Fianna - Novelas de Tribu

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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

BOOK: Fianna - Novelas de Tribu
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A pesar de las dos demoledoras derrotas sufridas en sendos enfrentamientos, tanto físicos como espirituales, en el este de Europa, los defensores de Gaia no se rinden. En la Novela de Tribu: Fianna, el Ragabash conocido como “Camina tras la Verdad” no está dispuesto a permitir que “Arkady, Colmillo Plateado” corrompido por el Wyrm desaparezca así como así pero, ¿hasta dónde tendrá que llegar para encontrar al Colmillo Plateado descarriado? Y, ¿qué precio tendrá que pagar?

Eric Griffin

Fianna

Novelas de Tribu

ePUB v1.0

Ukyo
05.04.12

Título: Novela de Tribu: Fianna

Autor/es: Eric Griffin

Traducción: Manuel de los Reyes

Edición: 1ª ed.

Fecha Edición: 2002

La Factoría de Ideas

Para James,

Contra el día en que se encuentre,

como les ocurre a todos los hombres, cansado,

y sin saber cuál es el camino de vuelta a casa.

En cierta ocasión, mientras los Fianna descansaban tras la persecución, surgió entre ellos un debate acerca de cuál era el mejor sonido del mundo. Cada uno de los campeones describió sus preferencias: el choque de la lanza contra el escudo, el chapoteo de un venado en el agua, el aullido de una manada en armonía, la risa de una muchacha despreocupada, el susurro de quien se ha conmovido
.

—Buenos sonidos, todos ellos —dijo Fionn.

—Cuéntenos, jefe —aventuró Oisin—, ¿qué opináis?

—La música de lo que ocurre —repuso el gran Fionn—, ése es el mejor sonido del mundo.

~ El ciclo feniano

Capítulo uno

Stuart se alejó de la línea de árboles, igual que un venado en estampida, y patinó hasta detenerse al borde de la carretera, levantando una estela de polvo y grava. Ya había comenzado a cambiar, sus agudos sentidos escrutaban la periferia en busca de señales de testigos o de tráfico que se aproximaran, sin esperar descubrir nada, en realidad. Se enderezó, tras haber mudado su abrigo de lobo, mientras se acercaba al aprisco. A casa.

Sus pisadas crujían amplificadas en el silencio del anochecer. Sonaban ansiosas y fuera de lugar, como si no reconocieran su entorno tras la prolongada ausencia. Stuart empujó aquellas preocupaciones al fondo de su mente. Tras cruzar la carretera, apoyó una mano en lo alto de la puerta y saltó por encima sin esfuerzo, como hiciera cuando era un crío.

Colum salió a su encuentro a medio camino del sendero. Su caminar era pausado, su escopeta pendía lasa de un brazo. Ni su rostro ni su voz denotaron alborozo por el regreso del muchacho.

—Stuart.

—Papá, qué alegría que estés aquí. No he visto el camión y me temí que te hubieses marchado a la ciudad. Me…

—El camión se lo ha llevado Ellen. Se ha ido al cine. Le va a dar mucha rabia el no haberte visto. —Por su tono, resultaba obvio que él no compartía ese sentimiento.

Stuart intentó asimilar el hecho de que Ellen estuviera conduciendo. Cuando se marchó, ella no debía de tener más de… Escarbó en su memoria, pero no pudo precisar la edad exacta. Aquello le molestó. Se apresuró a camuflar su sonrojo.

—Papá, escucha, necesito tu ayuda. Hay un…

—Tu madre está bien, gracias por preguntar. —La voz de Colum era dura, resentida—. Te echa muchísimo de menos. No deja de hablar de su hijo, el periodista.

—Qué bien —musitó Stuart, incómodo—. Pero escucha. Me gustaría que ésta fuese una visita de cortesía, pero se trata de algo muy importante. He…

—Cuando un muchacho se deja caer por aquí, se interesa por su madre. Venga, vamos. Pista. —Colum hizo un gesto con la culata de la escopeta.

—Pero papá, me… olvídalo. No se hable más. —Stuart se giró y se despidió con la mano, enfadado—. No sé ni para qué he venido. Sabes, tampoco es que me hagas ninguna falta. Maldita sea, sabía que esto iba a ocurrir. Es siempre lo mismo. Cada vez que intento…

—¿Colum? ¿Con quién estás hablando ahí afuera? ¡Ahí de pie, en la calle! ¿Y eso?

—Ya se marcha, Margaret. Vuelve dentro, yo me ocupo de esto. —La luz de la luna se reflejó en el metal del arma.

—¡Stuart! —exclamó Margaret a través de la puerta con rejilla, antes de bajar los escalones de la entrada envuelta en un remolino de pliegues de su falda—. Pero, ¿cómo es que no has llamado para avisarnos de que ibas a venir? Te hubiese preparado algo, cariño. Colum, ¿por qué no me has dicho que estaba aquí Stuart? Venga, qué más da, lo importante es que estés aquí, en tu hogar. Entra y deja que te caliente algo. Estás hecho un palillo. ¿Qué os dan de comer en ese periódico donde trabajas? Perdona que esté todo hecho un desastre. La casa está patas arriba, ya sabes que tu padre pisa por todas partes con esos zapatones que lleva. ¡Ay, Señor, qué alegría tenerte en casa! Venga, que te voy a… Oye, ¿pero qué te ocurre, hijo? —Lo había cogido del brazo y había empezado a caminar hacia la casa, tirando de él. Por instinto, Stuart había comenzado a seguirla y ya había avanzado tres o cuatro pasos antes de recuperar la compostura y plantarse en el suelo.

—Mamá, papá. Hay alguien que se ha perdido, puede que esté herido. He visto el coche a unos kilómetros de aquí, tenía mala pinta. Tenemos que ir…

La voz de Colum no admitía réplica.

—Entra, chaval. Pasa un rato con tu madre. Hay tarta de Coca-Cola en la mesa. Le ha llevado su tiempo, así que siéntate y cómetela. No sé cómo cojones sabía tu madre que ibas a aparecer, pero así ha sido. Un toque de la Visión. Dicen que se transmite por la rama femenina. A ver si tu hermana no me sale con lo mismo.

—Colum, vida, ¿por qué no te acercas a casa de los Jennings y miras a ver si entre todos conseguís reunir a unos cuantos primos para ir a buscar a esa oveja extraviada? Eres un encanto.

A regañadientes, se agachó para besarla en la mejilla y, a desgana, señaló a Stuart.

—Cuida de tu madre. El abuelo Jennings salió hace un par de noches a pegarle un tiro a algo. Dijo que se parecía a un oso, pero que siseaba y se quejaba igual que su viejo tractor… hijo de puta senil. Volveré por la mañana.

Colum se echó la escopeta al hombro y cruzó el jardín, con confianza, sin prisa. Stuart vio cómo se alejaba su silueta todo el camino hasta la escalera para pasar la cerca.

—¿Y si nos sentamos aquí fuera, cariño? Hace una noche preciosa.

Stuart se sentó en la escalera de entrada. Con expresión ausente, sus dedos tantearon y reconocieron cada uno de los familiares nudos y grietas de los peldaños de madera. Rutas de un mapa que siempre conducía a casa.

Sin alzar la vista, dijo:

—Mamá, no puedo quedarme. Sólo he venido para…

—Chitón. Calla un poco. No pasa nada. Deja las preocupaciones para mañana. Esta noche, mi pequeño ha vuelto a casa. —Lo acercó hacia sí. Stuart le devolvió el abrazo, con torpeza, falto de práctica. En todo momento permaneció con la mirada clavada por encima del hombro de su madre, perdida en los hirsutos campos de invierno… fingiendo que no veía las lágrimas plateadas que derramaba la mujer en el cuenco de su clavícula.

Capítulo dos

—¿Seguro que no quieres quedarte? —La puerta de rejilla apenas se había quejado al cerrarse tras Colum. El hombretón había pasado fuera toda la noche, y acusaba el cansancio. Así y todo, había asimilado de inmediato la escena que se estaba representando ante la mesa del desayuno. Se la sabía de memoria. Siempre igual, todas las veces. Cualquiera diría que su mujer estaría ya acostumbrada, pero nunca dejaba de padecer.

—¡Colum! —regañó Margaret—. Esos modales. Además, Stuart se quedará todo el tiempo que quiera. Siempre y cuando puedan prescindir de él en esa editorial donde trabaja. —Revoloteó alrededor de su hijo, recogiendo los restos de los platos del desayuno—. Ahora es un hombre ocupado y tiene un trabajo que le está esperando. No todos los muchachos se cogerían unos días libres y se echarían a la carretera para venir hasta aquí a visitar a su madre. Y ten cuidado con esas botas llenas de barro, que me estás dejando la cocina señalada.

Colum se limitó a soltar un bufido y a menear la cabeza. Sabía cuándo debía retirarse; se agachó para desatar los cordones de sus botas.

—Buenos, entonces, ¿hasta cuándo piensas quedarte, hijo? No me vendría mal otro par de manos para arreglar la valla antes de que empeore el tiempo. Eso sí, asumiendo que esas manitas tuyas no se hayan olvidado de lo que es el trabajo honrado.

—Papá, tengo que irme. Me…

—A mí no me des explicaciones, cuéntaselo a tu madre. —Sonaba incluso más agotado de lo que daba a entender su aspecto—. Ya encontraré a alguien para remendar la valla. Tu madre no es tan afortunada. Sólo tiene un hijo. ¿No te has parado nunca a pensar en cómo es para ella? ¿Lo que debe sufrir? Claro que no. Mañana ya no estarás aquí y no tendrás que preocuparte por ello. Ella se pasará despierta toda la noche, aunque eso a ti no te lo dirá nunca.

—Colum, ya está bien. El pobre ya tiene muchas cosas en la cabeza. No tiene por qué empezar a preocuparse por una vieja que, ya de paso, puede cuidarse sola, muchas gracias.

—Mamá, no puedo quedarme. Lo siento. Mi avión sale de Dulles el lunes por la mañana. Voy a pasar una temporada fuera del país. Quería veros antes de irme. No quería que…

—¡Fuera del país! ¿Has oído eso, Colum? Nuestro hijo, corresponsal en el extranjero. Supongo que irás a codearte a Londres, y a París, y que te forjarás un nombre… —Se detuvo en seco, asaltada por un sombrío presentimiento. Se cubrió la boca con una mano trémula—. ¡Oh, Stuart! No me digas que vas a ser uno de esos corresponsales de guerra, ¿a que no? No soportaría imaginarte…

—¡No! Nada de eso —se apresuró a refutar—. Tampoco nada romántico, como Londres o París, me temo. Me voy a Noruega. —Finalizó la frase con un encogimiento de hombros medio avergonzado.

—¿A Noruega? —espetó Colum, incrédulo—. ¿Qué eso que tienen en Noruega que no puedas encontrar aquí? Bueno, hielo y nieve, me imagino. Pero también eso lo tendremos pronto. Hay que ver, dispuesto a patearse medio mundo con tal de librarse de unas pocas semanas de trabajo duro.

Margaret lo fulminó con la mirada.

—No hagas caso de nada de lo que te diga, Stuart. Se dio un golpe en la cabeza cuando era pequeño, su pobre madre todavía no se lo perdona. Estoy segura de que Noruega es un sitio de lo más recomendable para un periodista joven y prometedor. Te lo vas a pasar de maravilla. En Noruega no están en guerra, ¿verdad?

Stuart se rió y a su madre se le iluminó el rostro. Adoraba el sonido de su risa.

—No señora. Anoche no, por lo menos.

—Pues claro que no están en guerra. —Colum frunció el ceño—. ¿Quién iba a querer pelearse por conquistar un pedrusco de hielo como ése? Luego, ¿qué vas a ver allí? Es un sitio curioso para irte así, de repente.

—Problemas en la familia. Nuestros queridos primos del gran norte congelado. De nuevo.


Fenris
. —Colum escupió la palabra como si fuese un insulto—. ¿Qué ha pasado esta vez? No, a ver si lo adivino. Se emborracharon hasta las orejas y atracaron una lonja de pescado, o algo así.

—Bueno, ésa sería una noticia más bien pobre. No, al parecer han constituido una especie de Alto Tribunal de Retribuciones y lo cierto es que amenazan con ejecutar a algunos prisioneros políticos de otras tribus. Un montón de gente se está llevando las manos a la cabeza por un cachorro de los Hijos de Gaia que tiene la cabeza sobre el tajo del verdugo. Ya sabéis cómo todo lo que concierne a los de Gaia adquiere proporciones de trágico incidente intertribal. Pero corren rumores —dijo Stuart, con la boca llena de tocino—, de que van a llevar a rastras a Arkady ante su tribunal. Si eso es cierto, yo quiero estar allí. Es la historia de nuestra generación.

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