Jugada peligrosa (24 page)

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Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
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—Usted lo conoce, es Felix Roche.

—Lo siento.

Harry trató de ganar tiempo acomodándose en la silla detrás del escritorio de Dillon e indicando a Ashford que se sentara enfrente. Puede que aquella artimaña resultara demasiado obvia, pero ¿qué importaba? Quería dar la impresión de que mandaba ella.

Ashford se sentó. Su peinado de payaso contrastaba con el traje de negocios que lucía.

—Y creo que su accidente fue mucho más grave de lo que usted me dio a entender.

Harry frunció el ceño.

—¿Cómo?

—Jude Tiernan me lo comentó. Me llamó por lo de Felix, como es lógico, y después hablamos un poco sobre usted.

Ashford se recostó en la silla sin apartarle la mirada.

Maldito Jude. ¿Qué le habría explicado? ¿Y por qué Ashford la buscaba? Se acordó del Jaguar plateado que circulaba detrás de su coche.

—¿Cómo sabía que estaba aquí? —preguntó. Ashford tardó un momento en contestar.

—Su madre se queja a menudo de que trabaja demasiado y no está disponible los fines de semana, así que me decidí a probar.

—¿Ha hablado sobre esto con mi madre?

—No, por Dios. Nada más lejos de mi intención preocuparla. —Clavó su mirada solemne en la de Harry—. Me preocuparé yo en su lugar.

Ella se apartó del escritorio y cruzó los brazos.

—No es necesario.

—Creo que sí. Quizá se ha visto implicada en asuntos que no le conciernen.

Harry arqueó las cejas.

—Lo mismo le digo.

—Mensaje recibido. No obstante, las consecuencias para usted podrían ser mucho más graves.

—¿Qué le dijo Jude exactamente?

—Le sonsaqué algunos detalles de su «accidente». El asunto me inquietaba.

Harry observó la expresión benévola de Ashford y sus ojos amables que recordaban a los de un basset. Con aquellos mechones que le salían disparados de la cabeza, parecía un abuelo.

—No tenía ningún derecho a contarle nada —contestó ella.

Ashford se quedó pensativo un momento. Después dijo:

—Hace varios años, otro de mis empleados falleció trágicamente. Un accidente cerca del IFSC.

Harry apretó la mandíbula, pero no comentó nada.

—Primero fue el joven Jonathan, y ahora Felix —continuó Ashford—. Y, según Jude, alguien trató de empujarla a usted delante de un tren.

—No tiene nada que ver ¿no? —Intentó mantener un tono suave—. Mi accidente en Pearse Station y lo que le pasó a sus empleados, quiero decir.

—¿Yo he dicho que exista alguna relación? —Se inclinó hacia delante con las manos juntas como si rezara—. Sólo le ruego que sea precavida, eso es todo. Si no lo hace por sí misma, al menos hágalo por su madre.

Harry frunció el entrecejo.

—Parece que conoce a mi madre muy bien.

—La conocí antes que a Sal. —Apartó la mirada—. De hecho, yo se la presenté.

Harry se miró las uñas.

—Usted y mi madre eran... quiero decir son...

Negó con la cabeza.

—Ahora no. Sólo somos viejos amigos y nos preocupamos el uno del otro.

—¿Y antes?

Ashford titubeó.

—Admito que, hace mucho tiempo, fuimos algo más.

—¿Qué ocurrió?

—Hace casi treinta años, no tiene importancia.

—Por favor..., me gustaría saberlo. —Harry se toqueteaba la uña mal cortada del pulgar—. Mi madre me explicó algo una vez, pero ahora me gustaría escuchar su versión.

Le lanzó una mirada a Ashford. Así se conseguía que alguien desvelara un secreto: haciéndole creer que ya se le había adelantado alguien.

Ashford pareció dudar y se revolvió en su asiento.

—Pero fue hace mucho tiempo, cuando Amaranta era un bebé. —Se sacudió una mota de polvo invisible de su chaqueta—. No me enorgullezco de ello, se lo puedo asegurar.

Harry seguía mirándose las uñas. No debería sorprenderle que Miriam hubiera tenido una aventura. Dios sabe que estar casada con su padre no resultaba fácil.

—¿Y qué pasó? —inquirió.

Ashford se aclaró la voz.

—Nada. Sólo duró unos pocos meses. Lo dejamos.

—¿Por qué? ¿Por mi padre?

—Me gustaría poder decir que ésa fue la razón. —Se detuvo—. No, fue por usted, Harry.

Ella le fulminó con la mirada. Nunca le había visto tan compungido.

—Miriam se quedó embarazada de usted —confesó.

Harry lo miró fijamente mientras la cabeza le daba vueltas. Ashford debió de captar su mirada de pánico porque negó con la cabeza de inmediato.

—No, no, Harry, no se preocupe —aseguró—. Usted es hija de Sal, de eso no hay duda. Dios mío, mírese en el espejo. Es una Martínez por los cuatro costados, está clarísimo.

Harry parpadeó. Por un instante se quedó sin palabras. Después asintió con la cabeza y preguntó:

—Entonces ¿Miriam puso fin a la historia porque yo estaba en camino?

—Estoy convencido de que al final lo hubiera hecho de todas formas. —Ashford bajó la mirada—. La verdad es que me sentía incómodo.

—¿Quiere decir que fue usted quien lo dejó?

—No estaba listo para encargarme de la familia de otro hombre, sobre todo de la de Sal. El embarazo me abrió los ojos. Sí, lo dejé.

Estaba aturdida. Pensó en lo distante que se había mostrado siempre su madre, en cómo todo lo que ella hacía nunca le parecía suficiente. Siempre lo había atribuido a que era porque le recordaba demasiado a su padre, pero ahora sabía que había algo más.

—No debe culpar a su madre —dijo Ashford—. No era fácil vivir con los problemas económicos de su padre, especialmente desde que nació Amaranta.

—Pero si no hubiera sido por mí, la vida de Miriam sería muy diferente. Usted le podría haber ofrecido la seguridad que necesitaba.

Negó con la cabeza.

—Hubiera vuelto con su padre, estoy seguro.

—Pero nunca pudo elegir, ¿verdad? —Harry se mordió los labios—. Por mi culpa.

Ashford no respondió. No era necesario, ella sabía que estaba en lo cierto. Su hija le recordaba a aquel marido difícil pero, además, destruyó la única posibilidad que se le presentó para dejarlo.

Nunca habían tenido una oportunidad como madre e hija.

Capítulo 32

Harry regresó a las seis de la tarde a su apartamento, pero no se acordó de su cita para cenar con Dillon hasta cerca de las ocho.

Se dio un manotazo en la frente. Acto seguido, se desnudó y fue directa a la ducha. Reguló el agua hasta que estuvo bien caliente, a la máxima temperatura que podía soportar. Se lavó el pelo dos veces para eliminar el olor del casco e intentó no darle vueltas al asunto de su madre.

Ashford se había marchado de las oficinas de Lúbra rogándole de nuevo que actuara con cautela, y por su mirada supo que se arrepentía de haber venido. Harry se quedó sentada en la silla de Dillon, incapaz de moverse, hasta que Imogen le pidió que se fuera a casa.

Salió de la ducha, se enfundó unos vaqueros y un suéter de algodón blanco y se dirigió a la puerta. La actividad frenética solía mejorar su estado de ánimo, pero tenía la sensación de que esta vez no iba a ser así.

Al pasar por el estudio, se quedó pensativa. Entró en él y consultó su correo electrónico. No había ningún mensaje.

Se dejó caer en la silla y se masajeó la frente. En cualquier momento, El Profeta se pondría en contacto con ella para indicarle cómo tenía que devolverle el dinero, y entonces, ¿qué demonios haría?

Harry pegó un puñetazo en el escritorio. Estaba harta de su padre y de sus sucios negocios, no tenían nada que ver con ella. Había conseguido olvidarse de él durante años y no permitir que influyera en su estado de ánimo, pero parecía que su progenitor podía arruinarle la vida incluso desde la cárcel.

Cerró la tapa del portátil con violencia y salió resueltamente del apartamento dando un portazo. Se montó en el coche, encendió el motor y los faros delanteros, y tomó rumbo hacia el sur en dirección a Enniskerry.

No solía analizar los sentimientos que tenía respecto a su padre. Lo hizo durante años y nunca le resultó beneficioso, pero ahora era consciente de la mezcla de sensaciones que se agitaba en su interior como la leche al hervir. Inspiró asustada e intentó concentrarse en la calzada.

Había poco tráfico y llegó a la autovía en menos de diez minutos. Mientras conducía, sus manos se relajaron sobre el volante y dejó de fruncir el ceño. Quizá lo único que necesitaba era cenar y tomar una copa de vino.

Salió de la autovía para dirigirse hacia Stepaside Village. Las luces y las gasolineras dieron paso a sinuosas carreteras y terrenos cubiertos de césped. Harry desaceleró.

Cruzó el pueblo y empezó a ascender una colina por una angosta carretera en la que apenas podía circular un solo coche. No había farolas y el cielo estaba cubierto de árboles entrelazados. Harry cambió de marcha y reguló los faros para iluminar el camino con la máxima intensidad. La carretera, flanqueada por la cuneta y unos espesos setos, dibujaba unas curvas sin visibilidad que le obligaban a avanzar muy lentamente.

De repente, una intensa luz la deslumbró por detrás. Miró con ojos entrecerrados el retrovisor. Un loco conducía pegado a su coche y, a juzgar por la altura de los faros, debía de ser un Jeep. Pisó el pedal del freno y pensó que, con el destello de las luces rojas, se daría por aludido. Tomó la siguiente curva y se fijó de nuevo en el retrovisor. El Jeep había desaparecido.

El motor del Mini se ahogaba y cambió a segunda marcha. Al frente, más arriba, las luces del pub Johnnie Fox brillaban aisladas en la oscuridad. Harry frunció el ceño. Dillon no le había mencionado nada sobre aquel local. Pasó de largo con cierto recelo, como si se separara del último de sus ángeles de la guarda, y se estremeció.

Durante quince minutos, circuló por tramos de carretera con constantes subidas y bajadas. Mantuvo la velocidad a treinta kilómetros por hora. Miraba con atención el terreno que los faros iluminaban a su alrededor. A la izquierda, la carretera estaba delimitada por un muro de piedra bajo que la separaba del barranco del valle. A la derecha, se erigía una colina de densos abetos. Por delante sólo veía curvas negras.

Redujo a primera y, en ese momento, Harry asumió que se había equivocado de camino. Dillon no le había mencionado aquellas pendientes pronunciadas, y parecía evidente que estaba escalando las montañas de Dublín. Maldijo su brújula interna y empezó a buscar un área de descanso para poder cambiar de dirección.

Se oyó un ruido sordo y lo primero que pensó fue que una roca había chocado contra el coche al caer. La fuerza del impacto empujó el Mini hacia delante e hizo que Harry saltara del asiento, pero el cinturón de seguridad evitó que saliera disparada. Se quedó un instante paralizada y después accionó el freno. Inmediatamente, el coche se desvió hacia el muro de piedra. Giró el volante en un intento de corregir su trayectoria antes de la próxima curva. Echó un vistazo al retrovisor y no pudo contener un gemido.

El Jeep estaba allí de nuevo y se le venía encima. No daba crédito a lo que veía, pero los faros se iban aproximando. El Jeep embistió su coche y Harry chilló. La parte trasera del Mini se desplazó violentamente de un lado a otro y chocó contra el muro de piedra. La ventanilla del pasajero se hizo añicos. Harry pisó el freno y se levantó casi por completo del asiento para poder aplicar todo su peso. El coche zigzagueó por toda la carretera y fue a parar al borde de la cuneta. Las ramas se abalanzaron sobre las ventanillas. Notaba la vibración de los brazos sobre el volante mientras se esforzaba al máximo por enderezar el vehículo.

El Mini respondió y se reincorporó a la calzada. Harry echó un rápido vistazo al retrovisor. El Jeep se encontraba a escasos metros. Cambió el pie del freno al acelerador y el Mini emprendió la marcha. Se sentía como si alguien la succionara contra el asiento mientras subía la colina. Rogó a Dios no encontrarse con ningún camión en dirección contraria. Los neumáticos chirriaban al trazar aquellas curvas cerradas. Harry se inclinaba a un lado y al otro con todos los músculos en tensión mientras las manos sujetaban con firmeza el volante. Cada milímetro de su cuerpo, en alerta roja, se concentraba en mantener el coche dentro de la calzada. Aceleró al máximo e ignoró el chillido del motor. Los faros iluminaron la leyenda «REDUZCA LA VELOCIDAD», escrita en enormes letras luminosas sobre el pavimento. Harry tragó saliva y agarró con más firmeza el volante.

Comprobó cómo iba el Jeep. Le costaba tomar las curvas y Harry ya le sacaba unos metros de ventaja. ¿Quién demonios sería aquel tipo? ¿Quinney? Quizás había identificado su coche al salir del piso de Leon y empezó a seguirla en aquel momento. Pero ¿por qué querría jugar a los autos de choque en la ladera de una montaña?

Harry entró en un tramo recto y el Jeep rugió detrás de ella. El muro de piedra de la izquierda desapareció, y lo único que la separaba del profundo barranco era un terraplén cubierto de hierba a la altura de las rodillas. Harry emitió un quejido. En cuanto a potencia, el Mini no tenía ninguna posibilidad con el Jeep; era como enfrentar a un kart con un camión de gran tonelaje. No confiaba en sus posibilidades.

El otro coche corría como una flecha hacia ella y ya se encontraba tan cerca que percibió el destello de su defensa delantera. Un violento golpe la empujó hacia delante. Notó un latigazo en el cuello y acto seguido el coche saltó por los aires.

Harry gritó y se agarró al volante. El coche salió disparado hacia el terraplén y, por un momento, todo pareció moverse a cámara lenta. El motor se caló y se hizo un silencio estremecedor, interrumpido tan sólo por el sonido de las ruedas al girar. El cerebro de Harry parecía funcionar a una velocidad superior que la de su entorno, y ella se sentía como si tuviera todo el tiempo del mundo. Decidió relajar las piernas y los brazos para no tenerlos tan extendidos en el momento del impacto y reducir así el riesgo de fracturas. Se percató de que su bolso se deslizaba por debajo del asiento del pasajero.

Y entonces, como cuando un ascensor da una sacudida, notó que empezaba el descenso. El aire silbaba a través de las ventanillas rotas y Harry vio cómo se acercaba imparable al suelo. El coche aterrizó con violencia sobre la hierba y rebotó como una piedra lanzada sobre la superficie de un lago. Harry chocó contra el techo y las puertas y se golpeó la cabeza en la carrocería. El Mini cayó de lado, se balanceó levemente y después se quedó quieto. Todos los cristales estaban hechos añicos.

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