Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
F'lar empezó a relajarse.
—Casi me partió por la mitad, de hecho.
D'ram soltó otro de sus habituales resoplidos, pero la leve sonrisa en su rostro mientras se echaba hacia atrás en su silla indicó que estaba de acuerdo con F'lar.
Mnementh informó a su jinete de que todo el mundo estaba llegando al mismo tiempo. Se necesitaba un saledizo más amplio. F'lar rezongó para sus adentros. Había contado con disponer de más tiempo. No podía poner en peligro el reciente y frágil acuerdo con D'ram asustándole con desagradables innovaciones.
—No creo que los Weyrs puedan continuar siendo autónomos en estos tiempos —dijo F'lar, olvidando todas las frases pomposas y hábiles que había estado ensayando—. Hace siete Revoluciones estuvimos a punto de perder Pern debido a que los dragoneros habían perdido contacto con el resto del mundo; ya hemos visto lo que ocurre cuando un dragonero pierde contacto con un dragonero. Necesitamos vuelos de apareamiento libres, intercambiar bronces y reinas entre Weyrs para fortalecer la sangre y mejorar la raza. Necesitamos establecer un turno rotatorio en los servicios de los escuadrones para que todos los caballeros lleguen a conocer los Weyrs y los territorios de los demás. Un hombre llega a aburrirse y a descuidarse volando siempre sobre un terreno que conoce demasiado bien. Necesitamos Impresiones públicas...
Todos pudieron oír el murmullo de saludos y el resonar de pesadas botas en el pasillo.
—El Weyr de Ista siguió al Weyr de Benden ayer —le interrumpió D'ram, con su lenta sonrisa alcanzando a sus ojos oscuros—. Pero ten cuidado con las tradiciones que dejas de lado. Algunas no pueden ser descartadas impunemente...
Entonces se pusieron en pie, mientras los Señores de los Fuertes y los Maestros Artesanos entraban en el Weyr. El Señor Asgenar, el Maestro Herrero Fandarel y su Maestro Artesano de la madera iban delante; el Señor Oterel del Fuerte de Tillek y Meron, Señor del Fuerte de Nabol, con su lagarto de fuego graznando sobre su brazo, llegaron juntos, pero el Señor Oterel buscó inmediatamente a Fandarel. Empezó a formarse una atmósfera de inquietud, cargada de preguntas que no habían sido contestadas la noche anterior. Cuando la mayoría estuvieron presentes, F'lar abrió la marcha hacia la Sala del Consejo. Así que los caudillos de los Weyrs se hubieron alineado detrás de él, dando frente a los Señores y Artesanos, Larad, Señor del Fuerte de Telgar, tomo la palabra:
—Caudillo del Weyr, ¿has establecido ya dónde es más probable que se produzca la próxima caída de Hebras?
—Donde tú la situaste, Señor Larad: en las llanuras occidentales de los Fuertes de Telgar y Ruatha —F'lar asintió hacia el Gobernador Lytol de Ruatha—. Probablemente a últimas horas del día de hoy. Ahora es muy temprano en aquella parte del país y no pretendemos reteneros aquí mucho tiempo.
—¿Durante cuánto tiempo permanecerán con nosotros los caballeros que nos han sido asignados? —preguntó Corman, Señor del Fuerte de I’eroon, mirando fijamente a D'ram, situado a la izquierda de F'lar.
—Hasta que todos los Fuertes y Artesanados dispongan de un sistema de comunicaciones eficaz.
—Necesito hombres —rugió el Maestro Herrero Fandarel, desde uno de los rincones de la Sala—. ¿De veras queréis esos lanzallamas por los que me habéis estado atosigando?
—No, si los dragoneros vienen cuando les llamemos —respondió Sangel, Señor del Fuerte de Boll, con aire ceñudo.
—¿Está preparado el Weyr de Telgar para cabalgar hoy? —inquirió el Señor Larad, persistiendo en sus dudas.
M'rek, el Lugarteniente del Weyr de Telgar, se puso en pie, miró a F'lar con aire vacilante, se aclaró la garganta y finalmente asintió.
—¡El Weyr de las Altas Extensiones volará con los caballeros de Telgar! —dijo T'bor.
—¡Y el Weyr de Ista! —añadió D'ram.
La inesperada unanimidad provocó un murmullo entre los reunidos, mientras el Señor Larad se sentaba.
—¿Tendremos que quemar los bosques? —Asgenar, Señor de Lemos, se puso en pie. La pregunta era el ruego de un hombre orgulloso.
—Los dragoneros queman Hebras, no árboles —respondió F'lar tranquilamente, pero había un retintín en su voz—. Hay bastantes dragoneros —y señaló a los caudillos de los Weyrs a ambos lados de él— para proteger los bosques de Pern. . .
—Eso no es lo más necesario, Benden, y tú lo sabes —gritó el Señor Groghe de Fort poniéndose en pie, con sus ojos saltones—. Yo digo que debéis ir en busca de las Hebras a la propia Estrella Roja. Ya se ha perdido bastante tiempo. Siempre estáis diciendo que vuestros dragones pueden ir a cualquier parte, a cualquier lugar que les indiquéis.
—Un dragón tiene que saber primero a dónde va, hombre —protestó G'narish, caudillo del Weyr de Igen, levantándose excitadamente.
—¡No me vengas con historias, joven! Tú puedes ver la Estrella Roja tan claramente como mi puño —y Groghe proyectó hacia adelante su mano cerrada como un arma—, con aquel aparato de mirar a distancia... Marchad a la fuente ¡Marchad a la fuente!
D'ram se había puesto en pie al lado de G'narish, añadiendo sus furiosos argumentos a la confusión. Un dragón rugió tan ruidosamente que por un instante todos quedaron ensordecidos.
—Si ese es el deseo de los Señores y Artesanos –dijo F'lar—, prepararemos una expedición para volar en el futuro.—Sabía que D'ram y G'narish se habían vuelto a mirarle, estupefactos. Vio que el Señor Groghe enarcaba las cejas suspicazmente, pero toda la Sala estaba pendiente de él. Habló rápida y claramente—. ¿Has visto la Estrella Roja, Señor Groghe? ¿Podrías describirme las masas de tierra? ¿Calcularías que tendremos que limpiar una zona tan grande como, digamos, el continente septentrional? D'ram, ¿estás de acuerdo en que se tardaría unas treinta y seis horas en llegar allí volando en línea recta? ¿Más? Hmmmm. Tendríamos que volar en formación muy cerrada, ya que no podríamos contar con el apoyo de equipos de tierra. Eso significaría pesos de dragón de pedernal. Maestro Minero, necesito saber con exactitud cuánto material tienes a punto de ser utilizado. El Weyr de Benden tiene siempre a mano alrededor de cinco pesos de dragón, al igual que los otros Weyrs, de modo que probablemente necesitaremos todo el que tengas. Y todos los lanzallamas del continente. Admito, dragoneros, que ignoramos si podemos cruzar una distancia semejante sin daño para nosotros mismos y para los dragones. Supongo que si las Hebras sobreviven en este planeta nosotros podemos existir en aquél. Sin embargo...
—¡Basta! —aulló Groghe del Fuerte de Fort, con el rostro enrojecido y los ojos desorbitados.
F'lar sostuvo con fijeza la mirada de Groghe de modo que el colérico Señor del Fuerte se diera cuenta de que no se estaban burlando de él; de que F'lar hablaba completamente en serio.
—Para que resultara eficaz, Señor Groghe, una empresa semejante dejaría a Pern sin ninguna clase de protección. Y, sabiéndolo, no podría en conciencia ordenar una expedición de ese tipo. Espero que estarás de acuerdo en que es mucho más importante, en estos momentos, asegurar lo que tenemos. —Era preferible comprometer el orgullo de Groghe en una ambición que por ahora resultaba prematura. Más tarde, F'lar no podría eludir una empresa susceptible de convertirse en un símbolo de bandería para los descontentos—. Quiero echar una buena mirada a la Estrella Roja antes de intentar ese salto, Señor Groghe. Y a los otros Caudillos también les gustaría. Puedo prometerte que en cuanto podamos distinguir algunas coordenadas aceptables para los dragones, enviaremos un grupo de voluntarios a explorar. A menudo me he preguntado por qué no ha ido nadie hasta ahora. O, si ha ido alguien, qué sucedió. —Había pronunciado las últimas palabras en voz más baja, y durante largo rato reinó un profundo silencio en la Sala.
El lagarto de fuego graznó nerviosamente sobre el brazo del Señor Meron, provocando una reacción inmediata y violenta en la mayoría de los hombres.
—Probablemente, ese Archivo se ha deteriorado también —dijo F'lar, elevando su voz a un nivel audible por encima de los inquietos murmullos y carraspeos—. Señor Groghe, Fort es el más antiguo de los Fuertes. ¿Existe alguna posibilidad de que vuestros pasadizos posteriores oculten también tesoros que podamos utilizar?
La respuesta de Groghe fue un breve asentimiento con la cabeza. Se sentó bruscamente, mirando con fijeza hacia adelante. F'lar se preguntó si había enajenado al hombre más allá de la reconciliación.
—No creo que lleguemos a apreciar del todo la enormidad de una aventura semejante —observó Corman, Señor del Fuerte de Keroon, con aire pensativo.
—¿Un salto adelante de nosotros otra vez, Benden? —preguntó Larad, Señor del Fuerte Telgar, con una triste sonrisa.
—Yo no diría eso, Señor Larad —respondió F'lar—. La destrucción de todas las Hebras en su fuente ha sido una preocupación favorita de los dragoneros Revolución tras Revolución. Yo sé cuanto territorio puede cubrir un Weyr, por ejemplo; cuanto pedernal es utilizado por un Weyr durante una Caída. Naturalmente, nosotros —y señaló a los otros caudillos— tendríamos información inasequible para vosotros, del mismo modo que vosotros podríais decirnos a cuantos invitados podéis dar de comer en un banquete...
Aquello provocó risas en la mayoría de los presentes.
—Hace siete Revoluciones os convoqué para preparar la defensa de Pern contra su antigua plaga. Se precisaban medidas desesperadas si queríamos sobrevivir. Ahora no estamos en condiciones tan difíciles como hace siete Revoluciones, pero nos hemos hecho culpables de incomprensiones que nos han desviado de la preocupación fundamental. No podemos perder tiempo asignando presuntas responsabilidades. Seguimos a merced de las Hebras, aunque estamos mejor equipados para enfrentarnos a ellas.
«En una ocasión anterior encontramos respuestas en Archivos antiguos, en los útiles recuerdos del Maestro Tejedor Zurg, el Maestro Agricultor Andemon, el Maestro Arpista Robinton, y en las actividades del Maestro Herrero Fandarel. Ya sabéis lo que encontramos en salas abandonadas de los Weyrs de Benden y Fort: objetos fabricados hace muchas Revoluciones, cuando no habíamos perdido ciertas habilidades y técnicas.
«Con franqueza —y F'lar sonrió súbitamente—, yo confío más bien en las habilidades y técnicas que nosotros, en nuestra Revolución, ahora mismo, podemos desarrollar.
Se produjo un inesperado murmullo de asentimiento a aquellas últimas palabras.
—Me refiero a la habilidad de trabajar juntos, a la técnica de cruzar fronteras arbitrarias de terreno, artesanado y categorías, debido a que debemos aprender unos de otros algo más que el simple hecho de que ninguno de nosotros puede permanecer solo y sobrevivir.
No pudo continuar, porque la mitad de los hombres se habían puesto en pie, estallando en vítores y aclamaciones. D'ram estaba tirando de su manga, G'narish discutía con el Lugarteniente del Weyr de Telgar, cuya expresión era penosamente indecisa. F'lar pudo ver fugazmente el rostro de Groghe antes de que alguien se interpusiera en el camino. El Señor de Fort, también estaba visiblemente ansioso, pero aquello era mejor que un abierto antagonismo. Robinton captó su mirada y le dirigió una amplia sonrisa de estímulo. F'lar no tuvo, pues, opción a seguir hablando, pero pensó que sus oyentes podrían contagiarse unos a otros el entusiasmo... probablemente con mejores efectos que con sus más cuidadosamente elegidos argumentos. Miró a su alrededor buscando a Lessa, y la vio que se dirigía hacia la puerta de la Sala y se detenía en el umbral, evidentemente advertida de una llegada tardía.
El que apareció en la entrada fue F'nor.
—Tengo huevos de lagarto de fuego —gritó—. Huevos de lagarto de fuego —y entró en la Sala, avanzando a lo largo del pasillo abierto para él hasta la Mesa del Consejo.
En medio de un expectante silencio, depositó el abultado paquete envuelto en fieltro sobre la mesa y dirigió una mirada triunfal alrededor de la Sala.
Robados delante de las mismas narices de T'kul. ¡Treinta y dos huevos!
—Bien, Benden —inquirió Sangel del Boll Meridional con voz tensa—. ¿Quién tiene preferencia aquí?
F'lar se fingió sorprendido.
—¿Cómo, Señor Sangel? Eso es algo que debéis decidir vosotros —y su gesto barrió imparcialmente la Sala.
Era evidente que nadie había esperado aquello.
—Nosotros, desde luego, te enseñaremos lo que sabemos de ellos, te orientaremos en su adiestramiento. Son algo más que animales de compañía o de adorno —y asintió hacia Meron, que se sobresaltó hasta el punto de que su bronce siseó y agitó sus alas—. Señor Asgenar, tú tienes ya dos huevos de lagarto. Puedo confiar en que serás imparcial. Es decir, si los Señores comparten mi opinión.
Cuando empezaron a discutir, F'lar abandonó la Sala del Consejo. Quedaba mucho por hacer esta mañana, pero no le vendría mal un pequeño respiro. Y los huevos ocuparían durante un rato a los Señores y Artesanos. No notarían su ausencia.
Mañana en el Weyr de Benden
Madrugada en el Weyr de las Altas Extensiones
Tan pronto como pudo, F'nor salió de la Sala del Consejo en busca de F'lar. Recogió el tarro de repugnantes lombrices que había debajo en un rincón oscuro del pasillo del Weyr
Está en sus habitaciones
, le dijo Canth a su jinete.
—¿Qué dice Mnementh de F'lar?
Hubo una pausa, F'nor se descubrió a sí mismo preguntándose si los dragones hablaban entre ellos como les hablaban los hombres.
Mnementh no está preocupado por él.
F'nor captó el leve énfasis sobre el pronombre, y estaba a punto de interrogar a Canth más a fondo cuando la pequeña Grall se posó, agitando mucho las alas, sobre su hombro. Enroscó su cola en torno al cuello de F'nor, y apretó cariñosamente su cuerpo contra su mejilla.
—¿Te sientes más valiente, pequeña? —F'nor añadió pensamientos de aprobación a la ironía de su voz.
Grall sugirió claramente lo satisfecha que se sentía mientras plegaba sus alas y hundía sus garras en la gruesa almohadilla que Brekke había cosido a la hombrera izquierda de la túnica de F'nor con aquella finalidad. Por lo visto, los lagartos preferían posarse en un hombro que en un antebrazo.
F'lar salió del dormitorio, y su rostro se iluminó al ver que F'nor estaba solo y esperándole.
—¿Tienes las lombrices? Bien. Vamos.
—¡Hey, espera un momento! —protestó F'nor, agarrando a F'lar por el hombro mientras el caudillo del Weyr empezaba a avanzar hacia el saledizo exterior.