Historia del Antiguo Egipto (66 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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El elemento libio en la sociedad egipcia

Muchos libios se asentaron en la zona comprendida entre Menfis y Heracleópolis, así como en los oasis del Desierto Occidental; pero con mucho la mayor concentración de ellos se daba en el delta occidental. Aquí el asentamiento se veía facilitado por la natural cercanía a la región de origen de los libios y por la poca relevancia que esta parte de Egipto tenía para los faraones: era una zona escasamente poblada y con una baja productividad agrícola, y se utilizaba sobre todo para pastorear ganado.

Gracias a la creciente eficiencia militar y política de los libios hacia finales del Reino Nuevo, sus jefes pudieron conseguir posiciones de influencia local. Ya existía en Egipto una clase de ex militares que habían sido recompensados por sus servicios con tierras y que podían alcanzar cargos elevados en la burocracia. Es probable que los jefes de los grupos de mercenarios libios fueran tan capaces de aprovecharse de esta situación como el que más y fue así como aparecieron varios principados, cada uno con base en una ciudad importante y controlado por un jefe libio; una situación que no sólo se dio en el delta, sino en puntos estratégicos a lo largo de todo el valle del Nilo, sobre todo en Menfis y en la zona en torno a Heracleópolis. Desgraciadamente, la escasez de documentación de la XXI Dinastía oculta los estadios concretos mediante los cuales estos jefes alcanzaron el poder; pero encontramos libios con elevados cargos militares en la zona de Heracleópolis ya desde el comienzo del Tercer Período Intermedio. Por otra parte, la aparición de un soberano llamado Osorkon en el trono de Tanis en la segunda mitad de la XXI Dinastía es el más claro indicio de que habían alcanzado los principales puestos de la sociedad egipcia.

La consolidación del poder libio probablemente se consiguiera de modos diversos. El desarrollo de una forma de gobierno teocrática en la XXI Dinastía sin duda ayudó a que su gobierno resultara aceptable durante la crucial fase de transición, al concederle autoridad divina a su política. La integración en la sociedad egipcia pudo haber aumentado gracias a la aculturación. Si bien los crecientes contactos con tierras y costumbres extranjeras durante el Reino Nuevo habían convertido Egipto en una sociedad cosmopolita con una población mixta, los asentamientos de extranjeros seguían sufriendo un proceso de egiptización, cuya principal manifestación era la adopción de nombres, vestidos y costumbres funerarias egipcias. Si bien se puede aducir la existencia de aculturación en los libios, las pruebas en absoluto son definitivas. Los libios en Egipto carecen de una cultura material característica, aunque debido a la escasa documentación arqueológica que se posee tanto del delta del Nilo como de la Cirenacia, su tierra de origen, futuras investigaciones pueden cambiar este estado de cosas. Más significativo resulta que los libios de la XXI a la XXIV Dinastía no aparezcan como «extranjeros» en los registros gráficos o textuales egipcios. Los característicos rasgos étnicos asociados a los libios en el arte del Reino Nuevo (piel amarilla, trenzas laterales, tatuajes, tocados con plumas, fundas de pene y vestidos decorados) dejan de aparecer, lo cual no es del todo sorprendente, puesto que en estas representaciones los libios aparecían diferenciados de los egipcios por motivos ideológicos más que por un intento de reflejar de forma precisa su aspecto. Del mismo modo, es probable que las representaciones de los reyes y funcionarios de origen libio con los vestidos, atributos y características físicas tradicionales de los egipcios fuera una medida conciliadora destinada a fomentar la aceptación de su autoridad entre la población egipcia, lo cual no significa que se hubiera conseguido una integración completa. De hecho, existen varios indicios de que los libios conservaron en gran medida su identidad étnica. Sus característicos y muy poco egipcios nombres —Osorkon, Sheshonq, Takelot y otros— sobrevivieron durante siglos tras la llegada de los libios a Egipto, mientras que en períodos anteriores los extranjeros solían adoptar o se les daban nombres egipcios al cabo de una o dos generaciones. Del mismo modo, los títulos de las jefaturas libias se mantuvieron durante mucho tiempo tras el asentamiento en Egipto, y llevar una pluma en el pelo se conservó como marca de los jefes de los meshwesh y los libu. Uno de los rasgos más característicos de los textos del Período Libio son las largas genealogías en estatuas y objetos funerarios, que no son habituales en las inscripciones egipcias con anterioridad a la XXI Dinastía. Aparentemente, el incremento de este tipo de registros refleja la nueva importancia concedida al parentesco y a la conservación de extensos linajes. Se trata de un tipo de prueba basada especialmente en la tradición oral y tiende a ser un rasgo importante de las sociedades no alfabetizadas, como la de los libios.

Libios y egipcios poseían orígenes culturales muy distintos: los libios eran seminómadas no alfabetizados, sin tradición de construcciones permanentes; mientras que los egipcios estaban alfabetizados, eran sedentarios y contaban con una larga tradición de instituciones formales y construcción monumental. Reyes y dinastas de origen libio controlaron todo o la mayor parte de Egipto durante cuatrocientos años y algunos continuaron en el poder durante el gobierno de los kushitas. Por lo tanto, es muy probable que varios de los principales cambios de la administración, la sociedad y la cultura de Egipto acaecidos durante este período puedan haber tenido su origen en esta mezcla de sociedades.

Estructuras de poder y geografía política

El rasgo más característico de Egipto durante el Tercer Período Intermedio es la fragmentación política del país. Esta descentralización fue consecuencia de importantes cambios ocurridos en el gobierno de Egipto, los cuales diferencian el Tercer Período Intermedio del Reino Nuevo. Factores importantes son la longeva supervivencia de los jefes libios en posiciones de poder y el debilitamiento de la autoridad del rey. Especialmente significativa fue la política del soberano de conceder poderes excepcionales a sus parientes y gobernantes provinciales, lo cual generó un impulso hacia la independencia regional y tensiones respecto al acceso y control de los recursos económicos.

Durante el Reino Nuevo, la mayoría de los parientes del rey quedó cuidadosamente excluida del poder administrativo y militar efectivo, neutralizándose así cualquier potencial amenaza a la autoridad del rey. Sin embargo, a los hijos de los reyes del Tercer Período Intermedio se les otorgaron unos poderes administrativos sin precedentes, situándolos al cargo de asentamientos importantes que disfrutaron de una considerable autonomía; los principales fueron Menfis, Heracleópolis y Tebas. Hasta el pontificado de Harsiese (c. 860 a.C.), todos los grandes sacerdotes de Tebas de la XXII Dinastía fueron hijos del rey en ejercicio y, como muchos de estos príncipes locales también disponían de poder militar, esto tuvo importantes implicaciones en el desarrollo de los acontecimientos políticos.

Igual de reveladora es la política real de permitir que los cargos de la burocracia, el clero y el ejército se convirtieran en sinecuras hereditarias para las familias provinciales. Durante el Reino Nuevo, en ocasiones los cargos pasaron de padre a hijo, pero el proceso en modo alguno era automático. En el Tercer Período Intermedio la práctica se volvió endémica; ya durante la XXI Dinastía el cargo de «gran sacerdote de Amón» y el de general en jefe estaban controlados por una única familia. Un intento realizado por los primeros soberanos de la XXII Dinastía de sortear los debilitantes efectos de este monopolio mediante el nombramiento de los hijos del rey como grandes sacerdotes de Tebas y de otros parientes del rey en cargos importantes no detuvo la tendencia; en realidad, lo primero fomentó la descentralización y, en cuanto a lo segundo, el principio hereditario no tardó en reafirmarse a sí mismo. Los efectos de esta práctica son evidentes en Tebas, donde las inscripciones genealógicas en los objetos funerarios y las estatuas de los templos muestran el linaje de los cargos importantes de la administración y del sacerdocio a lo largo de muchas generaciones de familias locales. La aparición en las genealogías de esta época de la frase mi
nen
(«el igualmente titulado») delante de los nombres de los antepasados es un indicio de que la transferencia de los cargos de una generación a otra se había convertido en una práctica común. Estas familias reforzaban su posición casándose con otros clanes con cargos importantes, creando así poderosas élites locales que controlaban los centros provinciales. Los funcionarios del gobierno centralizado tradicional, como el visir o los «supervisores del tesoro y los graneros» —quienes durante el Reino Nuevo habían sido un freno a la independencia de las provincias— ahora sólo tenían influencia local o, en el caso de los visires del sur, eran ellos mismos miembros de la aristocracia provincial dominante.

En estas condiciones, la independencia de los centros regionales y la aparición de dinastías colaterales era prácticamente inevitable. El proceso de descentralización fue más marcado en el delta. Aquí varios centros provinciales cayeron bajo control de los jefes libios y algunos de ellos —sobre todo Sais y Leontópolis— terminaron por eclipsar la preeminencia de la XXII Dinastía, cuya esfera de influencia quedó reducida a una pequeña zona centrada en torno a Tanis y Bubastis. La situación en el Alto Egipto era análoga, si bien esta parte del país mantuvo una mayor cohesión territorial que el norte. Tebas fue predominante durante todo el período, basando su importancia en su categoría como principal centro de Amón y en que era el centro de la élite local más poderosa.

La actitud del rey respecto a esta progresiva fragmentación tuvo una importancia vital. Durante el Primer y el Segundo Período Intermedio, la división del poder en Egipto entre dos o más soberanos fue considerada como inaceptable; sin embargo, durante el Tercer Período Intermedio la descentralización no se consideró consistentemente negativa. Los nombramientos a largo plazo de los familiares del rey para ocupar puestos con poder y el casamiento de las hijas del rey con importantes gobernadores provinciales se consideraban medidas que reforzaban la autoridad del rey; no obstante, ambas produjeron el efecto contrario, promoviendo la descentralización al fortalecer la base de poder de los gobernantes locales. Se ha sugerido que el rey Sheshonq III (825-773 a.C.), preocupado por la cada vez menor autoridad de la XXII Dinastía, creó de forma voluntaria un linaje real colateral, la XXIII Dinastía, como medio de conservar un cierto control sobre las élites provinciales. Esto resulta muy dudoso, sobre todo en vista de la cuestionable categoría de la XXIII Dinastía. Conseguimos una visión más clara si asumimos que la descentralización no sólo se aceptaba, sino que estaba institucionalizada como forma de gobierno. La imagen política que emerge según avanza el Tercer Período Intermedio es la de una federación de gobernantes semiautónomos, súbditos nominales (y a menudo parientes) de un rey-señor. Quizá se trate de un ejemplo del impacto de la presencia libia en la administración, puesto que este tipo de sistema puede ser compatible con los patrones de gobierno de una sociedad seminómada como la suya. En favor de esta interpretación debemos mencionar que —a pesar de la importancia durante el período de los cargos militares y de los asentamientos fortificados— las referencias explícitas a conflictos internos son limitadas y no deben ser consideradas como signos de una deriva hacia la anarquía.

La geografía política de Egipto durante el Tercer Período Intermedio revela indicios de una división norte-sur. El control del norte estaba casi por completo en manos de los libios. De hecho, su influencia fue crucial para la colonización y explotación del delta. Los meshwesh ocuparon las principales ciudades de la zona oriental y central (Mendes, Bubastis y Tanis). La influencia principal de los libu quizá se dejó sentir más tarde que la de los anteriores y, por lo tanto, se asentaron en la menos lucrativa zona occidental, en torno a Imau. Terminaron creando la dinastía de Sais. Otro grupo, los mahasun, lo encontramos hacia el sur. La distribución cronológica y espacial de las «estelas de donación» quizá refleje la progresiva labranza de la tierra cultivable, desde los extremos oriental y occidental del delta hacia el centro, según se iban ocupando zonas vírgenes o incultas hasta el momento. La categoría semiindependiente de centros como Bubastis, Mendes, Sebenitos y Dióspolis probablemente quedó establecida durante la primera fase del asentamiento libio y se mantuvo durante las centurias subsiguientes.

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