Humor y amor (2 page)

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Authors: Aquiles Nazoa

Tags: #teatro, #humor, #poesía

BOOK: Humor y amor
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* * *

El testamento de Aquiles Nazoa

Esto es un manuscrito que encontré en su escritorio de trabajo días después de su muerte. Primera vez que se publica:

Testamento 1975

“La noción de lo que es vivir, me ha llegado muy tarde. Permítanme, queridos deudos, organizadores de mi sepelio, evitarse la ampulosidad del coche fúnebre en el que habéis convenido enviarme al otro mundo como un hediondo paquete y dejadme ir por los propios pasos que marca mi corazón”.

PRIMERA PARTE
AMOR, CUANDO YO MUERA...

Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda,

ni llores sacudiéndote como quien estornuda,

ni sufras "pataletas" que al vecindario alarmen

ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.

No te sientes al lado de mi cajón mortuorio

usando a tus cuñadas como reclinatorio;

y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,

no te le abras de brazos en actitud de ¡Bésame!

Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito

dictamine, observándome, que he quedado igualito.

Y hazte la que no oye ni comprende ni mira

cuando alguno comente que parece mentira.

Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:

Yo quiero ser un muerto como los de Neruda;

y, por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:

¡Eso es para los muertos estilo Julio Flórez!

No se te ocurra, amada, formar la gran "llorona"

cada vez que te anuncien que llegó una corona;

pero tampoco vayas a salir de indiscreta

a curiosear el nombre que tiene la tarjeta.

No me grites, amada, que te lleve conmigo

y que sin mí te quedas como en "Tomo y Obligo",

ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,

a divulgar detalles de mi vida privada.

Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;

no copies sus estilos, no repitas sus modas:

Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,

¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!

APUROS DE UN ATACÓN

Contando —ya voy por cien—

para quedarme dormido,

hambriento, solo, aburrido,

vengo de Cagua en tren.

Paramos junto al andén

de una pequeña estación,

y allí sube un hembrón

de tan espléndido empaque,

que, iniciado el plan de ataque,

le busco conversación.

No me tengo que esforzar

para "buscarle pelea",

pues ella también desea,

por lo visto, conversar.

La coge, para empezar,

por el tema del calor,

y a falta de algo mejor

con que seguir adelante,

se pega a hablar de un cantante

que es de mi mismo color.

Tratando de contener

aquel torrente espantoso

que por estar de gracioso

yo mismo he puesto a correr,

le ofrezco: — ¿Quiere leer?

Y ella, alarmada: — ¡Qué horror!

Si usted supiera, señor,

a mí, libro no me pasa...

Y eso que tengo en mi casa

"Los
Tintanes
del Amor".

Y empieza el cuento sin fin

en torno a cierta historieta

que su hermanita Enriqueta

se está leyendo en "Pepín".

Para ponerse carmín

apaga un poco el motor;

pero con furia mayor

vuelve a la carga al instante

¡de nuevo con el cantante

que es de mi mismo color!

Ya tengo la sensación

de que, prendida en la oreja,

lo mismo que una cangreja

llevo a la dama en cuestión.

¡Oh lector, por compasión,

moviliza tu saber

y dime qué debo hacer

contra su implacable charla!

Sin tener que asesinarla,

¿cómo callo a esta mujer?

A UN PERRITO QUE ME MORDIO ANTIER

Yo no practico, ¡oh perro!, la venganza,

pero en esta ocasión, a mi manera,

de Aquiles vengador la hiriente lanza

para puyarte a ti blandir quisiera,

pues colgajos creyéndolos de panza

o acaso medallones de ternera

anteayer tus diabólicos colmillos

clavar osaste, ¡oh perro!, en mis fondillos.

No es el dolor, ¡oh perro!, ni es la ira

ni tampoco el rencor lo que me impele

a que hoy tuerza las cuerdas de mi lira

y cual látigo usándolas te pele,

pues tu mordisco fue, si bien se mira

un mordisco trivial que ni me duele;

pero me duelen, sí, mis pantalones,

y en su nombre te escribo estos renglones.

Jamás varón alguno, que yo sepa,

de todos los que inscribe mi linaje,

ni aún cuando jugaban palmo y pepa,

rodeados de famélico perraje,

o enfrentaban, buscándose la arepa

perros de variadísimo pelaje,

jamás ninguno fue, vuelvo y repito,

atacado por perro ni perrito.

Tal nuestro orgullo fue y nuestra presea

en el deporte igual que en el trabajo;

mas llegas tú de pronto con la idea

de que solomo soy o bien tasajo,

y de un solo empellón, maldita sea,

toda una tradición echas abajo:

¡Gracias a ti y al diablo que te auxilia,

soy el primer mordido en la familia!

Yo consagré a los perros más de un canto,

yo en más de una ocasión, con voz canora,

le supliqué a San Roque, vuestro santo,

que os tendiera su mano protectora:

hoy os quiero también, pero no tanto,

pues si os tuve por buenos hasta ahora,

hoy os encuentro, ¡oh perros!, tan cretinos

que prefiero a los dóciles cochinos.

Contempla, pues, ¡oh perro!, lo que has hecho:

al hundir en mis glúteos tus colmillos

no sólo, como he dicho, me has deshecho

una vasta porción de los fondillos,

sino que a suponer me das derecho

que son todos los perros unos pillos...

¡Todo esto por morderme a mí, tan seco,

habiendo en este mundo tanto adeco!

BUEN DÍA, TORTUGUITA

Buen día, tortuguita,

periquito del agua

que al balcón diminuto de tu concha

estás siempre asomada

con la triste expresión de una viejita

que está mascando el agua

y que tomando el sol se queda medio

dormida en la ventana.

Buen día, tortuguita,

abuelita del agua

que para ver el día

el pescuecito alargas

mostrando unas arrugas

con que das la impresión de que llevaras

enrollada una toalla en el pescuezo

o una vieja andaluza muy gastada.

Buen día, tortuguita,

payasito del agua

que te ves más ridicula y más torpe

con tus medias rodadas

y el enorme paltó de hombros caídos

que llevas sobre tí como una carga

y con el que caminas dando tumbos,

moviendo ahora un pie y otro mañana

como una borrachita,

como una derrotada,

como un payaso viejo

que mira con fastidio hacia las gradas.

Buen día, tortuguita,

borrachito del agua...

¿De dónde vienes, dí, con esos ojos

que se te cierran solos, y esa cara

de que en toda la noche no has dormido,

y esa vieja casaca

que se ve que no es tuya,

pues casi te la pisas cuando andas?

Buen día, tortuguita,

filósofo del agua

que te pasas la vida hablando sola,

porque si no hablas sola, ¿a quién le hablas?

¿Quién, a no ser un tonto atendería

a tus tontas palabras?

¿Ni quién te toma en serio a tí con esa

carita de persona acatatarrada

y esa expresión de viejita chocha

que a tomar sale el sol cada mañana

y que se queda horas y horas medio

dormida en la ventana?

Buen día, tortuguita,

periquito del agua,

abuelita del agua,

payasito del agua,

borrachito del agua,

filósofo del agua...

¿CICLONES O CICLONAS?

De algún tiempo a esta parte la meteorología

ha adoptado el sistema — muy extraño a fe mía

y por demás ilógico a mi modo de ver —

de nombrar los ciclones con nombre de mujer.

Sobre todo los célebres ciclones del Caribe,

enemigos jurados de todo lo que vive,

ciclón que se produce del Caribe en la zona,

ciclón que por el nombre se convierte en ciclona;

y cuanto más destruya, más mate y más derribe,

más bonito es el nombre femenil que recibe.

Habiendo apelativos como Atila o Sansón,

que son tan apropiados para cualquier ciclón,

lo corriente es que el nombre con que se les define

no sugiera ciclones sino estrellas de cine.

Así se nos describen las hazañas de "Flora",

un ciclón que no obstante su nombre de señora,

cuando pasó por Cuba

hizo en aquellas tierras más daño que la buba;

o se dice que "Daisy" desmanteló una islita

a pesar de su nombre de catira chiquita,

O bien se nos relatan las andanzas de "Cleo",

como de una turista que anda dando un paseo,

¡y resulta que es "Cleo" un tronco de ciclón

que por donde se mete no deja ni el manchón!

A mi nadie me saca que el sistema en cuestión

no es obra de la ciencia sino de algún guasón

que quizá con las damas tiene alguna rencilla

y por vengarse de ellas les echó esa varilla.

Yo convengo, que si quieren bautizar a un ciclón,

que le pongan el nombre de un famoso soplón

o tal vez el de algún animal destructivo

como son, por ejemplo, la langosta o el chivo.

E incluso aceptaría, si el ciclón es chiquito,

que por darle algún nombre lo llamaran Pepito;

así cuando a algún pueblo vuelva el ciclón pedazos

diremos que es Pepito que anda dando pepazos.

Mas ¿por qué darle nombres como los antedichos

a una cosa tan macha como son esos bichos?

Si yo fuera señora ya hubiera protestado

contra los que tan raro sistema han instaurado,

pues resulta una falta de consideración

bautizar con un nombre de mujer a un ciclón.

CONVERSACIÓN CON UN COCHINO

Cochino, buenos días.

Cochino, ¿cómo estás?

¿Qué me cuentas, cochino?

¿Qué novedades hay?

¡Espera! No te asustes:

no te vengo a matar.

Acércate, cochino:

cochino, ven acá.

Quédate aquí echadito,

sin gruñir ni roncar,

y como dos amigos

vamos a conversar.

Tú no sabes, cochino,

qué lastima me da

saber que a ti la gente

no te suele nombrar

sino para hacer chistes

por lo hediondo que estás,

y que nadie en el mundo

se te puede acercar

sin decir: ¡fo, carrizo!

sin decir: ¡fo, cará!

Yo, cochino, te admiro,

yo te admiro a pesar

de que con esa trompa

pareces un disfraz,

porque pese a tu aspecto

tan poco intelectual

y a ese absurdo moñito

que te cuelga de atrás,

ya quisieran, cochino,

los que te tratan mal

tener de tus virtudes

siquiera la mitad.

¡Oh, imagen cochinesca

de la sinceridad!

Tú haces tus cochinadas

metido en tu barrial:

como eres un cochino,

te comportas como tal

sin ocultarle a nadie

tu condición social.

Ni engañas, ni te engañan:

tú vives, y ya está;

sabes que mientras seas

cochino y nada más,

del palo cohinero

nadie te va a salvar,

y así esperando vives

tu toletazo en paz.

Ni pides garantías

ni pides libertad,

ni pides que interpelen

al cochinero tal

porque mata cochinos

sin permiso del SAS,

sino que estás tranquilo

metido en tu barrial

con tu trompa adelante,

con tu rabito atrás

soportando en silencio

la pueril necedad

de los que te hacen chistes

por lo hediondo que estás,

y dicen fo carrizo

y dicen fo cará,

y no ven que ellos mismos

—o su modo de actuar—

comparados contigo

huelen mucho más mal.

Hasta luego, cochino,

yo me voy a almorzar;

te prometo que el lunes

vendré a tu barrial

y si no te han raspado

volveremos a hablar.

Mas por si para entonces

no te vuelvo a encontrar,

acércate, cochino,

ven, acércate más,

para darte en la trompa

mi besito final.

COSTUMBRES QUE DESAPARECEN

Hoy quiere hacer memoria

mi pluma costumbrista

de una vieja costumbre

que ya nadie practica;

una costumbre de esas

que están hoy extinguidas

y a la cual en Caracas

le deben hoy en día

su renombre y su fama

muchas grandes familias.

Antes en las pensiones

y casas distinguidas

cuando alguna señora

mataba una gallina

tiraba para el techo

las patas y las tripas

y a los pocos minutos

ya estaban ahí arriba

diez o doce zamuros

que a comerse venían

las tripas y las patas

que botaba la misia.

A veces uno de ellos,

por estar de egoísta

el vuelo levantaba

llevándose una tripa,

y en la tripa enredada

una teja se iba,

por lo cual en Caracas

una casa no había

que no tuviera siempre

varias tejas corridas.

Pero a pesar de eso,

seguían las familias

tirando para el techo

las patas y las tripas,

y cuantos más zamuros

al tejado venían,

más contenta en la casa

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