Sobre la puerta, también de medio arco, se podía leer sobre baldosas esmaltadas, la fecha de construcción: 1625. No sé porqué me dio por pensar en el Quijote; sabía que por aquellas fechas ya se había publicado.
¡Cuánta historia acumulaban aquellas piedras! ¡Cuántas familias debían de haber vivido, llorado, reído, crecido en aquella misma casa!
Medité.
No había nadie por fuera pero no me sorprendí, porque aunque lucía un sol espléndido, el aire llegaba gélido.
Empujé la pesada puerta de madera maciza y pasé a un recibidor cálido y acogedor. Dos mujeres de mediana edad vestidas con ropas blancas me miraron, debían de haber estado charlando hasta que el ruido de la puerta y mi presencia las había interrumpido. Me saludaron con cortesía y continuaron su plática.
Me dirigí hasta una sala que hacía de comedor, allí habían otros grupos de mujeres y hombres. Todos parecían conocerse de una manera u otra. Miré la sala buscando con los ojos a Kahul pero no lo vi.
—¡Me alegro que no te hayas perdido como otros! —escuché tras mi espalda.
Era Kahul, me esperaba con una gran sonrisa. Vestía un suéter verde claro y un pantalón de chándal blanco y ancho. Llevaba un dosier en las manos con un montón de hojas grapadas.
—Ven, te acompaño a las habitaciones.
Cogió mi maleta y subimos por una escalera empinada y de estrecho escalón. Pensé que los hombres del año 1625 debían de tener los pies muy pequeños porque prácticamente debíamos subir de lado.
—Deberás tener cuidado al bajar —me advirtió al ver que subía despacio por ellas.
La habitación era compartida, había tres camas cubiertas con colchas floreadas en tonos naranjas de modesta calidad, dos de las cuales ya estaban ocupadas porque había ropas sobre ellas.
Puse mi maleta al lado de la cama libre y me lamenté por unos segundos no haber llegado antes, ya que la cama que daba a la ventana tenía unas preciosas vistas de la montaña.
—Ponte cómoda, te espero en la sala. Todavía faltan dos alumnas que se han pasado la entrada a la masía —me dijo antes de marcharse.
—Gracias.
—Me alegro que estés aquí —me dijo justo antes de salir.
Su mirada parecía sincera. No tardé en bajar a la sala que había justo a la derecha del recibidor. Era una sala grande, quizá antiguamente había sido un comedor. Tenía una chimenea de casi dos metros de ancho y otro tanto de alto, revestida de piedra negra. El techo estaba a viga descubierta y las paredes pintadas de blanco. De ellas colgaban pocos cuadros y algunas fotografías de la masía en blanco y negro en las que se veían familias campesinas de principios de siglo. Había una gran alfombra de color beige oscuro, que ocultaba un precioso suelo de baldosas de barro.
Los alumnos estaban sentados en el suelo, sobre gruesos cojines. Calculé por encima que había quince personas, en su mayoría mujeres, de entre treinta y cincuenta y muchos años.
No reconocí a nadie, pero no me extrañó, intuí que no había invitado a nadie más del
Inanna centre
.
Kahul antes de sentarse nos entregó un grapado de folios con el temario del curso.
Por un momento comencé a sentirme ridícula, fuera de lugar entre aquellas personas que nada sabían de mí, ni yo de ellas, pero que por alguna suerte de coincidencias, nos habíamos reunido para hacer un taller de carácter espiritual.
—Espero que cuando termine este fin de semana seáis un poco más sabios, y creáis más en vuestras capacidades personales —comenzó Kahul al ver que entraban las dos últimas alumnas—. Espero que abráis vuestra mente y dejéis que vuestro corazón hable por vosotros. Si no permitís, si no dejáis fluir al corazón, será más difícil conseguir buenos resultados.
Kahul tomó asiento sobre un cojín y comenzó el curso:
—¿Por qué necesitamos saber qué hemos sido en otras vidas? ¿Para qué sería útil recordar tramos de nuestra infancia?
Hizo una breve pausa y prosiguió con sus argumentos:
—En muchas ocasiones sentimos que nos atascamos en problemas, nos surgen dudas, o tenemos fobias o manías de cosas, personas o situaciones y no entendemos a qué es debido. Mirar más allá de la mente consciente es adentrarse en la profundidad del olvido, de los recuerdos. Sé que para muchas personas no es grato hacerlo, pero vosotros sois valientes. Estáis aquí dispuestos a saber más de vosotros mismos, a conoceros y superaros. Os honro por ello —dijo Kahul llevando sus manos al corazón—. Creer en la reencarnación es algo que provoca risa en nuestra sociedad, esto es debido a que se ha presentado en los medios de comunicación masivos como algo ridículo ya que suelen traer o entrevistar a personas que dicen ser la reencarnación de Cleopatra o afirman ser el rey Herodes.
El recuerdo del programa de televisión me hizo sonreír.
—Para muchas culturas y religiones —prosiguió—, la reencarnación es algo normal como los hindúes o los budistas. Incluso Jesús de Nazaret predicaba la reencarnación como algo natural. Hay cientos de casos documentados que os recomiendo leer sobre experiencias conscientes de personas que tienen recuerdos de haber vivido otras vidas. Imaginad la magia y la grandeza que sentiríamos al saber que esta no será nuestra única oportunidad de vivir, que ya hemos vivido muchas veces aquí en la tierra y que seguiremos naciendo en el futuro. Nuestra alma es inmortal porque somos pura energía, y la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma a otro estado vibratorio.
Me quedé sorprendida de las palabras de Kahul y recordé la ley de la conservación de la energía que aprendí en primaria. Aquella ley se me había grabado como fuego aunque no supe el porqué hasta más tarde.
Ahora sé que nuestra alma nos va dejando pistas a lo largo de la vida a través de canciones, palabras, refranes, lugares, personas que activan nuestras memorias para que no se nos olvide nunca la misión para la cual bajamos aquí a la tierra.
—Por eso jamás morimos totalmente, siempre, una parte de nosotros queda intacta. Esa es el alma. Lo que nunca perdemos y esta alma es la que evoluciona, la que aprende y crece y por eso cuando volvemos a nacer traemos todas estas lecciones aprendidas.
—¿Y cuando no hemos aprendido algo? —preguntó una mujer rubia, de unos sesenta años de edad.
—Lo traemos también y se manifestará como lección de vida para que podamos transformarlo para siempre.
—¿Te refieres al karma? —interrogó de nuevo la mujer rubia.
—Sí, para los hindúes y los budistas el
karma
son las consecuencias negativas que estamos viviendo en esta vida y también los beneficios que estaríamos recibiendo por buenas acciones en vidas pasadas. Ellos creen tan firmemente en esto que basan su vida y su filosofía en tratar de ser mejores personas para que no les repercuta en su siguiente encarnación. Pero yo veo un problema en creer que todo lo malo que te sucede es consecuencia de lo mal que te portaste, ya que nos aleja del amor. Ver el karma como un castigo no me parece constructivo.
—Sí —asintió un hombre calvo y menudo que estaba sentado a dos personas de mí—. Nos restaría poder.
—¡Exacto! —Contestó Kahul dirigiéndole una sonrisa— podrías caer en el victimismo. En creer que no eres bueno, o merecedor y esta misma energía podría atraerte más y más situaciones que te hicieran sentirte así ¿Lo veis claro, verdad?
—¡Sí! —afirmaron varios alumnos. Por sus miradas cómplices presentí que debían conocerse o ser alumnos de otros centros donde impartía mi maestro de yoga clases.
Yo no lo vi tan claro. Yo creía en la suerte. Tenía el convencimiento de que las situaciones que vivía a diario eran producto del azar, que yo no tenía poder para cambiarlas ya que sucedían por eventos casuales que nadie ni nada regía, porque tampoco creía en Dios. Recordé en aquel momento el refrán: “Hay quien nace con estrella y otro que nace estrellado”. Así me sentía yo en muchas ocasiones, como si me hubiera estrellado dentro de una familia exitosa, rodeada de gente exitosa, con vidas exitosas, para poder contemplarlas desde fuera y poder ver con más claridad la desgracia que me acompañaba a cada paso que daba.
Según el hinduismo mis padres habrían sido en vidas pasadas gente buena, generosa, honrada y llenas de amor pero entonces ¿por qué no seguían practicándolo en esta vida? Me pregunté.
Kahul me miró fijamente:
—¿Tienes alguna duda, Sandra? —me preguntó.
Yo no sabía que contestarle, todo aquello era nuevo para mí.
—¿Qué diferencia hay entre el karma y la mala suerte? Yo creo que las dos son producto del azar. Te toca a ti y ya está.
Sentí como algunos alumnos me miraban. Me pareció que sus ojos transmitían pena, compasión. Me arrepentí al instante de haber abierto la boca.
—No existe el azar, Sandra. Las experiencias que has vivido las creaste tú misma con tu intención, seas o no consciente de ello.
Negué con la cabeza, pensé que Kahul no tenía razón. Que estaba equivocado. Me sentí dolida y debí transmitirlo en mis gestos o en mis ojos porque le cambió la cara.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—Eso no tiene lógica ¿Por qué iba a ser tan cruel conmigo misma?
—Eso tendrás que averiguarlo tú misma. Hay muchas técnicas que pueden ayudarte. La terapia regresiva es una de ellas, no es ni mejor ni peor que otras, cada uno escoge cómo evolucionar, y escoge aquello que le es más afín a su naturaleza.
Esta técnica, si la practicas, puede darte más claridad, aportarte luz, para que poco a poco descubras las experiencias que tiene tu alma marcada. Ya que todo aquello que ha aprendido y lo que no ha aprendido se vuelca en la próxima vida.
Quería salir de la sala, coger mi coche y volver a mi casa. Esas enseñanzas rozaban la ciencia-ficción. Era la reacción que mi mente me estaba proponiendo para huir de allí porque sabía que debía enfrentar mi dolor y encima creer que yo era parte culpable. Sentía una fuerte resistencia pero algo me mantenía pegada al suelo.
—Si no comenzamos a hacernos responsables de nuestra propia vida, vendrán otros y lo harán por nosotros —dijo Kahul a todo el grupo—, y lo más seguro que no os guste el resultado final de esto. Aunque sea muy cómodo para nosotros.
Aquellas palabras se clavaron como espinas en mi ser. Había una fuerza y una verdad en ellas que traspasaba la mente, la lógica, la razón o la ciencia.
Sentí que era lo que me había sucedido hasta ahora, pero había sido tan sutil, tan normal en mi vida que no me había percatado.
La tristeza tiñó mi alma de gris oscuro y no me abandonó durante todo el día. Aunque Kahul era amable y su tono de voz era dulce sus palabras eran aguijones de letal veneno que se esparcían sin piedad por el torrente de mi ego.
Yo me negaba a creerle.
—Ahora os enseñaré la técnica para que podáis entrar en un estado relajado pero profundo y consciente. Esta será la manera en la que conectaréis con vuestra alma para que comencéis a ver imágenes en vuestro córtex frontal, yo le llamo “la pantalla de cine”. No podréis forzar las imágenes porque solo vuestro ser sabe lo que debéis ver y lo que no.
—¿Veré como morí en mi última vida? —preguntó una mujer con cara temerosa. Parecía que estaba tan a disgusto como yo. Presentí que la mujer que estaba a su lado la había convencido para venir como compañía—. Yo no quiero ver eso —añadió mientras negaba con las manos. Se la veía realmente asustada.
Kahul le sonrió con dulzura.
—Tranquila, quizá mañana los que estéis más preparados podréis ir más allá —y esto lo dijo mirándome a los ojos—. No veréis más de lo necesario para vuestra lección de vida en este momento. ¡Imaginad, sería un colapso para vuestra mente! Esta técnica de terapia regresiva es muy segura para todas las personas, claro menos para aquellos que no tengan enfermedades mentales severas.
El corazón me dio un vuelco. Pensé en levantarme y salir de la sala con alguna excusa. Mi mente daba vueltas buscando una razón que fuera creíble, pero me había colapsado. Mi pierna tenía un tic nervioso y apretaba y giraba mi anillo en el dedo a gran velocidad. ¿Qué debía hacer? Pensé en el doctor Vall y lo que pensaría de aquel taller donde íbamos a ver fragmentos conflictivos de vidas pasadas y los efectos que estaban teniendo en la presente. Lo imaginé tras su silla de cuero marrón mirándome por encima de las gafas y negando con la cabeza
: Tú no debes estar ahí. Te enfermarás y tendré que encerrarte,
me decía en un diálogo imaginario.
Comenzó mi lucha interna por hacer lo correcto, pero ¿qué era lo correcto? ¿Verme como otra persona viviendo otra vida quizá en otro país me iba a beneficiar o por el contrario me haría evadirme más y más de la realidad? No sabía qué hacer pero lo que sí sabía que aquello podía marcar un antes y un después en mi vida.
La sensibilidad de Kahul rayaba lo extraordinario. Sin yo haberme percatado de su presencia puso su mano sobre mi hombro.
Me sobresalté al salir de mis pensamientos.
—Sandra —me dijo en un tono suave—. No debes hacer nada que no quieras. Puedes marcharte si no estás a gusto. Sigue siempre los dictados de tu corazón, pero no te dejes llevar por el miedo, que es solo falta de consciencia.
Me sentí aliviada al saber que contaba con su apoyo y comprensión.
—Sí quizá más adelante sea el momento para hacer este curso. Me levanté y salí de la sala con un cóctel entremezclado de sentimientos y emociones pero con un ligero alivio. Minutos después, con la maleta en la mano caminé hacia el recibidor y al abrir la puerta contemplé como el frío pero soleado clima se había convertido casi de repente en una tormenta rugiente de rayos y lluvia violenta. En cuestión de minutos mis planes se habían vuelto a frustrar al recordar el camino de tierra y las curvas que me habían traído hasta la masía.
Parecía que el destino me estaba cortando el paso, me indicaba con fuerza dónde debía estar aunque yo no pudiera comprenderlo.
Volví a la sala ante la atónita mirada de los asistentes.
Observé una leve sonrisa en los labios de Kahul. No quise aventurarme pero presentí que se alegraba de que no me hubiera marchado.
El maestro, respetando mis deseos, me dejó apartada de las prácticas. Pero el ambiente relajado, la armonía que se había creado entre los alumnos y la suave música que nos envolvía, hizo que cayeran los muros de miedo que me protegían. Era una sutil atmósfera de comunión, participativa y abierta. Observé que nadie se mofaba de las experiencias de otro alumno, no había alegría cuando alguien lloraba, parecíamos estar conectados profundamente con el sufrimiento ajeno, había respeto, compasión, sentimientos que eran muy desconocidos para mí.