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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Impávido (24 page)

BOOK: Impávido
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Desjani también parecía desconcertada.

—No veo cuántos blancos creen que van a conseguir a esa velocidad. No tiene sentido una maniobra de interceptación que no suponga una amenaza. Si las naves de Crésida realizan cualquier maniobra de evasión, van a mandar toda su artillería contra las naves síndicas y la distorsión de la relatividad evitará que los síndicos vean siquiera lo que están haciendo las naves de la Alianza. Seguramente, si los comandantes de las naves síndicas no caen en la cuenta, los comandantes síndicos más veteranos que haya en los planetas sí que lo harán. Han tenido mucho tiempo para decirle a la fuerza Alfa que haga algo distinto, pero no ha sucedido.

—¿Por qué iban a hacer algo que prácticamente acabará con sus opciones de atacar a nuestras naves? —se preguntó Geary en voz alta—. ¿Por qué iban a estar de acuerdo sus superiores?

Había olvidado que la copresidenta Rione volvía a ocupar el asiento de observador del puente de mando. Ahora su voz sonó como la de un maestro instruyendo a un estudiante torpe.

—Tal vez debería dejar de suponer que conoce sus intenciones.

Geary se volvió a mirar a Rione.

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que no deja de hablar sobre lo que los síndicos deberían hacer para atacar sus naves. ¿Y si la prioridad de los síndicos no es atacar sus naves?

Desjani, que parecía reacia a aceptar lo que Rione dijera, apretó un puño.

—Si no pueden atacarnos, eso también significa que los mismos factores relativistas van a evitar que nosotros podamos fijarlos bien a ellos como objetivos. Están minimizando sus opciones de volver a recibir un impacto.

¿La prioridad de los síndicos era la supervivencia? Pero ¿por qué?

—¿Qué sentido tendría mantener esa formación lo más intacta posible mientras dejan que nos desboquemos?

—Esperan que algo cambie las probabilidades —declaró Desjani despacio.

Geary apretó los dientes. Desjani y él habían dado por hecho que conocían las intenciones de los síndicos y estaban intentando concordar sus acciones con esas suposiciones. Ahora que Rione había llamado su atención sobre lo que los síndicos estaban haciendo realmente, las auténticas intenciones del enemigo eran evidentes.

—¿Esperan más refuerzos?

—No es probable, aunque sí posible, que un mensajero se haya escabullido sin ser detectado. —Desjani estuvo de acuerdo—. Pero aunque hubieran hecho eso, no podían estar esperando una respuesta tan pronto. Tendremos que suponer que los síndicos adivinaron que, efectivamente, íbamos a venir a Sancere.

—Los dos tienen razón —aceptó Geary—. Lo cual querría decir que la maniobra de interceptación que aparentemente se dirige contra el destacamento especial Furiosa es solo un engaño que pretende esquivar el ataque de la
Furiosa.
Eso encaja con lo que están haciendo los síndicos. Supongamos que no llegarán nuevos refuerzos hasta pasados unos días.

¿Qué otra cosa podría cambiar las probabilidades lo bastante como para hacer que la conservación de la fuerza sea el objetivo prioritario de la flotilla síndica?

Algo grande, eso por descontado. Algo lo suficientemente grande como para alterar drásticamente el equilibrio de fuerzas en este sistema estelar.

Geary analizó la representación de la fuerza síndica Bravo en la pantalla.

—La fuerza Alfa se mueve tan rápido que no podemos atacarla, pero la fuerza Bravo está ahí parada, cerca de la puerta hipernética, manteniendo una posición fija, a pesar de que es evidente que ese es nuestro objetivo.

Desjani sacudió la cabeza.

—Deben de estar planeando acelerar pronto para alejarse. Quedarse allí sentados esperándonos no es más que un suicidio.

—Está claro que les han ordenado hacer eso. Igual que le han dicho a la otra formación que evite perder naves. —Geary manipuló el visualizador, cambiando la perspectiva para ver la formación síndica desde distintos ángulos—. ¿Cuál es la última estimación de daños sobre las naves síndicas de la fuerza Bravo?

—Todas tienen algún daño, pero dos de los acorazados y tres cruceros de batalla están tan machacados que probablemente tengan una capacidad de combate mínima —respondió Desjani.

Geary destacó las naves síndicas más afectadas. Las cinco estaban en el centro de la formación síndica, que a ratos parecía centrarse en la puerta hipernética.

—La táctica habitual, según tengo entendido, es cargar directamente contra el enemigo, ¿no es eso?

Desjani asintió.

—Entonces, ¿por qué colocan ahí sus unidades más débiles? ¿Por qué no les dicen que busquen el espacio abierto? Lo único que van a conseguir en esa estación es absorber nuestros disparos.

La capitana Desjani estudió el visualizador entornando los ojos por la concentración.

—Se me ocurren tres posibles motivos. Uno sería simple estupidez si su comandante es un incompetente. Otra sería que las cinco naves seriamente dañadas son un cebo. Una tercera sería que, por alguna razón, necesitan que las naves más capacitadas estén en el exterior de la formación.

—Ahora mismo no quiero presuponer su incompetencia, eso nos haría confiarnos demasiado. Además, ¿por qué no iban a haber dado los síndicos órdenes coordinadas a las dos formaciones? No es propio de los síndicos dejar que los comandantes operen de manera independiente.

Desjani asintió. De repente Geary sintió un nudo en el estómago.

—Creo que tanto la segunda como la tercera razón que ha dado son correctas —señaló—. Esperan que ataquemos por el centro de la formación directamente, como suelen hacer las fuerzas de la Alianza, y allí están los enemigos más dañados, esperando a que los rematemos. Un cebo, como usted ha dicho.

Recordó haber visto como su flota se derrumbaba en Corvus, donde todas las naves se habían estado peleando por atribuirse la muerte de algunos de los buques de guerra síndicos desesperadamente superados en número. Los comandantes síndicos, que se esperaban esa clase de comportamiento, sabrían lo atractivas que serían esas naves dañadas a ojos de los comandantes de la Alianza que buscaban muertes rápidas y seguras.

—Y cuando nos acerquemos lo suficiente, esas unidades —añadió señalando las que había en el exterior de la formación—, que tienen una capacidad armamentística mayor, irán a por la puerta misma. Quieren embaucamos para llevarnos allí cerca y luego destruir la puerta con la esperanza de que la descarga energética sea lo bastante grande como para que alcance a muchas de nuestras naves.

Pasó un momento de silencio mientras Desjani consideraba esa idea, entonces golpeó con el puño el brazo de su silla de mando.

—Creo que tiene razón, señor. Si la flota principal resulta lo bastante dañada en la puerta hipernética, eso cambia las probabilidades en el sistema, y el destacamento especial Furiosa podría convertirse en la única fuerza organizada en activo de la Alianza en Sancere.

Geary comprobó varias estadísticas de navegación.

—E incluso con los daños que le infligió el destacamento espacial Furiosa a la fuerza síndica Alfa, la flotilla síndica sigue siendo ligeramente superior al destacamento especial en potencial armamentístico. Por eso están intentando evitar más pérdidas, para poder seguir manteniendo una ventaja si su plan en la puerta funciona.

—Si la emisión energética del fallo en la puerta es lo bastante grande como para afectarnos —advirtió Desjani—, entonces también será lo bastante intenso como para arrasar con todas las naves síndicas que haya allí.

—Sí. —Cambia una docena de buques de guerra grandes, de los que más o menos la mitad están ya gravemente dañados, por tres, cuatro o cinco veces esa cantidad de naves primordiales de la Alianza y quién sabe cuántos combatientes ligeros más. Para esos síndicos con mente de contable eso sería todo un negocio, sobre todo porque podría forzar a los supervivientes de la Alianza a huir, dejando un montón de instalaciones intactas en el sistema estelar Sancere—. Me pregunto si las tripulaciones de esas naves lo sabrán.

—Lo dudo.

—Yo también.

Geary estuvo trasteando en los comandos de su panel de control un momento, luego pulsó uno con decisión.

—Buques de guerra de los Mundos Síndicos del sistema estelar Sancere, aquí el capitán Geary, comandante de la flota de la Alianza en el sistema estelar Sancere. Tengan en cuenta que es muy probable que la descarga energética resultante de la destrucción de una puerta hipernética sea tan severa que puede arrasar cualquier nave cercana. —Se detuvo, pensando si debería mencionar el riesgo que la destrucción de la puerta podía suponer para los planetas del sistema e incluso para los planetas de los sistemas estelares adyacentes. Pero no, si los líderes síndicos no se lo habían imaginado ya, Geary no tenía ningún interés en ser quien les informara de ello—. Sus probabilidades son nulas. Sus naves están ya sometidas a un deterioro considerable desde batallas anteriores. No hay deshonra en la rendición. Tienen mi palabra de que cualquier personal que se rinda será tratado humanamente conforme al derecho de la guerra.

La copresidenta Rione habló de nuevo con voz neutra.

—Espero que no esté conteniendo la respiración esperando a que se rindan.

—No —respondió Geary—. Pero hay una posibilidad, y si lo hicieran, nos facilitarían mucho las cosas.

—No suponga que las tripulaciones de esas naves controlan sus propios destinos —añadió Rione.

Geary miró a Desjani con gesto inquisitivo. Ella tampoco parecía comprender la afirmación de la copresidenta.

—¿A qué se refiere?

—Me refiero —continuó Rione en un tono más sombrío— a que creemos que los síndicos pueden tener a bordo de sus naves un dispositivo de omisión por control remoto que permite que los directores generales síndicos den órdenes directas a los sistemas de combate y de maniobra de las naves, saltándose a las tripulaciones.

—He oído rumores acerca de algo así —apuntó Desjani—, pero nada oficial.

Rione le hizo un gesto de asentimiento.

—Considere esto como una confirmación oficial. No estamos seguros de si es cierto, pero existen pruebas confidenciales que lo corroboran. Para un director general síndico es una especie de opción de último recurso que rara vez se emplea porque, si se hiciera con demasiada frecuencia, podríamos detectarlo y analizar la señal, y luego emplear el mismo dispositivo contra ellos.

Geary sintió un dolor en la cabeza y trató de ahuyentarlo presionándose la frente con los dedos.

—Increíble.
—De acuerdo. Supongamos que ese es el caso, que esas tripulaciones están a punto de ser sacrificadas deliberadamente para atraernos
y
que, incluso si intentan hacer algo al respecto, no van a poder pararlo. Eso significa que no van a poder evitar que sus naves ataquen los ronzales de la puerta. Pero este dispositivo de último recurso para anular los controles no puede ser flexible si les dice a las naves exactamente qué hacer.

—Si sabemos lo que seguramente están intentando hacer los síndicos, entonces, podemos predecir qué órdenes ejecutarán esas naves.

Desjani enseñó los dientes.

—Lo que significa que sabremos dónde van a estar.

—Eso es. —Geary desplegó el sistema de empleo de armamento y se puso a introducir hipótesis. Si ordenaban a las naves síndicas que estaban en mejor forma que destruyeran los ronzales de la puerta y si supuestamente la destrucción estuviera calculada para cazar a la flota de la Alianza lo más cerca posible de la puerta hipernética, ¿adónde irían esas naves síndicas y cuándo? El sistema procesó el cálculo y en un segundo desplegó en la pantalla las trayectorias planificadas y los tiempos—. Podemos atacarlos. Enviar cargas cinéticas para interceptar las trayectorias planificadas, cargas cinéticas lo bastante potentes como para atravesar sus escudos y eliminar las naves.

Rione tenía cara de preocupación.

—No lo entiendo. Generalmente no se emplea esa clase de armas contra otras naves.

—No, porque las naves las verían venir y sencillamente las esquivarían —indicó Geary—. Pero si las naves han sido bloqueadas para seguir una cierta trayectoria y las tripulaciones no pueden saltarse esas órdenes, si el dispositivo anulador de último recurso no permite ningún margen de maniobra, podemos pillar a unas cuantas.

—Ya veo —asintió Rione—. Es la única forma de evitar que destruyan la puerta antes de que nosotros lleguemos, ¿no es eso?

Geary miró a Desjani, que también asintió.

—Eso creo. En todo caso, es una opción. Capitana Desjani, que sus especialistas en artillería comprueben mi trabajo y preparen el ataque. Quiero que las cargas cinéticas se disparen automáticamente en el momento óptimo, con un minuto de margen para aviso y cuenta atrás.

—Por supuesto, señor.

Desjani señaló al consultor correspondiente, que se puso a trabajar.

La ola de destrucción que originó el bombardeo cinético de la Alianza llegó y arrasó en primer lugar el cuarto planeta, y después, una media hora más tarde, el tercero. Con la vista puesta en la imagen ampliada, Geary pudo ver la reacción en cadena de las explosiones a lo ancho de los mundos y de las instalaciones que los orbitaban. Los buques de guerra en construcción estallaron en pedazos bajo el impacto, los trozos salían volando por el espacio o se quedaban atrapados en el pozo de gravedad del cuarto mundo, precipitándose hacia el cataclismo. El mando síndico y los centros de control de los planetas desaparecieron en medio de intensos fogonazos de luz seguidos de hongos nucleares ascendentes que manaban hacia el cielo. En los lados nocturnos de los planetas que podían verse, el destello de las luces que generaban los impactos se revolcaban por las superficies oscuras en un espectáculo que habría resultado hermoso de no haber representado tanta destrucción.

Junto a las imágenes, el sistema de combate del
Intrépido
mantenía un recuento de resultados que se iba actualizando tan rápidamente que a veces era difícil de leer. Irritado y sin saber con seguridad lo que los números en aumento le estaban diciendo, Geary encendió la pantalla para que le dijera cuántos objetivos seguían activos. Ahora el recuento descendía a toda velocidad. Ejes de comunicaciones. Estaciones espaciales. Campos de aviación principales. Bases militares. Defensas antiorbitales. Instalaciones industriales de componentes militares. Almacenes de munición, recambios y equipamiento. Instalaciones de investigación. En órbita, una elegante colección de satélites y servicios salían volando despedazados por los impactos, convirtiéndose en lentas masas de fragmentos que se desperdigaban más allá de la atmósfera. Por debajo de esa envoltura de escombros, una lluvia de proyectiles metálicos caía a lo largo de los dos planetas dejando a su paso una maraña de restos y de cráteres.

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