La apuesta (7 page)

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Authors: John Boyne

Tags: #Relato

BOOK: La apuesta
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—Vaya noticia, ¿eh? —comentó con una amplia sonrisa.

—Sí —contesté.

Mi hermano se había vuelto a la cama y acababa de levantarse, pasada la hora de comer. Tenía el pelo revuelto y necesitaba un afeitado.

—Bueno, ¿y cómo te encuentras? —preguntó.

—Estoy bien. Un poco cansado. Me quedo dormido todo el rato. Y todavía tengo hambre, aunque no paro de comer.

—No tardarás en recuperarte. Nos diste un buen susto a todos, ¿sabes? Mamá y papá estaban volviéndose locos.

Asentí en silencio y aparté la mirada. Me sentía un poco avergonzado, sobre todo porque nadie parecía enfadado conmigo por haberme escapado de casa. La verdad es que se mostraban más simpáticos que nunca.

—¿Cuándo llegaste? —quise saber entonces—. Pensaba que te encontrabas de viaje por Europa.

—Y así era. Cuando papá me llamó y me contó que habías desaparecido estaba en Praga.

—¿Y volviste?

Pete se echó hacia atrás en la silla y pareció sorprendido.

—Pues claro que sí. ¿Qué creías? Regresé enseguida. Estaba aquí unas seis horas después de que me telefoneara. Todo el mundo se lanzó a buscarte. Estuviste desaparecido tres días, Danny —añadió poniéndose serio—. ¿Qué anduviste haciendo, por cierto?

—Sólo caminar por ahí. Comí hamburguesas el primer día y me paseé por las tiendas. Intenté pasar las noches en sitios distintos, pero no fue fácil porque eran al aire libre. Cuando llegué al parque aquella noche, llevaba siglos sin comer y no me sentía bien; pensé que iba a morirme. Pero me encontraste.

Sonrió débilmente, aunque parecía triste.

—No tendrías que haberlo hecho, Danny. Lo sabes, ¿verdad? No debiste haber escapado de casa.

—No me quedó más remedio. No sabes cómo se habían puesto las cosas aquí. Tú no estabas. Mamá se negaba a hablar con nadie y no paraba de dar vueltas por ahí, aturdida. Y papá tenía que encargarse de todo en la casa, y no daba pie con bola. Entonces se enfadó conmigo porque me hice amigo de la hermana de Andy…

—Sí, de eso también me he enterado —me interrumpió Pete negando con la cabeza—. No fue muy sensato por tu parte.

—¿Por qué no? ¿Qué tuvo de malo?

—Que te pasaste todo el tiempo detrás de esa chica, asegurándote de que estuviera bien, cuando de quien deberías haberte ocupado era de nuestra madre. Para eso estamos nosotros aquí.

—Pero si mamá ni siquiera me hablaba —protesté—. Tú no estabas en casa, Pete. No sabes nada.

—Ya sé que estaba fuera, pero…

—Y seguro que ni siquiera tienes previsto quedarte ahora.

Suspiró.

—Bueno, el verano casi ha acabado. Tengo que volver a la universidad dentro de unas semanas.

Empecé a enfadarme con él, como si nada de todo aquello hubiese sucedido de haber estado mi hermano en casa.

—Pero dijiste que no irías a una universidad lejos. Me lo prometiste el año pasado. Y luego hiciste otros planes y te marchaste a Escocia, cuando habías dicho que te quedarías aquí conmigo.

—Danny, necesitaba un cambio…

—Pero ¡me lo prometiste!

—No te prometí nada —respondió con calma, aunque yo estaba cada vez más furioso—. Pero te doy mi palabra de que podrás ir a visitarme, si me prometes una cosa.

—Vale. ¿Qué?

—Que nunca volverás a hacer nada tan estúpido. Que si alguna vez sientes deseos de escapar de casa, me llamarás y hablarás conmigo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —asentí—. Te lo prometo.

—Muy bien —concluyó poniéndose en pie; me revolvió el pelo—. Entonces yo también te lo prometo. Ahora será mejor que me dé una ducha. Me siento hecho un asco.

—Gracias por salvarme.

—¿Para qué están si no los hermanos mayores? —repuso, volviéndose con una sonrisa.

Antes de que empezaran las clases fuimos a pasar unos días con los abuelos. Pete no nos acompañó porque dijo que aún estaba a tiempo de ir a Viena y Berlín si se apresuraba, de modo que mamá le preguntó a Luke si quería venir en su lugar. Ese mismo día, Luke y Sarah fueron en bici a decirles a los padres de ella que yo no era tan malo como pensaban. Aquella relación tampoco acabó muy bien, me parece. Pero no mucho tiempo después los tres nos hicimos amigos. Lo cual llevó a otros problemas más adelante, pero ésa es otra historia.

—Tienes mucho mejor aspecto, jovencito —me dijo Benjamin Benson cuando me dirigía hacia el coche—. Pero nos diste un buen susto a todos.

—Bueno, eso ya es cosa del pasado —intervino la señora Kennedy—. Ha sido un verano difícil, ¿verdad, Danny?

—Supongo —respondí metiendo mi bolsa en el maletero—. Gracias por dejar que Luke venga con nosotros.

—¿Por dejarlo? —se asombró ella, riendo—. Dios santo, Danny, no habría parado de darme la tabarra si le hubiese dicho que no. Entre nosotros, tampoco para él ha sido un buen verano. Se suponía que había de pasar bastante tiempo con su padre, pero… —Se encogió de hombros y dio un paso atrás negando con la cabeza. El señor Benson le rodeó la cintura con un brazo—. Oh, ahí viene —añadió al ver salir a Luke de mi casa con mamá, llevándole una maleta.

—¿No es el perfecto caballero? —dijo mi madre, sonriendo por primera vez en siglos. El día anterior había ido a la peluquería y empezaba a parecer la de siempre. Llevaba unos vaqueros nuevos y una camisa blanca, y tenía pinta de estar deseando pasar unos días fuera—. Se ha ofrecido a ayudarme con el equipaje. Lo tienes bien educado, Alice.

—En casa no hace esas cosas —repuso la señora Kennedy sonriendo.

—Sí que las hago —gruñó Luke mientras metía la maleta en el coche.

Los días siguientes pasamos casi todo el tiempo paseando por los campos aledaños a la casa de los abuelos. Fue entonces cuando Luke me contó que no veía a su padre desde antes de Navidad, y que siempre que lo llamaba por teléfono al principio parecía contento de oír a su hijo, pero al cabo de unos minutos se excusaba porque tenía que colgar. Y que cada vez que su padre decía que podían pasar unos días juntos, luego encontraba un motivo para cancelar el encuentro en el último momento. De modo que Luke había decidido no volver a pedírselo; se ponía demasiado triste cuando ocurrían esas cosas.

—Y Benjamin —me dijo una tarde en que andábamos por la granja buscando conejos— no está tan mal en realidad, ¿verdad?

—A mí me cae muy bien. Es divertido.

—A veces parece un poco estúpido.

—Bueno, sí —admití—. Más o menos. Pero también divertido.

Luke asintió con la cabeza.

—Me dio veinte libras cuando me iba. Y me pidió que no se lo contara a mamá y que me las gastara en golosinas y en cosas que no me convinieran. Y aseguró que, cuando volviera al colegio y empezase la nueva temporada, me llevaría a algunos partidos.

—¿Y qué le contestaste?

Luke se encogió de hombros.

—Dije que no me importaría —repuso, y supe que eso significaba que sí iría.

La última noche de las vacaciones, cuando acababa de acostarme, mamá llamó a la puerta de mi habitación.

—¿Puedo pasar? —preguntó, y asentí con un gesto.

Me moví en la cama para que pudiera sentarse en el borde. Cuando lo hizo, se quedó mirándome como si tratara de comprender algo. Entonces sonrió y negó con la cabeza.

—¿Todo listo para mañana? —quiso saber.

—Creo que sí.

—Estupendo. Siento que no hayas tenido unas vacaciones de verano como deben ser.

—No importa.

—Sí que importa, Danny. Lo que sucedió fue espantoso. Sé que nadie comprenderá jamás por lo que pasé, cómo me sentía al ser responsable de algo así. La mera idea de hacer daño a aquel niño… Si no se hubiera recuperado, no sé si lo habría soportado. Para serte franca, ni siquiera me veo de nuevo al volante de un coche.

—Pero no fue culpa tuya.

—No, ya lo sé —repuso sonriendo—. Pero eso no importa ahora. Creo que no me sentiría tranquila. Mira a cuánta gente afectó. Y mira lo que te hice a ti.

—Pero si no me hiciste nada —aseguré, pues no me gustaba la idea de que mamá tuviese que pedirme perdón, cuando era yo quien solía disculparme por las cosas.

—Sí —insistió—. Te abandoné. Durante esas semanas no me comporté como tu madre, y mira adonde te llevó mi actitud. Podría haberte pasado cualquier cosa cuando deambulaste solo por ahí. Nunca más vuelvas a hacerme algo así, ¿me oyes? —añadió con dureza.

Asentí.

—No volveré a hacerlo.

—Vale. Ahora todo eso está olvidado. Mañana empiezas otra vez el colegio. Andy Maclean está de nuevo en casa con su familia. Las cosas serán como de costumbre. A partir de mañana por la mañana, todos volveremos a la normalidad, ¿de acuerdo?

Sonreí y asentí. Era justo lo que yo necesitaba oír. Se inclinó y me besó. Luego se levantó y se dirigió a la puerta.

—No te quedes despierto hasta muy tarde —me advirtió antes de irse—. Mañana tienes colegio.

—De acuerdo.

Cuando salió del cuarto, me quedé sentado un momento. Tuve la sensación de que todos los problemas de las últimas semanas se habían desvanecido por fin y de que mi antigua vida, la que pensé que había acabado para siempre, volvería a empezar cuando despertara al día siguiente. Tendí una mano por encima de la mesita de noche y cogí
David Copperfield
del estante. Hacía siglos que no leía, pero ya era hora de volver a ello; había desperdiciado el tiempo del que había dispuesto en verano, cuando podría haber acabado ese libro y empezado otro.

Mi punto de lectura seguía ahí, a medio camino, y empecé a leer. Me había quedado en la parte en que David va a ver a Agnes después de haberse emborrachado en el teatro la noche anterior, y ella contesta que no importa, que lo perdona, y él la llama su ángel de la guarda.

JOHN BOYNE, escritor irlandés.  Comenzó su carrera literaria todavía en su fase como estudiante en el Trinity College de Dublín y logró publicar su primera novela,
El ladrón del tiempo
, en el año 2000, además de aparecer en varias antologías de prestigio gracias a sus cuentos y relatos cortos.

El éxito le llego en 2006 con
El niño con el pijama de rayas
, que logró dar el salto al mercado internacional siendo traducido a más de 40 idiomas y con más de 5 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.

La obra de Boyne se dirige tanto a los jóvenes como a los adultos, participando en iniciativas de fomento de la lectura en niños y también en ancianos.

Boyne, entre otros premios, ha recibido galardones como el Curtis Brown, el IMPAC, el Irish Novel of the year y también el Qué Leer a la mejor novela extranjera.

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