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Authors: Bryan W. Addis

Heliconia - Primavera (22 page)

BOOK: Heliconia - Primavera
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El conjunto estaba envuelto en un vapor por el que corrían hebras amarillas: las octavas de aire. Las octavas de aire se agitaban como si huyeran de Freyr, aunque en algunos momentos se le enroscaban alrededor. El tercio de Freyr emitía exopodios negros que tiraban de las octavas de aire y lo acercaban al mundo conocido. El mundo se cubría de espuma y crecía.

Estas imágenes eran familiares para el joven kzahhn, y estaban destinadas a darle seguridad antes de la partida. Comprendía también la advertencia que transmitían las imágenes: las octavas de aire que la cruzada tenía que seguir se enredaban caóticas, trastornando el perfecto sentido de la dirección que era común a la especie. La cruzada haría lentos progresos, que llevarían muchos giros aéreos o años.

Dio gracias a la imagen queratinosa con un ronquido profundo.

Hrr-Anggl Hhrot reveló más figuras. Tenían el olor de las cosas antiguas. Surgían de un pozo de sabiduría de los tiempos heroicos, cuando Freyr no tenía ninguna importancia. Pudo verse entonces todo un ejército de antepasados queratinosos, semejantes a ángeles, que confirmaban las imágenes.

Hrr-Anggl Hhrot mostró qué ocurriría cuando hubiesen pasado, en el órgano triple, tantos giros de aire como dedos en las manos y los pies de un estalón. Lentamente, Freyr, punteado de negro, se ocultaría detrás de Batalix. Así ocurriría veinte veces, en sucesivos giros de aire. Y ésta era la temible paradoja: aunque la parte de Freyr era la mayor, se ocultaba detrás de la parte de Batalix, cada vez más pequeño.

Esos veinte ocultamientos señalarían el principio del cruel período de dominio de Freyr. A partir del vigésimo, las colonias que componían la raza de dos filos caerían bajo el poder de los Hijos de Freyr.

Ésa era la advertencia; pero había alguna esperanza.

Los pobres e ignorantes Hijos se espantarían ante los ocultamientos de Freyr, que los había parido. El tercer ocultamiento sería el más desmoralizador. Ese era el momento de golpear; ése era el momento de acercarse a la ciudad donde el gran kzahhn, Hrr-Tryhk Hrast, había sido destruido. Ésa era la hora de la venganza. La hora de quemar y matar.

Recuerda. Sé valiente. Sostén los cuernos en alto. ¡La guerra ha comenzado!

Hrr-Brahl Yprt reaccionó como si hubiese recibido por primera vez la corriente de la sabiduría. La había recibido varias veces, siempre idéntica a sí misma. Para él, era como el pensamiento. Todos los miembros con antepasados en estado de brida habían recibido muchas veces las mismas imágenes en épocas anteriores. Las imágenes provenían del mundo conocido, del aire, de los antiguos muertos. Eran incontrovertibles.

Todas las decisiones que se tomaban eran el resultado de esas corrientes de sabiduría emanadas de los antepasados queratinosos. Quienes habían construido el pasado superaban en número a los vivos. Los viejos héroes habían medrado en una edad heroica en la que Freyr era más pequeño.

El joven kzahhn emergió de su trance momentáneo. El ejército que lo rodeaba se agitó, movió las orejas. Las aves se cernían sobre ellos. Nuevamente sonó el cuerno discordante, y las imágenes, semejantes a muñecas, fueron transportadas a la caverna, en la fortaleza natural. Era hora de avanzar.

Hrr-Brahl Yprt montó de un salto en la alta silla de Rukk-Ggrl. El movimiento desalojó a Zzhrrk, el ave vaquera blanca, que remontó vuelo, giró, y volvió a posarse en el hombro de Hrr-Brahl Yprt. Muchos otros tenían sus propias aves vaqueras. Los disonantes graznidos agradaban a los phagors. Las aves eran realmente útiles pues libraban a los phagors de las garrapatas que les infestaban el cuerpo.

Esas garrapatas —criaturas poco estimadas— eran un vínculo clave en la compleja estructura ecológica del mundo, y un nexo clandestino entre enemigos mortales. Mientras el joven kzahhn se comunicaba en brida con los antepasados, unas nubes descoloridas habían cubierto el nevado paisaje. La luz se reflejaba entre la bruma y el suelo. En esa luz no polarizada, en la que no había sombras y las cosas vivientes parecían espectrales, los seres humanos hubieran ido perdidos de un lado a otro. No había horizonte. Todo era gris perla.

Poco significaba esa blancura para el ejército de dos filos, que se guiaba por las octavas de aire. Una vez terminada la ceremonia de comunicación, servidores de a pie se adelantaron con cuatro jóvenes kaidaws de talla menuda. La única giba de los animales estaba apenas desarrollada; todavía tenían manchas en el pelaje áspero. En cada uno de los kaidaws montaba una de las cuatro fillockas del kzahhn. Cada fillockas tenía, entretejidas en la crin, plumas de águila o pálidas flores papilionáceas de las rocas. Ese cuarteto de jóvenes bellezas había sido seleccionado por la colonia para acompañar al kzahhn Hrr-Brahl Yprt durante los años de la cruzada.

Una fresca brisa de cuarenta grados bajo cero sopló desde las glaciales alturas del este y rizó los delicados fila mentos pilosos de las doncellas ancipitales. Bajo esos filamentos estaba la gruesa piel phagor, casi impenetrable al frío, excepto empapada en agua. La brisa despejó la capa de nubes. Como si se hubiese abierto una celosía, retornaron las formas del mundo conocido. El ejército de criaturas y las paredes a pico del Hhryggt, en el fondo, se vieron claramente, así como las cuatro fillockas, al principio espectralmente blancas. La blancura se desvaneció. Aparecieron enfrente unos negros desfiladeros que los conducirían al punto de destino, doce mil metros más cerca del nivel del mar.

Se elevó el estandarte Hrastyprt.

El joven kzahhn alzó la mano y señaló hacia adelante.

Clavó los córneos dedos del pie en el flanco de Rukk-Ggrl. La bestia alzó la cabeza y avanzó sobre los helechos quebradizos. El ejército se puso lentamente en marcha, con el andar extraño y bamboleante de los phagors.

El suelo de pizarra crujía, el hielo resonaba. Las aves vaqueras remontaban a gran altura con las corrientes ascendentes. La cruzada había comenzado.

La consumación llegaría como lo habían pronosticado las imágenes ancestrales, cuando Freyr se escondiera detrás de Batalix por tercera vez. Entonces, el ejército del kzahhn atacaría a los Hijos de Freyr que residían en la ciudad maldita, donde habían matado al noble abuelo de Hrr-Brahl Yprt, el gran kzahhn que había sido obligado a saltar de la cima de una torre a la muerte. La venganza estaba en camino: la ciudad sería arrasada.

Quizá no era sorprendente que el pequeño Laintal Ay llorara en el regazo de su madre.

Año tras año, la cruzada progresaba. Los habitantes de Oldorando ignoraban esa distante némesis. Se ocupaban de las tareas de su propia historia.

Dresyl no era ya el enérgico jefe de antes. Cada vez se quedaba más tiempo en la ciudad, atendiendo detalles nimios de asuntos que marchaban perfectamente antes que él interviniera. De los asuntos de caza se ocupaban los hijos.

El aroma del cambio inquietaba a todos. Los jóvenes querían abandonar las corporaciones y dedicarse a la caza. Los jóvenes cazadores mismos eran poco formales. Un cazador que servía a Dresyl había tenido una hija natural con la mujer de un hombre mayor. Esta conducta se hacía común, así como las consiguientes peleas.

—Nos comportábamos mejor cuando yo era joven —se quejó Dresyl a Aoz Roon, olvidando sus proezas juveniles—. Pronto nos mataremos unos a otros, como los salvajes de los Quzint.

Dresyl estaba indeciso entre provocar y aplastar a Aoz Roon o aplacarlo con elogios. Se inclinaba a esto último, porque Aoz Roon estaba ganando fama de buen cazador; pero indignaba a Nahkri, hijo de Dresyl, que no simpatizaba con Aoz Roon por ese tipo de razones que sólo los jóvenes conocen.

Dly Hoin, la poco satisfactoria esposa de Dresyl, enfermó y murió cuando concluía el año 17 después de la Unión. El padre Bondorlonganon acudió a sepultarla de costado, en su octava de tierra. Y con esta ausencia se abrió un vacío en la vida de Dresyl, quien sintió que la amaba por primera vez. A partir de ese momento, llevó siempre una pena en el corazón.

A pesar de su edad, aprendió el arte de la comunicación con los padres y buscó el pauk para poder hablar con la desaparecida Dly Hoin. La encontró a la deriva en el mundo inferior. Ella le reprochó falta de amor, temperamento frío, la forma en que habían desperdiciado la vida en común, y muchas otras cosas que le dolieron. Huyó de los vituperios y de aquella dura lengua y fue desde entonces un hombre silencioso.

A veces hablaba con Laintal Ay. El muchacho tenía una mente más brillante que Nahkri o Klils. Pero se mantuvo alejado de su anciano primo el Pequeño Yuli; aunque anteriormente lo había desdeñado, ahora lo envidiaba. Yuli tenía una mujer viva a quien amar y hacer feliz.

Yuli y Loil Bry continuaban en la torre, tratando de no tomar en cuenta que habían encanecido. Loilanun vigilaba a Laintal Ay observando cómo él entraba más a fondo en los rudos placeres de una nueva generación.

Muy lejos, debajo de los Quzint, vivía una secta religiosa llamada de los Apropiadores. Una vez, el primer Yuli había alcanzado a verlos un instante. Segura, en una caverna enorme protegida por el calor de la tierra, la secta era virtualmente invulnerable a los gradientes de temperatura de la alta atmósfera. Pero mantenían una relación secreta con Pannoval; y esa secta tuvo una percepción que, a su manera, condujo a cambios tan importantes como cualquier gradiente de temperatura.

Aunque era una percepción perversamente errónea, contenía una cierta belleza para las rígidas mentes de los Apropiadores, y parecía manifestar la verdad que acompaña a la belleza.

Los Apropiadores, tanto varones como mujeres, llevaban una vestidura adornada que los cubría desde el mentón hasta los pies. Vistos de perfil, parecían flores semiabiertas vueltas hacia abajo. Sólo usaban esta ropa exterior, llamada charfral. El charfral podía interpretarse como un emblema del pensamiento apropiador. Los conocimientos de la secta habían sido codificados a lo largo de muchas generaciones, en innumerables ramificaciones teológicas. Eran puritanos y lascivos a la vez. Aún en la estratificación represora del sistema eclesiástico había contradicciones y paradojas, que habían conducido a un hedonismo neurótico.

La creencia en el Gran Akha no era incompatible con la concupiscencia organizada, por una razón básica: Akha no prestaba atención a la humanidad. Luchaba contra la luz destructora de Wutra, lo que servía al interés de la humanidad; pero lo hacía en su propio beneficio. No importaba lo que la humanidad hiciera. De la impotencia humana nacía la ética del eudemonismo.

Mucho después de morir, el profeta Naba cambió todo esto. En cierto momento, las palabras de Naba se filtraron de Pannoval a la caverna. El profeta prometía que si hombres y mujeres abandonaban la concupiscencia, si no se acostaban unos con otros de modo tan indiscriminado que nadie conocía a su propio padre, entonces, el Gran Padre, Akha mismo, se ocuparía de ellos. Les permitiría participar como guerreros en la lucha contra Wutra. La guerra concluiría antes. La humanidad —ésta era la esencia del mensaje de Naba— no era impotente, a menos que decidiera serlo.

La humanidad no era impotente. Para los Apropiadores sepultados, el mensaje era persuasivo. Nunca lo hubiera sido en el Santuario de Pannoval; allí, la gente nunca había pensado que la humanidad no pudiera decidir por sí misma. Pero en la caverna, empezaron a arder los charfrales y se instauró la castidad.

En un año, los Apropiadores cambiaron de carácter. La vieja y rígida codificación se orientó hacia la virtud restrictiva, en nombre del dios de piedra. Los que no pudieron adaptarse a la nueva moral fueron ejecutados con un golpe de sable, o huyeron antes de que el sable cayera.

En el calor y la discusión de la revolución, a los Apropiadores no les bastó haberse convertido ellos mismos. Los revolucionarios han de convertir a otros. Así el Naba de Akha inició el Viaje de la Fe. El Viaje de la Fe recorrió cien millas de pasajes subterráneos para difundir el mensaje. La primera parada fue Pannoval.

Pannoval no tenía interés en oír de nuevo la palabra de su propio profeta, que había sido ejecutado y olvidado mucho antes. Pero se pronunció activamente en contra de una invasión de fanáticos.

La milicia dispuso sus fuerzas y presentó batalla. Los fanáticos estaban preparados. Nada deseaban más que morir por la causa. Si también otros morían, tanto mejor. Los coruscos, aullando desde las octavas de tierra, los incitaban a la lucha. Se lanzaron hacia adelante. La milicia hizo todo lo posible durante un largo y sangriento día. Luego dio media vuelta y huyó.

Pannoval se inclinó ante el mensaje del poder humano y ante el nuevo régimen. Se cortaron rápidamente charfrales, tan sólo para quemarlos. Los que no se conformaron o murieron, escaparon.

Los que escaparon se abrieron paso hacia el mundo despejado de Wutra, las eternas llanuras del norte. Llegaron allí en el momento en que la nieve se retiraba. Crecía la hierba. Los dos centinelas montaban guardia reforzada en el cielo, y Wutra mismo parecía menos violento. Sobrevivieron.

Año tras año se fueron desplazando hacia el norte en busca de alimento y de tierras protegidas. A lo largo del río Lasvalt, alcanzaron el este de las grandes llanuras. Acosaron a los rebaños de yelks y gunnadus. Y prosiguieron hacia el istmo de Chalce.

Al mismo tiempo, el ascenso de la temperatura agitaba a los pueblos del frígido continente de Sibornal. Oleadas de rudos colonos avanzaban hacia el sur, y penetraban en el continente de Campannlat por el istmo de Chalce.

Un día, cuando Freyr imperaba solo en el cielo, la tribu de Pannoval situada más al norte encontró la avanzada meridional del éxodo de Sibornal. Lo que ocurrió entonces había ocurrido antes muchas veces, y era fatal que volviera a ocurrir.

Wutra y Akha se ocuparían de eso.

Así era el mundo cuando Pequeño Yuli lo abandonó. Los mercaderes de sal de los Quzint llegaron a Oldorando con noticias de avalanchas y de extraños sucesos. Yuli, ya muy anciano, se apresuró escaleras abajo para verlos llegar, resbaló y se rompió una pierna. Una semana más tarde el hombre santo de Borlien visitaba Oldorando, y Laintal Ay jugaba feliz con el perrito de mandíbula móvil.

Una época había terminado. Estaba a punto de comenzar el reinado de Nahkri y Klils.

V - DOBLE OCASO

Nahkri y Klils estaban en una de las habitaciones de la torre de hierba. Se suponía que seleccionaban pieles. Pero en cambio miraban por la ventana, sacudiendo la cabeza.

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