La búsqueda del dragón (34 page)

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Authors: Anne McCaffrey

BOOK: La búsqueda del dragón
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—¡Deja que Ista e Igen se las arreglen por sí mismos!

Ramoth profirió un grito estridente. Las otras reinas le contestaron. Nadie supo el motivo de aquel reto, pero súbitamente Ramoth remontó el vuelo. F'lar no tuvo tiempo de preguntarse cómo era posible que Ramoth penetrara en el inter sin Lessa, porque vio que T'ron apoyaba la mano en el pomo de su daga.

—Podemos dirimir nuestras diferencias de opinión mas tarde, T'ron. ¡En privado! Están cayendo Hebras...

Los bronce habían empezado a tomar tierra en el exterior del Portal, con el fin de recoger a sus caballeros con la mayor rapidez posible.

El caballero verde de Igen había posado a su animal encima del portal. Estaba aullando repetidamente su mensaje al grupo tenso y estático situado debajo.

T'ron no cambió de actitud.

—Están cayendo Hebras, ¿eh, F'lar? ¡Y el noble Benden acude en auxilio de los Fuertes en peligro! Y no es de la incumbencia de Benden —exclamó en tono sarcástico.

—¡Basta, hombre! —D'ram avanzó hacia T'ron, señalándole con un gesto a los silenciosos espectadores.

Pero T'ron ignoró la advertencia y le empujó con tanta violencia que el robusto D'ram se tambaleó.

—¡Estoy harto de Benden! ¡De las ideas de Benden! ¡De la superioridad de Benden! ¡Del altruismo de Benden! ¡Y del caudillo del Weyr de Benden!

Tras ladrar aquel insulto, T'ron se lanzó súbitamente hacia F'lar, con su daga alzada en actitud inequívoca.

Mientras un murmullo de asombro y de temor recorría las hileras de espectadores, F'lar se mantuvo inmóvil hasta que no existió ninguna posibilidad de que T'ron pudiera cambiar de dirección. Entonces se inclinó rápidamente, al tiempo que extraía su propia daga de su adornada funda.

Era una daga nueva, un regalo de Lessa. No había cortado carne ni pan, y ahora debía ser bautizada con la sangre de un hombre. Y que este duelo era a muerte, y su desenlace podía decidir el destino de Pern.

F'lar se había semiagachado, flexionando sus dedos en torno a la empuñadura, sopesando su arma. Era mucho lo que dependía de aquella daga, media mano más corta que la hoja que esgrimía su adversario. T'ron le tenía a su alcance, y disfrutaba además de la ventaja de llevar su atuendo de montar de piel de wher, mientras que F'lar vestía telas muy finas. Sus ojos no se apartaron de los de T'ron mientras se erguía y se encaraba con el hombre más anciano. F'lar tuvo conciencia del cálido sol sobre su nuca, de las duras piedras bajo sus pies, del silencio mortal del gran Patio, de los olores a capullos de fellis agostados, vinos derramados y frituras, a sudor... y a miedo.

T'ron avanzó, con una agilidad asombrosa en un hombre de su tamaño y su edad. F'lar le esperó a pie firme, girando mientras T'ron amagaba un ataque por la izquierda, en un movimiento circular destinado a desequilibrarle: una maniobra transparente. Una oleada de alivio invadió a F'lar; si esta era la medida de estrategia de combate de T'ron...

Súbitamente, el Antiguo saltó sobre él, transfiriendo milagrosamente la daga a su mano izquierda con un movimiento demasiado rápido para seguirlo, su brazo derecho cayendo de arriba a abajo en un golpe que alcanzó la muñeca de F'lar mientras éste retrocedía para esquivar, por el espesor de un cabello, la sibilante hoja de más de un palmo de longitud. Retrocedió, con el brazo semientumecido, consciente del escalofrío que recorría su cuerpo como un chorro de agua helada.

Tratándose de un hombre ciego de rabia, T'ron exhibía un excesivo control de sí mismo para el gusto de F'lar. ¿Qué mosca le había picado al hombre para provocar una pelea aquí y ahora? Ya que T'ron había provocado deliberadamente este duelo con un pretexto pueril. D'ram y G'narish habían reaccionado favorablemente a su ofrecimiento de ayudarles. De modo que T'ron había querido luchar. ¿Por qué? Súbitamente, F'lar lo supo. T'ron se había enterado de la flagrante negligencia de T'kul, y supo que los otros Antiguos no podrían ignorarla ni desentenderse de ella. F'lar de Benden insistiría en que T'kul fuera destituido como caudillo del Weyr de las Altas Extensiones. Si T'ron mataba a F'lar, podría controlar a los otros caudillos. Y la muerte en público de F'lar dejaría a los modernos Señores de los Fuertes sin un caudillo del Weyr dispuesto a apoyarles. El dominio de los Weyrs sobre Fuertes y Artesanados continuaría indiscutible e inmutable.

T'ron avanzó, apresurando el ataque. F'lar retrocedió ligeramente, sin perder de vista el centro del pecho del Antiguo, cubierto de piel de wher. No miraba los ojos, ni la mano que empuñaba la daga. ¡E1 pecho! Aquel era el lugar que telegrafiaba con más exactitud el siguiente movimiento. Las palabras del viejo C'gan, instructor de cadetes, fallecido hacía siete Revoluciones, parecían resonar en el cerebro de F'lar. Sólo que C'gan no había pensado nunca que sus enseñanzas evitarían que un caudillo de Weyr matara a otro, para salvar a Pern en un duelo delante de medio mundo.

F'lar agitó la cabeza enérgicamente, rechazando el cariz furioso que estaban adquiriendo sus pensamientos. Este no era el camino para sobrevivir, con todas las probabilidades contra él.

Vio que el brazo de T'ron se movía súbitamente, se echó hacia atrás en una finta maquinal: T'ron no desaprovechó la ocasión y se tiró a fondo...

Los espectadores abrieron la boca y contuvieron la respiración mientras se oía claramente el sonido de tela rasgada. El dolor en la cintura fue tan repentino que F'lar decidió que la puñalada de T'ron era un simple rasguño hasta que le invadió una oleada de náusea.

—Buen golpe. ¡Pero no eres bastante rápido, Antiguo! —se oyó decir F'lar a sí mismo; notó que sus labios se distendían en una sonrisa que distaba mucho de responder a lo que sentía. Se mantuvo ligeramente agachado, para que el cinturón apretara su vientre, pero la tela desgarrada colgó, moviéndose mientras F'lar respiraba.

T'ron le dirigió una mirada semiintrigada, deteniendo sus ojos en la tela colgante, para fijarlos a continuación en la hoja de la daga que tenía en la mano. Estaba limpia, sin mancha. Por la expresión del rostro de T'ron, incluso mientras volvía a lanzarse a fondo, F'lar supo que su adversario estaba desconcertado por el aparente fracaso de una finta que había considerado infalible.

F'lar saltó de costado, eludiendo casi desdeñosamente la resplandeciente hoja, y luego atacó a su vez con una serie de fintas relampagueantes para poner a prueba los reflejos y la agilidad del Antiguo. Era indudable que T'ron necesitaba acabar con él rápidamente... y tampoco F'lar disponía de mucho tiempo, con aquel ardiente dolor en su cintura.

—Sí, Antiguo —dijo, obligándose a sí mismo a respirar con facilidad y a hablar en un tono ligero, burlón—. El Weyr de Benden se preocupa de Ista y de Igen. Y de los Fuertes de Nabol, y de Crom, y de Telgar, porque los dragoneros de Benden no han olvidado que las Hebras queman todo lo que tocan, sin distinguir entre Weyrs y Fuertes, entre dragoneros y plebeyos. Y si el Weyr de Benden tiene que luchar solo contra las Hebras, lo hará.

Se lanzó contra T'ron, pinchando la recia túnica de cuero, rogando que su daga fuera lo bastante afilada como para atravesarla. Inmediatamente saltó de costado, apretando los dientes ante el dolor que le causó aquel esfuerzo. Pero se obligó a danzar fuera del alcance de T'ron, se obligó a sonreír ante el rostro sudoroso y enrojecido de su adversario.

—No eres lo bastante rápido, ¿verdad, T'ron? Para matar a Benden. Ni para hacer frente a una Caída.

La respiración de T'ron era un ronco jadeo. Avanzó más cautelosamente ahora, con el brazo que empuñaba la daga más bajo. F'lar se movió en círculo, ligeramente agachado, preguntándose si la humedad que notaba en el vientre era sudor... o sangre. Si T'ron se daba cuenta...

—¿Qué te pasa, T'ron? ¿Empiezas a notar los efectos de los banquetes y de la buena vida? ¿O acaso es la edad, T'ron? Eres muy viejo, ¿sabes? Tienes cuatrocientas cuarenta y cinco Revoluciones. No puedes moverte ya con la suficiente rapidez, ni con los tiempos, ni contra mí.

T'ron embistió, profiriendo un rugido gutural. Proyectó el brazo hacia adelante recobrada aparentemente su antigua vitalidad, apuntando a la garganta. La mano armada de F'lar ascendió, apartó la muñeca atacante a un lado y volvió a descender hacia el cuello del otro, donde la túnica de piel de wher se había entreabierto. Un dragón chilló. El puño derecho de T'ron se estrelló contra el vientre de F'lar, debajo del cinturón. El dolor resultó insoportable, y F'lar se dobló sobre el brazo de su adversario. Alguien gritó una advertencia. Con una inesperada reserva de energía, F'lar logró extraerse a sí mismo bruscamente de aquella postura vulnerable. Su cabeza eludió por puro milagro el impacto de la daga descendente de T'ron. Con las dos manos en el pomo de su daga, F'lar empujó a través de la piel de wher hasta que la hoja se desvió contra las costillas del hombre.

Retrocedió tambaleándose, vio que T'ron se tambaleaba a su vez, con los ojos muy abiertos y asombrados, le vio retroceder, con el pomo enjoyado asomando entre sus costillas. T'ron abrió la boca, sin que de ella saliera ningún sonido. Cayó pesadamente de rodillas, y luego se desplomó lentamente de costado, sobre las losas.

La escena se prolongó durante lo que a F'lar le parecieron horas. Aspiró desesperadamente para proporcionar aire a su cuerpo magullado, obligándose a sí mismo a mantenerse en pie, ya que no podía, no podía derrumbarse.

—Benden es joven, Fort. Es nuestra Revolución. ¡Vamos! —logró decir—. Están cayendo Hebras en Iben.—Giró sobre sí mismo, para encararse con la masa de ojos y bocas paralizados—. ¡Están cayendo Hebras en Igen!

Giró de nuevo, consciente de que no podía luchar llevando una túnica desgarrada. T'ron la llevaba de piel de wher. F'lar se dejó caer pesadamente sobre una rodilla, y empezó a tirar del cinturón de T'ron, ignorando la sangre que rezumaba alrededor de la daga.

Alguien gritó y golpeó sus manos. Era Mardra.

—Le has matado. ¿No es suficiente? ¡Déjale en paz!

F'lar alzó la mirada hacia ella, con el ceño fruncido.

—No está muerto. Fidranth no se ha marchado al inter. —Le hizo sentirse más fuerte saber que no había matado al hombre—. Que traigan vino, pronto. ¡Y que llamen al médico!

Deshabilló el cinturón, y estaba tirando de la manga derecha cuando otras manos empezaron a ayudar.

—La necesito para combatir —murmuró. Alguien agitó un trapo limpio en dirección a él. Lo agarró y, conteniendo la respiración, tiró hacia arriba de la daga y la extrajo del pecho de T'ron. La contempló por espacio de un segundo, y luego la arrojó lejos de él. La daga rebotó a través de las losas, mientras todo el mundo se apartaba de su trayectoria. Alguien le entregó la túnica. F'lar se incorporó para ponérsela. T'ron era un hombre más robusto; la túnica era demasiado grande. F'lar estaba apretando fuertemente su cinturón cuando volvió a adquirir conciencia del silencioso y aterrado auditorio. Miró hacia la mancha de rostros expectantes.

—¿Y bien? ¿Apoyáis a Benden? —gritó.

Siguió otro momento de desconcertado silencio. Las cabezas de la multitud se giraron hacia la escalera donde se encontraban los Señores de los Fuertes.

—Los que no le apoyen será mejor que se oculten en lo más profundo de sus Fuertes —exclamó Larad, Señor de Telgar, descendiendo hasta situarse al mismo nivel que los Señores Groghe y Sangel, con una mano en el pomo de su daga y una expresión desafiante.

—¡Los Herreros apoyan al Weyr de Benden! —rugió Fandarel.

—¡Los Arpistas también! —La voz de barítono de Robinton fue contestada por la de tenor de Chad, desde el pasillo de los centinelas.

—¡Los Mineros!

—¡Los Tejedores!

—¡Los Curtidores!

Los Señores de los Fuertes empezaron a pronunciar sus nombres, en voz muy alta, como si con el volumen pudieran redimirse a sí mismos. Una exclamación de júbilo brotó de los invitados, pero sus ecos se apagaron casi instantáneamente, mientras F'lar se volvía con lentitud hacia los otros caudillos de los Weyrs.

—¡Ista! —El grito impetuoso, casi desafiante, de D'ram quedó ahogado por el exultante «¡Igen!» de G'narish y el entusiasta «¡Meridional!» de T'bor.

—¿Qué podemos hacer nosotros? —inquirió el Señor Asgenar, acercándose a F'lar—. ¿Pueden ayudar al Fuerte Igen los equipos de tierra de Lemos?

F'lar perdió su inmovilidad y apretó un poco más su cinturón, esperando que la constricción aliviaría el dolor.

—Es el día de tu boda, Asgenar. Disfrutadlo lo mejor que podáis. D'ram, nosotros te seguiremos. Ramoth ha llamado ya a los escuadrones de Benden. T'bor, trae a los combatientes del Meridional. ¡Todos los hombres y mujeres que puedan montar sobre un dragón!

Estaba pidiendo algo más que una completa movilización de los combatientes, y T'bor vaciló.

—Lessa —murmuró F'lar, ya que ahora los brazos de su Dama del Weyr rodeaban su cuerpo. La apartó suavemente a un lado—. Cuida de Mardra. Robinton, necesito tu ayuda. Hagamos que se sepa —y alzó la voz de modo que pudiera ser oída a través de todo el Patio—. Hagamos que se sepa —y se inclinó a mirar a Mardra— que cualquiera del Weyr de Fort que no esté de acuerdo en seguir las directrices de Benden debe marcharse al Weyr Meridional. —Apartó la mirada antes de que Mardra pudiera protestar—. Y eso tiene vigencia también para cualquier Artesano, Señor de un Fuerte o plebeyo, así como dragonero. En el continente Meridional apenas caen Hebras, de modo que allí no habrá motivo de preocupación. Y la indiferencia a una amenaza común no perjudicará a otros.

Lessa estaba tratando de deshebillar el cinturón de F'lar. El Caudillo de Weyr de Benden agarró sus manos con fuerza, ignorando su mueca de dolor ante aquella presión.

—¿Dónde fueron vistas las Hebras? —le aulló al jinete de Igan, todavía posado sobre la Muralla del Portal.

—¡Al sur! —La respuesta del hombre fue una angustiada súplica—. A través de la bahía del Fuerte de Keroon. A través del agua.

—¿Cuánto tiempo hace?

—¡Yo os llevaré allí en el instante y lugar precisos!

La marea de vítores volvió a crecer a medida que la gente recordaba que los dragones podían viajar por el inter—tiempo y sorprender a las Hebras, borrando el intervalo de tiempo perdido en el duelo.

Avanzaban dragoneros hacia animales que esperaban impacientes al otro lado de las murallas. Túnicas de piel de wher eran arrojadas a caballeros vestidos para la fiesta. Aparecieron bolsas de pedernal y lanzallamas. Se agachaban dragones para recibir a sus jinetes y remontar inmediatamente el vuelo. El verde de Igen planeaba en las alturas, acompañado de D'ram y de su Dama del Weyr Fanna, esperando a Mnementh.

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