadie parecía comprenderla. Si había algo remarcable en Anne era que sus angustias y preocupaciones eran las mismas que las de cualquier adolescente de hoy en día. Aunque le pareció interesante, Jeremy lo apartó a un lado, junto con los otros diarios que ya había leído.

Los siguientes dos diarios que examinó —ambos escritos durante la década de 1920— contenían también relatos muy personales. Un pescador escribía sobre las mareas y la pesca con una minuciosidad casi enfermiza; el segundo, escrito por una maestra locuaz llamada Glenara, describía la relación que había mantenido con un médico no residente, así como lo que opinaba sobre sus alumnos y la gente que conocía en el pueblo. Además, el diario contenía un par de entradas sobre los eventos sociales en la localidad, que parecían consistir mayoritariamente en contemplar los veleros que pasaban por el río Pamlico, ir a misa, jugar al
bridge
, y pasear por Main Street los sábados por la tarde. No vio ninguna mención a Cedar Creek.

Jeremy esperaba que el último diario fuera también una pérdida de tiempo, pero sabía que si no le echaba un vistazo, entonces no tendría ninguna excusa para quedarse allí, y no podía imaginar el hecho de abandonar la biblioteca sin intentar hablar con Lexie de nuevo, aunque sólo fuera para mantener las líneas de comunicación abiertas. El día anterior habría sido capaz de comentarle cualquier cosa que le viniera en mente, pero el reciente enfriamiento en su relación, combinado con el estado alterado de Lexie, hacía imposible imaginar exactamente qué era lo que debía decir o cómo debía actuar.

¿Qué era lo más apropiado? ¿Mantenerse distante? ¿Intentar hablar con ella, incluso siendo plenamente consciente de que Lexie estaba intentando buscar un motivo para enzarzarse en una pelea con él? ¿O simular que ni se había dado cuenta de su actitud y pensar que ella todavía deseaba averiguar el motivo que originaba las luces misteriosas? ¿Debía invitarla a cenar, o simplemente abrazarla?

Ese era el problema en las relaciones amorosas cuando las emociones empezaban a enturbiar las aguas. Parecía como si Lexie esperara que él hiciera o dijera exactamente lo que ella deseaba, fuera lo que fuese. Y eso, pensó Jeremy, no era justo.

Sí, la amaba. Y sí, se sentía preocupado por el futuro de esa relación. Pero por más que él intentara encontrar el sentido a las cosas, ella actuaba como si estuviera dispuesta a echarlo todo por la borda. Jeremy reflexionó nuevamente sobre la conversación que habían mantenido.

«Si tienes tiempo, podrías pasar a verla antes de marcharte…», en lugar de «podríamos pasar a verla…».

¿Y su comentario final?

«Claro. Porque somos amigos.»

Jeremy tuvo que morderse la lengua para no contestar algo fuera de tono. ¿Amigos? Estuvo a punto de soltarle: «Después de ayer por la noche, ¿todo lo que se te ocurre decir es que somos amigos? ¿Eso es todo lo que represento para ti?».

No se trataba del modo en que uno se dirigía a la persona que amaba. Tampoco era la forma en que uno trataba a alguien que deseaba ver nuevamente, y cuanto más pensaba en ello, más ganas sentía de responder a su provocación. ¿Quieres echarte atrás? Yo también puedo hacerlo. ¿Quieres pelea? Vamos, adelante, aquí estoy. Después de todo, tenía la absoluta certeza de que no había hecho nada malo. Él era tan culpable de lo que había sucedido la noche anterior como ella. Había intentado decirle lo que sentía por ella, mas Lexie no parecía querer escucharlo. Él le había prometido que pondría toda la carne en el asador para intentar que esa relación funcionara; en cambio, ella parecía no tomarse la cosa en serio. Y al final, era ella la que lo había conducido hasta su habitación, y no al revés.

Jeremy clavó la vista en la ventana, con los labios prietos. No, pensó, se acabó jugar según las reglas de Lexie. Si ella quería hablar con él, perfecto. Pero si no…, bueno, entonces, sería el final de la historia. Se dijo a sí mismo que no podía hacer nada más. No podía arrastrarse hasta sus pies y rogarle que no lo abandonara, así que lo que sucediera a partir de ese momento dependía de Lexie. Ella sabía dónde encontrarlo. Decidió que se marcharía de la biblioteca tan pronto como acabara de ojear el último diario, y que se iría al Greenleaf. Quizás entonces Lexie tendría la oportunidad de analizar lo que realmente quería, y al mismo tiempo le daría a entender que él no estaba dispuesto a soportar más malos tratos.

Tan pronto como Jeremy se marchó de su despacho, Lexie se maldijo a sí misma por no haber sido capaz de controlar la situación de una forma más apropiada. Había pensado que pasar un rato con Doris la ayudaría a esclarecer las ideas, pero todo lo que había hecho era postergar lo inevitable. Y después, Jeremy había aparecido por la biblioteca tan tranquilo, actuando como si nada hubiera cambiado, como si nada fuera a cambiar al día siguiente, como si él no fuera a marcharse.

Sí, sabía que él se marcharía, que la dejaría igual que hizo el señor sabelotodo, pero el cuento de hadas que él había iniciado la noche anterior continuaba vivo, alimentando fantasías en las que la gente vivía feliz para siempre. Si Jeremy había sido capaz de encontrarla en la playa, si había demostrado el suficiente coraje para decir las cosas que le había confesado, ¿no podía encontrar un motivo para quedarse?

En el fondo Lexie era consciente de que Jeremy albergaba la esperanza de que ella se marchara a Nueva York con él, pero no lograba entender el porqué. ¿Acaso Jeremy no comprendía que a ella no le importaba ni el dinero ni la fama, ni le atraía salir de compras ni ir al teatro ni poder comprar comida Thai a horas intempestivas? La vida no eran esas cosas. La vida consistía en poder pasar tiempo juntos, en disponer de tiempo para pasear juntos cogidos de la mano, en poder charlar distendidamente mientras contemplaban el atardecer. No era glamuroso, pero era, en muchos aspectos, lo mejor que la vida podía ofrecer. Un viejo dicho lo confirmaba: Nadie jamás, en su lecho de muerte, se había lamentado de no haber trabajado más, ni de no haber pasado menos tiempo saboreando un plácido atardecer o en compañía de la familia.

No era tan inocente como para negar que la cultura moderna ofrecía sus propias tentaciones. Ser famoso y rico y guapo y asistir a fiestas exclusivas: «Sólo eso te hará feliz». En su opinión, no era más que una sarta de mentiras, la canción de los desesperados. Si no, ¿por qué había tanta gente rica, famosa y guapa enganchada a las drogas? ¿Por qué eran incapaces de mantener una vida feliz en matrimonio? ¿Por qué siempre tenían líos con la justicia? ¿Por qué parecían tan infelices cuando no estaban bajo la luz de los focos?

Sospechaba que Jeremy se sentía seducido por ese mundo particular, aunque se negara a admitirlo. Lo supo desde el primer momento en que lo vio, y se dijo a sí misma que no se dejaría arrastrar por sus sentimientos hacia él. Sin embargo, ahora se lamentaba de la forma en que se había comportado hacía un rato.

No estaba lista para recibirlo cuando él había aparecido por su despacho, pero pensó que lo mejor habría sido ser franca y decírselo a la cara, en lugar de mantener la distancia entre Jeremy y ella y negar que algo iba mal. Sí, debería de haber controlado la situación de una forma más civilizada. A pesar de sus diferencias, era lo mínimo que Jeremy se merecía.

«Amigos —pensó él de nuevo—. Porque somos amigos.»

Todavía le escocía la forma en que lo había dicho, y mientras daba golpecitos con el bolígrafo contra la libreta distraídamente, Jeremy sacudió la cabeza. Tenía que acabar con esa historia. Realizó unos movimientos circulares con los hombros para relajar la tensión, tomó el último diario e intentó erguir la espalda en la silla. Después de abrirlo, sólo necesitó un par de segundos para confirmar que ése era distinto a los demás.

En lugar de pasajes cortos y personales, el diario consistía en una colección de ensayos escritos entre 1955 y 1962, todos con título y fecha. El primero se refería a la construcción del edificio de la iglesia episcopal de Saint Richard en 1859 y a cómo, mientras realizaban las excavaciones oportunas, encontraron los restos de lo que parecía un antiguo poblado indio Lumbee. El ensayo abarcaba tres páginas e iba seguido de otro ensayo acerca de la suerte que había corrido la curtiduría de McTauten, erigida a la orilla de Boone Creek en 1794. El tercer ensayo, que hizo que Jeremy abriera los ojos desmesuradamente, presentaba la opinión del escritor sobre lo que realmente les había sucedido a los pioneros en Roanoke Island en 1857.

Jeremy recordó vagamente que uno de los diarios pertenecía a un historiador no profesional y comenzó a pasar las páginas más rápidamente…, leyendo los títulos de los ensayos/buscando en los artículos algo obvio…, pasando las páginas con gran celeridad…, leyendo en vertical…, intentando identificar palabras clave…, y de repente se detuvo, al constatar que había visto algo interesante. Volvió a retroceder algunas páginas. Entonces se quedó helado.

Se acomodó en la silla y parpadeó varias veces mientras movía los dedos por encima de la página.

Solución al misterio de las luces en el cementerio de Cedar Creek

A lo largo de los años, algunos residentes de nuestra localidad han afirmado que existen fantasmas en el cementerio de Cedar Creek, y hace tres años se publicó un artículo sobre el fenómeno en el periódico
Journal of the South
. Si bien el artículo no ofrecía ninguna solución, después de llevar a cabo mis propias investigaciones, creo que he hallado la clave del misterio sobre las luces que aparecen únicamente en determinados momentos.

De entrada quiero confirmar que no hay fantasmas. En lugar de eso, se trata de las luces de la fábrica de papel Henrickson, influidas por el tren cuando pasa por encima del puente de caballetes, la ubicación de Riker's Hill, y las fases de la luna.

Mientras Jeremy continuaba leyendo, se quedó atónito. A pesar de que no había buscado una explicación de por qué se hundía el cementerio —sin la cual las luces probablemente no serían visibles—, la conclusión del escritor era prácticamente la misma que la de Jeremy.

El escritor, fuera quien fuese, había dado en el clavo casi cuarenta años atrás.

Cuarenta años…

Jeremy marcó la página con un pedazo de papel que arrancó de su libreta y pasó las páginas hasta llegar a la cubierta del diario, buscando el nombre del autor, recordando la primera conversación que mantuvo con el alcalde. Entonces todas sus sospechas se desvanecieron, y la última pieza en el rompecabezas encajó.

Owen Gherkin.

El diario lo había escrito el padre del alcalde, quien, según el propio alcalde, «lo sabía todo sobre esta localidad»; quien supo comprender el motivo que originaba las luces; quien indudablemente se lo contó a su hijo; quien, por consiguiente, sabía que no había nada de sobrenatural en el tema de las luces, pero prefería actuar como si lo hubiera. Lo cual significaba que el alcalde había estado mintiendo durante todo el tiempo, con la esperanza de usar a Jeremy como cebo para atraer a un montón de visitantes curiosos.

Y Lexie…

La bibliotecaria, la mujer que le había dado pistas de que quizá podría encontrar las respuestas que buscaba en los diarios. Lo cual significaba que ella había leído el ensayo de Owen Gherkin. Lo cual significaba que ella también había estado mintiendo, prefiriendo jugar a la misma farsa del alcalde.

Se preguntó cuántos más en la localidad sabían la respuesta. ¿Doris? Quizá, pensó. No, mejor dicho, ella tenía que saberlo. En su primera conversación, le había dicho clara y llanamente que las luces no eran fantasmas. Pero al igual que el alcalde y Lexie, no había especificado lo que eran realmente, aun cuando seguramente lo sabía.

Y eso significaba… que toda la historia —la carta, la investigación, la fiesta— no había sido más que una broma pesada, una broma pesada dirigida a él.

Y ahora Lexie había tirado la toalla, pero no hasta que le había contado la historia de cuando Doris la llevó al cementerio a presenciar los espíritus de sus padres, y ese cuento agridulce acerca de cómo sus padres habían querido conocerlo.

¿Era una coincidencia, o acaso estaba todo planeado? Y ahora, el modo en que ella se estaba comportando… Como si quisiera que él se marchara, como si no sintiera nada por él, como si hubiera sabido lo que iba a suceder… ¿Todo, absolutamente todo había estado planeado? Y si así era, ¿por qué?

Jeremy agarró el diario y se dirigió al despacho de Lexie con la determinación de obtener algunas respuestas. Ni siquiera se dio cuenta del portazo que dio al abandonar la sala de los originales; ni tampoco de las caras de los voluntarios que se volvieron para mirarlo. La puerta de Lexie estaba entreabierta, y Jeremy la abrió del todo con un fuerte empujón antes de entrar en el despacho.

Todas las pilas de libros y papeles estaban ocultas, y Lexie sostenía en las manos un limpiador de polvo en aerosol y una gamuza, con la que estaba sacando brillo al tablero de la mesa. Levantó la vista cuando Jeremy elevó el diario.

—Ah, hola —lo saludó esforzándose por sonreír—. Casi ya he acabado con esta habitación.

Jeremy la miró fijamente.

—No hace falta que sigas actuando —anunció él.

Incluso desde el otro extremo de la habitación, ella pudo notar su ira, e instintivamente se aderezó un mechón de pelo detrás de la oreja.

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