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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Fuego Errante (41 page)

BOOK: Fuego Errante
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Empezó a correr a lo largo de los bancales.

-¡No! -aullaba-. ¡No, no, oh, no! ¡Por piedad!

Tropezó y cayó en el lodo. Un cuerpo se movió bajo el suyo. Oyó la enloquecida carcajada de la caza. Miró hacia arriba. Vio que Owein, gris como el humo sobre su negro y fantasmal caballo, se cernía sobre Levon dan Ivor que estaba junto a su padre, y oyó resonar de nuevo la risa de Owein con el más puro regocijo. Trató de levantarse y sintió que algo se le escapaba por el costado.

En medio del griterío oyó una voz semirrecordada:

-¡Rey del Cielo! ¡Enfunda tu espada! ¡Te lo ordeno!

Luego se desmayó, sangrando y con el corazón roto, en el sucio lodo y ya no oyó nada mas.

Se despertó a la luz de la luna. Estaba limpio y vestido. Se levantó. No sentía dolor alguno. Se tocó el costado y, a través de la camisa que llevaba, se palpó la herida cicatrizada. Lentamente miró en torno. Estaba sobre un montículo, en la Llanura. Lejos en el norte, quizás a una distancia de un kilómetro, vio el resplandor plateado del río bajo la luz de la luna. No recordaba el montículo, ni haber estado en aquel lugar. Al este

brillaban luces: Celidon. No se oían ruidos en la noche ni se distinguía movimiento alguno junto al río.

Se llevó la mano a la cadera.

-No te lo he quitado -la oyó decir.

Se volvió hacia el Oeste, donde estaba ella, y cuando se hubo dado la vuelta se dejó caer de rodillas e inclinó la cabeza.

-Mírame -dijo ella, y él obedeció.

Estaba vestida de verde, como en aquella ocasión junto al estaxique en el Bosquecillo de Faelinn. Su rostro estaba iluminado, pero no demasiado, por lo que pudo mirarla. A su espalda llevaba un arco y un carcaj y sus manos le tendían el Cuerno de Owein.

Lleno de miedo, dijo:

-Diosa, ¿cómo voy a tener valor para llamarlos otra vez?

Ceinwen sonrió y le dijo:

-No debes hacerlo nunca más, a menos que cuentes con alguien más poderoso que la caza para dominarlos. No debería haber hecho lo que hice, y pagaré por ello. No nos está permitido intervenir en el Tapiz. Pero yo te entregué el cuerno, aunque no para que lo usaras así, y no podía asistir impasible al desenfreno de Oweín.

El tragó saliva. Ella se erguía ante él hermosísima, esbelta y esplendorosa.

-¿Cómo puede una diosa estar obligada a pagar? -preguntó.

Ella se echó a reír. Él se acordaba de su risa.

-Nemain la Roja encontrará la manera, y si no lo hará Macha -dijo-. No te preocupes.

Estaba recuperando la memoria, y con ella un desesperado dolor.

-Estaban matando a todos -tartamudeó-. A todos nosotros.

-Claro que lo estaban haciendo -dijo Ceiwen la Verde, resplandeciente sobre el montículo-. ¿Cómo esperabas que el poder mágico más salvaje se supeditara dócilmente a tus deseos?

-Demasiados muertos -murmuró él con el corazón sobrecogido.

-Los he reunido a todos -dijo Ceiwen y en su voz había amabilidad.

Y Dave comprendió de pronto de dónde procedía el montículo y en qué consistía.

-¿Levon? -preguntó temeroso-. ¿El aven?

-No todos tienen que morir -dijo ella.

Ya le había dicho lo mismo en otra ocasion.

-Los he adormecido junto al río -añadió-. También duerme toda Celidon, aunque las luces estén encendidas. Se despertarán por la mañana, aunque con heridas.

-Yo no -dijo él con dificultad.

-Lo sé -dijo ella-. No quería que sufrieras.

Él se levantó. Sabía que ella quería que lo hiciera. Permanecieron en pie sobre el montículo a la luz de la luna. Ella brillaba para él con dulzura, como la luna. Se le acercó y lo besó en los labios. Hizo un gesto con la mano y él quedó prácticamente cegado por el esplendor de su desnudez. Ella lo acarició. Temblando él alzó una mano hacia sus cabellos. Ella gimió y lo volvió a acariciar.

Luego él se acostó con la diosa sobre el verdor de la yerba.

Capítulo 16

A media tarde de la segunda jornada, Paul sorprendió una significativa mirada de Diarmuid y se levantó. Juntos se dirigieron a la popa del barco, donde estaba Arturo con el perro. Los hombres de la Fortaleza del Sur tripulaban el Prydwen con singular habilidad, y Kell, al timón, mantenía el rumbo hacia el oeste. Siempre hacia el oeste, había ordenado Arturo, y le había dicho a Kell que ya le avisaría cuando llegara el momento de virar y le indicaría hacia adónde. Navegaban hacia una isla que no aparecía en ningún mapa.

No estaban seguros de lo que allí iban a encontrar. Los tres hombres, con Cavalí correteando ágilmente sobre los oscuros tablones de la cubierta, se dirigieron hacia la proa, donde se erguían juntas dos figuras, que habían permanecido allí todo el tiempo de vigilia desde que el Prydwen había zarpado.

-Loren -dijo Diarmuid con calma.

El mago desvió la vista del mar para mirarlo, y lo mismo hizo Matt.

-Loren, debemos hablar -continuó el príncipe, todavía con calma pero no sin cierta autoridad.

El mago lo miró fijamente durante largo rato; luego dijo con voz áspera:

-Lo sé. ¿Sabes que quebrantaré nuestra Ley si te lo digo?

-Sí -respondió Diarmuid-, pero debemos saber lo que él está haciendo, Loren. Y cómo. La Ley de tu Consejo no debe servir a la Oscuridad.

Matt, con rostro impasible, desvió la mirada para contemplar de nuevo el mar. Loren siguió encarándose con los tres.

-Metran -dijo- está usando la Caldera para resucitar a los svarts en Cader Sedat después de que han muerto.

Arturo asintió con la cabeza.

-Pero ¿qué los está matando? -preguntó.

-Él -respondió Loren Manto de Plata.

Los tres permanecían expectantes. La mirada de Matt seguía fija en el mar pero Paul vio que sus manos se crispaban sobre la baranda del barco.

-Tenéis que saber -dijo Loren- que en el libro de Nilsom…

-¡Maldito sea su nombre! -dijo Matt.

-…en ese libro -continuó Loren- está escrita una monstruosa manera según la cual un mago puede obtener todavía más fuerza que sólo con su fuente.

Nadie decía palabra. Paul sintió la brisa mientras el sol se escondía tras una nube.

-Merran está usando a Denbarra como un conducto -dijo Loren esforzándose por dominar el temblor de su voz-, como un conducto para la energía que obtiene de los svarts.

-¿Por qué mueren? -preguntó Paul.

-Porque él los exprime hasta la muerte.

Diarmuid asintió con la cabeza.

-Y los muertos reviven con la Caldera, ¿no? Una y otra vez. ¿Así fue como fabricó el invierno? ¿Así fue como consiguió la suficiente fuerza para hacerlo?

-Sí -respondió Loren lacónicamente.

Se hizo un silencio. El Prydwen navegaba por un mar en calma.

-¿Cuenta con la ayuda de otros para hacer eso? -preguntó Arturo.

-Por fuerza -contestó el mago-. Los que usa como fuente son incapaces de moverse.

-Denbarra -dijo Paul-, ¿es tan malvado? ¿Por qué lo ayuda?

-¡Porque una fuente jamás traiciona a su mago! -exclamó Matt con una amargura que todos pudieron captar. Loren apoyó su mano en el hombro del enano.

-Así de sencillo -dijo-. En cualquier caso, no creo que ni siquiera pueda hacerlo ahora. Lo comprobaremos si es que llegamos allí.

Si es que llegamos allí. Diarmuid se alejó pensativo para hablar con Kell junto al timón. Poco después, Arturo y Cavalí volvieron sobre sus pasos para dirigirse de nuevo a popa.

-¿Puede fabricar otra vez el invierno? –preguntó Paul a Loren.

-Creo que sí. Puede hacer casi cuanto desee con semejante poder.

Ambos se reclinaron sobre la baranda junto a Matt y contemplaron en silencio la inmensidad del mar.

-Llevé flores a la tumba de Aideen -dijo el enano al cabo de un rato-. Con Jennifer.

Loren lo miró.

-No creo que Denbarra tome la misma decisión que ella -dijo poco después.

-Al principio lo hizo -gruñó el enano.

-Si yo fuera Metran, ¿qué habrías hecho tú?

-Te habría sacado el corazón -dijo Matt Soren.

Loren miró a su fuente con una sonrisa bailándole en los labios.

-¿De veras? -pregunto.

Durante largo raro, Matt lo miró con ferocidad. Luego sonrió con una mueca y sacudió la cabeza. Volvió a mirar al mar. Paul experimentó cierto alivio en su corazón. No un alivio total, sino una resignada aceptacion. No sabía por qué se había sentido reconfortado por la respuesta del enano, pero así había sucedido, y sabia que necesitaba reunir fuerzas para los acontecimientos que se avecinaban.

Había dormido mal desde la muerte de Kevin; por esa razón se había prestado voluntariamente a hacer las guardias en las horas que precedían al alba. Le proporcionaban la oportunidad de pensar y recordar. Sólo interrumpían el silencio los crujidos del barco y el chapoteo de las olas en la oscuridad. Arriba, las velas del Piydwen se hinchaban con el viento y empujaban el navío con suavidad En la cubierta había otros cuatro centinelas y el pelirrojo Averren estaba al timón.

Sin nadie a su lado, gozaba de esos momentos de soledad, llenos casi de paz. Se dejaba invadir por los recuerdos. La muerte de Kevin nunca dejaría de causarle dolor, pero siempre sería un hecho asombroso, incluso glorioso. Mucha gente moría en la guerra, muchos habían muerto ya en ésta, pero nadie había descargado un golpe semejante contra la Oscuridad, al atravesar los umbrales de la Noche, Y nadie, estaba seguro, podría hacerlo. «Rahod hedai Lindon», había sido el lamento de las sacerdotisas en el templo de Paras Derval, mientras fuera, en la noche, volvía a brotar la verde yerba. Por eso, a través del nudo de dolor que le atenazaba el corazón Paul pudo sentir que comenzaba a brillar una luz. Ahora Maugrim se llenaría de temor y todos en Fionavar -incluso la fría Jaelle- reconocería lo que Kevin había conseguido y las alturas a donde su alma había ascendido.

Y, en efecto, para ser justos, Jaelle lo había reconocido por dos veces. Sacudió la cabeza. La suma sacerdotisa de ojos verdes era más de lo que ahora podía soportar. Pensó en Rachel y se acordó de la melodía. Su melodía, y la de Kevin, en la taberna. Ambos, para siempre, la compartirían en su corazón, aunque era algo difícil de asumir.

-¿Molesto?

Paul miró hacia atrás y negó con la cabeza.

-Pensamientos nocturnos -dijo.

-No podía dormir -murmuró Kell dirigiéndose hacia la baranda Creí que podría ser de alguna utilidad en el puente, aunque es una noche apacible y Averren conoce su trabajo a la perfección

Paul sonrió de nuevo. Escuchaba el apacible sonido del barco y del mar.

-Es una hora extraña -dijo-. Realmente me gusta mucho. Nunca había navegado hasta ahora.

-Yo crecí entre barcos -dijo Kell con voz calma~. Me siento de nuevo en casa.

-¿Por qué los dejaste?

-Diar me lo pidió -contestó el hombretón con sencillez.

Paul permaneció callado y poco después Kell, apoyando con firmeza las manos en la barandilla, conrinuó hablando:

-Mi madre trabajaba en la taberna de Taerlindel. Nunca supe quién era mi padre. Todos los marineros se hicieron cargo de mí; así ocurre a veces. Me enseñaron todo lo que sabían. Mis recuerdos más lejanos se remontan a los días en que era cogido en brazos porque era demasiado pequeño para llegar a la caña del timón.

Su voz sonaba lenta y profunda. Paul se acordó de otra ocasión en que los dos habían estado hablando una noche. Del Arbol del Verano. ¡Cuántos años parecían haber transcurrido desde entonces!

-Tenía diecisiete años -continuó Kell- cuando Diarmuid y Aileron vinieron por primera vez a pasar el verano en Taerlindel. Yo era mayor que ellos y estaba dispuesto a despeinar a aquellos dos mocosos. Pero Aileron… lo hacía todo con imposible rapidez y con imposible perfección, y Diar…

Hizo una pausa. A medida que le invadían los recuerdos, una sonrisa le bailaba en el rostro.

-Y Diar lo hacía todo a su manera, e igualmente bien; me ganó en una pelea junto a la casa de mi abuelo. Luego, para hacerse perdonar, me disfrazó, se disfrazó él mismo y me llevó a la taberna. Puedes imaginar que tenía prohibido ir. Ni siquiera mi madre me reconoció aquella noche; todos creyeron que era un caballero de Paras Derval con una dama de la Corte.

-¿Una dama? -preguntó Paul.

-Diar iba disfrazado de mujer. Entonces era muy joven, no lo olvides.

En la oscuridad, los dos se echaron a reír.

-Ya entonces comencé a admirarlo un poco. Luego convenció a dos muchachas de la ciudad para que fueran a dar un paseo por la playa, más allá del muelle.

-Me lo imagino muy bien -dijo Paul.

Kell lo miró.

-Vinieron con nosotros porque creyeron que Diarmuid era una mujer y yo un señor de Paras Derval. Pasamos tres horas en la playa. Nunca me he reído tanto en mi vida como cuando él se quitó la camisa para nadar y vi sus caras de asombro.

Los dos estaban sonriendo. Paul comenzaba a entender algo, aunque no demasiado todavía.

-Más tarde, cuando murió su madre, fue nombrado guardián de las Fronteras del Sur; creo que más que nada querían alejarlo de Paras Derval. En aquella época era aún más salvaje que ahora. Era muy joven y amaba mucho a la reina. Vino a Taerlindel y me pidió que fuera su lugarteniente, y yo me marché con él.

La luna estaba al oeste, como si los estuviera guiando. Paul la miró y dijo:

-Tiene suerte de tenerte a su lado, como lastre. Y también a Sharra. Creo que hacen muy buena pareja.

Kell afirmó con la cabeza.

-Yo también lo creo. La quiere mucho. Y él ama con toda la fuerza de su corazón.

Paul se esforzó por asimilar aquello y poco después comenzó a aclarársele el único enigma que aún no había entendido.

Miró a Kell. Vislumbraba su rostro cuadrado y honesto y su nariz tantas veces rota.

-Aquella noche que hablamos a solas, me dijiste que si hubieras tenido algún poder habrías maldecido a Aileron. Entonces ni siquiera podías pronunciar su nombre. ¿Lo recuerdas?

-Desde luego -contestó Kell con toda calma.

En torno a ellos, los sordos ruidos del barco parecían sólo aumentar la serenidad de la noche.

-¿Era porque había acaparado todo el amor de su padre?

Kell lo miró conservando todavía la tranquilidad.

-En parte -respondió-. Desde el primer momento has sido singularmente hábil en adivinar. Pero hay algo más, y deberías adivinarlo también.

Paul reflexionó un momento.

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