Humano demasiado humano (11 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

BOOK: Humano demasiado humano
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90. Límites del amor humano.

Todo hombre que ha decidido que otro es un imbécil y una mala persona se enfada si el otro demuestra que no lo es.

91. Moral lacrimógena.

¡Qué placer proporciona la moral! Pensemos sólo en el río de lágrimas placenteras que ha hecho correr la narración de hazañas nobles y generosas. Si llegara a dominar la creencia en la irresponsabilidad total, la vida perdería uno de sus encantos.

92. Origen de la justicia.

La justicia (la equidad) surge entre hombres que tienen
un poder casi igual
, como bien entendió Tucídides en el terrible diálogo entre los enviados atenienses y los melinos*. Es decir, cuando no hay un poder que se destaca con claridad y una guerra sólo proporciona daños recíprocos sin consecuencias prácticas, nace la idea de entenderse y de conciliar las pretensiones de ambas partes: Injusticia tiene, así, inicialmente un carácter de
intercambio
. Cada parte satisface a la otra, en la medida en que cada una recibe lo que aprecia más que la otra. Una parte da a la otra lo que quiere para que se lo apropie, a cambio de recibir lo que desea. La justicia es, entonces, una compensación y un intercambio en el caso de poderes casi iguales; por eso la venganza entraba originariamente dentro de la justicia, dado que es un cambio y lo mismo ocurría con la gratitud. La justicia remite naturalmente al punto de vista de un instinto razonable de conservación y, por consiguiente, a esta reflexión egoísta: «¿Por qué hacerme daño inútilmente, sin lograr quizás mi objetivo?». Tal es el
origen
de la justicia. Como los hombres, según su hábito intelectual, han
olvidado
el fin originario de los actos llamados justos, equitativos y, sobre todo, como durante siglos se ha enseñado a los niños a admirar y a imitar dichos actos, poco a poco fue creándose la ilusión de que un acto justo es un acto no egoísta. En esta apariencia se basa la alta valoración que se hace de la justicia, la cual, como toda valoración, aumenta continuamente, ya que una cosa altamente valorada es buscada con sacrificio, imitada, multiplicada y agrandada al añadirse a su valor, el valor del esfuerzo y del celo que cada cual pone en ella. ¡Qué aspecto más poco moral ofrecería el mundo sin la capacidad de olvido! Un poeta diría que Dios ha puesto el olvido como un ujier en el umbral del templo de la dignidad humana.

*Nietzsche hace alusión al pasaje contenido en el libro V, 84-114, de Tucídides. (N. de T.)

93. Sobre el derecho del más débil.

Cuando alguien, como por ejemplo una ciudad asediada, se somete con condiciones a otra más poderosa, se produce la situación contraria de que podemos causar una gran pérdida al poderoso destruyendo o incendiando dicha ciudad. Así surge en tal caso una especie de «igualdad» que puede servir de base a ciertos derechos. Al enemigo le beneficia la conservación. En este sentido hay también derechos entre esclavos y amos, es decir, en la medida exacta en que la posesión del esclavo es útil e importante para su amo. Originariamente el derecho llega al
límite
en que uno
le parece
al otro precioso, esencial, imprescindible, invencible, etc. En dicha situación el más débil tiene también sus derechos, aunque menores. De ahí el famoso
unusquisque tantum juris habet, quantum potentia valet
(o más exactamente:
cuantum potentia valere creditur).
.*

* Cada cual tiene tanto derecho cuanto poder posee (o más exactamente; cuanto poder se cree que posee). (N. de T.)

94. Las tres fases de la moral hasta nuestros días.

La primera señal de que el animal se había convertido en hombre, se dio cuando sus actos no se dirigieron ya al bienestar pasajero, sino a algo duradero. Cuando buscó la
utilidad, la consecución de un fin
; ésta fue la primera manifestación del imperio libre de la razón. Alcanzó un grado superior cuando obró según el principio del
honor
; en virtud de él, el hombre se disciplinó y se sometió a sentimientos colectivos, lo que lo elevó muy por encima de la fase en la que su única guía era la utilidad, entendida en un sentido personal; ahora honra y quiere ser honrado, es decir, entiende que lo útil depende de la opinión que tiene de otro y de la opinión que otro tiene de él. Por último, la fase que
llega hasta nuestros días
y que representa el grado más alto de la moral, empezó cuando obró según su medida de las cosas y de los hombres, decidiendo él mismo qué es honorable, útil, para sí y para los demás; de acuerdo con un concepto cada vez más desarrollado de lo útil y de lo honorable, se convirtió en legislador de las opiniones. El entendimiento lo hace capaz de preferir lo más útil, esto es la utilidad general duradera, a la utilidad personal; el reconocimiento respetuoso de un valor duradero, al pasajero: vive y actúa como un individuo colectivo.

95. Moral del individuo maduro.

Hasta aquí se ha considerado siempre que la impersonalidad es el signo de la moral, y se ha demostrado que si al principio se elaboraron y honraron todos los actos impersonales fue en consideración de la utilidad general. ¿No habríamos de cambiar sustancialmente esta idea al observar cada vez mejor que la mayor utilidad es la que se da precisamente en las consideraciones
más personales
posibles, hasta el punto de que la conducta más estrictamente personal responde al concepto actual de la moral (entendida como utilidad personal)? Convertirse en
una persona
completa y buscar el
mayor bien de ésta
en toda acción que se realice, es algo que va mucho más allá de esos deseos y actos de compasión hacia otros. Verdaderamente, todos padecemos aún de un escaso respeto a nuestra propia personalidad, y hemos de reconocer que dicha personalidad está mal educada; hemos apartado violentamente nuestro pensamiento de ella para ofrecerla en aras del Estado, de la ciencia, de quien precisa ayuda, como si fuese un elemento dañino que hubiera que sacrificar. Hoy queremos trabajar para nuestros semejantes, pero sólo en la medida en que esa tarea redunde en mayor provecho propio, ni más ni menos. La cuestión está en saber qué se entiende por «provecho propio», ya que el individuo inmaduro, no desarrollado, tosco, lo entenderá en un sentido también tosco.

96. Costumbre y moral.

Ser moral o virtuoso, tener buenas costumbres significa obedecer una ley y una costumbre largo tiempo establecidas. Es totalmente indiferente que nos sometamos a ellas de buen o de mal grado; basta con que lo hagamos. En suma, se llama «bueno» a quien por naturaleza, en virtud de una dilatada herencia y, por ello, de una forma fácil y voluntaria, obra de acuerdo con la moral, cualquiera que ésta sea (por ejemplo, vengándose, si, como entre los antiguos griegos, la venganza forma parte de las buenas costumbres). Se lo considera bueno porque es bueno «para algo». Como en la evolución de las costumbres se acaba considerando siempre que la benevolencia, la compasión, la deferencia, la moderación, etc., son «buenas para algo», útiles; se denomina preferentemente «bueno» al individuo benévolo y servicial (al principio eran otros tipos más importantes de utilidad los que ocupaban el primer plano). Ser malo es ser «no moral» (inmoral), practicar la inmoralidad, resistirse a la tradición, ya sea absurda o razonable; por lo demás, todas las leyes morales de diferentes épocas consideran que el daño que se causa a la comunidad (y al «prójimo», que está encuadrado en ella) constituye la «inmoralidad» en el sentido propio, hasta el extremo de que hoy la palabra «maldad» nos sugiere un daño producido voluntariamente al prójimo y a la comunidad. La diferencia fundamental que ha hecho a los hombres distinguir lo moral de lo inmoral, lo bueno de lo malo,
no es
la distinción entre egoísta y altruista, sino entre la adhesión a una tradición, a una ley, y la tendencia a liberarse de ella. Desde esta perspectiva, resulta indiferente la forma como nació la tradición; en cualquier caso surgió sin referencia alguna al bien o al mal, o a un imperativo inmanente y categórico, sino preferentemente con vistas a conservar una
comunidad
una raza, una asociación, un pueblo; toda costumbre supersticiosa surgida de un accidente interpretado equivocadamente genera una tradición que se considera moral aceptar; rechazarla es, efectivamente, algo peligroso, más perjudicial aún para la
comunidad
que para el individuo (porque la divinidad castiga en toda la comunidad el sacrilegio y la falta de atención a sus privilegios y sólo a través de ella castiga al individuo). Toda tradición va ganando un mayor grado de respetabilidad conforme su origen se va haciendo más remoto hasta llegar a olvidarse. El tributo de respeto que se le concede se va acumulando de generación en generación y la tradición termina sacralizándose e inspirando veneración; de este modo,
la moral de la piedad
es, en última instancia, mucho más antigua que la que ordena realizar actos altruistas.

97. El placer en la moral.

Una clase importante de placer y, por consiguiente, una fuente de moral, procede del hábito. Lo habitual se hace de una forma más fácil y mejor, por ello, con más agrado. Se siente placer al hacerlo y se sabe por experiencia que lo habitual ha dado pruebas de utilidad. Una costumbre que permite vivir bien, ha demostrado que es saludable y útil, frente a todas las nuevas tentativas que aún no han sido experimentadas. La costumbre es, entonces, la unión de lo agradable y de lo útil, y además no exige reflexión. Siempre que el hombre puede ejercer una coacción, la ejerce para conservar y propagar sus costumbres, porque a sus ojos tienen una sabiduría garantizada. De igual forma, una comunidad de individuos obliga a cada uno de sus miembros a practicar una misma costumbre. Se produce aquí el siguiente razonamiento erróneo: como uno se siente bien practicando una costumbre o, al menos, como mediante ella se conserva la existencia, tal costumbre es necesaria, porque se considera que es la
única
posibilidad de que uno se encuentre bien. Este concepto de lo habitual como condición de la existencia se extiende hasta los más mínimos detalles de la costumbre. Como los pueblos y las civilizaciones de nivel intelectual poco elevado no llegan a entender del todo la verdadera causalidad, procuran con un temor supersticioso que todo vaya al mismo paso, manteniendo incluso costumbres penosas, duras y pesadas pensando en su presunta utilidad superior. No saben que con otras costumbres podrían conseguir el mismo grado de utilidad y hasta otros más elevados. Sin embargo, todos se percatan claramente de que hasta las costumbres más penosas se vuelven con el tiempo agradables y dulces, que el régimen más severo puede convertirse en hábito y, por tanto, en placer.

98. Placer e instinto social.

Mediante sus relaciones con los demás, el hombre obtiene una nueva clase de placer que viene a añadirse a los sentimientos de placer que obtiene de sí mismo, con lo que amplía considerablemente el ámbito del placer en general. Puede que muchos de los elementos que componen esta clase de placer provengan de su herencia animal, ya que es evidente que los animales sienten placer cuando juegan juntos, por ejemplo, la madre con sus crías. Pensemos, por otra parte, en las relaciones sexuales, que hacen que casi toda mujer resulte interesante a todo hombre; desde la perspectiva del placer que se funda en las relaciones humanas, mejora al hombre. La alegría y el placer aumentan cuando se viven en común, cuando se comparten, porque ello confiere seguridad al individuo, lo pone de mejor humor y borra recelos y envidias, al sentirse cada uno mejor y ver que a los demás les ocurre lo mismo.
La exteriorización de placeres similares
produce simpatía, el sentimiento de ser semejantes, lo que también sucede cuando se comparten sufrimientos, tormentas, peligros o enemigos. En esto se basa la forma más antigua de asociación, la cual tiene un sentido de liberación y de protección común contra la amenaza de un dolor, en beneficio de cada individuo. De este modo, el creciente instinto social nace del placer.

99. Lo que tienen de inocentes las llamadas malas acciones.

Toda «mala» acción esta movida por el instinto de conservación que se da en todo individuo o, más en concreto, por su tendencia al placer y su deseo de huir del dolor. Con tales motivaciones no son, por ello, malas. El hecho en sí de «causar dolor»
no existe
más que en el cerebro de los filósofos, como también el de «causar placer en sí» (la compasión en el sentido de Schopenhauer). En la situación social
anterior
a la aparición del Estado, el hombre mataba a aquel ser, mono u hombre, que trataba de tomar antes que él el fruto de un árbol, cuando tenía hambre y corría hacia dicho árbol: es lo que seguimos haciendo con el animal cuando recorremos un territorio salvaje. Las malas acciones que hoy más nos indignan se basan en el error de que quien las realiza goza de voluntad libre para nosotros, y de que depende de su
antojo
hacer ese mal. Esta creencia en el antojo despierta el odio, el placer de venganza, la malicia, la perversión total de la imaginación; de ahí que nos irrite mucho menos un animal, por considerarlo irresponsable. También se debe a un juicio equivocado, y por consiguiente es algo inocente, hacer el mal, no por instinto de conservación, sino
en represalia
. En la situación social anterior a la aparición del Estado, el individuo puede tratar a otros seres con dureza y crueldad con la finalidad de
asustarlos
; lo que pretende es asegurar su vida haciendo manifestaciones terribles de su poder. Así actúa el violento, el poderoso, el fundador del Estado primitivo, que somete a los más débiles. Tiene derecho a hacerlo, como lo sigue haciendo el Estado hoy, mejor dicho, no hay ningún derecho que pueda impedírselo. La condición primera para sentar las bases de toda moral es que un individuo más fuerte o un individuo colectivo, como la sociedad, el Estado, someta a los individuos, sacándolos así de su aislamiento y agrupándolos con un vínculo común. La moral sólo surge después de la
coacción
, aún más, ella misma sigue siendo durante algún tiempo una coacción que se imponen los hombres para evitarse cosas desagradables. Luego se convierte en costumbre, más tarde en obediencia libre y, por último, casi en un instinto; entonces, como sucede con todo lo que se ha convertido en habitual y natural desde tiempo atrás, se vincula al placer y toma el nombre de
virtud
.

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