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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

Irania (24 page)

BOOK: Irania
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El día que por fin me decidí a reanudar las clases, Marta y yo llegamos tarde por culpa de las obras y el tráfico que se había acumulado. Por el pasillo nos encontramos con una alumna.

— Lidia, ¡cuánto tiempo sin verte! —le dijo Marta. Ambas se dieron dos besos en la mejilla y luego Lidia se acercó a mi e hizo lo mismo. El fuerte olor a perfume me hizo estornudar. Llevaba una capa grasienta de maquillaje que me resultó muy poco natural.

—¿Ya no vienes a Yoga? —le pregunté.

Lidia se atusó la melena cobriza e hizo un gesto de hastío.

—¡Ni hablar! Es un asco, me aburro mucho y aparte no me van los maricones. Oye, guapas, ya quedaremos para un
coffe
, ¿vale? ahora voy a pilates ¡
Ciao
!

Lidia se marchó cimbreando su cintura con exageración.

—¡Te has fijado! —exclamó Marta siguiéndola con la mirada.

—Sí, es una homófoba —dije.

—¿Qué?— me preguntó.

—Ha insultado a Kahul.

—¡Me refiero a sus tetas! ¡Se las ha vuelto a tunear! —me dijo.

Me hizo reír, como siempre.

Cuando nos acercamos a la clase la puerta estaba cerrada. Kahul nos miró desde dentro señaló un ficticio reloj en su muñeca y nos dijo adiós con la mano dándonos a entender que no iba a permitir ninguna irrupción. Dentro estaban el resto de alumnas ensimismadas en los ejercicios.

—¿Pero que se ha creído, éste? —dijo Marta con indignación—. ¡Vamos anda! —exclamó.

Solté un suspiro de impotencia, de desilusión.

Nos fuimos a pasear por un centro comercial de la Avenida Diagonal.

—¡Oye! ¿Qué vas a ponerte para la presentación? —me preguntó Marta sacándome de mis pensamientos.

—¿Qué? —le pregunté.

—¡Es este viernes! ¿Todavía no has escogido la ropa? —me preguntó con un gesto de seria alarma en su rostro.

Negué con la cabeza. Había olvidado la fiesta y al recordarla comenzó a dolerme el estómago, no me sentía preparada ni para presentar caramelos en un parvulario.

—No me lo puedo creer. Lo tuyo es muy fuerte —me regañó.

Marta me ayudó a escoger un vestido en una boutique de alta costura y exigió que los arreglos debían ser para mañana. Aun así la dependienta accedió, en parte motivada por la alta comisión que debía dejarle la costosa prenda.

—Recuerda pasar mañana a probarte de nuevo el vestido — me gritó Marta desde su deportivo al dejarme en la puerta de mi casa.

No tuve tiempo de abrir el portal cuando sonó mi teléfono móvil.

—¿Diga?

—¿Puedes venir a casa?

—¿Lila?

—Sí, Sandra, te espero aquí.

Lila colgó y me dejó una extraña sensación, la había notado tensa, nerviosa. Tuve un mal presentimiento.

Recordé de camino a su casa la última vez que nos habíamos visto. Sabía que estaba enfadada conmigo y pensé que quería dejar de verme.

Cuando llegué a su apartamento el gesto con el que me recibió era más frío de lo habitual.

—Hola Lila.

—Pasa, Sandra, tenemos que hablar.

Cuando entré en la salita había un hombre de unos cuarenta años, moreno, de metro setenta. Al verme soltó al gato de Lila y se levantó. Tenía los ojos caídos con unas pequeñas bolsas bajo ellos y un gesto serio aunque irradiaba cercanía. Llevaba una americana de pana marrón, pantalones de pinza color gris oscuro y un jersey color beige de cuello redondo.

Su presencia me desconcertó.

—Sandra, te presento a Alberto, es mi primo.

Me acerqué a él y le ofrecí mi mano.

—Mucho gusto —me dijo.

—¿Qué tal? —le dije. Aunque todavía no entendía qué pintaba su primo allí. Pensé que quizá se había presentado de improvisto.

—¿Quieres tomar algo? —me preguntó Lila.

—No, gracias —le dije y la miré esperando una explicación a su urgente llamada.

Lila me ofreció asiento y Alberto volvió a tomar su lugar.

—Sandra, te he hecho venir para que hables con mi primo. Le he contado lo que pasó en Badalona.

El corazón me dio un vuelco. Mi rostro debió mostrar la angustia que sentía porque Lila pronto se explicó:

—Tranquila Sandra, es sub-inspector de policía.

Me quedé sin palabras por unos segundos, luego exclamé:

—¡Lila eso no me tranquiliza! ¿Por qué lo has hecho?

—Sandra, es muy grave lo que me contaste, necesitas ayuda.

—No sé de qué me hablas —negué.

—Yo conocí a Evaristo García —dijo Alberto.

Me quedé atónita.

—Sí Sandra, perdóname, no sé como salió el tema, sentí que podía confiar en él y se lo he contado todo.

Me quedé mirándolos, empezaba a desconfiar de ellos.

—Ese hombre había venido a mí hace un año denunciando el extraño suicidio de su hijo. Le abrí el caso, como corresponde, investigué poco, es la verdad, ya que me pareció un desquiciado. Y hace un mes sus vecinos lo hallaron muerto en su apartamento. He de decir que me impactó el estado de su cuerpo, pero que se suicidara tampoco me pareció extraño, debido a su profundo dolor. Pero hay algo que no encaja y creo que puedes ayudarme.

—No tenías derecho —le dije a mi amiga mirándola fijamente a los ojos.

Lila agachó el rostro.

—Lo siento, Sandra, pero creo que puede ayudarte. ¡Escúchale!

Negué varias veces con la cabeza.

—Estamos hablando de investigar la empresa de mi familia relacionada con un suicidio.

—Presunto homicidio —recalcó Alberto.

Abrí los ojos de par en par.

—¡¿Qué está diciendo?! —exclamé mirando a Lila.

—Evaristo García murió, como ya sabe, envenenado, pero el análisis del compuesto químico que hallaron en la autopsia no puede encontrarse en cualquier tienda o droguería. He investigado primero, como es habitual, el círculo de familiares y amigos de la víctima y no encuentro ninguna persona que le haya podido facilitar el acceso a estas sustancias.

Lancé un suspiro.

—Eso es muy aventurado. Hoy en día puedes encontrar hasta cómo fabricar una bomba en internet. No puede demostrarse la implicación de Farma-Ros —le dije.

Alberto respondió:

—Todavía no, pero usted puede ayudar porque está dentro.

Lila me tomó de la mano y me dijo:

—Sandra, siento que podemos confiar. Tú no has hecho nada, pero quizá será la manera de que los espíritus dejen de acosarte.

Miré el rostro de Alberto a la espera de alguna reacción extraña al hablar Lila sobre los espíritus.

—¿También le has contado lo de Miguel? —le pregunté llevando una mano hacia mi corazón, aunque ya conocía la respuesta.

Lila asintió.

—Vale, gracias amiga. Conseguirás también que me encierren a mí pero en el manicomio.

—Tranquila señora Ros, estoy acostumbrado. Lila me ha ayudado a resolver algunos casos gracias a su intuición. Y aunque no comprendo cómo lo hacéis a mí me sirve. ¿Recuerdas el caso del joyero? —le preguntó a Lila.

Lila asintió.

—Pues fui felicitado por el delegado provincial. Mi prima me dio una pista con su intuición. Me dijo, sin yo darle detalles del caso, que el cuerpo estaba rodeado de agua. Me puse a investigar y así fue como encontramos al pobre joyero, maniatado en el fondo de una balsa de agua de una finca de almendros que era propiedad de su propio tío. Fue un alivio, ya que dábamos por fallida la búsqueda.

—No se lo explicas bien, te dije bajo agua y sobre flores —recalcó Lila.

—Cierto, querida prima, pues los almendros estaban en flor y la superficie del agua de la balsa estaba llena de pétalos caídos —dijo Alberto y todavía se le notaba el asombro al narrarlo.

Los observé esperando encontrar algún signo de mofa en sus rostros.

—No van a condenar a tu familia, solo vamos a aclarar qué está pasando y así podrás estar tranquila. Solo eso —dijo Lila.

Asentí de mala gana aunque en el fondo deseaba que todo estuviera bien para seguir con la presentación sin más irrupciones, sin más muertos, espíritus ni suicidios.

Alberto sacó una libreta y un bolígrafo de su americana y me preguntó.

—¿Evaristo la abordó en un parking?

—Sí, estaba en la clínica Cubí, cuando ese hombre me pidió ayuda —respondí.

—¿Qué le dijo? —siguió indagando Alberto.

—Que el fármaco que le habían dado a su hijo le había hecho enloquecer. El pobre Sebas tenía visiones, seres horribles le perseguían día y noche — añadí recordando lo que había visto en el cuaderno de dibujos.

—Y es el mismo fármaco que saldrá a la venta en breve, ¿me equivoco?

—Sí, eso dice, pero yo pregunté en los laboratorios y me negaron que se hubieran hecho pruebas con niños hace un año. No he analizado las pastillas todavía.

—¡¿Te dio las pastillas que suministraba a su hijo?! Eso es estupendo, tenemos una prueba física —intervino Lila.

Rebusqué en mi bolso pero no encontré el frasco.

Alberto me miró con cara de preocupación.

—¿No las tiene, verdad?

Volqué el contenido del bolso en el suelo para asegurarme, pero allí ya no estaba el frasco.

—¿Quizás las tengas en otro bolso? —dijo Lila.

—No suelo cambiar de bolso a menudo. No sé que ha podido suceder.

—Tranquila —dijo Alberto—, busque bien y si aparecen llámeme. Señora Ros, debo pedirle que sea mis manos y mis ojos dentro de Farma-Ros. Aunque debe ir con cuidado. Es mejor que no sospechen todavía que estamos investigando. Sea discreta, le iré dando instrucciones.

Me quedé un rato a solas con Lila después de despedirnos de Alberto. Todavía digería la conversación que había tenido con su primo.

En vez de encontrarme a Lila furiosa conmigo y deseando de perderme de vista, me había traído ayuda. Aunque yo todavía no estaba segura de que Alberto pudiera ayudarme, al contrario, por mi cabeza pasaban imágenes catastróficas sobre mi familia. Me imaginaba cuando se enteraban de que había ayudado a la policía a investigarlos, veía sus caras de odio hacia mí. Pensaba en toda mi familia clavándome los ojos, insultándome por haberlos traicionado, por haber manchado el apellido por una estúpida sospecha. Porque de momento todo eran sospechas, pero no las sospechas de alguien con prestigio mental, sospechas y visiones de una esquizofrénica.

—Quédate a cenar conmigo si quieres —dijo Lila.

—No gracias, hoy quizá venga Joan antes y no quiero que vuelva a encontrarme fuera de casa.

—¿Vuelva? —repitió.

—Sí, el otro día pasé un rato hablando con mi profesor de yoga y se me hizo tarde.

—¿Ah sí? —dijo alargando las palabras mientras sonreía.

Lila cogió el mazo de cartas y comenzó a lanzar algunas al azar.

—¡Vaya, interesante! Sí… a ver… ajá… vaya —decía mientras hacía que las interpretaba.

—¡Lila, por favor!

—¡Es broma! —rió—. No necesito leer en las cartas aquello que puedo ver en tus ojos.

—Se llama Kahul, somos amigos, nada más.

Lila levantó sus brazos y dijo:

—Yo no te he pedido explicaciones, ni te estoy juzgando. El amor manda.

—No siento eso por él. Aparte, aunque me gustara es homosexual.

— Lo siento, soy una bruta, ya lo sabes.

Lila abrió sus brazos y se lanzó a mí. Sentí su cariño y la presión cálida de su cuerpo como una almohada suave y esponjosa.

—Pensé que me odiabas.

—Yo jamás podría odiarte, pero reconozco que estaba muerta de miedo. Una no ve cada día un cadáver. Era mejor dejar el tiempo pasar. Sandra, ten mucho cuidado, estás en una etapa de tu vida muy importante, de cambios y aunque siento que estás protegida por los ángeles también veo peligro a tu alrededor.

No me sorprendieron sus palabras, ya las vivía en momento presente.

—Me alegra que por fin seas sincera conmigo y dejes de tratarme como una niña— le dije.

Lila me acarició el cabello y me dijo:

—Siempre he querido protegerte, no me lo tengas en cuenta.

La tomé de las manos.

—Lo sé.

Capítulo 16

No puedes huir

¿no ves que el fuego sale

de tu propio corazón?

Faltaban dos días para la presentación del nuevo fármaco contra la hiperactividad en los niños. Había salido temprano de la oficina para recoger el vestido de la tienda, lo dejé en el maletero de mi coche y después me dirigí a la consulta del doctor Vall.

Hastiada de no poder descansar la mente ni un instante, accedí a dejarme asesorar para probar el nuevo anti psicótico.

—¿Cree que es buena idea que comience el tratamiento antes de la presentación pública? No me parece bien —le comenté.

El doctor Vall me contestó:

—Me parece excelente, ya que se encontrará mucho más serena y capaz para ese día. Ya verá.

Pensé por unos segundos y accedí a coger la caja que me había dejado justo al lado de la mano.

La tomé y la guardé en mi bolso.

Yo lo único que quería era dejar de ver las imágenes que se habían desatado en mi mente y que me atormentaban día y noche. Quería dejar de dudar, de sentir miedo, de sentir nada.

—¿Doctor?

—Sí, Sandra.

—¿Qué opina de la terapia regresiva?

No se formó ninguna expresión en su rostro. Parecía no sentir emociones, había observado que durante todos los años que me había tratado jamás lo había visto transmitir nada que no fuera una aparente seguridad técnica. Sentí que se había formado una gruesa barrera impenetrable que quizá, en un principio, cuando lo visualicé joven y recién llegado a su puesto de trabajo tuvo que curtir forzosamente para no implicarse con sus pacientes. Pero yo ahora sentía que esa estructura se había apoderado de él, creando una personalidad paralela, dejándolo atrapado ya para siempre.

—En su caso se lo desaconsejo rotundamente. Tiene una imaginación desenfrenada, nada de lo que viera en la hipnosis sería real, todo lo inventaría. Incluso llegaría a inventar traumas inexistentes a los que vincularía gente de su entorno. ¡Sería desastroso!

Sentí un escozor en la boca del estómago.

—¡Pero he leído de personas que han llegado a hablar idiomas extranjeros y a reconocer a miembros de sus anteriores familias!

—¡Estos americanos y sus películas! Son todo mentiras, Sandra, mentiras para vender libros y documentales.

Me miró inquisitivo por encima de las gafas y me preguntó:

—¿No habrá estado yendo a algún terapeuta de esos que ni siquiera están licenciados en psicología?

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