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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (12 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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—Encontré esto para Nikki en la tienda del museo. Es un modelo a escala del
Supersaltador D-620
, modificado con la configuración de hábitat orbital, la nave en la que escaparon los antepasados de los cuadrúmanos.

—¡Oh, demonios, le gustará!

Nikki, a los once años, todavía no había dejado atrás la pasión por todo tipo de naves espaciales, en especial las naves de salto. Todavía era demasiado pronto para averiguar si el entusiasmo se convertiría en una vocación adulta o caería por la borda, pero desde luego aún no había menguado. Miles miró con más atención la imagen. La vieja D-620 era una nave sorprendentemente extraña, una bestia, y en la versión de este artista parecía más bien un enorme calamar gigante agarrando un puñado de latas.

—Réplica a gran escala, supongo.

Ella la miró, vacilante.

—No mucho. Era una nave grande. Me pregunto si debería haber escogido el modelo más pequeño. Pero no se desmontaba como ésta. Ahora que la tengo aquí, no estoy segura de dónde ponerla.

Ekaterin, en su faceta maternal, era muy capaz de compartir la cama con todas las cosas que fueran encontrando por el camino, todo por el bien de Nikki.

—Al teniente Smolyani le encantará buscar un sitio donde guardarla.

—¿De verdad?

—Tienes mi garantía personal.

Miles le dedicó una breve reverencia con una mano sobre el corazón. Se preguntó si comprar un par de naves más para los pequeños Aral Alexander y Helen Natalia, ya que estaban allí, pero la conversación con Ekaterin sobre juguetes adecuados a la edad, repetida varias veces durante su estancia en la Tierra, probablemente no necesitaba otro ensayo.

—¿De qué hablasteis Bel y tú?

Ella sonrió.

—De ti, principalmente.

El pánico asomó como algo apenas más autoincriminador que una sonriente pregunta.

—¿Sí?

—Bel tenía mucha curiosidad por saber cómo nos habíamos conocido, y obviamente se estaba devanando los sesos para encontrar una manera de preguntármelo sin ser descortés. Me dio lástima y le conté un poco sobre cómo te conocí en Komarr, y sobre después. Dejando aparte todas las partes clasificadas, nuestro noviazgo parece rarísimo, ¿sabes?

Él lo reconoció encogiéndose tristemente de hombros.

—Me he dado cuenta. No se puede evitar.

—¿Es cierto que la primera vez que os visteis le disparaste a Bel con un aturdidor?

Evidentemente, la curiosidad no era sólo unidireccional.

—Bueno, sí. Es una larga historia. De eso hace mucho tiempo.

Los ojos azules de Ekaterin chispearon de diversión.

—Eso tengo entendido. Eras un absoluto lunático cuando eras más joven, según dicen todos. No estoy segura, si te hubiera conocido entonces, de si me habría sentido impresionada u horrorizada.

Miles reflexionó sobre esto.

—Yo tampoco estoy seguro.

Ella volvió a sonreír y lo rodeó para tomar una bolsa de ropa de la cama. Sacó una densa cascada de tela de un tono gris azulado que hacía juego con sus ojos. Se convirtió en un traje de salto de un oscilante material aterciopelado con puños largos abotonados en las muñecas y los tobillos, lo cual daba a las perneras un leve aspecto de mangas. Se lo colocó encima.

—Eso es nuevo —aprobó él.

—Sí, puedes ir a la moda con gravedad y usarlo con eficacia en caída libre… —Soltó el atuendo y acarició su pelusa sedosa.

—Supongo que Bel evitó cualquier impertinencia que pudieran haberte dicho por el hecho de ser barrayaresa mientras habéis estado por ahí.

Ella se enderezó.

—Bueno, no he tenido ningún problema. Bel se encontró con un tipo de aspecto extraño… Tenía los pies y las manos más largos y estrechos que he visto. Había también algo curioso en su pecho, bastante grande. Me pregunté si lo habían alterado genéticamente para algo especial o si era algún tipo de modificación quirúrgica. Supongo que se conoce a todo tipo de gente aquí, tan cerca del Nexo. Le insistió a Bel para que le dijera cuándo se permitiría a los pasajeros subir a bordo, y dijo que había un rumor de que habían permitido a alguien recoger su cargamento, pero Bel le aseguró (¡firmemente!) que no se había dejado a nadie subir a las naves desde que fueron bloqueadas. Sería uno de los pasajeros de la
Rudra
, preocupado por sus pertenencias, supongo. Dio a entender que los cargamentos retenidos estaban expuestos al pillaje y los hurtos de los estibadores cuadris, cosa que no le sentó nada bien a Bel.

—Me lo figuro.

—Luego quiso saber qué estabas haciendo tú y cómo iban a responder los barrayareses. Naturalmente, Bel no dijo quién era yo. Le dijo que si quería saber qué estaban haciendo los barrayareses, era mejor que se lo preguntara a uno directamente, y que se pusiera en la cola para pedir una cita contigo a través de la Selladora Greenlaw, como todos los demás. Al tipo no le hizo demasiada gracia, pero Bel amenazó con escoltarlo de vuelta a su alojamiento con los de seguridad de la Estación y con confinarlo allí si no dejaba de dar la lata, así que se calló y se fue corriendo a buscar a Greenlaw.

—Bien por Bel. —Miles suspiró y agitó los hombros tensos—. Supongo que será mejor que vuelva a tratar con Greenlaw.

—No, no deberías —dijo Ekaterin con firmeza—. No has hecho más que hablar con comités de gente molesta desde esta mañana a primera hora. La respuesta, supongo, es: no. La pregunta es: ¿te has parado a almorzar o a descansar?

—Hum… Bueno, no. ¿Cómo lo sabes?

Ella simplemente sonrió.

—Entonces el siguiente punto en tu agenda, milord Auditor, es una agradable cena con tu esposa y tus viejos amigos. Bel y Nicol van a llevarnos por ahí. Y después, vamos a ir al ballet cuadri.

—¿Nosotros?

—Sí.

—¿Por qué? Quiero decir, tendré que comer en algún momento, supongo, pero que me vaya por ahí en mitad del caso para, hum, divertirme, no le hará gracia a ninguno de los que esperan que resuelva este lío. Empezando por el almirante Vorpatril y su personal, me atrevo a decir.

—A los cuadris les entusiasmará. Están orgullosísimos del Ballet Minchenko, y que te vean mostrar interés por su cultura sólo puede hacerte bien. La compañía sólo actúa una o dos veces por semana, dependiendo del tráfico de pasajeros y la estación… ¿Tienen estaciones aquí? Bueno, de la época del año. Así que puede que no tengamos otra oportunidad. —Sonrió con picardía—. Todas las entradas estaban vendidas, pero Bel hizo que Garnet Cinco tirara de algunos hilos y nos consiguió un palco. Ella se reunirá con nosotros allí.

Miles parpadeó.

—Quiere contarme algo sobre su relación con Corbeau, ¿no?

—Me imagino que sí.

Al ver la expresión de duda en su nariz arrugada, Ekaterin añadió:

—He averiguado algo más sobre ella. Es una persona famosa en la Estación Graf, una celebridad local. El ataque de la patrulla barrayaresa apareció en las noticias; como es una artista, la fractura del brazo la tiene temporalmente apartada del trabajo, además de ser algo horrible en sí mismo… A los ojos de los cuadris, fue culturalmente extraofensivo.

—¡Oh, magnífico! —Miles se frotó el puente de la nariz. No era sólo su imaginación: le dolía la cabeza.

—Sí. Así que, ¿cuánto vale, en puntos de propaganda, que vean a Garnet Cinco en el ballet charlando cordialmente con el enviado de Barrayar, todo perdonado y amigable?

—¡Ajá! —él vaciló—. Mientras no acabe largándose airada porque no puedo prometerle nada respecto a Corbeau. Es una situación peliaguda, y el chico no está siendo todo lo listo que debería.

—Al parecer ella es una persona temperamental, pero no estúpida, o eso me ha dado a entender Bel. No creo que Bel me haya pinchado para concertar esto para que se convierta en un desastre público… ¿Tal vez tienes motivos para pensar lo contrario?

—No…

—De todas formas, estoy segura de que sabrás manejar a Garnet Cinco. Sólo demuestra tu encanto habitual.

La visión que Ekaterin tenía de él, se recordó Miles, no era exactamente objetiva. Gracias a Dios.

—Llevo todo el día intentando encantar a los cuadris sin ningún éxito visible.

—Si dejas claro que te cae bien la gente, le resulta difícil resistirse. Y Nicol tocará en la orquesta esta noche.

—¡Oh! Será interesante oírlo.

Ekaterin era muy observadora. Miles no tenía ninguna duda de que se había pasado la tarde captando vibraciones culturales que iban más allá de las modas locales. El ballet cuadri lo era.

—¿Llevarás tu bonito vestido nuevo?

—Por eso lo he comprado. Honramos a los artistas vistiéndonos para ellos. Ahora, ponte el uniforme de la Casa Vorkosigan. Bel vendrá a recogernos pronto.

—Será mejor que me ciña al color gris. Tengo la sensación de que desfilar con uniforme barrayarés delante de los cuadris es ahora mismo una mala idea, diplomáticamente hablando.

—En el Puesto de Seguridad Número Tres, probablemente. Pero no tiene sentido que te vean disfrutando de su arte si parecemos un par de planetarios anónimos. Esta noche, creo que deberíamos parecer lo más barrayareses posible.

El que lo vieran con Ekaterin merecía también unos cuantos puntos, pensó Miles, aunque no tanto por propaganda como por pura exhibición de masculinidad. Se dio un golpecito en la costura del pantalón, donde no colgaba ninguna espada.

—Bien.

6

Bel llegó al cabo de un rato a la compuerta de la
Kestrel
, después de haberse cambiado el serio uniforme de trabajo por un sorprendente pero alegre jubón naranja con brillantes mangas azules decoradas con estrellas, pantalones con perneras acuchilladas sujetos a la rodilla y calzas y botas de fricción a juego de color azul medianoche. Variaciones por el estilo parecían ser la última moda local masculina y femenina, tuvieran sus usuarios piernas o no, a juzgar por el menos deslumbrante atuendo de Greenlaw.

El hermafrodita los condujo a un apartado y tranquilo restaurante en el lado gravitatorio de la Estación que tenía el habitual ventanal transparente que daba al paisaje estelar. Alguna gabarra o cápsula ocasional pasaba silenciosamente por fuera, añadiendo interés a la escena. A pesar de la gravedad, que al menos mantenía la comida fija en los platos descubiertos, el lugar seguía los ideales arquitectónicos cuadrúmanos al tener mesas fijas sobre columnas a diversas alturas, usando las tres dimensiones de la sala. Los servidores correteaban arriba y abajo utilizando flotadores. El diseño le gustó a todo el mundo menos a Roic, que no paraba de torcer el cuello en todas direcciones, esperando problemas en 3-D. Pero Bel, siempre previsor, además de versado en protocolos de seguridad, había proporcionado a Roic un lugar situado por encima de los otros, desde donde divisaba toda la sala. Roic subió a su extraña atalaya algo más tranquilo.

Nicol los estaba esperando sentada a su mesa, que dominaba toda la pared-ventanal. Su atuendo consistía en unas mallas negras que se ajustaban a su silueta y finos pañuelos de arco iris; por lo demás, su aspecto no había cambiado demasiado desde que Miles la conoció por primera vez hacía tantos años y tantos saltos. Seguía siendo delgada, graciosa de movimientos incluso con su flotador, con la piel de puro marfil y el pelo corto de ébano, y sus ojos aún danzaban. Ekaterin y ella se miraron una a la otra con gran interés, y de inmediato se pusieron a conversar sin que hiciera falta mucha intervención por parte de Bel o Miles.

Mientras la exquisita comida iba apareciendo fluidamente, presentada por el bien entrenado y silencioso personal del lugar, la charla fue tratando de música, jardinería y de las técnicas de bioreciclado de la estación, que llevaron a una discusión sobre la dinámica de la población cuadri y los métodos técnicos, económicos y políticos para poblar el creciente anillo que rodeaba el cinturón de asteroides. Sólo las viejas historias de guerra, por tácito y mutuo acuerdo, no asomaron a la conversación.

Cuando Bel acompañó a Ekaterin al lavabo entre el último plato y el postre, Nicol esperó a que no la oyera y luego se inclinó hacia delante y le murmuró a Miles:

—Me alegro por ti, almirante Naismith.

Él se llevó brevemente un dedo a los labios.

—Alégrate por Miles Vorkosigan. Desde luego, yo me alegro —vaciló, y entonces preguntó—: ¿Debería alegrarme también por Bel?

La sonrisa de Nicol se arrugó un poquito.

—Sólo Bel lo sabe. He dejado de viajar por el Nexo. He encontrado mi hogar, por fin. Bel parece feliz aquí también, la mayor parte del tiempo, pero… bueno, Bel es planetario. Dicen que tiene «pies nerviosos». Bel habla de comprometerse con la Unión, pero… por un motivo u otro, nunca presenta la solicitud.

—Estoy seguro de que Bel está interesado en hacerlo.

Ella se encogió de hombros y apuró su bebida de limón; en previsión de su actuación posterior, no había probado el vino.

—Tal vez el secreto de la felicidad es vivir el hoy y nunca mirar adelante. O tal vez es sólo un hábito que Bel adquirió en su antigua vida. Todo ese riesgo, todo ese peligro… Hace falta fuerza para continuar. No estoy segura de que Bel pueda cambiar su naturaleza, ni cuánto le lastimaría intentarlo. Tal vez demasiado.

—Mm —dijo Miles. «No puedo ofrecerles un falso juramento, ni lealtades divididas», había dicho Bel. Al parecer, ni siquiera Nicol era consciente de la segunda fuente de ingresos (y peligros) de Bel—. Me parece que Bel podría haber encontrado trabajo como práctico en bastantes sitios. En cambio, vino hasta muy lejos para encontrar éste.

La sonrisa de Nicol se suavizó.

—Así es. ¿Sabes que cuando Bel llegó a la Estación Graf todavía tenía en la cartera ese dólar betano con que os pagué en Jackson's Whole?

Miles consiguió tragarse la pregunta lógica, «¿Estás segura de que era el mismo?», antes de que escapara por su boca y metiera la pata. Un dólar betano era exactamente igual a cualquier otro. Si Bel había dicho que era el mismo cuando volvió a encontrar a Nicol, ¿quién era él para sugerir lo contrario? Un metepatas, seguro.

Después de la cena, Bel y Nicol los guiaron por el sistema de coches-burbuja, cuyas arterias de tránsito habían sido reestructuradas recientemente en el laberinto tridimensional en el que había llegado a convertirse la Estación Graf. Nicol dejó su flotador en un depósito común en el andén de pasajeros. Su coche tardó unos diez minutos en abrirse paso por el entramado de tubos hasta llegar a su destino; el estómago de Miles dio un vuelco cuando entraron en la zona de caída libre, y se apresuró a sacar del bolsillo las píldoras contra el mareo, meterse una en la boca y ofrecérselas discretamente a Ekaterin y Roic.

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