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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (87 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Los exaltados miembros del Culto a Serena corrían por la ciudad en una orgía de destrucción, y Vor dejó que dieran rienda suelta a su ira. Aunque se le pasó por la cabeza un pensamiento muy cínico: con una bomba atómica de impulsos bien situada podía deshacerse de Rayna y sus furiosos cultistas, del ambicioso virrey y de la supermente a la vez. Y todo gracias al traidor de Abulurd Harkonnen, que había reunido a todos los enemigos de la humanidad en un mismo sitio.

Pero enseguida apartó esa idea de su mente. Sin duda Iblis Ginjo habría aprobado un plan como ese, pero no Vorian Atreides. Él dejaría un legado honorable tras aquel día tan importante.

Al ver a Vor, uno de los nobles que acompañaban a Faykan Butler corrió a su encuentro.

—¡Campeón Atreides! ¡Rayna y algunos de los suyos estaban cerca de la ciudadela cuando se ha iniciado el bombardeo! Temo que hayan quedado atrapados bajo los escombros. ¡Tiene que poner enseguida a sus hombres a buscarlos! El virrey ya está allí.

Vor no se lo podía creer.

—Pero ¿qué demonios hacían allí? ¿Es que no sabían que íbamos a bombardear la ciudadela? Este no es lugar para civiles. ¡Corrin es una zona en guerra!

—Tal vez pensaba que santa Serena la protegería —dijo el noble con cierto sarcasmo—. Por favor, envíe un equipo de rescate y personal médico… es una petición directa del virrey.

Vor frunció el ceño, enfadado por tener que retirar a su valioso personal de otras misiones importantes para ayudar a Rayna. Finalmente, controlando el enfado, envió a un grupo de ingenieros, soldados y médicos de campaña.

Mientras los maestros de armas caían sobre los escombros de la ciudadela y combatían a los robots de combate que habían sobrevivido incluso después del bombardeo, Vor se dirigió al lugar. Los mercenarios de Ginaz lanzaron sus granadas descodificadoras, y los impulsos de energía disruptiva Holtzman destruyeron los cerebros de circuitos gelificados.

Cerca de la ciudadela, Vor vio al virrey con aire preocupado. Sus tropas ya habían rescatado docenas de cadáveres entre los escombros. Vor se acercó, suspirando.

—¿Han encontrado ya a su sobrina?

—Todavía no, pero no pierdo la esperanza.

Vor asintió.

—Sí, supongo que hoy justamente debemos tener esperanza.

En aquel mismo lugar, se había alzado en otro tiempo la ciudadela central de Omnius. Allí Serena Butler había dado su vida por la causa de la humanidad. De modo que, con un profundo sentimiento de reverencia, Vor observó a sus hombres utilizando la maquinaria pesada para remover los escombros, y a los cultistas, que trataban de ayudar con sus manos desnudas.

En el perímetro de la plaza, los ingenieros de combate buscaban entradas ocultas que pudieran llevar al subsuelo, haciendo un barrido de los escombros y los tramos descubiertos del suelo con complejos rayos detectores. Los mercenarios ya tenían preparadas sus ojivas nucleares especiales.

Uno de los operadores de los sensores le envió a Vor una señal por el comunicador.

—Hemos encontrado algo bajo los restos de un monumento de plazmigón que había en el interior de la cúpula. Es una construcción reciente, y debajo detecto algunos huecos. También hay pasadizos laterales, y un gran espacio vacío en el centro.

—El análisis espectral indica la presencia de metales poco comunes —dijo otro soldado.

—Excavad —ordenó Vor.

De pronto, el suelo de la plaza se abrió, obligando a Vor y sus ingenieros a dispersarse. Y, como una serpiente que sale de su agujero, la ciudadela central extrajo una especie de tentáculo plateado de entre los escombros y se elevó hacia el cielo.

Los soldados gritaban, los cultistas se santiguaban y gritaban pidiendo que el demonio se desvaneciera. La torre de metal líquido se retorció y se hinchó por el extremo, como un paraguas invertido, o una especie de antena parabólica… ¡Un transmisor!

Con un gemido, como una bestia marina moribunda, la estructura se sacudió y vomitó un rayo de luz, una señal que atravesó la atmósfera y salió como un grito al espacio, donde acabaría disipándose a través de los pársecs. Entonces se desmoronó, perdió su integridad y cayó en un montón de charcos en la amplia plaza cubierta de escombros.

—En el nombre de Serena, ¿qué era eso? —exclamó Faykan.

—Nada bueno —dijo Vor—, de eso puede estar seguro.

De pronto se oyeron vítores, y a no mucha distancia Vor vio que los soldados y los cultistas sacaban a Rayna de entre los escombros. La mujer estaba cubierta de polvo, magullada, pero seguía con vida. Al poco ya pudo mantenerse en pie ella sola, algo tambaleante, y se sacudió la ropa. En su túnica se apreciaba una intensa mancha de sangre, pero dijo que no era suya. Temblando, se encaramó a una losa de plazmigón, recuperó el aliento y gritó:

—¡Santa Serena me ha protegido!

—Me parece que santa Serena ya ha trabajado suficiente por hoy —le dijo Vor por lo bajo a Faykan—. Saque a su sobrina y a toda su gente de aquí… Vamos a volar lo que queda.

Los mercenarios acababan de llegar al objetivo con tres ojivas nucleares de precisión, e informaron a Vor. Gracias al bombardeo aéreo, las defensas robóticas de tierra habían caído. Lo demás fue un simple pasatiempo. Vor y el virrey se retiraron con el resto del personal y se situaron a una distancia segura.

La explosión no fue más deslumbrante que las anteriores, pero los gritos de alegría que salieron de las gargantas descarnadas de los humanos fueron mucho más entusiastas. Omnius se había ido. Para siempre.

Gilbertus Albans extrajo el núcleo de memoria del robot independiente, la misma pequeña esfera que había salvado cuando Omnius decidió borrar a Erasmo. La envolvió con un retal y la ató con sumo cuidado. Se guardó el pequeño fardo en el bolsillo, donde sabía que nadie lo buscaría. Un registro de la destacable mente y la vida de Erasmo que no tenía precio… de su alma.

El cuerpo metálico del robot quedó allí, en medio de su amado jardín, rodeado por el relajante sonido de la música clásica y el susurro de las fuentes, vacío y desactivado. Su lujosa túnica caía en pesados pliegues. Parecía una estatua.

Gilbertus decidió entonces que debía encontrar al clon de Serena Butler. Trataría de rescatarla, si es que seguía con vida. Había demasiadas cosas que no sabía.

Tras volver la vista para mirar por última vez a su mentor, Gilbertus salió corriendo de la villa y se confundió entre la multitud de soldados, mercenarios y cultistas, que destruían todo lo que encontraban a su paso. Uno de ellos disparó un misil a la villa, donde había dejado el hermoso cuerpo de platino de Erasmo. Gilbertus hizo una mueca de dolor al ver aquello, y se dio la vuelta mientras la villa estallaba en llamas. Aquella chusma de fanáticos lanzó vítores y se fue en busca de un nuevo objetivo.

Durante horas, Gilbertus fingió ayudar a los humanos a destruir a las máquinas y la estructura de la única sociedad que había conocido. Corría con ellos, tambaleante, asqueado, pero se prometió a sí mismo que sobreviviría.

Era lo que Erasmo habría querido.

111

A veces los recuerdos son más seguros que la realidad.

B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES

Tras la destrucción del último Omnius, después de dividir a sus hombres en diferentes grupos para que completaran las distintas tareas que quedaban pendientes en el planeta, Vor envió todas las naves disponibles al puente de hrethgir. El capitán de cada nave debía hacer una selección, establecer prioridades y evacuar primero los contenedores que estuvieran en una situación más apurada.

«Y encontrar a Serena». Pero ¿cómo encontrar a una persona concreta entre tantísimos rehenes?

Los técnicos estuvieron visionando las imágenes que Erasmo había transmitido, analizando cada detalle en un intento por averiguar en cuál de aquellos contenedores podía estar Serena.

Los escuadrones secundarios del ejército se movían con rapidez entre los contenedores atestados situados en órbita. Las ballestas, cargadas de rehenes rescatados, iban y venían sin cesar a Corrin. Las máquinas habían tardado menos de dos días en poner a todos aquellos humanos en la línea de fuego… un esfuerzo increíble. Pero por desgracia, según las estimaciones, con las naves que quedaban de la Flota de Venganza, los humanos tardarían al menos una semana en rescatar a todos los prisioneros y ponerlos a salvo. Vor no creía que pudieran sobrevivir tanto tiempo.

Los improvisados contenedores habían sido diseñados para robots, que no necesitaban sistemas de soporte vital, y las bombas de atmósfera que había se habían instalado de forma precipitada, y no necesariamente bien. A bordo de muchas de aquellas naves el hedor era insoportable, y el aire empezaba a agotarse. Por los comunicadores, sus oficiales ya informaban de problemas. Los rehenes habían empezado a morir, muchos estaban muy débiles.

Y ya no tenían comida ni agua.

—El tiempo se acaba —musitó Vor—. Tenemos que acelerar todo el proceso.

Finalmente, sus técnicos redujeron la búsqueda a un grupo de contenedores y Vor ordenó que su ballesta abollada se acercara.

—Quiero verlo por mí mismo. Si realmente es ella, enseguida la reconoceré.

Su lanzadera de mando se acopló a los contenedores. Vor iba acompañado por un pequeño escuadrón de soldados armados e ingenieros de combate. Al abrir la escotilla, una marea de gente desesperada se abalanzó sobre ellos, pero él y sus hombres se abrieron paso entre la gente, entraron en aquella trampa mortal y cerraron de nuevo la escotilla. Para poder aplacar a la chusma histérica, tuvieron que disparar dardos sedantes, y solo entonces pudieron iniciar la evacuación de forma ordenada. Otras seis lanzaderas de transporte se acoplaron a las escotillas de aquel grupo de contenedores enganchados. Inmediatamente, dos ingenieros inspeccionaron los motores y los sistemas de soporte vital para determinar si las naves aguantarían mucho más.

Pero Vor tenía otras prioridades. Activó su escudo personal y dejó que los profesionales hicieran su trabajo. Después de comprobar que Serena no estaba entre la gente que salía hacia las lanzaderas de rescate, él y cuatro hombres más pasaron por un túnel que comunicaba con el siguiente contenedor y abrieron una escotilla. Más prisioneros apretujados que levantaban los brazos y suplicaban ayuda. Pero el grupo siguió avanzando, totalmente concentrado en su búsqueda. El sonido de las botas sobre el metal resonaba a su paso.

Los contenedores estaban segregados en enormes compartimientos, cada uno de ellos lleno de gente ruidosa y maloliente. Finalmente, mientras Vor trataba de ver algo, uno de sus ingenieros de combate informó por el comunicador de corta distancia.

—Bashar supremo, este contenedor no aguantará mucho más. Hay demasiados explosivos, y no podremos desactivarlos todos a tiempo.

Vor no se detuvo.

—Si en este contenedor han puesto más explosivos que en el resto, seguro que es el que buscamos.

La voz de su primer ingeniero tenía un tono ronco. Estaba trabajando con tres de sus hombres.

—No podemos controlarlo, los fallos se suceden en cadena, comandante. ¡Tiene que volver enseguida a la nave insignia!

—No hasta que encuentre a Serena Butler. Seguid trabajando. —Y amplió el radio de la transmisión—. A todo el personal… ¿ha visto alguien a Serena y el niño?

Un soldado contestó.

—Creo que están aquí, señor… pero hay… hay algo que no está bien. Al principio ni siquiera la había visto, y luego todos cambiaron. Ante mis propios ojos. ¡Y… y hay más de una Serena!

Vor recibió confirmación de la localización y fue hasta allí abriéndose paso entre los prisioneros y los soldados, sin pensar en los explosivos. Sus expertos sabían lo que hacían.

Finalmente vio a Serena, en un rincón de una cámara oscura y ruidosa, sentada en el suelo, junto al pequeño, un bebé con pantaloncito gris y camiseta blanca. La mujer vestía una túnica blanca, con ribete carmesí, como en las imágenes que habían visto, y lo miró con aquellos ojos tan familiares y sorprendentemente lavandas… pero, cuando sus ojos se encontraron, no dio muestras de reconocerlo.

Y entonces vio a otra Serena. Parecía más joven pero, por lo demás, era idéntica. Y otras dos. Todas eran Serena Butler, copias, impostoras.

Una de las mujeres se puso en pie y se acercó a Vor. Le tendió su mano, y él le tocó los dedos. Tenían una textura como de goma, muy distinta a la de un humano.

—Soy Serena Butler. Por favor, no me mates. No mates a mi bebé. —La voz simulada casi estaba bien.

Entonces su rostro empezó a parpadear y contorsionarse… y cambió, perdió consistencia, se deshizo, dejando al descubierto el metal líquido y la estructura rígida de debajo. Un robot… con alguna clase de disfraz o cubierta que imitaba la piel humana.

Cuando Vor retrocedió oyó unas risas al otro lado de la cámara y, al volverse, vio una cara que reconoció de hacía muchos años. Rekur Van, el comerciante tlulaxa de carne. Pero Van no tenía ni brazos ni piernas. Y el tronco estaba sujeto por un arnés enchufado a la maquinaría de soporte vital. Los soldados empezaron a evacuar a los otros rehenes, que se alegraron de poder apartarse de él.

Rekur Van los miró furioso con sus oscuros ojos de roedor.

—Te había engañado, ¿a que sí? Yo he creado esta simulación, un metal líquido biológico que parece piel. Se parece a Serena.

Sintiendo que el alma se le caía a los pies, Vor miró al tlulaxa, furibundo. Ahora comprendía cuántas esperanzas había puesto en la posibilidad de que Serena siguiera con vida. Los cuatro soldados rodearon al bashar supremo para protegerlo, listos para disparar sus armas.

El rostro chupado del tlulaxa esbozó una amplia sonrisa.

—Por desgracia, aunque durante un rato un robot puede imitar unas facciones humanas concretas, siempre acaban perdiendo integridad. El del bebé es más fácil. De todos modos, ¿quién reconoce las facciones de un bebé?

—Estamos perdiendo el tiempo —dijo Vor a sus hombres—. Sacad a esta gente de aquí. Tendría que haber imaginado que las máquinas no podían idear esta clase de mentiras por sí solas. Necesitan la ayuda de un humano.

—Pues yo soy bien real. —Rekur Van rió—. ¿Quién iba a querer copiar un cuerpo como este?

Vor miró a las múltiples Serenas.

—¿Todos son robots?

—Oh, no… es mucho mejor. Aquella es un clon creado con las células de Serena Butler, mediante un proceso especial. Aunque… es defectuoso. El cuerpo es idéntico, pero su mente no posee ninguna de las experiencias de la Serena auténtica, ni sus recuerdos, ni tiene su misma personalidad. De hecho, no creo ni que tenga alma. El proceso no funcionó tan bien como esperaba, porque los tanques que necesito están en mi mundo natal. —Y él solo se rió de su chiste, agitándose como un muñeco—. Tendría que haberme quedado en Tlulax. Las supermentes están locas. Primero tres, luego dos. ¿O ya las habéis destruido? ¿Por qué me habrán mandado aquí arriba con estos humanos inútiles?

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