—¿Gana más dinero así?
—Desde luego, están sacando toda una fortuna a los de «Yowl» —dijo con cierto desamparo en su voz—. Cuando todo esto empiece a funcionar en serio, todos los medios de comunicación querrán meter baza en el asunto. Panda y Groucho se embolsarán un millón neto sin ningún esfuerzo.
—¿Qué piensas hacer?
—Panda todavía le permite colaborar conmigo… un poco.
—¿Cuánto?
—Bueno, la mayor parte del tiempo Groucho está ocupado con los anuncios para la televisión, para las revistas y todo lo demás. Me considero muy afortunado si puedo contar con él durante una hora a la semana. Apenas suficiente para tramar un argumento.
—Quizá sería aconsejable buscar otro colaborador.
—Ni pensarlo. ¡Sólo hay un Warren Gish!
—Podrías probar de nuevo a escribir tú solo.
Se levantó moviendo la mano con la que sostenía la jaula del gato.
—Los sueños perfectos no se hacen realidad muy a menudo. Si no puedo trabajar con él, creo que no podré trabajar de ninguna manera.
—Estás diciendo tonterías, Buzz. Cuando Warren vivía y estaba en su cuerpo original, os pasabais la vida peleándoos.
—Nos peleábamos, es cierto, nos liábamos a puñetazos, pero escribimos unos cuantos guiones que eran dinamita. —Me apuntó con un dedo en señal de advertencia—. Lo he recuperado y seguiremos trabajando juntos.
—Eso podría causarte complicaciones— le advertí.
—A Panda, pero a mí no.
Con la jaula vacía colgando de su mano, salió de mi despacho con aire ofendido.
Dado que nunca volví a verle, vivo o muerto, la mayor parte del resto de este relato se basa únicamente en lo que estoy bastante seguro que ocurrió.
Probablemente sabrán ustedes que Groucho obtuvo un gran éxito. El primer ciclo de anuncios de «Yowl» dobló las ventas del producto en menos de un mes. El gato conquistó al público y salió en la portada de
Time, Life, Us, People, Mammon
e incluso
Vogue
. No tardaron en salir pósters de Groucho, juguetes Groucho, almuerzos preparados Groucho, calendarios Groucho y una biografía de Groucho escrita por el mismo hombre que había escrito las biografías de Lola Turbinado, Dip Gómez y Leroy Blurr. Ganaron tanto dinero que en unos cuatro meses Panda, que ahora era rubia platino, acabó de pagar la mansión de Bel Air. Debido al aumento de su fama, Groucho llevaba una vida cada vez más ajetreada. Salía en programas de entrevistas, sin hablar, por supuesto, ya que de eso se encargaba Panda, sosteniendo el gato en el regazo. Inauguraba supermercados, visitaba hospitales y asistía a estrenos cinematográficos. A causa de todo ello, Buzz sólo podía trabajar con Groucho una vez cada tres o cuatro semanas.
Cuando Buzz conseguía localizar por teléfono a su colaborador reencarnado, Groucho se mostraba altivo e indiferente.
—Escúchame —empezaba Buzz—, acerca de este episodio de dos horas que piden para
Brigada de gorilas
, ¿crees de veras que la idea sobre la violación y el tumor cerebral nos dará material para dos condenadas horas?
—Confía en mí, muchacho.
—Los de la cadena de televisión tienen sus dudas.
—Para eso les pagan. Nosotros los que… ¡Huy! Aquí está la foto de la revista
Movieland
. Adiós.
La cadena de televisión no aceptó el guión para el episodio de dos horas, aunque Buzz suprimió lo del tumor cerebral y en su lugar puso un cáncer de pulmón. Le ordenaron que reescribiera la mayor parte del guión. Cuando Buzz se fue corriendo a la mansión de Bel Air, con el guión rechazado debajo del brazo, ni siquiera le permitieron entrar en el jardín. Panda había contratado a un par de forzudos, campeones de levantamiento de pesas, para que hiciesen guardia en las puertas de hierro forjado y no dejaran entrar a los fans y a los turistas. Aquella noche, Panda daba una cena para los principales ejecutivos de «Yowl» y no quería que Buzz se presentara inopinadamente.
Buzz, tozudo como siempre, fingió que emprendía la retirada. Pero, en vez de irse, aparcó su Mercedes unas cuantas manzanas más allá y se quedó sentado dentro del coche hablando por lo bajo consigo mismo. La noche fue haciéndose más oscura a la vez que las nubes ocultaban la luna. Finalmente, al dar la medianoche, Buzz volvió furtivamente a la mansión. Dio la vuelta a la alta pared de piedra hasta que encontró un lugar donde el tronco de un árbol caído le permitía saltar al otro lado. A Panda aún no se le había ocurrido instalar un sistema de alarma eléctrico. La llegada de Buzz pasó desapercibida.
Caminando con el cuerpo doblado hacia delante, sin soltar el manuscrito del guión rechazado, Buzz llegó hasta los arbustos que crecían cerca de los garajes abiertos y se escondió entre ellos. A las doce y unos cuantos minutos ya se habían ido las últimas visitas.
Una sonrisa complacida se pintó en su cara cuando vio a Panda, que llevaba un vestido de noche absolutamente despampanante, en lo alto de la escalinata de mármol de la puerta principal, con el mismísimo Groucho entre los brazos.
Panda dejó el gato color de dulce de azúcar con mantequilla en el suelo de mármol y le acarició el peludo lomo.
—Haz lo que tengas que hacer, Groucho, y vuelve enseguida —le dijo al gato—. Es tarde y necesitas dormir mucho. Mañana empezaremos a grabar tu especial.
—Puede que persiga a un par de pájaros, pero volveré pronto —prometió el gato, bajando silenciosamente los escalones.
Buzz esperó hasta que Panda hubo cerrado la puerta y entonces susurró:
—Eh, Groucho.
El gato se detuvo, meneando la cola, y miró hacia las sombras donde Buzz se encontraba agazapado.
—¿Eres tú, muchacho?
—Estoy aquí, frente a los garajes.
—Tenían órdenes de no dejarte entrar esta noche —dijo Groucho, mientras se acercaba meneando los cuartos traseros—. ¿Cómo has…?
—Nos han derribado —respondió Buzz, tendiéndole el guión—. Tenemos que arreglar esto rápido o nos quedaremos sin la maldita serie.
—¿Por qué sigues hablando en plural?
—Porque todavía formamos un equipo y…
—Ahora sólo constas tú como autor de los guiones —le recordó el gato—. Warren Gish ha muerto. Groucho, el gato, es una estrella nacional… ¿Qué digo? ¡Internacional! ¿Sabes cuánto vamos a ganar durante los próximos…?
—De acuerdo, puedes ganar más pasta haciendo anuncios y tragando bazofia, pero en el fondo eres un escritor.
—Nada de eso. Soy actor —le corrigió el gato—. Tú sabes, muchacho, que siempre he querido ser actor. Ser una estrella. Nada de papelitos sin diálogo o insignificantes, sino una verdadera estrella.
—Tienes que dejar esto, Groucho, y volver a ayudarme. —Agitó el guión cerca de la nariz del gato—. Te necesito. Si tú no me ayudas, iré a ver a los de «Yowl» y…
—Tranquilo, muchacho —advirtió el gato—. Estoy disfrutando de veras con esta encarnación. ¡Ay del que la eche a perder!
—Tienes que ayudarme a salir del apuro.
Groucho meneó su peluda cabeza.
—Ni hablar. Se acabó lo de salvarte el pellejo.
Buzz dejó caer el guión al suelo y trató de coger al gato.
El pelo de Groucho se erizó: parecía un millar de signos de exclamación. Emitiendo un sonido silbante, reculó hacia uno de los garajes abiertos al mismo tiempo que lanzaba zarpazos hacia Buzz.
—¡Cuidado!
Buzz trató de cogerlo otra vez y logró sujetarlo por el centro del cuerpo.
—Voy a alejarte de Panda. ¡Tendrás que ayudarme! ¡Ay!
El gato acababa de arañarle con fuerza la cara y la sangre corría por las mejillas de Buzz.
—¡Hijo de mala madre! —exclamó sin soltar al animal, que forcejeaba.
Groucho clavó sus uñas traseras en el estómago de Buzz.
—Cerdo —dijo.
Las garras delanteras volvieron a arañarle la cara.
Buzz soltó un gemido de dolor y luego, agarrando al furioso gato por la cola, lo lanzó hacia el otro extremo del oscuro garaje.
Se oyó un tremendo golpe cuando el cráneo de Groucho entró en contacto con la pared.
Buzz entró corriendo en el garaje y cogió una palanca de hierro que había en el suelo. Luego siguió corriendo, hasta el sitio donde el gato, aturdido y tambaleándose, trataba de levantarse.
—¿Por qué? ¿Por qué no quieres ayudarme? ¿Por qué? —dijo Buzz, mientras destrozaba el pequeño cráneo de Groucho con el hierro.
El gato profirió un ruido áspero y penetrante, y murió.
—¡Dios mío! —Buzz se levantó—. He matado a mi colaborador.
—¡Groucho! ¿Ya estás peleándote otra vez? —dijo la voz de Panda desde la entrada de la mansión.
Buzz se agachó al lado del animal muerto y contuvo la respiración.
—A veces te comportas tanto como un gato que resulta horripilante —dijo Panda mientras volvía a entrar en la mansión y cerraba la puerta.
Buzz salió sigilosamente del garaje, recuperó el guión, volvió a entrar y utilizó el manuscrito como si fuera una pala para recoger el gato.
Había una puerta en la parte de atrás y Buzz, procurando no mirar la horrible mueca que aparecía en la cara del gato, salió por ella hacia la noche.
Detrás de una hilera de arbustos espinosos, cerca de la pared posterior de la finca, Buzz cavó con sus propias manos un agujero y enterró en él a Groucho y el guión.
Cinco días después, los productores de
Brigada de gorilas
dieron a Buzz un ultimátum. Podía elegir entre presentarles una revisión aceptable del guión o dejar inmediatamente la serie. Aquella noche, Buzz cogió la copia del guión de dos horas y extendió las hojas en el suelo de su cuarto de estar.
Soplaba un viento cálido procedente del desierto que arañaba las ventanas y hacía que las persianas golpeasen la pared.
—No hay motivo para que no pueda hacerlo yo mismo —dijo mientras iba de un lado para otro entre el despliegue de páginas.
Algo arañó la puerta de la cocina.
El ruido no cesaba y al mismo tiempo la puerta exterior de la cocina se movía.
Buzz cruzó el umbral de la cocina.
—¿Hay alguien ahí fuera?
Volvieron a oírse arañazos en la puerta.
—Bueno, veremos qué diablos pasa ahí.
Cruzó la cocina a grandes zancadas y abrió bruscamente la puerta de madera.
Con medio cuerpo asomando por la puerta exterior, pudo ver un perrazo policía de color gris, el pelo del lomo erizado, enseñando los dientes.
—He vuelto otra vez, muchacho —dijo el perro, lanzándose hacia su garganta.
William Hope Hodgson
E
ra una noche oscura y sin estrellas. La falta de viento nos tenía detenidos en el Pacífico norte. No sé cuál era nuestra posición exacta, pues durante una semana fatigosa y jadeante el sol había permanecido oculto detrás de una tenue neblina que parecía flotar sobre nosotros, más o menos a la altura de nuestros calcés, aunque a veces descendía para envolver el mar que nos rodeaba.
Ante la falta de viento, habíamos sujetado en posición firme la caña del timón y yo era el único hombre que se encontraba en cubierta. La tripulación, que consistía en dos marineros y un grumete, dormía en su camarote de proa, mientras Will —mi amigo y a la vez patrón de nuestra pequeña embarcación— se hallaba en su litera de popa, en el lado de babor.
De pronto, surgió una llamada de entre las tinieblas que nos rodeaban:
—¡Ah de la goleta!
Fue tan inesperada, que la sorpresa me impidió contestar inmediatamente.
Volvió a oírse la llamada; una voz curiosamente gutural e inhumana nos llamaba desde alguna parte del mar tenebroso, por el lado de babor.
—¡Ah de la goleta!
—¡Eh! —Grité, después de reponerme un poco de mi sorpresa—. ¿Qué sois? ¿Qué queréis?
—No temáis —contestó la voz extraña, que probablemente había captado cierto tono de confusión en la mía—. No soy más que un hombre… anciano.
La pausa resultó extraña, pero hasta más adelante no le encontraría sentido.
—Si es así, ¿por qué no atracas a nuestro costado? —pregunté con cierta sequedad, pues no me gustaba la insinuación de que me había mostrado un tanto confundido.
—No… no puedo. Sería peligroso. Yo…
La voz enmudeció y todo volvió a quedar en silencio.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, cada vez más asombrado—. ¿Por qué sería peligroso? ¿Dónde estás?
Escuché durante un momento, pero no hubo respuesta. Y entonces, una sospecha súbita e indefinida, aunque no sabía de qué, se apoderó de mí. Me acerqué rápidamente a la bitácora y saqué la lámpara encendida. Al mismo tiempo golpeé la cubierta con el tacón para despertar a Will. Luego me aproximé de nuevo al costado y proyecté el haz de luz amarilla hacia la silenciosa inmensidad que había más allá de nuestra borda. Al hacerlo, oí un grito leve y sofocado y luego un chapoteo, como si alguien acabase de sumergir los remos precipitadamente. Pese a ello, no puedo decir que viera nada con certeza, excepto, me pareció, que el primer destello de luz había iluminado algo en el agua, allí donde ahora no había nada.
—¡Eh! —llamé—. ¿Qué broma es ésta?
Pero lo único que oí fueron los confusos ruidos de una embarcación que se alejaba de nosotros y se internaba en la noche.
Entonces oí la voz de Will que venía de popa.
—¿Qué pasa, George?
—¡Ven aquí, Will! —dije.
—¿De qué se trata? —preguntó, cruzando la cubierta.
Le conté el raro incidente que acababa de producirse. Él me hizo varias preguntas; luego, tras un momento de silencio, hizo bocina con las manos y llamó:
—¡Ah del barco!
Desde mucha distancia nos llegó débilmente una réplica y mi compañero repitió su llamada. Al poco, después de un breve silencio, el sonido apagado de unos remos fue acercándose a nosotros y, al oírlo, Will volvió a llamar.
Esta vez hubo respuesta.
—Apagad la luz.
—Que me cuelguen si la apago —musité, pero Will me dijo que hiciera lo que ordenaba la voz, así que metí la luz debajo de las amuradas.
—Acercaros más—dijo Will.
Siguieron oyéndose los remos. Luego, cuando parecían estar a una media docena de brazas, cesaron de nuevo.
—¡Atracad al costado! —exclamó Will—. ¡A bordo no tenemos nada que deba daros miedo!
—Promete que no mostrarás la luz.
—¿Qué te pasa? —pregunté—. ¿Por qué sientes ese temor infernal a la luz?
—Porque… —empezó a decir la voz y enmudeció de repente.