El morboso agente Mulleras es el encargado de poner fin a una oleada de crímenes que tiene aterrorizada a la ciudad. Sus kilos de músculos, tatuajes y su cabeza rapada hacen que tenga rendida a sus pies a media comisaría. Su problema es que no es capaz de mantener la bragueta cerrada. Y es que no debe ser fácil mantener guardados los más de veinte centímetros que lleva entre las piernas.
Jugando con fuego combina morbo y misterio, dos elementos que dan forma a este thriller erótico donde nadie es lo que parece pero todos tienen algún tipo de relación. Del autor, que se esconde tras el pseudónimo de Khaló Alí, lo único que sabemos es que nació en Marruecos y que debuta con esta novela, basada en una historia real que le contó su compañero de celda a cambio de sus favores en una calurosa prisión de Ceuta.
Khaló Alí
Jugando con fuego
ePUB v1.0
Polifemo727.08.12
Título original:
Jugando con fuego
Khaló Alí, 2007.
Ilustraciones: Eryk Fitkau, Man washing in shower, side view.
Editor original: Polifemo7 (v1.0)
Aporte cedido por: lectorcito
ePub base v2.0
A los sin nombre que una vez habitaron mi cama.
A los que me prometieron la luna y
sólo querían follarme.
A los que vinieron y me enseñaron cómo enseñar,
a los que vendrían luego.
A ti, que me cuidas desde el cielo.
A ti, seas quien seas, por estar ahí, perenne.
A ti, porque cumpliste mi más preciada
fantasía sin saberlo.
«La verdad varía dependiendo
del punto de vista de quién la cuente».
Mi polla sigue dura. Abro los ojos, bostezo y me estiro. Mi mandíbula se abre casi tanto como se estiran mis brazos y mis piernas. Hace apenas dos horas que me he acostado pero me he despertado y sigo cachondo. Mi cama huele a sexo y en mis sábanas las pruebas orgánicas de lo que ha ocurrido hace un rato. Me gusta el olor de las sábanas sudadas, me gusta el olor del semen, me gusta el olor del sexo. Me encanta follar. Soy un puto y jodido cerdo y lo peor es que me encanta serlo.
Antes de levantarme jugueteo un poco con mi polla. Me gusta cogerla a través de la sábana, el tacto es extraño pero agradable. Me la meneo un poco. Me he despertado con ganas de juerga a pesar de la fiestecita que me pegué anoche. Me paso la otra mano por el pecho. Mis pezones son mi punto débil, así que me encargo de darles un poco de atención y, por supuesto, de hacérselo saber a todos mis amantes. Tu cuerpo está hecho para el disfrute de otros pero también para el tuyo, así que el que quiera follar conmigo debe estimularme los pezones. No hace falta que me los estiren como si quisieran arrancármelos. No, no hace falta, no se trata de eso. Si los acarician suavemente se darán cuenta de lo agradecidos que son pues, nada más rozarlos, se alzan erectos al encuentro de quien los llama. Digamos que soy de erección fácil. Un poco más abajo tengo el mismo problema (o la misma facilidad, depende de cómo se mire): un roce, el más insignificante, y conecta el mecanismo…
Me destapo del todo. Echo a un lado la colcha y las sábanas y me toco de nuevo, esta vez sin obstáculos. Piel sobre piel. Me mojo dos dedos con saliva y los llevo a mis tetillas, jugueteo, pellizco… Recorro mi pecho, bajo por mi abdomen. Enredo los dedos en mi vello púbico, que parece más largo de lo que acostumbro a llevarlo, y por fin llego a ese mástil que se mantiene enhiesto. Mi herramienta es bastante aceptable. No es una monstruosidad de esas que tienen algunos que se ven en las saunas y sitios así, pero no está mal. Bastante compensada en lo que a largura y grosor se refiere. Una de las cosas que más me gustan es que no estoy circuncidado y eso me permite juguetear. Vuelvo a humedecer mis dedos y uno de ellos lo meto entre el glande y el prepucio. Acaricio el frenillo, suavemente. Con mi dedo rodeo el glande, que sigue envuelto en ese pedacillo de piel que parece que no sirve para nada pero que me ha regalado tantos ratos de gozo. Una gota transparente hace presencia en la punta. Con mi dedo la extiendo, luego la saboreo. Me gusta el sabor agridulce que tiene, y su textura… Me gusta su toquecillo salado, me gusta el sabor que deja en mi boca. Soy un cerdo y me gusta serlo. Ahora me rodeo todo el rabo con la mano. Sobresale un buen trozo. Con los dedos cerrados empuño el arma del placer y con la yema del pulgar recorro mis venitas hinchadas, dispuestas a explotar si alguien no hace algo para aliviarlas. Con la otra mano bajo a mis huevos: grandes, redondos, peludos, señoriales… Hace menos de dos horas que me he corrido y ya tengo ganas de hacerlo de nuevo. Soy un puto enfermo sexual. Debería tener la polla dolorida después de la sesión de sexo que me pegué anoche con esos dos tipos, pero no es así. Sigo cachondo y empalmado. Quiero volver a correrme. Quién me iba a decir a mí que cuando entré en aquel garito iba a salir de allí con dos pedazos de maromos a los que me iba a follar durante toda la noche…
Miro el reloj y empieza a hacerse tarde, suelto mi nabo y hago unos cuantos abdominales. Con cada embestida se clava duro en mi abdomen. Mi erección se hace más consistente. Tengo treinta y cinco años y amigos mucho más jóvenes que yo que no se hacen más de una paja a la semana. Yo no podría vivir sin sexo. Necesito follar todos los días y, si es posible, más de una vez. Para mí es tan necesario como comer, como respirar… Aunque haya gente que no lo entienda. Por un momento pienso en intentar chupármela a mí mismo, como en la película de
Shortbus
. ¡Joder!, que morbazo me da cuando uno de los protagonistas se hace una autofelación para acabar corriéndose en su propia boca. Pensarlo me pone muy burro. Por más que lo intento no llego a chupármela, aunque bien sabe Dios que lo he intentado una y mil veces y siempre con resultado negativo. Ahora es el turno de las flexiones. Mis brazos aguantan todo el peso de mi cuerpo y con cada bajada mi miembro, que sigue bien duro, toca el suelo, que está helado, con la punta. Un escalofrío recorre mi cuerpo y la dureza empieza a aflojar. Como si de un globo se tratase, se va deshinchando, poco a poco, hasta que queda lacio, blando, muerto. La tensión de mis músculos es la antítesis de lo que es ahora mi rabo. Un recuerdo, aquella dureza se convierte en un recuerdo, porque he parado. Ahora mi glande está cubierto totalmente por el prepucio. Mi colita se ha hecho más pequeña. Mis pelotas siguen igual: grandes, redondas, peludas, señoriales… Otra gota transparente mancha el suelo, la dejo ahí y no me molesto en limpiarla. Se me hace tarde.
Vivo en un pequeño apartamento en el centro de Madrid. No es propiedad, es de alquiler, pero llevo mucho tiempo viviendo aquí. Es de renta antigua, así que me sale bastante barato, tuve suerte. Durante un tiempo estuve follando con uno de los hijos de mi casero pero luego se casó y ya no me apetecía seguir clavándosela. Los hombres casados pierden el morbo en cuanto empiezan a comportarse como si fuesen sus esposas. Si un tío me suelta que quiere ser mi putita no me pone nada, al contrario. Los tíos me gustan tíos. Que te guste que te den por el culo no significa que te tengas que comportar como una mujercita. A todo el mundo le gusta que se la claven de vez en cuando. Al menos, a mí sí, aunque muy de vez en cuando. Abro las ventanas de mi habitación para que se ventile y quito las sábanas.
Al ponerme de pie noto un tirón en los pelos del pecho. Son los restos de la leche de alguno de mis amantes con los que me monté un trío hace un rato. ¡Vaya polvo! Uno era de Europa del Este, no sé muy bien de qué parte porque apenas chapurreaba el español y no le entendía muy bien. Tampoco me molesté, para qué engañarnos. Lo que sí hay que dejar claro es que la lengua la movía como nadie y se tragaba mi polla entera, como a mí me gusta. El muy cabrón tenía experiencia. También yo hice lo propio con su rabo, que era bastante grande, aunque no tanto como el mío. El otro era un chico español, creo que se llamaba Luis o algo así. La tenía más bien pequeña, pero daba un poco igual porque era un pedazo de pasivo. Lo suyo era ser follado, y de qué forma nos lo follamos… Le dejamos contento. Me encantan los tíos que por más que se la metas nunca se cansan. Es como si no se saciasen, como si su culo estuviese hecho de un material diferente al del resto de los mortales. Luis quería más y más y más, hasta el punto que llegó un momento en que el extranjero y yo le insertamos la polla a la vez. Nunca antes había practicado la doble penetración, pero la verdad es que mereció la pena. El chaval, que tendría como unos veinticinco años, tenía los ojos desencajados pero nos pedía por favor que no se nos ocurriese sacar nuestros cipotes de su agujero.
El tío estaba tumbado, el pasivo encima de él y yo detrás. Las dos pollas entraban en aquel culo cada vez menos estrecho, rozándose una contra otra y los pelos de sus pelotas rozaban las mías poniéndome bien cachondo. A cada entrada y salida notaba cómo mi aparato se restregaba con el de aquel chico del Este. Polla contra polla, juntas, entrando y saliendo a la vez del mismo culo. La estimulación era doble. Estaba claro que el niñato podía con los dos y también quedaba claro que no era la primera vez que hacía esto porque se le veía muy suelto. Mientras nos lo follábamos salvajemente, tal y como nos pedía, él se masturbaba.
–Vamos, rompedme el culo cabrones. No paréis de follarme. Quiero sentirme lleno, quiero que me llenéis bien el culo –gritaba sin cesar.
Luego se escupió en una mano y empezó a machacarse aquella pollita que tanto se diferenciaba en tamaño con las nuestras. No tengo muchos problemas para aguantar a la hora de correrme pero esta situación se me salía un poco de madre. Cuando veía en el espejo la cara de este cabrón, cómo se retorcía y cómo disfrutaba, la forma de morderse el labio, de masturbarse… No sé, me estaba volviendo loco.
El extranjero y yo le sacamos la polla del culo, a pesar de su insistencia porque no lo hiciésemos y se las metimos en la boca. También tenía buenas tragaderas y, de hecho, degustó el menú sin protestar. Se lo comió todo. Los dos rabos se sentían más sueltos en su boca que en su culo pero, aun así, se retorcían uno contra el otro. Mi amante pasivo, y ahora ma-mador, dejaba caer enormes lagrimones por su cara, pero en ningún momento permitió que esto fuese obstáculo o impedimento para seguir con su tarea. Ni sensación de fatiga ni de cansancio, este hijo de puta podía con lo que le echasen. Su lengua se enroscaba entre nuestras pollas. Era suave y húmeda y de su boca caían las babas con las que nos lubricaba los cojones.
El extranjero se corrió primero. Un chorro largo, abundante y espeso se adentró en su garganta, el resto sobre su lengua y labios. Mientras veía aquella exhibición de fuegos artificiales yo golpeaba la mejilla de aquel cabrón al que nos acabábamos de follar con mi rabo. Mi glande daba contra sus carrillos y él gemía, ahogado por la mamada, la leche y el maltrato. No pude aguantar más y exploté. Mi leche saltó a su cara, varias veces, varios chorros. Su barba quedó pringosa y cubierta por mis posibles hijos. Él se relamía, tragándose todo lo que encontraba a su alcance. El pollón del Este empezó a morrearlo y a limpiarle con su propia lengua los restos que quedaban en su cara. Lengua contra lengua. La saliva de ambos se mezclaba en un cóctel compuesto de diferentes lefas, la suya propia y la mía. Juntos terminaron de limpiarme el sable sacándome hasta la última gota. Creo que ha sido una de las corridas más abundantes que he tenido en mi vida. Era increíble la cantidad de semen que salió. Qué delicia es sentir dos bocas a lo largo de tu enorme mástil, relamiéndolo y limpiándolo. A pesar de lo sensible que se me queda cuando eyaculo me gusta la sensación de tener una lengua acariciando mis testículos, mi glande, mi prepucio… Cuando empecé a correrme también empezó a hacerlo Luis. De su pequeña pollita salían también pequeños chorritos de lefa, todo en conjunto. Hay gente que tiene muy claro para lo que ha nacido y este chico está claro que lo ha hecho para mamarla y ser follado, básicamente. Fue una noche inolvidable, de esas que hacen historia. Por eso no entiendo por qué me he despertado empalmado de nuevo.