¡Hágase la oscuridad! (28 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: ¡Hágase la oscuridad!
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¡El hombre había sido tan diabólicamente sincero! «Satanás…, recibe…, mi…, espíritu», ¡y eso era todo! ¿Era posible que Sercival creyera en sus propias palabras,
que tuviera una razón para creer en ellas?
Pese a todo, para las mentes realmente escépticas, las fuerzas diabólicas podían ser, al igual que los electrones desprovistos de alma, los elementos constitutivos del cosmos. Ninguna hipótesis, por fantástica que pudiera parecer a primera vista, debía turbar a una mente realmente escéptica. Eran la evidencia y las pruebas las únicas que debían decidir.

¿Y si Sercival hubiera descubierto pruebas ocultas a la mayoría de los hombres? ¿Y sí, bajo la mascarada científica de la Brujería —que parecía idéntica a la mascarada científica de la Jerarquía — hubiera algo más? La mascarada no probaba nada. No existía ninguna razón que impidiera a las fuerzas diabólicas hacer uso, alguna vez, de esa mascarada para lograr sus objetivos.

Las noticias que llegaban de Neodelos apartaron de la mente de Goniface aquellos confusos pensamientos. La situación había llegado a un punto crucial. La mitad de los sacerdotes de Neodelos se hallaban paralizados por el pánico o por sutiles manifestaciones de temor. Unos fantasmas horribles se paseaban por los pasillos y voces invisibles proferían aterradoras amenazas.

Neodelos era la primera de las ciudades importantes en la que se había llegado al enfrentamiento final con la Brujería. También era la primera ciudad en la que se iba a experimentar la contraofensiva ideada por Goniface. Todos los sacerdotes del Centro de Comunicaciones, además de atender a su propio trabajo, podían conocer los mensajes que aparecían a breves intervalos en el televisor de Neodelos, en el extremo de la sala. Las emociones variaban en función del contenido de esos mensajes.

—El Centro de Control de Neodelos llama al Centro de Comunicaciones. La Central de Energía local informa de la existencia de problemas. Dos técnicos se hallan incapacitados. Pedimos detalles…

»Informe de un mensajero: El Centro de Control de la Catedral local se halla invadido por manifestaciones de algún tipo. No dispongo de su descripción, excepto que unas sombras con forma humana acompañan a los fantasmas. Los técnicos han huido.

»Hemos ordenado contraataques limitados, de acuerdo con las instrucciones recibidas. No podemos establecer contacto con la Central de Energía. Los diáconos que intentan recargar las varas de la ira no logran llegar a la armería.

»Fallo de potencia. Hemos conectado las reservas. Informe de un mensajero: las invenciones diabólicas aterrizan en el Puesto Principal de Observación.

»Seguimos sin poder establecer contacto con la Central de Energía. Malestar en el Centro de Control. Tres sacerdotes víctimas de crisis.

»Las luces fallan. Prevemos un fallo general en la energía. El Centro de Control está atestado de sacerdotes que llegan huyendo del pasillo exterior.

»Oscuridad completa. Trabajamos con linternas de bolsillo. Hemos dado la orden de un contraataque general. Se abren las puertas del Centro de Control. Unas formas grises…»

De pronto, el panel de Neodelos se apagó.

Este último mensaje sumió al Centro de Comunicaciones en un pesimismo casi tangible. Goniface podía notar una oleada de fatal resignación entre los sacerdotes. A pesar de que las operaciones seguían sin interrupción, era visible una prisa y una agitación frenéticas, una atmósfera de desesperación.

—¡Centro de Control de Neodelos llamando al Centro de Comunicaciones! ¡Los contraataques en el Centro de Control y en la Central de Energía han tenido éxito! Numerosos brujos muertos. Los restantes han huido. La Central de Energía informa de sabotajes realizados por los brujos, pero todavía funciona una batería atómica. No tenemos noticias del Centro de Control de la Catedral ni del Puesto Principal de Observación. Continúan las escaramuzas. Enviaremos nuevos informes a medida que vayan llegando.

En el Centro de Comunicaciones, este mensaje tuvo un efecto parecido a la suspensión de una condena de muerte. Fue como si, de repente, los parasimpáticos fluyeran por la sala. El gran punto negro que representaba a Neodelos en el mapamundi parpadeó y rápidamente se convirtió de nuevo en escarlata.

Hasta cierto punto Goniface estaba satisfecho. La contraofensiva parecía eficaz. Era muy simple y se basaba directamente en un hecho central. Mientras la Jerarquía dispusiera de los principales puntos de control en los santuarios importantes, especialmente en las centrales de energía, no sería vencida. La Brujería, por más centrada que estuviera en las armas psicológicas, en algún momento debería intentar tomar posesión efectiva de esos puestos de control, una vez lograra aterrorizar a los sacerdotes que los defendían. A partir de ese momento, el personal de la Brujería se haría vulnerable a los contraataques o emboscadas por parte de una
segunda línea secreta de defensores
, para los que la Brujería no había previsto el empleo del terror.

El plan parecía funcionar en Neodelos.

Pese a ello, mirando a su alrededor, escrutando los rostros sombríos de los sacerdotes del Centro de Comunicaciones, Goniface sintió que algo faltaba. Aunque se habían sentido visiblemente reconfortados por el resultado de la lucha en Neodelos, Goniface notaba que en lo más profundo de aquellas almas existía una decepción, como si hubieran deseado que Neodelos cayera, como si desearan que la propia Jerarquía fuera destruida; una sensación de una cierta fatiga y terror.

Casi en forma confusa, en un segundo nivel, tras los pensamientos conscientes, Goniface comprendió que acababa de asistir al último gran triunfo de la Jerarquía.

Aunque todo parecía estar ahora a su favor —la victoria completa parecía a su alcance— eso no cambiaba nada. Después de unos inicios discretos y dubitativos, la Jerarquía se había alzado por fin, para enfrentarse al desafío lanzado por la Brujería. Sin embargo, eso tampoco alteraba en nada la situación. Victoria o derrota, el gran momento ya había pasado. La Jerarquía, la forma de gobierno más perfecta que nunca había tenido el mundo, empezaba a declinar. Quizá todavía se alzarían hombres ambiciosos, quizá todavía surgirían rivalidades en busca del poder personal, pero se trataría de ambiciones de segunda fila, de rivalidades secundarias.

Había visto cómo se esfumaba el último gran momento e, incluso, ese mismo momento había tenido un carácter espasmódico y desesperado, algo que se convertía en irreal en el mismo momento de haber sucedido, como el último ataque de un carnívoro moribundo, o el último esfuerzo físico de un hombre antes de resignarse a la vejez y a una utilización más ponderada de sus recursos.

Inevitablemente, aunque siempre en un segundo plano de pensamiento, Goniface acabó dándose cuenta del paralelismo entre su propia carrera y el destino reciente de la Jerarquía. Sin ninguna duda, su propia carrera había revestido características espasmódicas y de desesperación y, ahora, mirando hacia atrás, empezaba a parecerle algo fantásticamente irreal. Un miserable chaval, hijo de una Hermana Caída y un sacerdote, obligado a tomar el nombre de su madre, Knowles, desterrado para siempre de la Jerarquía, el más despreciado entre los despreciados. Knowles Satrick, en apariencia un ser débil que se mantenía apartado del mundo al igual que podría haber hecho el hijo de un fiel. Un ser que sentía un odio atroz por su familia y sobre todo que odiaba sobremanera a su madre que le había traicionado por el mero hecho de traerle al mundo y que en su vida sólo había recibido desprecios. Sin embargo, en el corazón de ese miserable muchacho ardían una ambición y un rencor tales que se habían transformado en su destino. Una y otra vez había asesinado para mantener escondido su pasado, pero no se trataba de crímenes ordinarios, era como si el mismo destino hubiera mezclado el veneno o empuñado el puñal, ya que la ambición nunca le había abandonado. Después de llegar a ser un novicio de la Jerarquía en Megatheopolis, había ascendido en sus filas a una velocidad vertiginosa. Del Primer al Segundo Círculo, del Segundo al Cuarto, del Cuarto al Séptimo y de ahí al Consejo. Y con cada ascenso, su ambición y su resentimiento se habían apaciguado un poco, pero nunca habían disminuido.

No era la forma en que un hombre llega al poder en un estado sano y vigoroso. Era más bien, como el cumplimiento de una vieja y tenebrosa profecía, como el avanzar furtivo e inexorable de un asesino.

Y ahora que había alcanzado la cima, ahora que había llegado a crear para sí mismo un nivel más alto que nunca antes había existido —Jerarca del Mundo—, todavía sentía ese deseo devorador de subir más alto, a pesar de que el siguiente peldaño de la escalera fuera sólo el vacío. Miraba hacia abajo y no había nadie que intentara auparse hasta él, ningún sucesor ambicioso con quien luchar. Incluso la Brujería estaba siendo vencida.

Seguía todavía en aquel segundo nivel de sus pensamientos que ahora intentaban ascender para enfrentarse a los pensamientos de la superficie, pero inevitablemente, Goniface volvía a pensar en sí mismo, volvía a recordar sus comienzos, como intentando completar un misterioso círculo. Una fuerza irresistible le traía recuerdos de un período de su juventud, de un tiempo que creía haber borrado totalmente de su memoria. Pensó en su madre, aquella criatura rencorosa, irresponsable y terriblemente soñadora; en el imbécil de su medio hermano, pero sobre todo en su joven hermana Geryl. Era la única que se parecía a él en todo, en su carácter sombrío y en su ánimo decidido. Quizá, aún estuviera con vida. Había notado un parecido convincente en el solidógrafo de aquella bruja, Sharlson Naurya y sintió una cierta satisfacción al pensar que la muchacha pudiera haber escapado por milagro, a la trampa asesina que Goniface le había tendido y que hubiera consagrado toda su vida a lograr la caída del Jerarca del Mundo. La misma clase de satisfacción que le proporcionaban los celos y la envidia de Jarles.

Knowles Satrick. Knowles Satrick. El nombre se repetía en su mente, como una voz surgida del abismo del tiempo. Vuelve, Knowles Satrick. Has llegado tan lejos como era posible. Vuelve. Completa el círculo.

La voz parecía extrañamente real y aquel nombre poseía resonancias hipnóticas, como un foco luminoso que parpadeara en medio de la oscuridad más absoluta y parecía grabarse en su mente en letras negras y arcaicas, una y otra vez. De repente, con un sobresalto violento, como el de un hombre adormilado, se dio cuenta de que el primer secretario le estaba hablando.

—El Centro de Control del Santuario desea contactar. Hay dos comunicaciones distintas. Creo que preferiréis atenderlas personalmente. ¿Puedo pasarlas a vuestro televisor?

Goniface asintió. El rostro familiar del Jefe de Control del Santuario apareció en la pantalla. Parecía preocupado y confuso.

—Hemos encontrado al Primo Deth. Hemos descubierto su cadáver en la prisión auxiliar. Su cara estaba totalmente quemada, pero la identificación es segura. También algunos guardias han muerto fulminados por rayos de la ira y el resto estaban paralizados. Las celdas están vacías. No hay ni rastro de los prisioneros.

Por un momento, Goniface sintió tan sólo cansancio, como si ya hubiera sabido todo aquello desde hacía mucho rato. «Deth se ha ido, Knowles Satrick», parecía decir la voz. «El pequeño diácono ya no sonreirá con crueldad a tus enemigos, pero eso poco importa. Ha desempeñado su papel. Ya no le necesitas. Ya tienes lo que deseabas y ya no puedes ir más lejos. Tan sólo te queda la posibilidad de volver hacia atrás. Knowles Satrick. Volver.»

La voz produjo en él un efecto de lo más extraño, como si tirara de él, como si le condujera por una dirección determinada, tal vez hacia atrás en el tiempo. Con un gran esfuerzo acabó de despertarse del sopor. ¿Así que los prisioneros se habían escapado del Santuario? Esta era la explicación de por qué el plan de ataque de la Brujería había estado mejor coordinado en la última media hora. Habían recuperado una parte de sus líderes. ¿Pero qué importancia tenía eso? La Jerarquía estaba venciendo en Neodelos. Estaba derrotando a la Brujería a pesar del retorno de sus jefes.

Goniface se dio cuenta de que estaba a punto de hacer una pregunta al Jefe de Control del Santuario.

—¿Alguna noticia acerca de Jarles, el sacerdote del Cuarto Círculo?

La expresión en el rostro del televisor se turbo aún más.

—Sí, Suprema Eminencia, y por una coincidencia inesperada. Uno de los guardias ha sido reanimado y ¡afirma que ha sido precisamente Jarles quien ha organizado la evasión! Os proporcionaré la versión de los demás en cuanto sea posible.

La pantalla se apagó. Goniface había puesto fin a la conversación. No sentía resentimiento hacia Jarles por su traición, ni siquiera hacia sí mismo por haber confiado demasiado en el trabajo del hermano Dhomas; tan sólo una ligera decepción.

«Jarles también se ha ido», decía la voz interior. «Pero ¿qué importa? Todos se han ido, o han dejado de tener importancia. Nada tiene ya importancia. Vuelve. Knowles Satrick. Completa el círculo».

Aunque esos pensamientos ocupaban toda su mente, excepto la parte más superficial, seguía atento a las noticias, estudiaba el mapamundi, impartía órdenes y daba o rehusaba consejos. Los asuntos de la Jerarquía le parecían muy lejanos, triviales, como si la Jerarquía caminase por un sendero paralelo en el tiempo y ajeno a él. Solamente el misterio de su destino personal parecía tener algún significado. Knowles Satrick. Knowles. Seguiría con entusiasmo a aquella voz, si pudiera saber hacia dónde le empujaba y si se tratara de una dirección que un hombre pudiera seguir.

La cara de un sacerdote de los niveles inferiores le llegó a través del televisor. Recordó vagamente que el secretario había mencionado una segunda comunicación, procedente del Centro de Control del Santuario. A una señal de Goniface, el sacerdote inferior retrocedió con precipitación. Después, como si temiese que su gesto fuera interpretado como una afrenta, balbuceó unas disculpas precipitadas.

—Excusadme, Suprema Eminencia. Pero estaba seguro, a pesar de lo que me habían dicho, de que Vuestra Suprema Eminencia no podía hallarse en el Centro de Comunicaciones. Controlo las comunicaciones de la parte del Santuario en la que se encuentran vuestros apartamentos y durante los últimos minutos he recibido mensajes que provenían de allí. Previamente había tenido el honor de hablar con Vuestra Suprema Eminencia y estaba seguro de haber reconocido vuestra voz, a pesar de que la conexión no era totalmente satisfactoria…

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