Historia del Antiguo Egipto (65 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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Tras los reinados de Esmendes y su sucesor, Amenemnisu (1043-1039 a.C.), el trono del norte pasó a Psusennes I, hijo del comandante tebano Pinudjem I, y el control del Alto Egipto a su hermano Menkheperra. De modo que por un tiempo el mismo linaje tebano gobernó en todo Egipto y las relaciones amistosas entre el norte y el sur se mantuvieron mediante el matrimonio de varios miembros de las extensas familias de los gobernantes. Sin embargo, la división del reino continuó; un indicio de que estos gobernantes toleraban la descentralización. En torno al 984 a.C. una nueva familia se hizo con el poder en el delta, al ascender al trono Osorkon el Viejo (984-978 a.C.), hijo de Sheshonq,jefe de los meshwesh, un soberano cuyo nombre y linaje proclaman sus orígenes libios. Los comandantes tebanos renunciaron a cualquier intento de reivindicar categoría real y en los documentos hicieron uso de los nombres y fechas de reinado de los monarcas septentrionales. No obstante, el gran sacerdote tebano Psusennes terminó convirtiéndose en rey del norte como Psusennes II (959-945 a.C.), el último soberano de la XXI Dinastía.

Por entonces, los libios constituían una presencia sustancial e influyente en Egipto. Si bien Merenptah y Ramsés III habían rechazado grandes incursiones de meshwesh y libu, el asentamiento de inmigrantes, prisioneros de guerra y tropas continuó, sobre todo en el delta y en la zona situada entre Menfis y Heracleópolis. Se ha sugerido que hacia el final del Reino Nuevo el ejército egipcio estaba compuesto casi al completo por mercenarios libios. La incipiente descentralización del gobierno durante la XXI Dinastía facilitó el crecimiento de las bases de poder provinciales, y las dinastías locales de jefaturas libias, descendientes de los colonos de finales del Reino Nuevo, pudieron incrementar su autonomía. Durante la XXI Dinastía, las familias gobernantes, tanto del norte como del sur, contaron con miembros con nombres patentemente libios y, como es indudable que se practicó alguna forma de aculturación (véase más adelante), es probable que muchos más estén camuflados en los documentos con nombres egipcios. Por lo tanto, cuando a comienzos de la XXII Dinastía el trono de Tanis pasó al jefe de los meshwesh, Sheshonq (Sheshonq I [945-924 a.C.]), se trató de la culminación de una tendencia que venía de antiguo. Sheshonq pertenecía a una familia asentada en Bubastis, cuyos miembros, mediante unos juiciosos matrimonios con la familia real y relaciones con los grandes sacerdotes de Menfis, consiguieron mucha influencia en el delta. El traspaso de poderes desde Psusennes II parece haber tenido lugar con un mínimo de oposición. Es indudable que se vio favorecido por el hecho de que Sheshonq era sobrino de Osorkon el Viejo, mientras que su propio hijo, el futuro Osorkon I (924-889 a.C.), estaba casado con la hija de Psusennes II, Maatkara.

El reinado de Sheshonq (945-924 a.C.) destaca como uno de los puntos culminantes del Tercer Período Intermedio. Rechazando las divisiones internas de la XXI Dinastía en favor de los modelos de gobierno faraónico del Reino Nuevo, Sheshonq intentó restablecer la autoridad política del rey. La teocracia continuó existiendo, pero de forma unificada —las consultas oraculares todavía tenían lugar, pero dejaron de ser un instrumento regular de la política—. El nuevo reinado estuvo marcado por un cambio en la actitud del trono respecto a la integridad del país, la adopción de una política exterior expansionista y un ambicioso programa constructivo.

Los intentos de la monarquía por ejercer un control directo sobre todo Egipto implicaron restringir la categoría virtualmente independiente de Tebas. Para conseguirlo, se entregó el cargo de «gran sacerdote de Amón» a uno de los hijos de Sheshonq, el príncipe Iuput, que también era comandante del ejército, una política seguida por los faraones subsiguientes. Otros miembros de la familia real y partidarios de la dinastía fueron nombrados también para cargos importantes y la lealtad por parte de los poderes locales se animó mediante matrimonios con las hijas de la casa real.

Tras más de un siglo de pasividad por parte de los soberanos egipcios, Sheshonq I intervino de forma agresiva en la política levantina para reafirmar el prestigio egipcio en la zona. Sus inscripciones de Karnak recogen una importante expedición militar en c. 925 a.C. contra Israel y Judá, además de las principales ciudades de la Palestina meridional, incluidas Gaza y Megiddo. El Antiguo Testamento recoge el mismo acontecimiento diciendo (IRe 14:25-26) que en el quinto año de Rehoboam «Shishak, rey de Egipto» se apoderó de los tesoros de Jerusalén, añadiendo (2Cr 12:2-9) que vino con 1.200 carros y un ejército que incluía libios y nubios. Estas fuentes indican que la campaña se organizó en apoyo de Jeroboam, un exiliado en Egipto que reclamaba el trono de Judá. No obstante, si se pretendió que fuera el primer paso de un programa para restablecer la autoridad egipcia en Palestina, en realidad no fue sino gloria de un día. Sheshonq murió al poco de regresar a Egipto y durante los reinados de sus sucesores las relaciones con el Levante parecen haber vuelto a los contactos puramente comerciales; sobre todo se volvieron a establecer relaciones con Biblos. El programa constructivo de Sheshonq I incluía planes para un gran patio en el templo de Amón en Karnak; pero éste quedó sin terminar a la muerte del rey. La entrada, conocida como «Portal Bubastita» —la única parte que se completó— se decoró con una narración de las victorias de Sheshonq en Palestina, una de las fuentes históricas más valiosas para todo el período.

Durante los reinados de los sucesores de Sheshonq continuaron los esfuerzos por consolidar la unidad del reino; pero el creciente poder de los gobernadores provinciales condujo a un debilitamiento del control regio y a la consiguiente fragmentación del país. Se permitió que el cargo de «gran sacerdote de Amón» y otros puestos clave volvieran a ser hereditarios y esto facilitó el desarrollo de unas bases de poder independientes. El nombramiento de familiares cercanos al rey para puestos importantes en centros principales como Menfis y Tebas no pudo detener la creciente independencia de las provincias y, de hecho, probablemente acelerara el proceso. En una interesante inscripción de una estatua procedente de Tanis, Osorkon II (874-850 a.C.) le pide a Anión que confirme el nombramiento de sus hijos para varios cargos civiles y religiosos relevantes, con la importante condición de que «el hermano no debe estar celoso del hermano». El proceso de descentralización continuó desde el siglo IX al X a.C., mientras iba disminuyendo el poder de la XXII Dinastía, al tiempo que las provincias gobernadas por príncipes reales y jefes libios se volvían cada vez más autónomas. En Tebas, el «gran sacerdote» Harsiese se proclamó rey y fue enterrado en Medinet Habu en un sarcófago con cabeza de halcón, una clara imitación de las tradiciones funerarias de los soberanos tanitas. Finalmente, los intentos septentrionales por imponer su autoridad sobre Tebas condujeron a la violencia. Una larga inscripción del príncipe Osorkon, hijo de Takelot II (850-825 a.C.), grabada en el
Portal Bubastita
(la llamada
Crónica del príncipe Osorkon
), describe una serie de conflictos que se produjeron cuando intentaba hacer valer su autoridad como «gran sacerdote de Amón» en Tebas frente a un grupo rival.

Durante el reinado de Sheshonq III (825-773 a.C.), y en los años siguientes, numerosos gobernantes locales —sobre todo en el delta— se volvieron virtualmente autónomos y varios se proclamaron reyes. El primero de ellos fue Pedubastis I (818-793 a.C.), quizás relacionado con la familia real de la XXII Dinastía. La localización de su base de poder es incierta; pero fue su autoridad y la de sus sucesores la que se reconoció en Tebas, en vez del gobierno de Tanis. Si bien algunos estudiosos asignan estos reyes locales a la XXIII Dinastía, no está claro cuál de ellos, si es que se puede hacer con alguno, debe identificarse con la XXIII Dinastía tal y como la recoge Manetón, que quizá estuviera compuesta por los sucesores de la XXII Dinastía en Tanis. En c. 730 había dos reyes en el delta (en Bubastis y Leontópolis) y dos en el Alto Egipto (en Hermópolis y Heracleópolis); junto a éstos, y virtualmente independientes, existían un «príncipe regente», cuatro «grandes jefes de Ma» y en Sais un «príncipe del Oeste». Este último, Tefnakht (rey 727-720 a.C.) se había apoderado de todo el territorio de Menfis y el delta occidental y se estaba expandiendo hacia la parte norte del Alto Egipto.

Esta reveladora instantánea de la geografía política de Egipto procede de una estela erigida en Gebel Barkal, cerca de la cuarta catarata, por el soberano nubio Piy (747-716 a.C.). Durante la segunda parte del siglo VIII a.C., los soberanos de Kush se habían convertido en importantes aspirantes al poder en Egipto. Tras las primeras manifestaciones de autoridad realizadas por Kashta, su hijo Piy lanzó una expedición militar contra Egipto; posiblemente para detener la política expansionista de Tefnakht de Sais. Las tropas de Piy parece que llegaron hasta Tebas sin oposición, quizá gracias a una acuerdo previo con los representantes locales de la XXIII Dinastía, y las ciudades del Alto Egipto septentrional capitularon con rapidez o fueron asediadas y capturadas. Menfis opuso resistencia y fue tomada al asalto, tras el cual los gobernantes locales se sometieron a Piy, reconociéndolo como su señor.

Tras esta demostración de fuerza, Piy regresó a Nubia, dejando prácticamente intacta la situación política de Egipto. Durante la siguiente década, Tefnakht asumió la categoría de rey; junto a su sucesor Bakenrenef (Bocoris) forma la XXIV Dinastía. Aunque asentado en Sais, la autoridad de Bakenrenef no tardó en ser reconocida en el delta hasta tan al sur como Heracleópolis. No obstante, tras haber probado las mieles del poder, los nubios no estaban dispuestos a tolerar su pérdida. En c. 716, Shabaqo (716-702 a.C.), sucesor de Piy, organizó una invasión. En esta ocasión Egipto fue formalmente anexionado a Kush y tanto Shabaqo como sus sucesores —Shabitqo, Taharqo y Tanutamani— han sido reconocidos por los historiadores posteriores como la XXV Dinastía. Según Manetón, Bakenrenef fue ejecutado, pero no se instauró un gobierno completamente centralizado. En vez de ello, los monarcas kushitas gobernaron como señores del país y permitieron que los dinastas continuaran controlando sus feudos. Para ser reconocidos como auténticos faraones egipcios mostraron un especial respeto por las tradiciones religiosas y culturales egipcias, buscando de forma intencionada una relación ideológica con las grandes épocas del pasado egipcio, sobre todo el Reino Antiguo. Con este objetivo, Menfis se convirtió en la residencia preferida de los kushitas en Egipto y se estimularon los gustos arcaizantes, lo cual condujo a un renacimiento de las tendencias artísticas, literarias y religiosas que buscaban inspiración en épocas anteriores. En el sur, Tebas mantuvo su papel preponderante, pero el poder del gran sacerdote de Amón quedó eclipsado. En su lugar aumentó la importancia de la «esposa del dios Amón»; por lo general, esta sacerdotisa célibe era una princesa real, y cada «esposa del dios» adoptaba a su sucesora de entre los miembros más jóvenes de la familia real, eliminando así la posible aparición de una subdinastía con base en Tebas que pudiera amenazar la autoridad política del rey.

Los soberanos nubios también llevaron a cabo una agresiva política respecto a las antiguas dependencias y socios económicos egipcios en Palestina. Desgraciadamente, su intervención en la política de la región durante el comienzo del siglo VII a.C. llevó a un enfrentamiento directo con el poder de Asiría, que se encontraba en el proceso de imponer su control sobre esta zona del Levante. Como consecuencia de ello, gran parte del reinado de Taharqo (690-664 a.C.) estuvo dedicado a luchas cada vez más desesperadas por defender Egipto de las agresiones asirias. Finalmente, tras el saqueo de Tebas por parte de las tropas de Ashurbanipal (663 a.C.), el último soberano kushita fue expulsado de Egipto de forma permanente, quedando en manos de Psamtek de Sais (instalado en el trono por los asirios como soberano vasallo) la tarea de recuperar la independencia de Egipto.

Las Dinastías XXI a XXIV: el Período Libio

Los libios que se asentaron en Egipto antes y durante el Tercer Período Intermedio procedían fundamentalmente de los meshwesh (o ma) y de los libu, los principales grupos que amenazaron la seguridad de Egipto durante el Reino Nuevo. Su territorio original parece haber sido la Cirenaica, donde mantenían una economía basada sobre todo en el nomadismo pastoral, aunque también existen restos de algunos asentamientos. Es probable que la infiltración de baja intensidad de estas gentes a lo largo de la frontera occidental de Egipto fuera algo endémico, que culminó con las migraciones a gran escala de época de Merenptah y Ramsés III, producidas por los movimientos de población en la Cirenaica y debidas quizá a carestías locales de alimentos y a las incursiones de los «pueblos del mar» a lo largo de la costa del norte de África. Un factor adicional pudo ser la aparición entre los libios de finales del Reino Nuevo de una cooperación política y organización militar más concretas, lo que quizá provocó un impulso más constructivo respecto al asentamiento en Egipto. Durante el reinado de los sucesores de Ramsés III se produjo una afluencia constante de libios hacia Egipto. La existencia de diferentes grupos de población entre los libios y que su modo de vida fuera seminómada significa sin duda que fueron muchos los grupos, grandes y pequeños, que se trasladaron a Egipto de forma independiente. Algunos de estos libios eran prisioneros y otros mercenarios que se habían asentado en comunidades militares como parte de una política promovida por los reyes de la XX Dinastía, pero probablemente hubo muchos grupos pequeños que se asentaron sin quedar bajo control oficial.

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