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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (17 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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—¿Qué demonios ha pasado aquí? —exigió saber, poniendo en marcha una grabadora.

Miles hizo un gesto hacia Bel, quien se encargó de describirle el incidente a la grabadora. Bel se mostró tan calmado, lógico y desapegado como en cualquier evaluación Dendarii, cosa que posiblemente dejó más fuera de juego a la mujer que el puñado de testigos que esperaban ansiosos para intentar contar la historia en términos más excitados. Para intenso alivio de Miles, nadie más había salido herido, a excepción de por algunas pequeñas lascas de mármol al rebotar. La puntería del tipo había sido mala, pero al parecer no pretendía cometer una masacre general.

Eso era bueno para la seguridad pública de la Estación Graf, pero no tanto para Miles… Sus hijos podrían haberse quedado huérfanos antes incluso de haber tenido la oportunidad de nacer. Su testamento estaba al día, del tamaño de una disertación académica completa con bibliografía y notas a pie de página. De repente le pareció completamente inadecuado.

—¿El sospechoso era un planetario o un cuadrúmano? —le preguntó la patrullera a Bel, con cierta urgencia.

Bel negó con la cabeza.

—No pude ver la mitad inferior de su cuerpo tras la balaustrada del balcón. Ni siquiera estoy seguro de que fuera un hombre.

Un transeúnte planetario y la camarera cuadri que le estaba sirviendo su bebida en el vestíbulo declararon que el atacante era un cuadri, y que había huido por un pasillo adyacente en su flotador. El transeúnte estaba seguro de que era varón, aunque la camarera, ahora que se planteó la pregunta, no tanto. Dubauer pidió disculpas por no haber visto siquiera a la persona.

Miles le dio un golpecito con el pie al remachador y le preguntó a Bel en voz baja:

—¿Sería muy difícil pasar algo así por los puestos de control de seguridad de la Estación?

—Sería fácil —respondió Bel—. Nadie parpadearía siquiera.

—¿Fabricación local? Parece bastante nuevo.

—Sí, es una marca de la Estación Santuario. Hacen buenas herramientas.

—Primer trabajo para Venn, entonces. Averigua dónde se vendió esta cosa, y cuándo. Y a quién.

—Oh, sí.

Miles casi se sentía mareado por una extraña combinación de deleite y desazón. El deleite era en parte debido al subidón de adrenalina, una adicción familiar y peligrosa, y en parte porque comprendía que haber sido atacado por un cuadri le daba pie para repeler el implacable ataque de Greenlaw a la brutalidad barrayaresa. Los cuadris también eran asesinos, ¡ja! No eran tan buenos, eso era todo… Recordó a Solian y descartó aquel pensamiento. «Sí, y quién sabe si Greenlaw no me preparó esto ella misma.» Ésa sí que era una bonita teoría paranoica. La descartó para reexaminarla cuando su cabeza se hubiera enfriado. Después de todo, un par de cientos de personas, tanto cuadris como visitantes (incluidos todos los pasajeros de la flota galáctica) tenían que haber sabido que iría allí aquella mañana.

Llegó un equipo médico cuadri y tras sus talo… inmediatamente tras ellos, el jefe Venn. Pusieron en seguida al corriente al jefe de seguridad con nerviosas descripciones del espectacular ataque al Auditor Imperial. Sólo la víctima, Miles, permaneció tranquila, esperando a un lado con cierta diversión sombría.

La diversión era una emoción que, desde luego, no traslucía la cara de Venn.

—¿Ha sido alcanzado, lord Auditor Vorkosigan?

—No. —«Hora de decir unas cuantas palabras amables: tal vez las necesitemos más adelante»—. Gracias a la rápida reacción del práctico Thorne, aquí presente. Si no hubiera sido por este distinguido hermafrodita, tendría usted (y la Unión de Hábitats Libres) un buen lío entre manos.

Un murmullo de asentimiento confirmó este punto de vista y un par de personas describieron sin aliento la generosa defensa que Bel había hecho del dignatario visitante, a quien escudó con su propio cuerpo. Bel miró brevemente a Miles, éste no supo si con gratitud o todo lo contrario. Las modestas protestas del práctico sirvieron sólo para afirmar su imagen heroica a los ojos de los testigos, y Miles contuvo una sonrisa.

Uno de los patrulleros cuadrúmanos que había perseguido al atacante regresó, flotando por encima del balcón, para detenerse ante el jefe Venn e informar, sin aliento:

—Lo he perdido, señor. Hemos puesto en alerta a todo el personal, pero no tenemos ninguna descripción física.

Tres o cuatro personas intentaron remediar esta carencia, en términos apasionados y contradictorios. Bel, al escucharlos, frunció más profundamente el ceño.

Miles le dio un codazo al hermafrodita.

—¿Hum?

Bel negó con la cabeza, y murmuró:

—Por un momento me pareció que se parecía a alguien que he visto recientemente, pero era un planetario, así que… no.

Miles reflexionó sobre su propia impresión. Pelo brillante, piel clara, un poco grueso, edad indefinida, probablemente varón… Podía haber varios cientos de cuadris en la Estación Graf que coincidieran con esta descripción. Actuaba bajo una presión intensa, pero Miles también. Lo había visto una vez, pero a esa distancia, en tales circunstancias, Miles no creía poder reconocerlo en un grupo de similares características físicas. Por desgracia, ninguno de los visitantes había estado grabando en vid el decorado del vestíbulo o cualquier otra cosa para enseñárselo a los amigos en casa. La camarera y su cliente ni siquiera estaban seguros de cuándo había llegado el tipo, aunque les parecía haberlo visto en posición durante unos pocos minutos, las manos superiores apoyadas con desenfado en la barandilla del balcón, como si esperara a que un último rezagado de la reunión de pasajeros terminara de subir las escaleras. Y eso estaba haciendo.

Dubauer, todavía aturdido, rechazó a los tecnomeds, insistiendo en que podía ocuparse él solo de la herida y repitiendo que no tenía nada que añadir a los testimonios y que, por favor, lo dejaran regresar a su habitación para acostarse.

—Lamento todo esto —le dijo Bel a su compatriota betano—. Puede que me entretenga un rato. Si no puedo ir personalmente, haré que el jefe Watts envíe a otro supervisor para que le escolte hasta la
Idris
y cuide de sus criaturas.

—Gracias, práctico. Le estaré muy agradecido. Llamará a mi habitación, ¿verdad? Es urgentísimo.

Dubauer se retiró rápidamente.

Miles no podía reprocharle que huyera, pues los servicios de noticias cuadris estaban llegando, en grupos de dos ansiosos reporteros con flotadores que mostraban el logotipo de su grupo de trabajo periodístico. Un puñado de pequeñas vidcams flotantes los seguía. Las vidcams revolotearon alrededor, tomando imágenes. La Selladora Greenlaw llegó tras ellas y maniobró con pericia su flotador entre la creciente multitud hasta llegar al lado de Miles. La flanqueaban dos guardaespaldas cuadris con uniforme de la Milicia de la Unión, armados y con armadura por inútiles que fueran contra los asesinos, al menos tuvieron el saludable efecto de hacer que los curiosos se apartaran.

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿ha resultado usted herido? —preguntó Greenlaw de inmediato.

Miles le repitió lo mismo que le había dicho a Venn. No apartó la mirada de una de las vidcams robot que flotó hacia él y grabó sus palabras, y no sólo para asegurarse de que lo sacaban por el lado bueno. Pero ninguna vidcam parecía un arma en miniatura disfrazada. Se aseguró de mencionar de nuevo en voz alta la heroicidad de Bel, lo cual tuvo el útil efecto de conseguir que las cámaras persiguieran al práctico betano, ahora situado en el otro extremo del vestíbulo e interrogado con más detalle por la gente de seguridad de Venn.

—Lord Auditor Vorkosigan —dijo Greenlaw, estirada—, reciba mis más profundas disculpas personales por este desagradable incidente. Le aseguro que todos los recursos de la Unión se volcarán en la localización de lo que estoy segura debe de ser un individuo desequilibrado y un peligro para todos nosotros.

«Peligro para todos nosotros, ya.»

—No sé qué está pasando aquí —dijo Miles. Endureció el tono—. Y es evidente que usted tampoco. Esto ha dejado de ser una partida de ajedrez diplomática. Alguien parece que intenta empezar una maldita guerra aquí. Casi han tenido éxito.

Ella inspiró profundamente.

—Estoy segura de que esa persona actuaba sola.

Miles frunció el ceño, pensativo. «Los acalorados siempre están con nosotros, claro.» Bajó la voz.

—Y, ¿por qué? ¿Por desquite? ¿Se ha muerto de pronto alguno de los cuadris heridos por la fuerza de asalto de Vorpatril?

Tenía entendido que todos constaban en la lista de recuperados. Era difícil imaginar a un pariente o un amante o un amigo cuadri vengándose en plan sangriento de algo que no fuera una fatalidad, pero…

—No —dijo Greenlaw, algo dudosa a medida que consideraba esta hipótesis. Lamentablemente, recuperó el aplomo—. No. Me lo habrían comunicado.

Bien, así que Greenlaw deseaba también una explicación sencilla. Pero al menos era lo bastante sincera para no engañarse a sí misma.

Su comunicador de muñeca emitió un agudo pitido de prioridad; lo atendió al momento.

—¿Sí?

—¿Milord Vorkosigan? —era la voz del almirante Vorpatril, apurada.

No eran Ekaterin ni Roic, gracias al cielo. El corazón de Miles volvió a bajarle por la garganta. Intentó no parecer irritado.

—¿Sí, almirante?

—Oh, gracias a Dios. Recibimos un informe diciendo que lo habían atacado.

—Ya ha pasado. Fallaron. Los de seguridad de la Estación ya están aquí.

Hubo una breve pausa. La voz de Vorpatril regresó, cargada de implicaciones:

—Milord Auditor, mi flota está en alerta máxima, dispuesta a seguir sus órdenes.

«¡Oh, mierda!»

—Gracias, almirante, pero tranquilícense, por favor —dijo Miles rápidamente—. De verdad. Está todo bajo control. Volveré con usted en unos minutos. ¡No haga nada sin contar con mis órdenes directas y personales!

—Muy bien, milord —dijo Vorpatril, envarado y todavía receloso.

Miles cortó la comunicación.

Greenlaw lo estaba mirando.

—Soy la Voz de Gregor —le explicó él—. Para los barrayareses, es casi como si ese cuadri le hubiera disparado al Emperador. Cuando dije que alguien había estado a punto de iniciar una guerra, no era una forma de hablar, Selladora Greenlaw. En casa, este lugar estaría ahora mismo a rebosar de los mejores agentes de SegImp.

Ella ladeó la cabeza, el ceño fruncido.

—¿Y qué pasaría en caso de un ataque a un súbdito barrayarés corriente? Habría más indiferencia, supongo.

—No más indiferencia, pero sí un nivel organizativo inferior. Sería cosa de la guardia del conde de su distrito.

—Así que en Barrayar, el tipo de justicia que uno recibe depende de quién sea. Interesante. No lamento informarle, lord Vorkosigan, que en la Estación Graf será usted tratado como cualquier otra víctima: ni mejor, ni peor. Curiosamente, eso no es malo para usted.

—Qué bien —dijo Miles secamente—. Y mientras usted alardea de lo poco que le impresiona mi autoridad imperial, un asesino peligroso sigue suelto. ¿Qué pasará con la encantadora e igualitaria Estación Graf si la próxima vez utiliza un método menos personal para eliminarme, como una bomba grande? Confíe en mí… Incluso en Barrayar, todos morimos igual. ¿Continuamos esta conversación en privado?

Las vidcams, que evidentemente habían terminado con Bel, volvían hacia él.

—¡Miles!

Al escuchar el grito y girar la cabeza, Miles vio a Ekaterin corriendo también hacia él, seguida por Roic. Nicol y Garnet Cinco venían detrás, en flotadores. Pálida y demacrada, Ekaterin se abrió paso por entre los escombros del vestíbulo, le agarró las manos y, al ver su sonrisa, lo abrazó ferozmente. Consciente de las vidcams que giraban a su alrededor, él la abrazó también, asegurándose de que ningún periodista vivo, no importaba cuántos brazos o piernas poseyera, pudiera resistirse a poner aquella imagen en primera plana. Una escena de interés humano, sí.

—Intenté detenerla, milord —se disculpó Roic—, pero ella insistió en venir.

—No importa —contestó Miles con voz apagada.

—Creí que éste era un lugar seguro. Lo parecía —le murmuró Ekaterin con tristeza al oído—. Los cuadris parecían gente pacífica.

—La mayoría indudablemente lo son —dijo Miles. Reacio, se separó de ella, aunque siguió sujetándole con fuerza una mano. Dieron un paso atrás y se miraron el uno a la otra ansiosamente.

Al otro lado del vestíbulo, Nicol corría hacia Bel con la misma expresión que Ekaterin en la cara, y las vidcams corrieron tras ella.

—¿Hasta dónde llegaste en la investigación de Solian? —le preguntó Miles a Roic en voz baja.

—No muy lejos, milord. Decidí empezar por la
Idris
, y conseguí todos los códigos de acceso de Brun y Molino, pero los cuadris no me permitieron subir a bordo. Estaba a punto de llamarlo a usted.

Miles sonrió brevemente.

—Apuesto a que puedo arreglar eso ahora, maldición.

Greenlaw regresó para invitar a los barrayareses a pasar a la sala de reuniones de la dirección del hotel, preparada rápidamente como refugio.

Miles se colgó del brazo la mano de Ekaterin y la siguieron; sacudió la cabeza con pesar a un periodista que corrió hacia ellos, y uno de los guardias de la Milicia de la Unión de Greenlaw hizo un severo movimiento de advertencia. Chafado, el periodista cuadri se dirigió en cambio a Garnet Cinco. Con reflejos de artista, ella le dio la bienvenida con una sonrisa cegadora.

—¿Has tenido una buena mañana? —le preguntó Miles a Ekaterin animadamente mientras se abrían paso entre los destrozos del suelo.

Ella lo miró, divertida.

—Sí, encantadora. Los cultivos hidropónicos de los cuadrúmanos son extraordinarios. —Su voz se volvió más seca mientras contemplaba los restos de la batalla—. ¿Y tú?

—Deliciosa. Bueno, no si no nos hubiéramos agachado. Pero si no soy capaz de usar este incidente para nuestro provecho, debería entregar mi cadena de Auditor. —Sonrió como un zorro contemplando la espalda de Greenlaw.

—Las cosas que una aprende en la luna de miel. Ahora sé cómo sacarte de tu estado de ánimo cuando estás deprimido. Sólo hay que contratar a alguien para que te dispare.

—Es algo que me da vida —reconoció él—. Descubrí hace años que soy adicto a la adrenalina. También descubrí que acabaría por ser algo tóxico, si no lo controlaba.

—Desde luego.

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