Fuera de la ley (76 page)

Read Fuera de la ley Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Fuera de la ley
2.88Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ceri se había arrodillado junto a él, y le tenía puesta las manos encima como si estuviera evaluando los daños, dispuesta a sujetarlo si intentaba acabar su trabajo. Yo, sin embargo, no pude hacer otra cosa que sentarme al sol y que­darme mirando.

—¿Qué? —pregunté con voz áspera, y él se echó a reír con crueldad.

—Eres la única hembra que mi padre curó —me reprochó arrancándose el lazo rojo del cuello y tirándolo al suelo—. Lee no puede someterse a la cura. Está en la mitocondria. Solo tú podrías iniciarlo todo de nuevo. ¡Pero antes te mataré!

—¡Trenton! ¡No! —exclamó Ceri, pero estaba demasiado débil para hacer nada.

Sin dejar de mirarlo, sentí que mi vida empezaba a desmoronarse. ¡Dios, no! Aquello era demasiado.

—Trent —le decía Ceri mientras tanto, arrodillada entre los dos e inten­tando distraerlo—, ella nos salvó. Gracias a ella, tienes una cura esperando en tus laboratorios. ¡Podemos recuperar nuestra integridad, Trent! Si la matas, mancillarás nuestro comienzo y lo perderás todo. Deja de luchar contra ella. ¡Acabarás con nosotros!

Desde debajo de su densa mata de pelo, Trent hervía de rabia, mirándome como si quisiera abrasarme con la vista.

—Tu padre la salvó por la amistad que tenía con el suyo —se apresuró a continuar Ceri—. No sabía qué efecto tendría. No es culpa tuya. Ni tampoco de ella. Pero nos abrió la puerta a que, hoy día, podamos recobrar nuestra in­tegridad. Justo ahora. —Seguidamente vaciló, y luego añadió—: Tal vez nos merecíamos lo que sucedió.

Trent apartó la vista de mí y la concentró en Ceri.

—No puedo creer que lo pienses de verdad.

Ceri parpadeó para no ponerse a llorar, pero aun así se le escapó una lágrima que la hizo parecer todavía más hermosa.

—Podemos empezar de nuevo —dijo—. Al igual que ellos. La guerra estuvo a punto de acabar con todos nosotros. No la empieces otra vez. Precisamente ahora que, por fin, se nos presenta la posibilidad de vivir. Trent, escúchame.

Yo cerré los ojos. ¿
Por qué no se acaba de una vez
?

De repente, escuché un ruido precipitado. Eran Ivy y Jenks, que nos miraban conmocionados desde lo alto mientras Ceri sujetaba a Trent para que no me matase.

—Hola —dije con una especie de graznido, sin apartar la mano del cuello.

Ivy se agachó junto a mí.

—¿Qué ha pasado? —preguntó. En ese momento sentí una insoportable presión en el pecho. No lo sabía. ¿Cómo podía contarle algo así?—. Has vuelto —añadió inspeccionándome para comprobar si había sufrido algún daño—. ¿Estás bien? Tu madre nos dijo que habías ido a Edén Park con Al. ¡Maldita sea, Rachel! ¡Deja de intentar enfrentarte a todo tú sola!

Al percibir la preocupación de su voz, abrí los ojos. Tal vez debería ha­berme quedado en siempre jamás. Al menos, allí no seguiría poniendo en peligro la vida de mis amigos. Parientes.
Las brujas son parientes de los demonios
. De pronto todo cobraba sentido. Los demonios habían lanzado una maldición sobre los elfos para que, poco a poco, acabaran extinguién­dose. ¿Se trataría de algún tipo de represalia? ¿Era posible que los elfos les hubieran atacado primero?

—Rachel, ¿te encuentras bien?

No. No me encontraba bien pero, por lo visto, mi boca era incapaz de verbalizarlo. No era un demonio, pero mis hijos lo serían. ¡Maldita sea! ¡No era justo!

—¿Es ese Trent? —preguntó Ivy, dirigiendo toda su rabia hacia él. Yo sacudí la cabeza—. ¡Lárgate de aquí, Kalamack, si no quieres que te machaque!

La delicada figura de Ceri lo ayudó a incorporarse y, tras permitir que se apoyara en ella, echaron a andar, renqueantes, hacia la puerta de la verja. Antes de marcharse, ella se giró, con los ojos negros de la rabia y bañados en lágrimas.

—Lo siento, Rachel. Yo…

Yo aparté la vista, incapaz de soportarlo. Ya no podría tener hijos. Con nadie. Nunca. ¿Cómo pudieron hacerme algo así?

—Rachel —dijo Ivy, buscándome los ojos—. Cuéntame qué es lo que ha pasado.

Luego me dio una sacudida, y yo la miré fijamente, aturdida, y vi que Jenks estaba en su hombro. Parecía aterrorizado, como si ya lo supiera.

—Trent… —empecé, sintiendo que las lágrimas comenzaban a correrme por las mejillas. Furiosa, me las enjugué y lo intenté de nuevo—. El padre de Trent… me…

Jenks echó a volar y se colocó delante de mi rostro.

—¡No eres un demonio, Rachel!

Yo asentí con la cabeza, intentando concentrarme en él.

—No, no lo soy —respondí con voz ahogada—, pero mis hijos lo serán. ¿Te acuerdas cuando, el año pasado, te dije que tanto las brujas como los demonios se originaron en siempre jamás? Creo que los elfos hechizaron a los demonios para que sus hijos no pudieran crecer, lo que dio origen a los brujos. Cuando el padre de Trent me curó, alteró la modificación genética que impedía que los demonios procrearan. Los brujos somos una especie de demonios atrofiados, y a partir de ahora su especie podrá volver a reproducirse. A través de mí.

Ivy me soltó de golpe, y me di cuenta de que tenía el rostro desencajado.

—Lo siento —susurré—. No quería joderte la vida.

Ella se sentó, aturdida, y la luz del sol me cegó. Extenuada, alcé la vista y vi a Ceri ayudando a Trent a salir del jardín.

¿
Para qué demonios ha servido todo esto
?

34.

Los murciélagos, que anteriormente habían decorado la iglesia, habían sido reemplazados por una guirnalda de patucos azules y blancos que habíamos comprado en una tienda y que colgaba de un extremo a otro del santuario. En la mesa de café había un recortable de una cigüeña, y el piano de Ivy estaba cubierto de manteles de papel amarillos y verdes. La tarta de color blanco, que reposaba encima, estaba rodeada de un montón de pixies que se acercaban peli­grosamente a la pasta de azúcar. El resto de los hijos de Jenks se arremolinaban alrededor de Ceri, profiriendo exclamaciones de asombro al ver las botitas y el cuello de encaje que habían confeccionado Matalina y sus hijas mayores.

La feliz elfa estaba sentada frente a mí, en la silla de Ivy, rodeada de pixies, regalos y papel de envolver. Se la veía radiante, y aquello me hizo sentir bien. En el exterior, la incesante lluvia había hecho que oscureciera antes de tiempo, pero en la iglesia se vivía un ambiente cálido y agradable que rebosaba paz y compañerismo.

Es un poco pronto para celebraciones. Al fin y al cabo, solo está embarazada de un mes
, pensé dejándome caer sobre los almohadones mientras Ceri leía la tarjeta de mi madre con un paquete sobre el regazo cuyo tamaño recordaba sospechosamente al de un humidificador. No obstante, la cara de satisfacción de Ceri me decía que habíamos hecho lo correcto. Necesitábamos celebrar el comienzo de una vida. De lo que fuera.

Ivy se encontraba a mi izquierda, hecha un ovillo en la esquina del sofá, como si ya no conociera sus límites. Llevaba así toda la semana, pululando por la casa con expresión dubitativa, y verla así me sacaba de quicio. El primer regalo que había abierto Ceri había sido el suyo, un impresionante y vistoso traje para el bautizo de encaje absolutamente precioso. La desmesurada reacción de Ceri había hecho que se sonrojara, y yo estaba segura de que había elegido un traje tan femenino porque ella también había renunciado a la posibilidad de ser madre. A pesar de que jamás había hablado de ello, sabía que prefería no tener hijos a transmitirle su sufrimiento vampírico a alguien a quien amaba, especialmente si se trataba de un ser inocente e indefenso que dependería de ella para todo.

Tras aplastar las migas de mi trozo de pastel con el tenedor y metérmelas en la boca, me quedé mirando el regalo conjunto que le habíamos hecho Jenks y yo, preguntándome qué decía sobre nosotros. Yo había comprado unos bloques de construcción de madera de secuoya, y él los había decorado con las letras del alfabeto, acompañados de una serie de flores y bichitos. Estaba preparando otro juego para sus hijos, decidido a que todos ellos aprendieran a leer antes de la primavera.

Los pixies echaron a volar encantados cuando Ceri retiró el papel de re­galo dejando al descubierto el… humidificador, con un suntuoso atomizador incorporado, para «arrullar a tu hijo… incluso en las noches más difíciles». Yo me mantuve al margen, pero mi madre se arrodilló junto a Ceri mientras desenvolvía el termómetro y las gasas para hacer eructar al bebé, que había incluido en el paquete.

—Ya verás, Ceri —decía mi madre mientras la elfa de aspecto juvenil sacaba aquella monstruosidad verde de la caja—. Es mano de santo. Rachel era muy llorona, pero, en cuanto le ponía un poco de esencia de lila en el…, se quedaba frita. —En aquel momento me miró sonriente, con aquel nuevo peinado que le daba un aspecto tan diferente—. Y viene de maravilla cuando pillan la laringitis espasmódica. Robbie nunca la cogió, pero a la pobre Rachel, todos los inviernos le entraban unas toses que me tenían con el corazón en un puño.

Imaginando que estaba a punto de contar una de sus historias, cogí unos cuantos platos y me levanté.

—Perdonadme —dije batiéndome en retirada en dirección a la cocina mientras mi madre empezaba a relatar la vez en que había estado a punto de ahogarme. Ceri parecía sinceramente horrorizada, y yo entorné los ojos para darle a en­tender que simplemente le gustaba dramatizar.

Conforme me adentraba en los oscuros límites del pasillo, me giré para contemplar la escena de satisfacción femenina. Mi madre había obsequiado al bebé de Ceri con el deseo de que naciera sano, Matalina le dio los símbolos de la seguridad, Ivy le había transmitido la belleza y la inocencia, y Jenks y yo le habíamos concedido sabiduría. O tal vez, la diversión.

En la cocina reinaba una fría tranquilidad, y yo miré por la ventana en direc­ción al cementerio y permití que aflorara mi segunda visión para asegurarme de que Al no me estaba esperando. El cielo rojizo de siempre jamás se fundió con las nubes grises de la realidad creando una imagen espantosa y, a pesar de que la línea estaba vacía, sentí un escalofrío. Había dicho que me llamaría antes, pero no me fiaba de él, y no me hubiera extrañado nada que se presentara por sorpresa pegándoles un susto de muerte a todos los presentes. Aparentemente, Newt había dado en el clavo cuando afirmó que se había convertido en un in­digente, porque me había dicho que no me convocaría hasta que dispusiera de una cocina decente de la que no se avergonzara. Quería que me devolviera mi nombre y que me retirara la marca del pie, y estaba convencida de que estaba intentando ganar tiempo porque no quería renunciar a aquello que me ataba a él.

—Ha sido una fiesta maravillosa —oí decir a mi madre desde el vestíbulo. Yo di un respingo, sobresaltada.

—¡Joder, mamá! —exclamé renunciando a mi segunda visión y dándome la vuelta—. Eres peor que Ivy.

En ese momento entraba sonriente en la cocina, con un montón de platos sucios y de cubiertos de plata en las manos, y un brillo malicioso en los ojos.

—Te agradezco mucho que me hayas invitado. No suelo asistir a muchas celebraciones de este tipo.

Percibiendo un tono acusador en su voz, le puse el tapón al fregadero y abrí el grifo.

—Mamá —dije con tono cansado mientras sacaba el detergente—, no voy a tener hijos. Lo siento. Podrás considerarte afortunada si es que alguna vez me caso.

Mi madre emitió un desagradable sonido, a medio camino entre una risa y la burla de una mujer anciana.

—Entiendo que te sientas así en este momento —dijo metiendo los cubiertos en el fregadero—, pero todavía eres joven. Dale tiempo al tiempo. No pensarás igual cuando hayas conocido al hombre adecuado.

Yo cerré el grifo, inspiré profundamente llenándome los pulmones del aire perfumado <4e limón, e introduje las manos en el agua tibia para empezar a lavar los tenedores. Me hubiera gustado que dejara a un lado la fachada de lo que deseaba y que se abriera a la realidad.

—Mamá —dije en voz baja—, si tuviera hijos, los demonios los raptarían por su habilidad para prender su magia. No pienso correr el riesgo. —A decir verdad, ellos mismos habrían sido demonios, gracias al padre de Trent, pero no había motivo para revelárselo—. No voy a tener hijos —concluí, lavando lentamente los platos.

—Rachel… —protestó mi madre, pero yo sacudí la cabeza, manteniéndome inflexible.

—Kisten murió por mi culpa; Nick se tiró por un puente y, una vez que Al arregle sus asuntos, tendré que acudir a siempre jamás una vez a la semana. Como novia, no se puede decir que sea una buena candidata. ¿De verdad me imaginas convirtiéndome en madre?

Mi madre sonrió.

—Sí. Y estoy convencida de que lo harías muy bien.

Con las lágrimas a flor de piel, dejé un puñado de cubiertos limpios en la pila vacía del fregadero y abrí de nuevo el grifo del agua caliente. No podía. Era demasiado arriesgado.

Mi madre agarró un paño de cocina de uno de los estantes superiores y cogió el puñado de cubiertos limpios que había dejado en la pila.

—Supongamos que tengas razón —dijo—, y que tampoco adoptes o acojas a algún niño que necesite un hogar, pero ¿y si estuvieras equivocada? Estoy segura de que, ahí fuera, hay una persona adecuada para ti. Alguien con la suficiente fuerza o sabiduría para mantenerse a salvo. Apostaría cualquier cosa a que, en este mismo momento, en algún lugar, hay un hombre joven y sexi buscando a una mujer capaz de cuidar de sí misma, convencido, como tú, de que nunca la encontrará.

—De acuerdo —respondí con una débil sonrisa, imaginándomelo—. Pondré un anuncio en la sección de contactos.

Bruja blanca soltera busca compañero de características similares. Deberá ser capaz de enfrentarse a demonios y vampiros y soportar estoicamente los celos de una compañera de pis
o, pensé. Inmediatamente solté un suspiro, consciente de que tanto Nick como Kisten respondían a aquella descripción. Nick era un ganador nato, y Kisten estaba muerto. Por mi culpa. Porque había intentado salvarme.

Mi madre me apoyó la mano en el brazo y yo le entregué la última taza de té de Ceri.

—Solo quiero que seas feliz —dijo.

—Ya lo soy —afirmé con contundencia, intentando convencerme a mí mis­ma—. De veras.

No obstante, cuando averiguara la identidad del asesino de Kisten y lo hiciera pedacitos, sería mucho más feliz. Tal vez Al conocía algún hechizo de Pandora. Tal vez tenía algún libro que podría ojear cuando se quedara dormido.

Desde el santuario me llegó el saludo de una voz masculina y el tintineo del parloteo excitado de un puñado de pixies. Había llegado Quen, lo que significaba que la fiesta estaba a punto de disolverse. Mientras le pasaba a mi madre el último plato, me puse todavía más melancólica. Había conseguido salvar a Trent, pero no a mi padre.

Other books

The Adjusters by Taylor, Andrew
Biker Chick by Dakota Knight
The Penguin Jazz Guide by Brian Morton, Richard Cook
Dinosaurs in the Attic by Douglas Preston
Desert Run by Betty Webb
Aftershock by Jill Sorenson
The Crooked Branch by Jeanine Cummins
Swamp Race by H. I. Larry