—¿Sugieres que su nivel tecnológico es inferior al nuestro? ¿Inferior? Yo suponía que era superior…
—Amigo Radamanto —dijo Sabueso—, si llegaras por primera vez de un ámbito más primitivo y entraras en la Ecumene Dorada, ¿cuál es la primerísima ventaja tecnológica de que te adueñarías?
Faetón miró a Dafne. Quizá estaba pensando en el pasado de ella.
—Lo corrompimos, en efecto —dijo—. Scaramouche compró una cuenta de inmortalidad numénica, ¿verdad?
—Y supongamos que eres un espía alienígena —continuó Sabueso—. No podrías enviar tu información cerebral a ningún sofotec de la Ecumene Dorada ni a ninguno de nuestros bancos mentales. ¿Adonde lo enviarías? ¿A qué sofotec dirigirías la emisión?
Faetón miró a un lado y a otro.
—Hay algo realmente horrible en vosotros, Mente Bélica, Sabueso, Atkins. Acabáis de dispararle a un hombre inocente sin previo aviso.
—Si un policía debe disparar a través de un rehén para atacar a un delincuente que se oculta en su mente, ¿quién es el culpable? —preguntó Sabueso—. ¿El policía, o el delincuente que deliberadamente puso al rehén en peligro?
Atkins palmeó a Faetón en el hombro.
—Creo que necesitas recargar algunos realces de inteligencia. Quizá estés cansado. ¡Mente Bélica! Explica a nuestro flamante recluta lo que ha pasado con Shopworthy.
—Shopworthy ignora lo que sucedió. Actualmente se recupera en la sucursal de Orfeo del biobanco de la inmortalidad numénica, en Alaska.
Atkins miró el horizonte del este. Aún no había indicios de luz, pero había un olor a alborada en la noche. En la costa cercana, las aves empezaron a cantar, y pronto el aire se pobló de trinos.
—Amanece —dijo Atkins.
—¡Es refrescante! —dijo Dafne—. ¡Siempre he amado el alba! Un momento de esperanza, ¿verdad? Y realmente derrotaremos a esas criaturas, ¿cierto? Esos monstruos…
—En realidad —dijo Atkins—, pensaba que deberíamos ponernos a cubierto. No creo que un satélite o remoto espía meramente pasivo enviado desde la nave estelar enemiga pueda vernos en la oscuridad, a menos que se arriesgue a emitir una señal que rebote en nosotros. Pero en cuanto despunte el sol, el enemigo puede tener magnificación o resolución suficiente para obtener una imagen nuestra aun desde más allá de Marte, si su antena tiene tamaño y resolución suficientes.
Dafne miró aprensivamente el cielo nocturno.
—En cuanto a nuestro plan —continuó Atkins—, creo que Faetón debe continuar con la farsa que iniciamos aquí. Si él encara públicamente a los Exhortadores y demuestra su inocencia, pondrá al enemigo sobre aviso. Así, sin ayuda visible de nadie, él debe establecer contacto con los neptunianos, lograr que lo contraten y regresar a su nave. Una vez que Faetón esté a bordo, el enemigo tendrá que ir a él. Hasta ahora, cada vez que han actuado intentaron adueñarse de la armadura.
—Sin la armadura para controlar las jerarquías de la mente de la nave —dijo Faetón—, es peligroso o imposible viajar a velocidades cuasilumínicas. Pero, ¿por qué quieren mi nave?
—No estoy seguro, pero me propongo averiguarlo. Luego podremos seguir los dos vectores de señales y ver dónde se intersectan. Si la nave enemiga aguarda en el espacio, sólo otra nave estelar tendrá velocidad suficiente para acercársele, en caso de que huya. Mente Bélica…
Un menú más pequeño apareció junto a la imagen de la armadura ensangrentada, mostrando latitudes y ascensiones correctas.
—Éstas son las direcciones en que viajaron las dos señales.
—Calcula la intercepción.
El almanaque de Faetón era sumamente rápido y preciso, y los circuitos que usaba no era muy diferentes de aquéllos en que estaban encastrados los sofotecs, ni mucho más lentos. Por tanto, fue Faetón quien respondió primero:
—A unos sesenta grados de Júpiter, a unas cinco UA de distancia, pues Júpiter está ahora en su apogeo. Eso significa que está en medio del enjambre urbano troyano. A menos que pongan una nave estelar en medio de una zona sumamente poblada y transitada, sólo hemos hallado un retransmisor o un lugarteniente.
—Eso no es bueno. Significa que tenemos que rastrear la línea de mando hasta el próximo nivel superior, o tomar medidas para que los superiores salgan de su escondrijo —dijo Atkins—. El enemigo sospechará cuando no tenga noticias de sus lugartenientes. Necesitamos un señuelo que el enemigo no pueda resistir.
A Faetón no le gustó el modo en que lo miraba Atkins.
—Estás bromeando —le dijo.
—En cuanto te hayamos alistado, y te hayamos descargado algunas rutinas de entrenamiento básico, estaremos preparados para ir.
—Imposible —dijo Faetón, irguiéndose—. Puedo colaborar de buen grado contigo, como un hombre libre con otro, pero no me pondré bajo las órdenes de nadie.
—Quizá el mariscal Atkins sea demasiado cortés para recordarte que te está extorsionando —dijo Sabueso—. Si no te alistas, irás a juicio por traición. Si te alistas, tendrás acceso al circuito de inmortalidad numénica militar, que no es controlado por Orfeo ni los Exhortadores.
Atkins miró a Sabueso de soslayo.
—En realidad, pensaba apelar a su sentido del deber y el patriotismo, y señalar que un comando dividido es pésima idea.
Faetón se cruzó los brazos sobre el pecho y suspiró. Sólo sentía fatiga. Fatiga en el cuerpo, en la mente y en el alma. Estaba harto de ser manipulado, obligado y coaccionado. Pensaba que había algún error, algún traspié obvio en el plan de extorsión de Atkins, pero su cerebro cansado no atinaba a descubrirlo.
Estudió a Dafne, quien miraba el horizonte con una sonrisa soñadora. Su voz la despertó.
—¡Dafne!
Ella volvió hacia él sus ojos luminosos.
—¿Sí? ¿Qué necesitas, amor?
—Estoy realmente cansado, mi cerebro actúa estúpidamente, y no tengo ni la más microscópica idea de qué hacer.
—¿Quieres que haga algo al respecto, amor? —preguntó ella con aire divertido.
Él extendió las manos como para mostrar que estaban vacías.
—Estás aquí para rescatarme. Se me han agotado las ideas. Rescátame pues —dijo con ironía, como si se tratara de un desafío.
Dafne sonrió ampliamente, como si estuviera muy complacida.
—Escucha a tu pequeña esposa, querido —le dijo—, y toma nota, porque quizá te tome examen sobre esto. ¿Preparado? Atkins trata de azuzar a su mulo (ése eres tú, querido) con una zanahoria y un látigo. El látigo es la acusación de traición. La zanahoria es el circuito de inmortalidad numénica. Pero su zanahoria no sirve. —Se inclinó hacia delante, los ojos relucientes de deleite, y dijo—: Si me hubieras escuchado antes, habrías sabido que Aureliano Sofotec me reveló en el Taj Mahal que ese lector noético que llevas se puede configurar no sólo para leer, sino para grabar. Tiene una capacidad de almacenaje casi infinita, ¿recuerdas? La lectura noética y el almacenaje numénico son dos aspectos de la misma tecnología, ¿recuerdas? Necesitarías un sofotec para operarla durante el proceso de almacenaje de las grabaciones, así como cualquier otro circuito de inmortalidad numénica, y Aureliano dice que puede prestarte ese servicio. Sólo tienes que conectarte con la Mentalidad, invocar a la mansión de Aureliano como tu proveedor de filtro sensorial, y puede hacer una copia de seguridad de ti ahora mismo.
—¡Orfeo tiene la patente de esa tecnología! —exclamó Faetón—. ¡Aureliano no puede robarla!
—Orfeo no elaboró esta máquina. No es su diseño. Hace lo mismo, pero, ¿y qué? El hombre que tenía la patente para el motor de vapor para trenes no pudo detener a los hombres que fabricaron el motor de combustión interna para el automóvil.
—¡Aureliano será desterrado si me ayuda!
Dafne sonrió aún más.
—Le dije lo mismo en el Taj Mahal. ¿Sabes qué me respondió?
—¿Qué?
—Sólo sonrió y dijo: «Que lo intenten». ¿Y sabes qué? Tenía ese aire que pones tú, ese mismo aire, cuando dices cosas así.
Él la miró de soslayo, irritado.
—¿A qué aire te refieres?
—Lo tendrás en un instante. Porque he quitado la zanahoria de la mano de Atkins, pero no he podido quitarle el látigo. ¿Recuerdas lo que te han dicho? Se supone que debes permanecer siempre fiel a tu carácter. Y tu carácter es muy, muy empecinado. Haz lo que haces siempre.
Faetón puso cara de desconcierto. Dafne revolvió los ojos con impaciencia.
—¡Venga! Sólo di a las fuerzas armadas que se vayan al cuerno, tal como hiciste con los Exhortadores, tu padre, Ao Aoen, los Caritativos, los demás Pares, Ironjoy, los monstruos silentes y todos los que han tratado de cerrarte el paso. —Con otra sonrisa, añadió—: No puede manejarte, amor. Atkins tendrá más testosterona, pero tú tienes más seso.
Faetón cabeceó con aire pensativo.
—Al menos, tengo una aptitud de la que él no puede prescindir. Y no puede arrestarme en secreto, porque no puede infringir las leyes. Y tampoco puede consentir que mi arresto se conozca.
Con gran dignidad, Faetón se volvió hacia Atkins.
—Mariscal Atkins, en referencia a tu insinuación de que los poderes militares, el Parlamento y los tribunales de la ley ecuménica me castigarán por traición y me ejecutarán si no me someto a tu extorsión, sólo te respondo esto: que lo intenten.
En ese momento, la rápida alborada ecuatorial irradió desde el este un rayo de luz que tocó a Faetón, destellando en su armadura indestructible, destacando su expresión desafiante.
Dafne asintió dichosamente.
—Ese aire. Justo así.
Alzó la mano para grabar la imagen en su sortija.
Faetón revoloteaba en el aire sobre la tienda mental. Ironjoy recorría la cubierta arrasada por las explosiones, mirando de aquí para allá. Ninguna expresión alteraba sus rasgos inmóviles. La cubierta estaba desierta.
Faetón podía mantener su posición de vuelo porque el dispositivo de levitación, que había descendido desde la órbita para aproximarse a la India, estaba a distancia suficiente para que el arnés volante que había construido dentro de su armadura pudiera utilizarlo.
—No considero que nuestro contrato se haya cumplido de forma satisfactoria —dijo Ironjoy—. Específicamente, prometiste devolverme mi tienda intacta (noto que ha sido pulverizada por descargas de energía pesada) y mi personal indemne (noto que está ausente). Sospecho que te has topado con cierto dinero, o que has hecho algún otro arreglo para partir. Llego a la conclusión de que, si optara por entablar pleito por la ruptura de este contrato, e insistiera en el cumplimiento específico de los términos que acordamos, tus planes de partida sufrirían un considerable trastorno. He aprendido a tener gran respeto por el poder del derecho ecuménico para imponer obediencia.
Faetón tenía que ser cuidadoso con su dinero. Madre-del-Mar disponía de una cápsula de carga, una de las muchas que poseía cuando efectuaba lanzamientos regulares a Venus. Notor-Kotok había comprado el uso de un cañón orbital a un desviacionista dispuesto a desafiar a los Exhortadores. Faetón podía ajusfar el cuerpo para soportar la inmensa presión de lanzamiento que de otro modo tornaba la cápsula totalmente inadecuada para transportar un cuerpo humano; podía adaptar su cerebro para dormir durante la larga caída hacia el Sol.
Como la órbita planeada iba hacia el Sol, «cuesta abajo», como decían los viejos veteranos del espacio, el coste en combustible (que se usaría casi todo en el despegue) sería reducido.
Reducido para las pautas de la navegación espacial. Los ingresos de Faetón por su patente del traje volante no eran enormes, y sólo recibiría la paga de los neptunianos (que consistía principalmente en comprar el resto de su deuda a Vafnir, para adquirir un título libre de cargas) cuando llegara a la Estación Equilateral de Mercurio. No disponía de mucho margen.
Las negociaciones fueron breves, y poco favorables para Faetón.
Ironjoy juzgó atinadamente la renuencia de Faetón, o quizá el tapiz de Deméter había grabado las conversaciones que Faetón había entablado menos de una hora atrás con Notor-Kotok y los neptunianos, y sabía cuánto dinero tenía Faetón para gastar. O quizá era sólo que Ironjoy tenía mucha más práctica que Faetón en regatear sin asesoramiento sofotec.
Al final, Ironjoy tuvo más que suficiente para poner su tienda en funcionamiento. Faetón se sentía disgustado consigo mismo por permitir que ese villano volviera a ser amo y señor de los desdichados adictos y desesperados que pudieran caer en sus manos. Pero había poco que él pudiera hacer.
—Los archivos y espacios cerebrales que no han sido destruidos —dijo Faetón— todavía están en orden, y los he limpiado y reconectado, restaurando tus buscadores y modificando las jerarquías de tu mandil para liberar varios cientos de ciclos operativos de espacio de memoria. —Transmitió los códigos y autorizaciones, devolviendo a Ironjoy el control de la tienda—. Si no queda nada pendiente…
Faetón se dispuso a partir. Tenía una cita con la Composición Belígera. El dirigible de Belígero lo llevaría de vuelta al lago Victoria, donde podría ascender por la infinita torre (si podía encontrar pasaje, quizá en disfraz de mascarada) y tratar de llegar al sector de la ciudad anular donde estaba almacenada la cápsula de cargamento de Madre-del-Mar.
—Queda algo, una cosa muy breve —dijo Ironjoy—. Te agradecería que no abarrotes el espacio de mi tienda con tus mensajes.
—Mensajes… —repitió distraídamente Faetón. Entonces recordó que había dejado su programa secretario, y no había pensado en buscar mensajes desde su última sesión con los neptunianos—. Un descuido. ¿Puedes enviarlos al canal interno de mi armadura?
—Por un módico honorario.
—Parece bastante descortés, teniendo en cuenta que…
Ironjoy alzó las cuatro manos al cielo, un gesto extraño pero alarmante.
—¡Descortés! ¡Has arruinado mis pensamientos, mis esperanzas y mi vida! Una vida patética, para las pautas de un señorial, una vida cruel y mezquina, pero era mía y era la única que tenía. Se han llevado a los floteros a un cementerio de chatarra, detrás de un jardín de placeres Rojo, y yo no estaré allí para protegerlos de sus excesos de autocomplacencia, ni para cuidar a los enfermos y viejos. Allá no hay trabajo para ellos; aquí no hay nada para mí. Aunque lanzaran otra tanda de floteros, he perdido mi perseverancia para el trabajo, mi talento para imponer obediencia y temor. Tu vil Curia y sus trucos mentales se han encargado de ello. He visto mi vida por los ojos de otros y he sentido repugnancia. —Bajó las manos, murmurando—: Ojalá algún poder me otorgara este don: nunca verme de nuevo como otros me ven.