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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Hermanos de armas (30 page)

BOOK: Hermanos de armas
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—Un plan loable, señor —dijo Miles cuidadosamente. Galeni tenía la mandíbula apretada; no recibiría ninguna ayuda por esa parte—. Pero hay una docena de ex rebeldes komarreses en la Tierra con pasados tan sangrientos como el de Ser Galen. Ahora que ha sido descubierto, no supondrá más amenaza para nosotros que ellos.

—Llevan años inactivos —dijo Destang—. Galen, claramente, es el caso contrario.

—Si está usted pensando en un secuestro ilegal, eso podría dañar nuestras relaciones diplomáticas con la Tierra. ¿Merece la pena?

—La justicia permanente bien merece una protesta temporal, se lo aseguro, teniente.

Para Destang, Galen era carne muerta. Muy bien.

—¿En base a qué secuestrará entonces a mi… clon, señor? No ha cometido ningún crimen en Barrayar. Ni siquiera ha estado allí nunca.

«¡Cállate, Miles! —silabeó en silencio Ivan desde detrás de Destang, con una expresión de alarma cada vez mayor en el rostro—. ¡No se discute con un comodoro!» Miles lo ignoró.

—El destino de mi clon me concierne de cerca, señor.

—Me lo imagino. Espero que eliminemos pronto el peligro de nuevas confusiones entre ustedes.

Miles esperó que eso no significara lo que imaginaba. Si tenía que torear a Destang…

—No hay ningún peligro de confusión, señor. Un simple escáner médico revela la diferencia entre nosotros. Sus huesos son normales, los míos no. ¿Con qué acusación o reclamación seguimos estando interesados en él?

—Traición, por supuesto. Conspiración contra el Imperio.

Como la segunda parte era demostrablemente cierta, Miles se concentró en la primera.

—¿Traición? Nació en Jackson's Whole. No es súbdito imperial por conquista ni lugar de nacimiento. Para acusarlo de traición —Miles tomó aire— hay que permitir que sea súbdito imperial por sangre. Y si lo es, lo es del todo, un lord de los Vor con todos los derechos de su rango… incluyendo el de ser juzgado por sus pares, el Consejo de Condes, en sesión plenaria.

Destang alzó las cejas.

—¿Se le ocurriría a él intentar una defensa tan forzada?

«Si no lo hiciera, yo se lo señalaría.»

—¿Por qué no?

—Gracias, teniente. Es una complicación que no había considerado —Destang parecía en efecto pensativo, y cada vez más decidido.

El plan de Miles para convencer a Destang de que dejar marchar al clon era idea suya parecía volverse peligrosamente retrógrado. Tenía que saber…

—¿Se plantea el asesinato como una opción, señor?

—Y apremiante —Destang enderezó resuelto la espalda.

—Ahí podría haber problemas legales, señor. O bien no es un súbdito imperial, y no tendríamos de entrada ninguna autoridad sobre él, o lo es, y entonces tendría derecho a toda la protección de la ley imperial. En cualquier caso, su asesinato sería…

Miles se humedeció los labios. Galeni, el único que sabía adónde quería ir a parar, cerró los ojos como el hombre que ve un accidente a punto de ocurrir.

—… una orden criminal, señor.

Destang parecía impaciente.

—No había planeado darle a usted la orden, teniente.

«Piensa que no quiero mancharme las manos…» Si Miles empujaba la confrontación con Destang hasta su conclusión lógica, habiendo dos oficiales imperiales como testigos, existía la posibilidad de que el comodoro se echara atrás; había al menos la misma posibilidad de que Miles se encontrara en profundidades muy… profundas. Si la confrontación los llevaba a un consejo de guerra, ninguno de ellos saldría ileso. Aunque Miles ganara, Barrayar no quedaría bien parada, y los cuarenta años de servicio imperial de Destang no merecían un final tan innoble. Y si lo confinaban en sus habitaciones, todos los cursos alternativos de acción (¿y en qué estaba pensando, por el amor de Dios?) estarían bloqueados para él. No quería verse encerrado en otra habitación. Mientras tanto, el equipo de Destang ejecutaría sin vacilación cualquier orden que se le diera…

Mostró los dientes con algo parecido a una sonrisa y dijo solamente:

—Gracias, señor.

Ivan pareció aliviado.

Destang hizo una pausa.

—Los legalismos son una preocupación poco habitual para un especialista en operaciones encubiertas, ¿no?

—Todos tenemos nuestros momentos ilógicos.

La atención de Quinn estaba ahora fija en él; con un leve movimiento de ceja preguntó: «¿Qué demonios…?»

—Intente no tener demasiados, teniente Vorkosigan —dijo Destang secamente—. Mi ayuda de cámara tiene la orden de crédito de sus dieciocho millones de marcos de origen ilocalizable. Véalo al salir. Llévese a estas mujeres —señaló a las dos dendarii uniformadas.

Ivan, al recordarlas, les sonrió. «Son mis oficiales, maldición, no mi harén», se rebeló Miles en silencio. Pero ningún oficial barrayarés de la edad de Destang lo vería de esa forma. Algunas actitudes no cambiaban nunca; había que superarlas con la propia vida.

Las palabras de Destang eran una clara despedida. Miles corrió el riesgo de ignorarlas, sin embargo. Destang no había mencionado…

—Sí, teniente, adelante —la voz del capitán Galeni era absolutamente neutra—. No he terminado de escribir mi informe. Le daré un Mark-o, contra los dieciocho millones del comodoro, si se lleva con usted a los dendarii.

Los ojos de Miles se ensancharon levemente al oír al capitán. «Galeni no le ha dicho todavía a Destang que los dendarii están en el caso. Por tanto, no puede despedirlos, ¿no?» Una cabeza de ventaja… si encontraba a Galen y Mark antes que el equipo de Destang.

—Trato hecho, capitán —oyó Miles decir a su propia voz—. Es sorprendente lo mucho que pesa un Mark-o.

Galeni asintió una vez y se volvió hacia Destang.

Miles huyó.

13

Ivan siguió a Miles cuando éste regresó a sus habitaciones para ponerse por última vez el uniforme de almirante dendarii con el que había llegado, hacía ya una vida y media.

—Creo que no quiero quedarme abajo a mirar —le explicó Ivan—. Destang va lanzado al cuello. Apuesto a que mantendrá a Galeni en vela toda la noche, tratando de romperlo si puede.

—¡Maldición! —Miles hizo un gurruño con la chaquetilla verde barrayaresa y la arrojó contra la pared, pero no tuvo el impulso necesario para ventilar su frustración. Se tumbó en la cama, se quitó una bota, la sopesó, pero luego sacudió la cabeza y la dejó caer, disgustado—. Me fastidia. Galeni se merece una medalla, no una carga de culpa. Bueno… si Ser Galen no logró romperlo, supongo que tampoco podrá Destang. Pero no es justo, no es justo… —rezongó—. Y yo contribuí a que le cayera eso encima. Maldición, maldición, maldición…

Elli le tendió el uniforme gris sin hacer ningún comentario. Ivan no fue tan sabio.

—Sí, muy bonito, Miles. Pensaré en ti, a salvo en la órbita, mientras los hombres de Destang limpian la casa aquí abajo. Recelosos como el infierno… no confiarán ni en sus propias abuelas. Todos seremos responsables. Nos frotarán, enjuagarán y tenderán a secar al frío viento. —Se acercó a su propia cama y la contempló con añoranza—. No tiene sentido entregarme; vendrán a por mí antes de mañana o algo por el estilo —se sentó, cabizbajo.

Miles miró a Ivan, sorprendido.

—Mm. Sí, te encontrarás en medio de todo el fregado durante unos cuantos días, ¿no?

Ivan, apreciando su cambio de tono, lo miró suspicaz.

—Cierto. ¿Y qué?

Miles se quitó los pantalones. Su mitad del enlace comunicador seguro cayó sobre la cama. Se puso el uniforme dendarii.

—Supongamos que me acuerdo de entregar mi enlace comunicador antes de marcharme. Y supongamos que Elli se olvida de entregar el suyo. —Miles alzó un dedo, y Elli dejó de rebuscar en su chaqueta—. Y supongamos que tú te lo guardas en el bolsillo, con la intención de entregárselo al sargento Barth en cuanto recibas la otra mitad.

Le lanzó el enlace comunicador a Ivan, que lo atrapó instintivamente, pero luego lo mantuvo apartado sujetándolo con dos dedos, como si fuera algo que hubiera encontrado rebulléndose bajo una roca.

—Y supongamos que me acuerdo de lo que me sucedió la última vez que te ayudé a salir de uno de tus líos —dijo Ivan truculento—. El truquito que empleé para ayudarte a volver a la embajada la noche en que trataste de incendiar Londres figura ahora en mi historial. Los perros de caza de Destang tendrán espasmos en cuanto lo descubran, a la luz de las actuales circunstancias. Supongamos que te lo meto en el… —sus ojos cayeron sobre Elli— el oído, ¿vale?

Miles se puso la camiseta negra y sonrió un poco. Empezó a introducir los pies en las botas de combate dendarii.

—Sólo es una precaución. Tal vez no lo utilizaremos nunca. Únicamente en el caso de que necesite una línea privada con la embajada en una emergencia.

—No se me ocurre ninguna emergencia que un oficial de rango inferior no pueda confiar a su comandante de seguridad del sector —dijo Ivan. Su voz se volvió más grave—. Ni tampoco lo haría Destang. ¿Qué estás incubando en el fondo de esa mente retorcida tuya, primito?

Miles selló sus botas e hizo una pausa.

—No estoy seguro. Pero todavía puede que haya una oportunidad de salvar… algo, de todo este lío.

Elli, que escuchaba atentamente, observó:

—Creía que habíamos salvado algo. Descubrimos a un traidor, cerramos una grieta en seguridad, chafamos un secuestro y deshicimos un plan de importancia contra el Imperio de Barrayar. Y nos pagaron. ¿Qué más quieres para una semana?

—Bueno, habría estado bien si hubiéramos hecho algo de todo eso a propósito, en vez de por accidente —musitó Miles.

Ivan y Elli se miraron por encima de la cabeza de Miles; sus rostros empezaban a reflejar una intranquilidad similar.

—¿Qué más quieres salvar, Miles? —preguntó Ivan.

Miles frunció el ceño, se miró las botas, reflexionó.

—Algo. Un futuro. Una segunda oportunidad. Una… posibilidad.

—Es el clon, ¿verdad? —dijo Ivan, la boca agria—. Has empezado a obsesionarte con ese maldito clon.

—Carne de mi carne, Ivan —Miles se miró las palmas de las manos—. En algunos planetas, sería considerado mi hermano. En otros, puede que incluso lo consideraran hijo mío, dependiendo de las leyes sobre la clonación.

—¡Una célula! —dijo Ivan—. En Barrayar lo consideran tu enemigo cuando te dispara. ¿Tienes problemas de memoria? ¡Esa gente intentó matarte! Esta ma… ¡ayer por la mañana!

Miles sonrió débilmente a Ivan, sin replicar.

—¿Sabes? —dijo Elli con cautela—, si decidieras que realmente quieres un clon, podrías hacerte uno. Sin los, ah, problemas del actual. Tienes millones de células…

—No quiero un clon —dijo Miles. «Quiero un hermano.»—. Pero parece que me han… endosado a éste.

—Tenía entendido que Ser Galen lo compró y lo pagó —se quejó Elli—. Lo único que ese komarrés pretendía era matarte. Según la ley de Jackson's Whole, su planeta de origen, el clon pertenece claramente a Galen.

«Jockey de Norfolk, no seas atrevido —susurró la antigua cita en la memoria de Miles—, pues Dickson tu amo fue comprado y vendido…»

—Ni siquiera en Barrayar —dijo suavemente— un ser humano puede poseer a otro. Galen cayó muy bajo, en la búsqueda de su… principio de libertad.

—En cualquier caso, ahora estás fuera de escena —le recordó Ivan—. El alto mando se ha hecho cargo. He oído que te daban la orden de marcharte.

—¿También has oído a Destang decir que pretendía matar a mi… clon, si puede?

—Sí, ¿y qué? —Ivan parecía obstinado, una testarudez casi dominada por el pánico—. No me gustaba de todas formas. Es una pequeña comadreja insidiosa.

—Destang domina también el arte del informe final —dijo Miles—. Aunque abandonara mi puesto ahora mismo, me resultaría físicamente imposible regresar a Barrayar, suplicarle a mi padre por la vida del clon, hacer que recurra a Simon Illyan para dar una contraorden, y que esa orden llegue aquí a la Tierra antes de que se ejecute la acción.

Ivan parecía sorprendido.

—Miles… siempre me pareció embarazoso pedirle un favor al tío Aral, pero pensaba que tú preferías que te despellejaran y cocieran vivo antes de suplicarle nada a tu padre. ¿Y quieres empezar incordiando a un comodoro? ¡Nadie del servicio te querría después de eso!

—Preferiría morir —reconoció Miles—, pero no puedo pedir que otro muera por mí. Pero eso es irrelevante. No tendría éxito.

—Gracias a Dios.

Ivan se lo quedó mirando, completamente inquieto.

«Si no consigo convencer a dos de mis mejores amigos de que tengo razón, tal vez esté equivocado —pensó Miles—. O tal vez tenga que hacer esto solo.»

—Sólo quiero mantener una puerta abierta, Ivan. No te estoy pidiendo que hagas nada…

—Todavía —replicó Ivan taciturno.

—Le entregaría el enlace comunicador al capitán Galeni, pero sin duda a él lo vigilarán de cerca. Se lo quitarían y parecería… ambiguo.

—¿Y a mí me sentaría bien? —se quejó Ivan.

—Hazlo. —Miles terminó de abrocharse la chaqueta, se levantó, y tendió la mano a Ivan para que le devolviera el comunicador—. O no lo hagas.

—Aah —Ivan desvió la mirada y se metió desconsolado el comunicador en el bolsillo—. Me lo pensaré.

Miles ladeó la cabeza, agradecido.

Cogieron una lanzadera dendarii que estaba a punto de salir del espaciopuerto de Londres, con personal que volvía de permiso. En realidad, Elli llamó e hizo que los esperaran. Miles agradeció la sensación de no tener que ir a toda prisa y hasta la habría disfrutado si las presiones de los deberes del almirante Naismith, que ahora hervían en su cabeza, no hubieran avivado automáticamente sus pasos.

Su retraso se convirtió en una ventaja para otros. Un último dendarii con el petate al hombro corrió por la pista cuando los motores se ponían ya en marcha, y llegó por los pelos a la rampa que se contraía. El guardia de la puerta alzó el arma cuando reconoció al recién llegado y le echó una mano mientras la lanzadera empezaba a rodar.

Miles, Elli Quinn y Elena Bothari-Jesek estaban sentados al fondo. El soldado recién llegado, al detenerse para recuperar el aliento, divisó a Miles. Sonrió y saludó.

Miles respondió a ambas acciones.

—Ah, sargento Siembieda. —Ryann Siembieda era un eficaz sargento técnico de Ingeniería, encargado del mantenimiento y reparación de las armaduras de batalla y demás equipo ligero—. Le han descongelado.

—Sí, señor.

—Me dijeron que su diagnóstico era bueno.

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