Jugada peligrosa (22 page)

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Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
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—Pues no he recibido ninguno de los dos.

—Déjeme comprobar su dirección.

Harry se levantó con esfuerzo y se dirigió lentamente hacia la ventana, con el teléfono aún bien pegado a la oreja. El cielo se había oscurecido y las gruesas gotas de lluvia chocaban contra el cristal. Apoyó la frente contra el frío vidrio de la ventana. ¿Por qué se había puesto en contacto con El Profeta?

—Piso 4, 13 St. Mary’s Road, South Circular Road, Dublín 8.

Harry irguió la cabeza de golpe y frunció el ceño.

—Esa no es mi dirección.

—Es la que se encuentra almacenada en nuestro sistema para usted. Ahí enviamos su extracto el viernes.

Harry cogió un bolígrafo y un bloc de un estante junto a ella y anotó la dirección.

—¿Puede comprobar si alguien ha cambiado esa dirección recientemente?

Hubo otra pausa.

—No, no consta que se haya actualizado su información personal desde que usted se registró por primera vez, hace cinco años.

Harry arrancó la hoja del bloc.

—Esto no tiene sentido. Vivo en Ballsbridge. He recibido aquí mis extractos de cuenta durante los últimos cinco años. Alguien ha debido de modificarla.

La mujer se ofreció a comprobarlo de nuevo, pero Harry ya no tenía muchas esperanzas depositadas en ella. Se lo agradeció, colgó y se quedó mirando la dirección que sostenía en la mano: 13 St. Mary’s Road. Podía tratarse de un mero error informático, pero a aquellas alturas ya no le parecía producto del azar.

Entró en la cocina con aire resuelto y hurgó en los cajones de los cubiertos; encontró cerillas, velas y una caja con viejas felicitaciones de Navidad. Finalmente, halló un plano de Dublín. Echó un vistazo al índice. St. Joseph’s, St. Lawrence’s, St. Martin’s. Allí estaba: St. Mary’s. Situó la zona en el plano. Después, cogió la chaqueta de cuero negra y echó a andar hacia la puerta de la calle.

Sintió el cortante viento de la tarde en su cuerpo y la lluvia le dibujó unos lunares en su camiseta amarilla. Se puso la chaqueta y cruzó el umbral mientras marcaba con presteza el número de Ian Doyle, el administrador de sistemas de Sheridan Bank con el que había hablado al finalizar el test de intrusión el viernes anterior.

—Hola, ¿Ian? Soy Harry Martínez otra vez, de Lúbra Security.

—Ah, Harry, justo ahora estaba pensando en usted.

—¿De verdad?

Tenía el coche aparcado en el bordillo de la acera, un vistoso Mini Cooper azul de líneas estilizadas con el techo blanco. Lanzó su bolso sobre el asiento del pasajero y se puso al volante.

—Sí, leí su informe ayer —explicó Ian—. Lamento decirlo, pero es un buen trabajo.

—Gracias. Espero que no le arruinara el día.

—No se puede decir que me concedieran una medalla.

—Intenté advertírselo.

—Sí, y se lo agradezco —dijo Ian—. Me dio tiempo para cubrirme las espaldas un poco. Permítame que la invite a tomar algo para darle las gracias. ¿Qué le parece esta noche?

—Disculpe, Ian, estoy muy ocupada. Pero su ayuda me vendría muy bien para otro tema.

—Dispare. Este fin de semana estoy aquí de guardia sin nada que hacer. Me alegrará el domingo.

Harry le informó sobre el dinero que había desaparecido de su cuenta y el misterioso cambio de dirección.

—Con esa bruja de la línea telefónica de asistencia no puedo averiguar nada —dijo—. ¿Podría husmear un poco y averiguar qué ha sucedido exactamente?

—Sí, por supuesto. Deme una hora más o menos. La telefonearé.

Harry dejó caer el teléfono en el asiento de al lado y acto seguido volvió a sonar. Comprobó quién llamaba: era Jude Tiernan. Se quedó mirando su nombre y el corazón se le desbocó. Quizá su única intención era asegurarse de que ella se encontraba bien. ¿O querría enterarse de lo que había averiguado hasta el momento? El teléfono le zumbaba en los dedos. Respiró hondo y lo metió en el bolso.

Estudió minuciosamente el plano de nuevo. Después, arrancó el coche y dejó el plano abierto sobre el asiento del copiloto para guiarse. La ruta era prácticamente una línea recta, pero necesitaba la máxima ayuda posible. Para ella, orientarse era como calcular una división larga: imposible de realizar sin querer desmayarse.

Miró el retrovisor. Dos coches Volvo le cerraban el paso. Para cualquier otro turismo hubiera representado un problema, pero no para un Mini. Giró el volante hacia la izquierda con fuerza y se incorporó al tráfico.

Dillon le había preguntado muchas veces por qué no se compraba un coche de verdad, pero la idea no le tentaba. Para él, poseer un coche de lujo era una forma de destacar, pero a Harry no le interesaba lo que pensaran de ella. El Mini resultaba perfecto para moverse con rapidez por la ciudad, siempre que no tuviera que llevar a más pasajeros o transportar algún mueble. Además, con sólo mirarlo ya sonreía. Al observar los redondos indicadores pasados de moda y los interruptores de conmutación similares a los de un avión, se acordó por un momento de su reciente vuelo en helicóptero. Le dio una palmadita al salpicadero. Los coches de verdad eran para las personas mayores. Aquel bebé era perfecto para ella.

Entró con el Mini en Leeson Street, concentrada en su ruta. Veinte minutos después llegó a South Circular Road sin ningún contratiempo. Era una estrecha calle residencial sin salida de aspecto decadente y abandonado. Muchas de las casas estaban cerradas con tablas de madera y los artistas del
graffiti
locales habían pintarrajado el contrachapado.

El número 13 formaba parte de una hilera de casas adosadas de ladrillos rojos y dos plantas, con un sótano que se distinguía a través de las rejas desconchadas que daban a la acera. A la puerta azul le hacía falta una mano de pintura; justo al lado, los timbres indicaban que la casa había sido reconvertida en un edificio de pisos.

Harry inspeccionó la zona en busca de un lugar para aparcar desde el cual pudiera disfrutar de una buena vista de la casa. Se encontraba en el centro y no le iba a resultar tarea fácil, pero finalmente dio con una plaza de aparcamiento parcialmente ocupada. Había una moto negra estacionada al lado del bordillo y su conductor estaba enfrascado en guardar el casco en el maletero. Harry esperó a que terminara para acercarse. Con una esmerada maniobra de marcha atrás, aparcó al lado de la moto. Otra ventaja de aquella monada de coche: cabía hasta en un armario si era necesario.

El teléfono la reclamaba desde el fondo del bolso. Era Ian.

—He estado investigando. Odio tener que decirle esto, pero me temo que la bruja estaba en lo cierto.

—¿Qué?

—Nunca existieron esos doce millones de euros.

—¿Bromea?

—Por desgracia, no. He hablado con los chicos del departamento técnico, incluso yo mismo he consultado las revisiones de cuentas. Parece ser que nuestra base de datos central se fastidió el viernes y eso afectó a su cuenta.

—¿Se fastidió? ¿Cómo?

—Bueno, de eso no están seguros, pero saben sin lugar a dudas que ese dinero nunca existió. Cada noche se lleva a cabo una conciliación de cuentas, es decir; se verifican todos los movimientos monetarios del día. El viernes por la noche, su cuenta hizo saltar las alarmas. Por lo visto, no existían los fondos correspondientes a las cifras almacenadas en la base de datos.

—¿Y eso sólo ocurrió con mi cuenta, o también con otras?

Ian se quedó en silencio.

—Únicamente con la suya —respondió al fin.

—Qué casualidad, ¿no? —Harry se mordió el interior de la mejilla derecha—. Vamos, Ian, usted es un tipo inteligente. Ha consultado las revisiones de cuentas. ¿Qué cree que sucedió?

Se produjo otra pausa.

—Si quiere saber mi opinión, creo que alguien introdujo ilegalmente un nuevo registro en su cuenta.

—Dicho de otro modo, ¿alguien manipuló la base de datos?

—Eso parece. Es difícil creer que sucediera por accidente.

—¿Puede decirme cuándo ocurrió?

—Por lo que he podido ver en los archivos, diría que sobre la una y media de la madrugada del viernes —dijo Ian—. Además, el registro ha sido borrado del sistema hoy, también de forma ilegal.

—¿Qué? Creía que lo eliminaron ustedes cuando hicieron limpieza en mi cuenta.

—No, alguien accedió a él antes que nosotros. Lo introdujeron el viernes y lo han borrado hoy. Además solicitaron un extracto de cuenta.

Harry clavó la mirada en la puerta azul al otro lado de la calle.

—¿Y la dirección? ¿Cómo la cambiaron?

—Del mismo modo, a la misma hora. —Ian rió—. Harry, ¿está segura de que no se hizo un lío usted misma? Después de todo, anduvo merodeando con bastante libertad por nuestro sistema el viernes. Yo añadiría unos cuantos ceros a mi propia cuenta corriente si supiera que no me pueden atrapar.

—Buena idea, pero me temo que no fui yo.

Ian suspiró.

—Bien, si no se trata de un accidente y usted tampoco tiene la culpa, sabe cuál es la única posibilidad que queda, ¿verdad?

Harry, con la vista fija en el número 13, asintió con la cabeza lentamente y dejó que Ian continuara.

—Que lo haya hecho un
hacker
.

Capítulo 30

Harry le dio un puñetazo al volante. «Me ves, no me ves.» Su subconsciente ya lo había entendido mucho antes que ella.

La primera vez que llamó a la línea de asistencia, le aseguraron que la información relativa al ingreso estaba incompleta; no aparecía la fecha ni la hora, nada indicaba la procedencia del dinero. La manipulación de bases de datos no era ninguna novedad para Harry. En el fondo, hacía tiempo que sabía qué había sucedido en realidad.

¿Quién había sido el
hacker
? ¿Felix o Jude? Este último admitía su ignorancia en cuestiones informáticas, pero podía estar mintiendo perfectamente. Ian le prometió buscar pistas sobre la identidad del
hacker
en los archivos, pero Harry intuía que no habría dejado huella.

Clavó los ojos en la puerta azul al otro lado de la calle. ¿Quién viviría allí? Repiqueteó con los dedos sobre el volante y barajó las opciones disponibles. Podía merodear por la parte trasera de la hilera de casas y buscar algún acceso al interior. Se mordió los labios: aquella idea no le entusiasmaba demasiado. También podía esperar a que alguien entrara en la casa, situarse justo detrás y así cruzar la puerta. Miró a ambos lados de la calle vacía. Acto seguido, fijó su atención en el retrovisor para observar la moto que tenía detrás.

¿Y si simplemente se dirigía hacia la puerta y llamaba al timbre?

Antes de que pudiera arrepentirse, se giró en el asiento y empezó a hurgar en una pila tambaleante de revistas especializadas que guardaba en la parte trasera del coche. Encontró un sobre dorado de tamaño DIN A4 con el interior forrado de papel de burbujas que le habían enviado al comprar en Amazon unos CD de software, introdujo cuatro números antiguos de la revista
Security Technology & Design
y remetió la solapa del sobre. Comprobó el resultado con satisfacción: el paquete era lo bastante voluminoso como para parecer importante. Buscó en la guantera el destornillador, cogió el bolso, activó el modo silencio del teléfono móvil y salió del coche.

Las nubes, grises y henchidas de lluvia, oscurecían la tarde más de lo habitual. Oía el rugido de los autobuses que se desplazaban entre el tráfico de South Circular Road; en comparación, St. Mary’s Road estaba desierta. El único elemento que faltaba era la aparición de alguna planta rodadora, como en las películas del oeste.

Harry se abrochó la chaqueta de cuero y se acercó con sigilo a la moto sin dejar de mirar en todas las direcciones. Encajó la punta del destornillador debajo de la tapa del maletero y la empujó hacia arriba. El plástico era ligero y sólo necesitó algunos giros bien dados para conseguir abrirla. Pidió disculpas al dueño en su interior y sacó el casco. Debajo, encontró un par de guantes de motorista tiesos que olían a combustible y cuero; una vez puestos, comprobó que le llegaban casi a los codos. Se colocó el casco debajo del brazo, cruzó la calle con aire despreocupado y subió los escalones que conducían al número 13.

Los timbres estaban numerados del uno al cuatro, sin nombres. Observó la fachada de la casa. La mugre de la ciudad y el tiempo habían transmutado el rojo de los ladrillos victorianos en un rosa descolorido, y los canalones empezaban a desmoronarse. Inspiró profundamente y se encajó el casco. Olía a viejo y a humedad como un paño de cocina usado, y notó un hormigueo en el cuero cabelludo. Llamó al primer timbre; supuso que era el del sótano. Se iban a enfadar con ella por hacerles subir las escaleras.

Permaneció de pie escuchando el sonido de su propia respiración amplificado en el interior del casco. Entonces, se abrió la puerta y un anciano la miró detenidamente. Tenía aspecto de miope, como Mr. Magoo sin gafas.

—¿Sí? —dijo.

Harry inhaló el olor concentrado a cerveza y estuvo tentada a bajarse la visera. En lugar de eso, levantó el sobre.

—Entrega para el cuarto piso.

Su propia voz le sonaba muy fuerte.

El anciano la miró con ojos entrecerrados. La nariz le silbaba al respirar. Harry estaba a punto de repetir el mensaje pero, de repente, él se giró y empezó a caminar despacio hacia el interior. Ella dudó, pero finalmente lo siguió.

La entrada era estrecha y poco iluminada; la débil luz de la lámpara lo teñía todo de un sucio amarillo de nicotina. Harry cerró la puerta al pasar y percibió un sonido apagado similar a un tictac que, a pesar de resultarle familiar, no era capaz de identificar.

El hombre caminaba arrastrando los pies. Harry aún le seguía, pero él le indicó con un ademán que no lo hiciera.

—Arriba —dijo sin mirar atrás, y acto seguido desapareció tras una puerta en el otro extremo de la entrada.

Harry se encogió de hombros y se quedó a los pies de los escalones estirando el cuello para poder distinguir algo en la penumbra. Vio dos tramos de escalera que subían hacia la primera planta. Ya tenía el pie en el primer escalón cuando se apagaron las luces.

Se quedó helada. La oscuridad era absoluta, igual que el silencio. Aquel sonido también se había detenido. Se arrimó de espaldas a la pared. Su rápida respiración le hacía sudar bajo el casco, así que se lo quitó. Escuchó con atención. Nada.

Al toquetear la pared, dio con un artefacto de plástico redondo, parecido a un botón de timbre antiguo. Lo apretó con fuerza y la tenue luz amarilla se encendió de nuevo. Volvió a oírse el mismo tictac detrás de ella. Harry miró el interruptor de la luz. Era del tamaño de un bote de betún para zapatos y su pieza central se movía lentamente hacia fuera; de ahí provenía el sonido. Harry apoyó la espalda en la pared y espiró largamente. Un temporizador controlaba las luces.

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