Authors: Martín de Ambrosio
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Pero el caso emblema de toda esta serie y que dio origen a la sospecha del lóbulo frontal como sede de la moral y ciertos aspectos de la conducta, tuvo que ver con el desarrollo del ferrocarril en los Estados Unidos. El 13 de septiembre de 1848, hubo una explosión cerca de donde un grupo de trabajadores construÃan las vÃas del tren, en el estado norteamericano de Vermont. El accidente no mató a Phineas Gage, quien sufrió una seria lesión: un palo de hierro le atravesó el cráneo de lado a lado. Gage siguió viviendo pese al palo incrustado que le entró por la mejilla izquierda, perforó la base del cráneo, atravesó la parte frontal y salió por la parte superior de la cabeza, llevándose hasta un poco de masa encefálica. No era cualquier palo, palo bonito-paloé, sino un formidable trozo de hierro de cinco kilos y medio de peso, un metro de largo y dos centÃmetros y medio de diámetro.
«A partir de entonces, dejó de ser Phineas Gage», dijo un compañero que vio cómo se transformaba. IncreÃblemente, se repuso de las heridas y las infecciones en dos meses. Su cuerpo sobrevivió pero no su personalidad. Cuando trabajaba como constructor de vÃas y dirigÃa una cuadrilla, Gage era descripto como «el más eficiente y capaz de los empleados». Luego, según el médico John Harlow que lo atendió, «se hizo irregular, irreverente, cayendo a veces en las mayores blasfemias, lo que anteriormente no era su costumbre, no manifestando la menor deferencia para sus compañeros». Tal que lo echaron; no por incapacidad fÃsica, sino de carácter. Pasó a tener una vida errante que hasta lo llevó a cuidar caballos e iniciar una carrera como atracción de circo, en la que mostraba su herida y el palo que la habÃa causado. Llegó hasta Chile, donde fue conductor de la diligencia que unÃa ValparaÃso con Santiago, antes de regresar a morir en California, presa de ataques epilépticos, el 21 de mayo de 1861. Fue enterrado con el pedazo de hierro que le habÃa cambiado la vida. La historia la cuenta con detalles el famoso investigador en estos neurocampos Antonio Damasio, en un libro que llamó con buena dosis de autoconfianza
El error de Descartes
y que es una especie de clásico de la divulgación neurocientÃfica, publicado por primera vez en 1994. AllÃ, Damasio habla también de «modernos Phineas Gage», pacientes que por tumores u otras razones tienen similares lesiones frontales que derivan en modificaciones ostensibles de la personalidad, ya que no de la inteligencia (que suele ser alta y no se modifica por esta razón).
Para redondear este capÃtulo hablé con dos de los más importantes especialistas argentinos en FTD y en bipolaridad, otra enfermedad de orden psiquiátrico que muchas veces conlleva alta predisposición a la conducta polisexual. De hecho es una de sus caracterÃsticas. En la fase manÃaca de la bipolaridad, la promiscuidad es alta, pero lo curioso es que también se manifiesta la hipersexualidad en la fase depresiva, cuando los pacientes están abúlicos, apáticos y duermen todo el dÃa, ¿viste? Bueno, por ahà se levantan sólo para tener sexo; es lo único que hacen. Por supuesto, con profesionales, pagando; no están en vena para ningún tipo de levante hecho y derecho, no pueden relacionarse.
Pero también se da la pérdida de frenos inhibitorios, cometen indiscreciones sexuales que comprometen su vida afectiva. Los manÃacos no discriminan, y las manÃacas tampoco, porque también hay mujeres en el grupo, desde luego. Se supone que ciertas prostitutas que no necesitan económica ni socialmente llevar ese tipo de vida podrÃan tener este trastorno de personalidad. Psicológicamente, serÃa como un narcisismo, una necesidad de sentirse deseada en todo momento, me dicen. Se da una pansexualidad, con todos está bien; incluso tienen relaciones homosexuales sin identificarse a sà mismos como tales.
Una paciente bipolar mÃa de cincuenta años, dice el especialista, se puso a fumar marihuana descontroladamente y tuvo en un breve lapso varias aventuras sexuales. Después, al pasar la etapa eufórica, y al tomar conciencia de lo que hacÃa, la depresión se redoblaba: estaba deprimida porque pasaba a la otra etapa de la bipolaridad y porque advertÃa los lÃos que habÃa armado su conducta inopinada. Son personas que se complican la vida en la euforia. Ella estaba casada, tenÃa dos hijos y después se le hizo muy difÃcil remontar la situación con su gente. Son pacientes que siguen siempre la regla de tres, me dicen en la sede del coqueto consultorio que comparten: tienen tres trabajos, tres carreras, viven en tres ciudades y tienen tres matrimonios. Una biografÃa tormentosa. No pueden ser enteramente conscientes de lo que hacen, les fallan los frenos inhibitorios. Lo que en la FTD es constante, en los bipolares es un vaivén.
Un caso también dramático fue un paciente varón, viejo, con FTD que les contó con lujo de detalles sus experiencias con tres prostitutas a sus nietos de 14 y 15 años. Y también a su mujer. Se da una cosa también pseudopsicopática porque no podÃa comprender el tipo de dolor que le estaba causando a su mujer con su confesión. No pueden interpretar la emoción ajena, por eso hieren. Es una especie de perversión. Tienen ganas de que la gente se entere de qué hicieron, de ver sus reacciones. La mujer creÃa que le estaba mintiendo, pero vieron que a los chicos les contó lo mismo y, peor, les agregaba comparaciones del estilo «la abuela ya no sirve para esto o lo otro, por eso tengo que pagarle a fulana». Era una caso que se fue haciendo particularmente grave, el señor se manoseaba en público y comenzó también a manosear gente y a exhibirse públicamente. Finalmente terminó internado, me cuentan.
Otra mujer, muy mayor, también con FTD, les contó por teléfono a sus hijas cómo habÃan sido sus primeras relaciones anales. HabÃa pasado los ochenta años cuando sucedieron ambas cosas (digo, tanto su confesión como sus primeros escarceos con penetraciones anales; ¿señora, a su edad?).
La diferencia entre FTD y bipolaridad es que a menudo el bipolar en la fase manÃaca cae simpático, le resulta muy fácil el levante. Conquista fácil, pero tiene grietas, les falla la cognición social, miente y con un poco de perspicacia el otro se da cuenta. Un paciente, por ejemplo, intentó a la vista de todos en una reunión social seducir a la esposa del jefe. Casi va preso y quedó fuera de ese núcleo social, por supuesto. Otra bipolar me ha contado que conquistó a un chico en una pileta un mediodÃa y estuvieron toda la tarde teniendo sexo, varias veces, luego fueron a cenar y volvieron a tener relaciones, esta vez en casa de ella. Pero lo que apuntaba para amor total se desvaneció porque ella se demostró como mentirosa compulsiva y la siguiente vez que se vieron ella estaba con otro; querÃa quedarse con él, con el de la pileta, pero al que estaba antes lo despidió con un beso en la boca, y asà comenzó el derrumbe. Les fallan los frenos inhibitorios, van a por todas y muchas veces se quedan sin nada.
Les pregunto si puede ser que en las condiciones en que los médicos trabajan en las guardias se dé una «frontalización», es decir, un cambio en la conducta, una desinhibición debido a la cantidad de tiempo que se pasa sin dormir, por ejemplo, y si eso puede desenÂcadenar la necesidad fisiológica de sexo, por decir algo. ¿O es sólo una metáfora cuando ellos mismos se describen asÃ? Es metafórico pero es real, me contestan. Le pasa también a otro tipo de gente, a los que de repente se enamoran a los 40 y pico, se vuelven locos por una mina y dejan mujer e hijos. En cierto modo están frontalizados porque se apaga el lóbulo frontal y aparecen más activos otros centros más ligados a las pasiones, a lo irracional. El frontal es el que te permite postergar la recompensa inmediata en función de las consecuencias que eso puede tener. Regula, por decir, el hecho de que no te comas toda la parrillada porque sabés que al dÃa siguiente te vas a sentir mal. El adicto tiene roto ese mecanismo y sólo busca el placer inmediato.
Entonces, sigue el otro, en condiciones exageradas, bajo presión o estrés, la conducta puede aflojarse.
Lo mismo sucede en la guerra. Una chica judÃa contaba hace poco que nunca habÃa visto tanta actividad sexual como en el ejército israelà del que formaba parte: tremendas orgÃas para soportar las tensiones; mucho sexo y
choking game
, esa práctica de llegar casi a la estrangulación, con un lazo o con la mano, para multiplicar el efecto del orgasmo. Ya lo dijo Borges: Dios mueve al jugador y éste la pieza, ¿qué enfermedad detrás del albedrÃo la trama empieza?
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Una buena parte, no obstante, insiste en que los contenidos morales mismos también vienen dados. Por ejemplo, la empatÃa y el bebé que llora sólo porque otro lo hace a su lado.
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Algo de las charlas con Méndez y del propio congreso de San Francisco fue publicado en notas de la sección de Ciencia del diario
Perfil
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Fuente: «Lo que la demencia frontotemporal revela sobre las bases
neurobiológicas de la moralidad», Mario F. Méndez, Universidad de California, Los Ãngeles.
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. A los que me dicen esto suelo repreguntar: «¿Y cuál es la segunda cosa más compleja del universo?» Hasta ahora no obtuve respuesta digna de comentar.
UN FINAL CARTESIANO
«Sexo, luego existo.»
Por mi rol de periodista, desde hace varios años hablo cada semana, cada mes, varias horas con médicos. Son expertos, especialistas renombrados, a veces famosos, casi siempre con altos cargos en instituciones de renombre, prestigiosos, que van a los congresos como disertantes.
El hecho de pensar que detrás de esa circunspección profesional y esa frialdad para hablar de lo que saben mejor que nadie se esconden juergas de sus años de residencia o sus perÃodos de guardias me provoca algo⦠escribo, pero también pienso: ¿en verdad me provoca algo? ¿Importa qué hacen los médicos cuando no nos están curando o cuando no están investigando cómo funciona esa cosa esquiva y uniformemente informe que es el ser humano?
La real trascendencia de la vida personal de personas públicas âreyes, magnates, actrices, deportistasâ está en discusión a partir de ciertos medios que exponen, a favor del exhibicionismo, que sÃ, que la dimensión privada es clave para desentrañar a los personajes de interés público. Que es clave la enfermedad de tal o la cartera de cual. Es discutible y quizá la redefinición de lo público y lo privado dada por cierta tecnologÃa y lo que se han dado en llamar las redes sociales ponga toda disquisición favorable o desfavorable a esas conclusiones en el baúl de las discusiones bizantinas, al ladito del sexo de los ángeles y de la sabrosa cuestión acerca de si Adán y Eva tenÃan o no ombligo, y la polémica se evapore.
Quedará para futuras disquisiciones investigar qué pasa con profesiones que también conviven con el mito de ser sexualmente liberales. Pilotos con sus azafatas, profesores de tenis y entrenadores personales, modelos; profesores universitarios y de escuelas terciarias, sÃ, sÃ. El escritor, en cambio, casi queda descartado, o confinada su diversión con justicia a esos perÃodos en que no ejerce de tal âescribir, se sabe, es practicar el solipsismoâ sino que ejerce de personaje, en presentaciones, congresos, becas, festivales y demás delicias de ese mundo filo académico. ¿Y en las redacciones periodÃsticas? Aunque con un nivel de confinamiento menor tienen, quizás, algún punto de contacto con los hospitales, pero no más que las vulgares oficinas.
Si el médico a la hora de operar âdicho esto en sentido amplioâ con personas tiene que objetivarlas para limitar su empatÃa y poder curarlas como si fueran cosas, mecanismos, relojes, el sexo posterior funcionarÃa como la operación inversa. Es decir, el sexo en la guardia ayuda a subjetivar lo objetivado, dirÃa un sociólogo juguetón. Ayuda a retomar del modo más grosero, más evidente y vital, la empatÃa de los cuerpos, del cuerpo del otro, que no hace sino reforzar la propia subjetividad. Es que, si no, la ecuación es (literalmente) descarnada: el que opera, el que manipula al otro como si fuera una cosa, también lo es. ¡Es una cosa, el médico es una cosa!, gritarÃan y saltarÃan los niños burlones. Es el darse cuenta espantado, con alivio, con humillación, con terror, del afantasmado protagonista de «Las ruinas circulares». El sexo, quizás, hipotéticamente, es el modo de reafirmar el ser propio ante los huevazos cosificatorios de las escalinatas de la Facultad de Medicina. Es estar intuitivamente vivo (las cosas están muertas). En el dejarse ser del sexo se es. Contra el gran Descartes, el cuerpo vive allà donde no se piensa.
Cogito ergo sum
no: coito
ergo sum
â¦
Buena coartada para el médico o la médica fiestera. Al fin, no mucho más que eso es este libro. Una colección de coartadas. Espero que las sepan usar y disfrutar.
ALGUNOS LIBROS MÃS O MENOS RELACIONADOS
(
o leÃdos en paralelo a la redacción y a la confección de las entrevistas que dieron origen a este libro
)
Bourdieu, Pierre;
La dominación masculina
, Anagrama-Página/12, Buenos Aires, 2010.
Damasio, Antonio;
El error de Descartes
, Drakontos, Buenos Aires, 2008.
De Waal, Frans;
El mono que llevamos dentro
, Tusquets, Barcelona, 2007.
GarcÃa Leal, Ambrosio;
El sexo de las lagartijas
, Tusquets, Barcelona, 2008.
GarcÃa Leal, Ambrosio;
La conjura de los machos
, Tusquets, Barcelona, 2005.
Ghiglieri, Michael;
El lado oscuro del hombre
, Tusquets, Barcelona, 2005.
Golombek, Diego;
Sexo, drogas y biologÃa
, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2006.
Irwin, William y Jacoby, Henry (comps.);
La filosofÃa de House
, Selector, México 2009.
Jamison, Kay;
Una mente inquieta
, Tusquets, Buenos Aires, 2010.
Kusnetzoff, Juan Carlos;
El gran dilema del sexo
, Sudamericana, Buenos Aires, 2002.
Morris, Desmond;
El hombre desnudo
, Emecé, Buenos Aires, 2009.
Sanders, Lisa;
Diagnóstico
, Planeta, Buenos Aires, 2010.
Wacquant, Loïc;
Entre las cuerdas
, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2006.
Notas periodÃsticas y diarios consultados
ArtÃculos periodÃsticos publicados en el portal médico Intramed; en los diarios
El Mundo
y
20 Minutos
de Madrid,
BBC
de Londres, y
Página/12
,
Perfil
,
ClarÃn
y
Tiempo Argentino
de Buenos Aires.
Papers
cientÃficos de distintas revistas especializadas, como
The Lancet
,
Proceedings of the Royal Society B
,
Journal of Behavioral Medicine
,
Journal of Psychosomatic Research
, entre muchas otras.