La búsqueda del dragón (17 page)

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Authors: Anne McCaffrey

BOOK: La búsqueda del dragón
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Cruzaron umbrales y vestíbulos en desuso desde hacía muchísimo tiempo, tenebrosos a la luz parpadeante de sus lámparas moribundas. Metido ya en harina, ¿por qué no había robado Felessan unas lámparas nuevas? Estas no durarían mucho. Jaxom deseaba ansiosamente saber cuándo terminaría su excursión. No le gustaba deambular a través de negros vestíbulos y peligrosos pasadizos sin una iluminación que ayudara a su vista y no prestara alas a su imaginación. Pero no se atrevió a preguntarlo. ¿Qué podía haber en esta parte remota del Weyr?

Un enorme rectángulo de absoluta negrura se irguió a su izquierda, y Jaxom tragó saliva contra el terror, mientras Felessan seguía avanzando con paso decidido hasta desembocar en otra bifurcación de pasadizos.

—Date prisa —dijo Felessan en tono apremiante.

—¿Por qué? —Jaxom quedó muy complacido por el tono casual que logró imprimir a su voz.

—Porque ella siempre se dirige al lago a esta hora del día, y es la única oportunidad que tendrás.

—¿Oportunidad de qué? ¿Quién es ella?

—Ramoth, tonto.

Felessan se detuvo tan bruscamente que Jaxom tropezó con él, y la luz de su lámpara empezó a chisporrotear.

—¿Ramoth?

—Desde luego. ¿O es que tienes miedo de echarle una ojeada a sus huevos?

—¿A sus huevos? ¿De veras?

La sensación de terror luchó con la insaciable curiosidad y el conocimiento de que esto le situaría realmente por encima de los muchachos del Fuerte.

—¡De veras! ¡Ahora, vamos!

Los otros pasadizos no albergaban ya males desconocidos para Jaxom, sabiendo cuál era el objetivo de la excursión. Y Felessan parecía conocer el terreno que pisaba. Sus pasos removían el polvo, nublando todavía más el brillo de las lámparas, pero delante de ellos había una franja de luz.

—Allí es donde vamos.

—¿Has visto alguna vez una Impresión, Felessan?

—Desde luego. Vinimos toda una pandilla a ver la última y... oooh, fue algo que ponía la carne de gallina. Algo grande. Primero, los huevos se movieron hacia adelante y hacia atrás, ¿comprendes?, y luego aparecieron unas grandes grietas. Zigzagueando de arriba a abajo a lo largo de los huevos —Felessan ilustró excitadamente aquel detalle con su lámpara—. Luego, súbitamente —y su voz se convirtió en un dramático susurro—, uno de los huevos se abrió y un dragón asomó la cabeza... ¿Sabes de qué color era el primero?

—¿No lo sabías ya por el color de la cáscara?

—No, a excepción de la reina. Son mucho mayores y más brillantes. Ya lo verás.

Jaxom tragó saliva, pero ahora nada podría haberle hecho desistir de continuar. Ninguno de los muchachos del Fuerte, ni siquiera los hijos de otros Señores, de más edad, habían visto huevos ni una Impresión. Tal vez él podría mentir un poco...

—Hey, no me pises los talones —advirtió Felessan.

La franja de luz se hizo más ancha, proyectando un reconfortante rectángulo sobre la lisa pared contraria. Cuando se acercaron más y sus lámparas aumentaron la luz exterior, Jaxom vio que habían llegado al final del pasadizo. El montón de rocas evidenciaba que se había producido un corrimiento, dando origen a la grieta a través de la cual podían ver realmente los huevos moteados madurando sobre las arenas calientes de la Sala de Eclosión. Ocasionalmente, un huevo oscilaba ligeramente mientras Jaxom miraba, fascinado.

—¿Dónde está el huevo de reina? —preguntó, en un reverente susurro.

—Puedes hablar en voz alta. ¿Ves? La Sala está vacía. Ramoth se ha marchado al lago.

—¿Dónde está el huevo de reina? —repitió Jaxom, y le disgustó el sonido de su propia voz.

—Es probable que esté en aquel lado, fuera de la vista.

Jaxom alargó su cuello arriba y abajo, tratando de echarle una ojeada al huevo dorado.

—¿De veras quieres verlo?

—Desde luego. En la última Búsqueda fue elegida Talina, de mi Fuerte, y será una Dama del Weyr. Las muchachas ruathanas se convierten siempre en Damas del Weyr.

Felessan le miró unos instantes en silencio y luego se encogió de hombros. Colocándose de costado, introdujo su cuerpo en la grieta y pasó al otro lado de las rocas.

—Vamos —apremió a su amigo, en un ronco susurro.

Jaxom contempló la grieta con aire dubitativo. Él era más robusto y más alto que Felessan. Presentó también su costado a la grieta y aspiró profundamente. Su pierna y su brazo izquierdos pasaron sin dificultad, pero su pecho quedó atrapado entre las rocas. Acudiendo en su ayuda, Felessan agarró su brazo izquierdo y tiró con fuerza. Jaxom reprimió virilmente un aullido mientras su rodilla y su pecho eran profundamente arañados por la roca.

—Cáscaras de huevo, lo siento, Jaxom.

—¡No te he dicho que tiraras! —Luego añadió, al ver la contrita expresión de Felessan—: Estoy bien, supongo.

Felessan levantó su túnica para frotar el ensangrentado pecho del joven Señor. La roca había herido desgarrando la tela. Jaxom apartó la mano de su amigo. Ya le dolía bastante sin necesidad de que hurgaran en sus heridas. Entonces vio el gran huevo dorado, reposando en solitario, un poco apartado del grupo de los moteados.

—Es... es... tan resplandeciente —murmuró, con una sensación de pasmo y reverencia, y la creciente impresión de que estaba cometiendo un sacrilegio. Sólo los que habían nacido y se habían criado en el Weyr tenían derecho a ver los Huevos.

Felessan estaba examinando el huevo dorado con ojos críticos.

—Y grande también. Mucho mayor que el último huevo de reina de Fort. Sus dragones están desmejorando ostensiblemente —observó, con una seriedad impropia de sus años.

—Según Mardra, ocurre todo lo contrario. Ella dice que los que están desmejorando son los dragones de Benden: dice que son demasiado grandes para maniobrar adecuadamente.

—N'ton dice que Mardra es peor que un dolor en el trasero por su manera de tratar a T'ron.

A Jaxom no le gustó el giro que estaba tomando la conversación. Después de todo, el Fuerte de Ruatha pertenecía a la jurisdicción del Weyr de Fort y, aunque a él no le gustaba Mardra, no debía prestar oídos a tales comentarios.

—Bueno, este no es tan grande. Parece un huevo de wherry. Tiene la mitad del tamaño de incluso el más pequeño de los otros —y Jaxom tocó la lisa cáscara de un huevo casi apoyado contra la pared rocosa, apartado de los otros.

—¡Hey, no lo toques! —protestó Felessan, visiblemente sobresaltado.

—¿Por qué no? No voy a estropearlo. Es tan duro como el cuero. —Y Jaxom lo golpeó suavemente con los nudillos y luego pasó su mano sobre la curva—. Está caliente.

Felessan tiró de él, apartándole del huevo.

—No hay que tocar los huevos hasta que le llega a uno la vez. Y tú no perteneces al Weyr.

Jaxom le miró desdeñosamente.

—Estás asustado —dijo. Y volvió a acariciar el huevo para demostrar que él no lo estaba.

—No estoy asustado. Pero los huevos no se tocan –y Felessan golpeó la mano impía de Jaxom—. A menos que se sea candidato. Y tú no lo eres. Y yo tampoco lo soy, todavía.

—No, yo soy Señor de un Fuerte —y Jaxom se irguió orgullosamente. No pudo resistir la tentación de palmear el pequeño huevo una vez más porque, si bien tenía pleno derecho a ser Señor de un Fuerte, estaba más que un poco celoso de Felessan, y a veces deseaba ardientemente que también él pudiera alimentar la esperanza de convertirse en dragonero, algún día. Y aquel huevo parecía solitario, pequeño y no deseado, tan lejos de los otros.

—El que seas Señor de un Fuerte no nos servirá de nada si Ramoth regresa y nos sorprende aquí —le recordó Felessan, y tiró fuertemente de Jaxom hacia la grieta.

Un rumor repentino en el extremo más alejado de la Sala de Eclosión les sobresaltó. Una mirada a la sombra sobre la arena junto a la gran entrada fue suficiente. Felessan, más ágil y más rápido, fue el primero en alcanzar la salida y deslizarse a través de ella. Esta vez Jaxom no formuló ninguna objeción cuando Felessan tiró frenéticamente de él para que pudiera cruzar la grieta. Ni siquiera se detuvieron a comprobar si realmente era Ramoth, regresando del lago. Agarraron las lámparas y echaron a correr.

Cuando la luz de la grieta se perdió en la curva del pasadizo, Jaxom dejó de correr. El pecho le dolía tanto del esfuerzo como del paso a través de la fisura.

—Vamos —le apremió Felessan, deteniéndose unos pasos más adelante.

—No puedo. Mi pecho...

—¿Te duele? —Felessan levantó su lámpara; la sangre manchaba la pálida piel de Jaxom con unos rastros rojizos—. Tiene mal aspecto. Será mejor que lo vea en seguida Manora.

—Tengo... que... recobrar... el... aliento.

Al compás con sus laboriosas exhalaciones, su lámpara chisporroteó y se apagó del todo.

—En tal caso tendremos que andar despacio —dijo Felessan, con la voz más agitada por la ansiedad que por la carrera.

Jaxom se puso en pie, decidido a no demostrar el pánico que empezaba a sentir; una fría presión martirizaba su estómago, tenía el pecho caliente y dolorido, y el sudor empezaba a inundar su frente. Gotas saladas cayeron sobre su pecho, y blasfemó como uno de los guardianes del Fuerte.

—Démonos prisa —dijo; y, agarrando la ahora inútil lámpara, pasó de la palabras a la acción.

De común acuerdo avanzaron por la orilla exterior del pasadizo, donde las huellas de pasos ahora apenas visibles les infundían valor.

—¿Falta mucho? —preguntó Jaxom, mientras la segunda lámpara parpadeaba ominosamente.

—Esto... no. Será mejor que no.

—¿Qué pasa?

—Esto... hemos perdido las huellas de pasos.

Se disponían a retroceder, cuando se apagó también la segunda lámpara.

—¿Qué haremos ahora, Jaxom?

—Bueno, —dijo Jaxom, aspirando profundamente, una precaución para que su voz no le traicionara—, en Ruatha, cuando me echan de menos, envían grupos de hombres a buscarme.

—En tal caso, te echarán de menos en cuanto Lytol desee regresar a Ruatha, ¿no es cierto? Nunca se queda aquí mucho tiempo.

—No si a Lytol le invitan a cenar y acepta la invitación, si la cena estaba tan próxima como dijiste.—Jaxom no podía disimular su disgusto por haberse dejado convencer para llevar a cabo aquella descabellada excursión—. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?

—No —tuvo que admitir Felessan, desalentado—. Siempre había seguido las huellas de pasos, como hice ahora. Había huellas de pasos. Tú las viste.

Jaxom no se molestó en asentir, ya que aquello significaría aceptar una parte de la responsabilidad del desastre.

—¿A dónde conducen esos otros pasadizos que encontramos al venir? —preguntó finalmente.

—No lo sé. Hay una gran parte del Weyr que está vacía. Yo... nunca he ido más lejos de la grieta.

—¿Y los otros? ¿Han ido más lejos?

—Gandidan siempre está hablando de lo lejos que ha ido, pero... pero... no recuerdo lo que dijo.

—Por el amor del Huevo, no tartamudees.

—No estoy tartamudeando. ¡Pero tengo hambre!

—¿Hambre? Eso es. ¿Puedes olfatear la cena? Me parece que podríamos olfatearla desde muy lejos a lo largo del pasadizo.

Olfatearon el aire en todas direcciones. Olía a moho, pero no a comida. A veces, recordó Jaxom, uno podía olfatear aire más fresco y encontrar el camino de regreso. Extendió una mano hasta tocar la pared; la piedra lisa y fría fue un consuelo. En el inter, uno no podía sentir nada, aunque este pasadizo estaba casi tan a oscuras como el inter. El pecho le dolía y palpitaba al compás de su sangre.

Con un suspiro, apoyó su espalda contra la lisa pared, y deslizándose hacia abajo, se sentó ruidosamente en el suelo.

—¿Jaxom?

—No pasa nada. Pero estoy cansado.

—Yo también —dijo Felessan y, con un suspiro de alivio, se sentó en el suelo, tocando con su hombro el de Jaxom. El contacto les tranquilizó a los dos.

—Me pregunto cómo sería —murmuró finalmente Jaxom.

—¿Te preguntas cómo sería el qué? —inquirió Felessan, algo sorprendido.

—Cuando los Weyrs y los Fuertes estaban llenos. Cuando esos pasadizos estaban iluminados y eran utilizados.

—Nunca han sido utilizados.

—Tonterías. Nadie pierde el tiempo abriendo pasadizos que no conducen a ninguna parte. Y Lytol dice que hay más de quinientos Weyr s en Benden, y sólo se utilizan la mitad...

—Ahora tenemos en Benden cuatrocientos doce dragones combatientes.

—Desde luego, pero hace diez Revoluciones no llegaban a los doscientos, de modo que, ¿por qué tantos Weyrs si no fueron utilizados en otras épocas? ¿Y por qué hay kilómetros y kilómetros de vestíbulos y habitaciones que nadie utiliza en el Fuerte de Ruatha, si no fueran utilizados en otras épocas?

—¿Y qué?

—Quiero decir, ¿a dónde se marchó toda la gente? ¿Y cómo horadaron montañas enteras, en primer lugar?

Era evidente que la cuestión no había preocupado nunca a Felessan.

—Y... ¿te has dado cuenta? Algunas de las paredes son tan lisas como...

Jaxom se interrumpió, aturdido por una repentina revelación. Casi temerosamente, se volvió y pasó su mano por la pared, detrás de él. Era lisa. Tragó saliva y su pecho le dolió más que a causa de sus heridas.

—¿Felessan?

—¿Qué... qué pasa?

—Esta pared es lisa.

—¿Y qué?

—Es lisa. ¡No es áspera!

—Bueno, ¿qué quieres decir con eso? —inquirió Felessan, en tono casi enfurecido.

—Es lisa. Es una pared antigua.

—¿Y qué?

—Estamos en la parte antigua de Benden.

Jaxom se puso en pie, deslizando una mano por la pared, avanzando unos cuantos pasos.

—¡Hey! —Jaxom oyó que Felessan se levantaba precipitadamente—. No me dejes. ¡Jaxom! No puedo verte.

Jaxom extendió su mano hacia atrás, tocó tela, y tiró de Felessan hasta situarle a su lado.

—Agárrate a mí. Si esto es un pasadizo antiguo, tarde o temprano terminará. En un callejón sin salida, o en sector principal. Tenemos que seguirlo.

—Pero, ¿cómo sabes que avanzarás en la dirección correcta?

—No lo sé, pero es mejor que quedarse sentado y sentir los pinchazos del hambre cada vez más fuertes.

Con una mano en la pared y la otra pegada al cinturón de Felessan, Jaxom avanzó.

No podían haber andado más de veinte pasos cuando los dedos de Jaxom tropezaron con la grieta. Una grieta lisa que discurría perpendicularmente hasta el suelo.

—¡Hey! ¡Avisa cuando te pares! —exclamó Felessan, que había chocado con él.

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