GOG (6 page)

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Authors: Giovanni Papini

Tags: #Literatura, Fantasía

BOOK: GOG
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»Considere que su elección es ilimitada. No hay necesidad de que se trate de una persona conocida de usted. Si le interesase un día, hallándose en América, hablar con Lloyd George, con Stravinski o con el rey Alfonso, no habría la menor dificultad. El fantasma correspondiente aparecería en las condiciones dichas y usted podría hacer a este personaje ilustre las preguntas que le pluguiese. No hay necesidad, con mi sistema, de largos viajes ni de peticiones de audiencia para obtener una conversación con las celebridades del mundo entero. Por lo que sé de usted, me pareció que este juego tenía que gustarle.

»Estoy seguro de que no pondrá en duda la exactitud de todo lo que acabo de manifestarle. Conoce seguramente el clásico libro de Meyers, Gurney y Podmore sobre
Phantasms of Living
. Se trata de una infinidad de casos de telepatía vulgar, esto es, de apariciones a distancia de vivientes a vivientes. Lo que no es posible espontáneamente, sin la intervención de la voluntad, creo que puede obtenerse metódicamente con un esfuerzo determinado. Lo probé, y tuve éxito.

»Yo soy, como ya le indica mi nombre, chino, pero he estudiado muchos años en Europa: en Ginebra, Leipzig y Londres. Pero no he hecho más que desarrollar, según los principios occidentales, algunas preciosas indicaciones encontradas en los libros de la escuela taoísta. El resto, es decir, mi éxito, ha sido debido a mis cualidades naturales y a un riguroso ejercicio.

»Si mi obra puede serle útil, dígnese telefonear al
World's Hotel
, habitación número 354. Permaneceré aquí todavía dos días.

»Créame sinceramente su servidor,

Siao-Sin

No he contestado a la carta. No he telefoneado. Este Siao-Sin parece una persona razonable y seria, y tal vez no promete en vano. Pero lo he pensado y repensado. En ninguna parte del mundo existe, en este momento, un ser, macho o hembra, al que desee ver o volver a ver. Siao-Sin ha servido para evocar mi perfecta soledad.

Las máscaras

Nagasaki, 3 febrero

A
yer compré tres máscaras japonesas antiguas, auténticas, maravillosas. En seguida las colgué en la pared de mi cuarto y no me sacio de mirarlas. El hombre es más artista que la Naturaleza. Nuestros rostros verdaderos parecen muertos y sin carácter ante estas creaciones obtenidas con un poco de madera y de laca.

Y al mirarlas pensaba: ¿Para qué el hombre cubre las partes de su cuerpo, incluso las manos (guantes), y deja desnuda la más importante, la cara? Si ocultamos todos los miembros por pudor o vergüenza, ¿por qué no esconder la cara, que es indudablemente la parte menos bella y perfecta?

Los antiguos y los primitivos, en muchas cosas más inteligentes que nosotros, adoptaron y adoptan las máscaras para los actos graves; bellos de la vida.

Los primitivos romanos, como hoy los salvajes, se ponían la máscara para atacar al enemigo en la guerra. Los hechiceros y los sacerdotes tenían máscaras de ceremonia para los encantamientos y los ritos. Los actores griegos y latinos no recitaban jamás sin máscara. En el Japón se danzaba siempre con la máscara (las que he comprado son precisamente máscaras para el baile
Genjô-raku
y pertenecen a la época de Heian). En la Edad Media los miembros de las hermandades llevaban la cara cubierta con una capucha provista de dos agujeros para los ojos. Y recuerdo el Profeta Velado del Korazan, el Consejo de los Diez de Venecia, la Máscara de Hierro… Guerra, arte, religión, justicia: nada grande se hacía sin la máscara.

Hoy es la decadencia. No la adoptan más que los bufones del carnaval, los bandidos y los automovilistas. El carnaval está casi muerto, y los salteadores de caminos van siendo cada vez más raros.

La máscara, según mi opinión, debería ser una parte facultativa del vestido, como los guantes. ¿Por qué aceptar un rostro que, al mismo tiempo que es una humillación para nosotros, es una ofensa para los demás? Cada uno podría escoger para sí la fisonomía que más le gustase, aquella que estuviese más de acuerdo con su estado de ánimo. Cada uno de nosotros podría hacerse fabricar varias y ponerse ésta o aquélla según el humor del día y la naturaleza de las ocupaciones. Todos deberían tener en su guardarropa, junto con los sombreros, la máscara triste para las visitas de pésame y los funerales, la máscara patética y amorosa para los
flirts
y los casamientos, la máscara riente para ir a la comedia o a las cenas con los amigos, y así por el estilo.

Me parece que las ventajas de la adopción universal de la máscara serían muchas.

1ª Higiénica. Protección de la piel de la cara.

2ª Estética. La máscara fabricada por encargo nuestro seria siempre mucho más bella que la cara natural y nos evitaría la vista de tantas fisonomías idiotas y deformes.

3ª Moral. La necesidad de disimular —es decir, de componer nuestro rostro con arreglo a sentimientos que casi nunca experimentamos— se vería muy reducida, limitada únicamente a la palabra. Se podría visitar a un amigo desgraciado sin necesidad de fingir con la fisonomía del rostro un dolor que no sentimos.

4ª Educativa. El uso prolongado de una misma máscara —como demuestra Max Beerbohm en su
Happy Hypocrite
— acaba por modelar el rostro de carne y transforma incluso el carácter de quien la lleva. El colérico que lleve durante muchos años una máscara de mansedumbre y de paz, acaba por perder los distintivos fisonómicos de la ira y poco a poco también la predisposición a enfurecerse. Este punto debería ser profundizado: aplicaciones a la pedagogía, al cultivo artificial del genio, etc. Un hombre que llevase durante diez años sobre la cara la máscara de Rafael y viviese entre sus obras maestras, por ejemplo, en Roma, se convertiría con facilidad en un gran pintor. ¿Por qué no fundar, basándose en estos principios, un Instituto para la fabricación de talentos?

Profundidad china

Pekín, 28 marzo

H
e leído en un libro chino algunos pensamientos tan bellos, justos y profundos, que quiero transcribirlos aquí para tenerlos más a mano.

La historia al revés

El Cairo, 10 enero

E
l profesor Killaloe —con el cual he tenido una larga conversación en el hotel después del lunch— es un irlandés de unos sesenta años, pero lleno de vida. Alto como un patagón, discutidor como un diablo, docto como la
Encyclopaedia Britannica
, delgado como un cenobita. No sé lo que enseña, ni dónde, pero habla de todo con seguridad y sin farfullar aquellos lugares comunes que son el pasto ordinario de los profesores.

—Me hallo aquí —me dijo entre otras cosas— para terminar
mi Historia Universal
: el capítulo sobre Egipto será uno de los últimos.

—¿Le parece tan importante el reinado de Fuad para que merezca un capítulo?

—¿Fuad? Persona muy simpática, pero que no pertenece todavía a la historia universal. El último rey de Egipto que aparece en mi historia es Menes, o Mini, que tal vez no ha existido nunca.

—¿El último? He encontrado en mi
Baedeker
que Menes es, al contrario, el primero de los Faraones.

—Precisamente. Y el señor Baedeker está de acuerdo en esto con el señor Wallis Burge, con el señor Edward Meyes, con el señor Flinders Petrie, con el señor Breasted y con todos los historiadores del antiguo Egipto. Su error, como el de todos los historiadores del mundo, procede de la encallecida imbecilidad, ahora milenaria, que hace comenzar toda historia por un hipotético principio para llegar hasta un fin próximo a nosotros. Todos los historiadores son extrañas criaturas que tienen los ojos en el cogote o en la espalda. Su superstición constante, convertida ahora en una costumbre, es la de proceder desde el tiempo pasado hacia el presente. Y es la razón por la que todos ellos, desde Herodoto a Wells, no han comprendido nunca nada de la historia de los hombres.

»Tome, por analogía, un libro inglés y un libro hebreo. El libro inglés se comienza a leer por la página número uno y se sigue así hasta el fin: el libro hebreo comienza con la que para nosotros sería la última página y así seguido se llega hasta la primera. Transportado este paralelo al método histórico tendrían razón los hebreos. El justo sistema para escribir la historia de un modo racional e inteligente es el de comenzar por los acontecimientos más recientes para terminar por los más remotos.

—¿Y la cronología?

—La cronología es una de las llaves de la historia y es respetada. Pero no destruyo la cronología si en vez de comenzar por el uno para llegar al mil, me apoyo en el mil para remontarme hasta el uno. Usted es víctima, como todos los profanos y todos los especialistas, de una costumbre mental absurda y que, sin embargo, ha dominado hasta hoy en las ciencias históricas.

»Mi método, que consiste en retroceder desde el presente hacia el pasado, es el más lógico, el más natural, el más satisfactorio. El único que hace posible una interpretación de los hechos humanos. Observe que un acontecimiento no adquiere su luz y su importancia más que después de decenios o tal vez después de siglos. Si encuentro en 637 la entrada de los musulmanes en Jerusalén, esto no me parece más que un pequeño detalle de la expansión militar del Islam. Pero si parte de 1095, cuando se comenzó a predicar la primera cruzada, se abre ante mí el alcance incalculable del acontecimiento. Que los cristianos de Occidente sientan en un determinado momento como ofensa intolerable que el sepulcro de Cristo se halle en manos de los infieles y que de este sentimiento nazca el choque entre el Occidente y el Oriente y el principio de una nueva civilización, he aquí la clave de la importancia decisiva de la entrada de Ornar en Jerusalén. Son necesarios casi cinco siglos para que ese acto arroje sus enormes consecuencias. Si se trata de la historia de la Edad Media al revés, cuando llego al 637 estoy ya en posesión del verdadero significado de aquel hecho, porque ya me he encontrado antes con la entrada de los cruzados en Jerusalén en 1099. Y así con todos los demás hechos. Para comprender el imperialismo romano es necesario primero haber examinado las invasiones de los bárbaros, y sólo después de haber estudiado a Lutero se pueden entender las grandes órdenes monásticas del siglo XIII, como el conocimiento de Buda es necesario para la justa inteligencia de la India brahmánica. Las empresas orientales de Juliano
el Apóstata
y de Pompeyo deben necesariamente ser expuestas, si se desea, cuando lleguemos a Alejandro Magno, medir el alcance de su marcha a través de Persia. Sin haber narrado la aventura de Napoleón no se comprende nada de la Revolución francesa, y sin la Revolución no es posible tener una idea profunda de Luis XIV y de Luis XI. La última guerra europea es una premisa indispensable para reconstruir la formación de las monarquías nacionales en el cuatrocientos y en el quinientos. El
después
es lo que explica el
antes
, y no viceversa. Por eso los historiadores antiguos y modernos no son nada más que cronistas con ojos y genio de topos. Únicamente procediendo al revés, la historia se convertiría en una verdadera ciencia. Ha llegado el momento, en este terreno, de adoptar la regla áurea que ha hecho la fortuna de las ciencias: de lo conocido a lo menos conocido y hacia lo ignorado. Y lo más conocido para nosotros, ¿no es tal vez el tiempo en que vivimos?
Ergo
, el primer capítulo de toda historia debe estar siempre constituido por
las
últimas noticias, y el último de toda historia universal bien hecha no puede ser más que el relato de la Creación.

—¿Y cómo se las arregla para aplicar esta marcha inversa a las biografías?

—Magníficamente. Ya se ha dicho que no se puede juzgar a un hombre hasta su último día, y juzgar quiere decir, para un hombre de ciencia, comprender. Para comprender a un gran hombre es preciso referirse, necesariamente, al día de su muerte. La vida de César comienza efectivamente en el día en que fue asesinado. ¿Por qué asesinado? De aquí podemos dirigirnos directamente a sus ambiciones, a sus campañas, a su dictadura. El paso del Rubicón nos abre el camino para comprender su anterior rivalidad con Pompeyo y ésta explica sus simpatías democráticas, que, a su vez, nos dan la llave de sus relaciones con Catilina. Si el párrafo final de la vida de César se refiere a su nacimiento, esto no es nada extraño: que César, según el método de los viejos historiadores, entre en el sepulcro, o penetre, con mi método, en el vientre de la madre, el resultado es el mismo: desde este momento, nacimiento o muerte,
César ya no existe
.

—¿De modo que su historia… ?

—Mi historia se abre en 1919, con la paz de Versalles, y termina con la narración del primer día de la Creación, cuando, como se lee en el
Génesis
, “la tierra era soledad y caos, y las tinieblas cubrían el abismo”. Como ve, principio y fin se juntan, diré que casi se funden e identifican. Caos y tinieblas al principio, caos y tinieblas al final. El gran anillo de la historia se cierra.

Después de decir esto, el profesor Killaloe levantó de la
rocking chair
su larga persona y con una sonrisa hamletiana me invitó a acompañarle en su visita diaria a la Esfinge.

Thormon el soteriólogo

Luxor, 6 enero

N
o bastaba con el intérprete de las Pirámides y con el resucitador de las momias: hoy me ha comparecido otro visionario. Se llama Thormon y alardea de ser descendiente de un sacerdote de Ammon-Ra. A mí me ha parecido un aventurero levantino en busca de dinero. Es alto, fuerte, con una cara redonda, color canela, ornada de cicatrices rosadas.

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